EL ESPÍRITA Y EL MUNDO ACTUAL
La Tierra está pasando por un período crítico de crecimiento. Nuestro pequeño mundo, cerrado en concepciones mezquinas y obtusos y estrechos límites, madura para el infinito. Sus fronteras se abren en todas direcciones.
El Espiritismo vino para ayudar a los seres humanos en esa transición. Procuremos, pues, comprender nuestra responsabilidad de espíritas, en todos los sectores de la vida contemporánea.
No somos espíritas por casualidad, ni porque precisamos del auxilio de los Espíritus para la solución de nuestros problemas terrenos. Somos espíritas porque asumimos en la vida espiritual grandes responsabilidades para esta hora
del planeta.
del planeta.
Ayudémonos a nosotros mismos, ampliando nuestra comprensión del sentido y de la naturaleza del Espiritismo, de su importante misión en la Tierra. Y ayudemos al Espiritismo a cumplirla.
El mundo actual está lleno de problemas y conflictos. El crecimiento de la población, el desarrollo económico, el progreso científico, el aprimoramiento técnico y la profunda modificación de las concepciones de la vida y del hombre, colcándonos ante una situación de temerosa inestabilidad.
Las viejas religiones se sienten amenazadas hasta lo más hondo de sus cimientos. Amenazan ruina, al impacto del avance científico y de la propagación del escepticismo. Descreyentes de los viejos dogmas, los hombres se vuelven para la fiebre de los instintos, es una inútil tentativa de regresar a la irresponsabilidad animal.
El espírita no escapa a esa exposición del instinto. Mas el Espiritismo no es una vieja religión, ni una concepción ya superada. Es una enseñanza nueva, que apareció precisamente para cimentar el futuro. Sus bases no son dogmáticas, más bien científicas y experienciales.
Su estructura no es teológica, más bien filosófica, apoyada en la lógica más rigurosa. Su finalidad religiosa no se define por las promesas y las amenazas de la Teología, más por la consciencia de la libertad humana y de la responsabilidad espiritual de cada individuo, sujeta al control natural de la ley de causa y efecto.
El espírita no tiene el derecho de atemorizarse, ni de huir a sus deberes y entregarse a los instintos.
Su deber es uno solo: luchar por la implantación del Reino de Dios en la Tierra.
¿Más, como luchar? Este libro procuró indicar, a los espíritas, varias maneras de proceder en las circunstancias de la vida y en vista de los múltiples problemas existentes
en la hora presente. No se trata de ofrecer un manual, con reglas uniformes y rígidas, sino de presentar el esbozo de un camino, con base en la experiencia personal de los autores y en la inspiración de los Espíritus Superiores que los auxiliaron a escribir estas páginas.
en la hora presente. No se trata de ofrecer un manual, con reglas uniformes y rígidas, sino de presentar el esbozo de un camino, con base en la experiencia personal de los autores y en la inspiración de los Espíritus Superiores que los auxiliaron a escribir estas páginas.
La lucha espírita es incesante. Sus frentes de batalla comienzan en su propio interior y van hasta los límites del mundo exterior. Mas el espírita no está solo, pues cuenta con el auxilio constante de los Espíritus del Señor, que presiden la propagación y el desarrollo del Espiritismo en la Tierra.
La mayoría de los espíritas llegarán al Espiritismo acometidos por el dolor, por el sufrimiento físico o moral, por la angustia de problemas y situaciones insolubles. Una vez integrados en la Doctrina, no pueden y no deben continuar con las preocupaciones personales que interfieran en su transformación conceptual.
El Espiritismo les abrió la mente para una comprensión enteramente nueva de la realidad. Es necesario que todos los espíritas procuren alimentar, cada vez más, esa nueva comprensión de la vida y del mundo, a través del estudio y de la meditación.
Es necesario también que aprendan a usar la poderosa técnica de la oración, tan desmoralizada por el automatismo
habitual a que las religiones formalistas la relegaran.
habitual a que las religiones formalistas la relegaran.
