Creación, diseño y recopilación de datos por José Alonso

Creación, diseño y compilación de datos por José Alonso

15 marzo 2025

LAZOS CORPORALES Y ESPIRITUALES

 


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Los lazos de la sangre no establecen necesariamente los lazos entre los espíritus. ¿Qué quiere decir?


El cuerpo procede del cuerpo, pero el espíritu no procede del cuerpo, porque éste existía antes de la formación del cuerpo; el padre no es el que crea el espíritu de su hijo, pues no hace más que darle una envoltura corporal; pero tiene el compromiso de procurar su desarrollo intelectual y moral para hacerlo progresar.


¿Tienen alguna afinidad espíritus de una misma familia?

Los espíritus que se encarnan en una misma familia, sobre todo entre próximos parientes, muchas veces son espíritus simpáticos unidos por relaciones anteriores, que se manifiestan por su afecto durante la vida terrestre; pero puede suceder también que estos espíritus sean completamente extraños unos de otros, divididos por antipatías igualmente anteriores, y que igualmente se traducen por su antagonismo en la tierra para servirles de prueba.


Los verdaderos lazos de la familia no son, pues, los de la consanguinidad, sino los de la simpatía y de la comunión de pensamientos que unen a los espíritus "antes, durante y después" de su encarnación.


De donde se deduce que dos seres de padres diferentes, pueden ser más hermanos por el espíritu que si lo fueran por la sangre; pueden atraerse, buscarse, gozar juntos, mientras que dos hermanos con sanguíneos pueden rechazarse, como se ve todos los días; problema moral que sólo el Espiritismo podía resolver por la pluralidad de las existencias.


Hay, pues, dos clases de familia: "las familias por lazos espirituales y las familias por lazos corporales".


Las familias por lazos espirituales son duraderas, se fortifican por la purificación y se perpetúan en el mundo de los espíritus a través de las diversas emigraciones del alma.


Las familias por lazos corporales son frágiles como la materia, se extinguen con el tiempo y muchas veces se disuelven moralmente desde la vida actual.



¿Recordáis qué dijo Jesús cuando le comentaron que su madre y sus hermanos habían llegado no podían acercarse hasta él?

Esto es lo que ha querido hacer comprender Jesús, diciendo a sus discípulos: Esta es mi madre y éstos son mis hermanos, mi familia por los lazos del espíritu, porque cualquiera que haga la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, este es mi hermano, mi hermana y mi madre.


La hostilidad de sus hermanos está claramente expresada en lo que relata Marcos, puesto que dice: “Se propusieron cogerle bajo el pretexto de que estaba enajenado". Al anunciarle su llegada, conociendo sus sentimientos con respecto a El, era natural que dijera, hablando de sus discípulos desde el punto de vista espiritual: "Aquí están mis verdaderos hermanos"; su madre se encontraba con ellos, generaliza la enseñanza, lo que no implica de ninguna manera que pretendiese que su madre según el cuerpo, no le era nada según el espíritu, y que no tuviese por ella sino indiferencia; su conducta, en otras circunstancias, ha probado suficientemente lo contrario.


  • La ingratitud de los hijos y los lazos de familia

La ingratitud es uno de los frutos más inmediatos del egoísmo; subleva siempre los corazones honrados; pero la de los hijos con respecto a sus padres, tiene aún un carácter más odioso; desde este punto de vista nos detendremos más particularmente para analizar las causas y los efectos. En este caso también el Espiritismo viene aclarando uno de los problemas del corazón humano.


Cuando el espíritu deja la tierra, lleva consigo las pasiones o las virtudes inherentes a su naturaleza, y en el espacio, va perfeccionándose o quedándose estacionado hasta que quiere ver la luz. Algunos, pues, han partido llevándose consigo odios poderosos y deseos de venganza no satisfecha; pero a algunos de aquellos más avanzados que los otros, les es permitido entrever un lado de la verdad; reconocen el funesto efecto de sus pasiones, y entonces es cuando toman buenas resoluciones; comprenden que para ir a Dios sólo hay una palabra de pase: "caridad"; pues no hay caridad sin olvido de los ultrajes y las injurias; no hay caridad con odios en el corazón y sin perdón.