La oración es la técnica más poderosa de que disponemos los espíritas, como nos enseñó Kardec, como lo proclamó León Denis y como lo acentuó Miguel Vives. La oración verdadera, brotada de lo más íntimo del ser humano, como la fuente transparente brota de las entrañas de la tierra, es de un poder incalculable para el hombre.
El espírita tiene que utilizar constantemente la oración. Ella le calmará el corazón inquieto y aclarará los caminos
del mundo. La propia ciencia materialista está hoy probando el poder del pensamiento y su capacidad de transmisión al infinito.
del mundo. La propia ciencia materialista está hoy probando el poder del pensamiento y su capacidad de transmisión al infinito.
El pensamiento empleado en la oración lleva aún la carga emotiva de los más puros y profundos sentimientos. El espírita ya no puede dudar del poder de la oración, pregonado por el Espiritismo.
Cuando algunos «maestros» ocultistas o espíritas ignorantes llamen a la oración "muleta", el espírita experimentado debe recordar que Cristo también la usaba y también la enseñó. ¡Bendita muleta es esa, que el propio Maestro de los Maestros no arrojó a la margen del camino, en su luminoso pasaje por la Tierra!
El espírita sabe que la muerte no existe, que el dolor no es una venganza de los dioses o un castigo de Dios, más una fuerza de equilibrio y una ley de educación, como explicó León Denis.
Sabe que la vida terrena es apenas un período de pruebas y
reparaciones, en que el espíritu inmortal se perfecciona, con vistas a la vida verdadera, que es la espiritual. Los problemas angustiantes del mundo actual no pueden perturbarlo.
El está amparado, no en una fortaleza perecible, más bien en la seguridad dinámica de la comprensión, del apercibimiento constante de la realidad viva que le rodea y de que él mismo es parte integrante.
Las mudanzas incesantes de las cosas, que nos revelan la
inestabilidad del mundo, ya no pueden asustar al espírita, que conoce la ley de evolución. ¿Cómo puede él inquietarse o angustiarse, delante del mundo actual?.
El Espiritismo le enseña y demuestra que este mundo en el que ahora nos encontramos, lejos de amenazarnos con la muerte y la destrucción, nos acecha con la continuidad de una vida nueva.
El espírita tiene que enfrentar el mundo actual con la
confianza que el Espiritismo le da, esa confianza racional en Dios y en sus leyes admirables, que rigen las constelaciones atómicas en el seno de la materia y las constelaciones astrales en el seno del espacio infinito.
El espírita no teme, porque conoce el proceso de la vida, en sus múltiples aspectos, y sabe que el mal es un fenómeno
relativo, que caracteriza los mundos inferiores.
Sobre su cabeza ruedan diariamente los mundos superiores, que le esperan en la distancia, y que los mismos materialistas hoy procuran alcanzar con sus cohetes y sus sondas espaciales. No son, por tanto, mundos utópicos, ilusorios, sino realidades concretas del Universo, visible.
Confiante en Dios, inteligencia suprema del Universo y causa primaria de todas las cosas -poder supremo e indefinible, al que las religiones dogmáticas dieran la apariencia errónea de la propia criatura humana-, el espírita no tiene porque que temerle, procurando seguir los principios sublimes de su Enseñanza.
Dios es amor, escribió el apóstol Juan. Dios es la fuente de Bien y de la Belleza, como afirmaba Platón. Dios es aquella
necesidad lógica a la que se refería Descartes, que no podemos quitar del Universo sin que el Universo se deshaga.
El espírita sabe que no tiene apenas creencias, pues posee
conocimientos. Y quien conoce no teme, pues sólo lo desconocido nos asusta.
El mundo actual es el campo de batalla del espírita. Más es también su oficina, aquella oficina en la que forja un mundo nuevo. Día a día debe trabajar en la transformación desde la oscuridad hacia la luz. A cada día que pasa, un poco del trabajo estará hecho. El espírita es el constructor de su propio futuro, es el auxiliar de Dios en la construcción del futuro del mundo.
Si el espírita recula, si teme, si vacila, puede comprometer la gran obra. Nada le debe perturbar el trabajo, en la turbulenta pero prometedora oficina del mundo actual.
En resumen:
El espírita es el consciente constructor de una nueva forma de vida humana en la Tierra y de vida espiritual en el Espacio;
su responsabilidad es proporcional a su conocimiento de la realidad, que la nueva Revelación le dio;
su deber de enfrentar las dificultades actuales y transformarlas en nuevas oportunidades de progreso, no puede ser olvidado un momento siquiera;
¡Espíritas, cumplamos nuestro deber!
El espírita sabe que la muerte no existe, que el dolor no es una venganza de los dioses o un castigo de Dios, más una fuerza de equilibrio y una ley de educación, como explicó León Denis.
Sabe que la vida terrena es apenas un período de pruebas y
reparaciones, en que el espíritu inmortal se perfecciona, con vistas a la vida verdadera, que es la espiritual. Los problemas angustiantes del mundo actual no pueden perturbarlo.
El está amparado, no en una fortaleza perecible, más bien en la seguridad dinámica de la comprensión, del apercibimiento constante de la realidad viva que le rodea y de que él mismo es parte integrante.
Las mudanzas incesantes de las cosas, que nos revelan la
inestabilidad del mundo, ya no pueden asustar al espírita, que conoce la ley de evolución. ¿Cómo puede él inquietarse o angustiarse, delante del mundo actual?.
El Espiritismo le enseña y demuestra que este mundo en el que ahora nos encontramos, lejos de amenazarnos con la muerte y la destrucción, nos acecha con la continuidad de una vida nueva.
El espírita tiene que enfrentar el mundo actual con la
confianza que el Espiritismo le da, esa confianza racional en Dios y en sus leyes admirables, que rigen las constelaciones atómicas en el seno de la materia y las constelaciones astrales en el seno del espacio infinito.
El espírita no teme, porque conoce el proceso de la vida, en sus múltiples aspectos, y sabe que el mal es un fenómeno
relativo, que caracteriza los mundos inferiores.
Sobre su cabeza ruedan diariamente los mundos superiores, que le esperan en la distancia, y que los mismos materialistas hoy procuran alcanzar con sus cohetes y sus sondas espaciales. No son, por tanto, mundos utópicos, ilusorios, sino realidades concretas del Universo, visible.
Confiante en Dios, inteligencia suprema del Universo y causa primaria de todas las cosas -poder supremo e indefinible, al que las religiones dogmáticas dieran la apariencia errónea de la propia criatura humana-, el espírita no tiene porque que temerle, procurando seguir los principios sublimes de su Enseñanza.
Dios es amor, escribió el apóstol Juan. Dios es la fuente de Bien y de la Belleza, como afirmaba Platón. Dios es aquella
necesidad lógica a la que se refería Descartes, que no podemos quitar del Universo sin que el Universo se deshaga.
El espírita sabe que no tiene apenas creencias, pues posee
conocimientos. Y quien conoce no teme, pues sólo lo desconocido nos asusta.
El mundo actual es el campo de batalla del espírita. Más es también su oficina, aquella oficina en la que forja un mundo nuevo. Día a día debe trabajar en la transformación desde la oscuridad hacia la luz. A cada día que pasa, un poco del trabajo estará hecho. El espírita es el constructor de su propio futuro, es el auxiliar de Dios en la construcción del futuro del mundo.
Si el espírita recula, si teme, si vacila, puede comprometer la gran obra. Nada le debe perturbar el trabajo, en la turbulenta pero prometedora oficina del mundo actual.
En resumen:
El espírita es el consciente constructor de una nueva forma de vida humana en la Tierra y de vida espiritual en el Espacio;
su responsabilidad es proporcional a su conocimiento de la realidad, que la nueva Revelación le dio;
su deber de enfrentar las dificultades actuales y transformarlas en nuevas oportunidades de progreso, no puede ser olvidado un momento siquiera;
¡Espíritas, cumplamos nuestro deber!
El Tesoro de los Espíritas. Capítulo VI.
Miguel Vives y Vives.
Miguel Vives y Vives.
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