Entonces, por un esfuerzo inaudito, miran a los que detestaron en la tierra; pero a su vista se despierta su animosidad; se rebelan a la idea de perdonar aún más que a la de renunciarse a sí mismos, y sobre todo, a la de amar a aquellos que tal vez destruyeron su fortuna su honor y su familia. Sin embargo, el corazón de esos desgraciados está conmovido; titubean y vacilan agitados por estos sentimientos contrarios; si la buena resolución vence, ruegan a Dios e imploran a los buenos espíritus para que les den fuerza en el momento más decisivo de la prueba.


En fin, después de algunos años de meditación y de oraciones, el espíritu aprovecha una carne que se prepara en la familia de aquél que ha detestado, y pide a los espíritus encargados de transmitir las órdenes supremas el ir a cumplir en la tierra los destinos de esa carne que acaba de formarse.


¿Cuál será su conducta en esta familia?

Dependerá de mayor o menor persistencia en sus buenas resoluciones. El contacto incesante de los seres que aborreció, es una prueba terrible bajo la cual sucumbe algunas veces, si su voluntad no es muy fuerte. De este modo, según la buena o la mala resolución que les dominará, será amigo o enemigo de aquellos entre los cuales está llamado a vivir. Así se explican los odios, las repulsiones instintivas que se notan en ciertos niños y que ningún acto anterior parece justificar; nada, en efecto, en esta existencia ha podido provocar esta antipatía; para que uno pueda encontrar la causa, es preciso mirar lo pasado.


Comprended hoy el gran papel de la Humanidad; comprended que cuando producís un cuerpo, el alma que se encarna en él viene del espacio para progresar; sabed vuestros deberes; y poned todo vuestro amor en aproximar esta alma a Dios; esta es la misión que os está confiada, y por la que recibiréis la recompensa si la cumplís fielmente. Vuestros cuidados, la educación que la daréis, ayudarán a su perfeccionamiento y a su bienestar futuro.


Pensad que a cada padre y a cada madre, Dios preguntará: ¿Qué habéis hecho del niño confiado a vuestro cuidado? Si se ha quedado atrasado por vuestra falta, vuestro castigo será el verle entre los espíritus que sufren, dependiendo de vosotros el que hubiese sido feliz. Entonces vosotros mismos, abatidos por los remordimientos, procuraréis reparar vuestra falta, solicitaréis una nueva en carnación para vosotros y para él, en la cual le rodearéis de mejores cuidados, y él, lleno de reconocimiento, os rodeará con su amor. No desechéis, pues al hijo que en la cuna rechaza a su madre, ni al que paga con ingratitudes; no es la casualidad la que os ha hecho así, ni la que os lo ha dado. Una intuición imperfecta del pasado se revela, y de esto podéis juzgar que el uno o el otro ha aborrecido mucho o ha sido muy ofendido: que el uno o el otro ha venido para perdonar o expiar. ¡Madres! abrazad, pues, al hijo que os causa tristeza, y decíos: Uno de nosotros dos es el responsable.


Mereced los goces divinos que Dios concede a la maternidad, enseñando a este niño, que está en la tierra para perfeccionarse, a amar y bendecir. Mas muchos de entre vosotros, en lugar de echar fuera los malos principios innatos de las existencias anteriores por medio de la educación, entretenéis y desarrolláis estos mismos principios por una culpable debilidad o por indolencia; pero más adelante vuestro corazón ulcerado por la ingratitud de vuestros hilos, será para vosotros, desde esta vida, el principio de vuestra expiación.


La tarea no es tan difícil como podríais creerlo, no exige la ciencia del mundo; lo mismo puede cumplirla el sabio que el ignorante, y el Espiritismo viene a facilitarla, haciendo conocer la causa de las imperfecciones del corazón humano.


Desde la cuna, el hijo manifiesta los instintos buenos o malos que trae de su existencia anterior; es preciso aplicarse a estudiarlos; todos los males tienen su principio en el egoísmo y en el orgullo; vigilad pues, las menores señales que revelan el germen de estos vicios, y dedicaos a combatirlos sin esperar que echen raíces profundas; haced como el buen jardinero que arranca los malos vástagos a medida que los ve apuntar en el árbol.


Si dejáis desarrollar el egoísmo y el orgullo, no os admiréis si más tarde os pagan con ingratitudes. Cuando los padres han hecho todo cuanto han podido para el adelantamiento moral de sus hijos, si no pueden conseguir su objeto, no pueden hacerse cargos, y su conciencia puede estar tranquila; pero al pesar muy natural que experimentan por el mal éxito de sus esfuerzos, Dios reserva un grande, un inmenso consuelo, por la "certeza" de que sólo es un atraso, y que les será permitido acabar en otra existencia la obra empezada en ésta, y que un día el hijo ingrato les recompensará con su amor.


Dios no ha hecho las pruebas superiores a las fuerzas del que las pide; no permite sino las que se puedan cumplir; si no se consigue el objetivo, no es la posibilidad la que le falta, sino la voluntad.


¿Qué pensar de las personas que al haberles pagado sus beneficios con ingratitudes, ya no hacen bien por miedo de encontrar ingratos?

Estas personas tienen más egoísmo que caridad, por que hacer el bien sólo para recibir muestras de reconocimiento es no hacerlo con desinterés, y el bien desinteresado es el bien agradable a Dios. También hay orgullo, porque se complacen en la humildad del obligado que viene a poner el reconocimiento a sus pies.


Es necesario ayudar a los débiles siempre, aunque antes se sepa que aquellos a quienes se hace bien, no quedarán agradecidos. Sabed que si aquellos a quienes se hace el servicio olvidan el favor, Dios os lo tomará más en cuenta que si fueseis recompensados por el reconocimiento de vuestro obligado. "Dios permite que algunas veces os paguen con ingratitudes para probar vuestra perseverancia en hacer el bien".


¿Las buenas obras se pierden al no ser reconocidas?

Por otra parte, ¿qué sabéis vosotros si este favor olvidado por el momento, reportará más tarde buenos frutos? Por el contrario, estad seguros de que es una semilla que germinará con el tiempo. Desgraciadamente vosotros sólo veis el presente, y trabajáis para vosotros y no para los demás. Las buenas obras acaban por ablandar los corazones más endurecidos; puede que sean desconocidas en la tierra; pero cuando el espíritu esté desembarazado de su velo carnal, se acordará, y este recuerdo será su castigo; entonces le pesará su ingratitud, querrá reparar su falta y pagar su deuda en otra existencia, aceptando a menudo una vida de abnegación hacia su bienhechor.


Este es el modo cómo, sin vosotros saberlo; habréis contribuido a su adelantamiento moral y reconoceréis más tarde toda la verdad de esta máxima. Una buena obra nunca se pierde. Pero habréis trabajado también para vosotros, porque tendréis el mérito de haber hecho el bien con desinterés, sin dejaros desanimar por los desengaños. ¡amigos míos, si conocieseis todos los lazos que en la vida presente os unen a vuestras existencias anteriores, si pudieseis abrazar la multitud de relaciones que unen los seres unos a otros para su progreso mutuo, admiraríais mucho más aun la sabiduría y la bondad del Creador, que os permite volver a vivir para llegar hasta El (Guía protector. Sens, 1862).


¿Cómo suele ser nuestra actitud ante las situaciones más difíciles en la vida?

Llega un día en que el individuo se cansa de sufrir o en que su orgullo al fin se ha dominado, y entonces es cuando Dios abre sus brazos paternales al hijo pródigo que se echa a sus pies. "Las situaciones más difíciles en la vida son casi siempre indicio de un fin de sufrimientos y de un perfeccionamiento del espíritu, cuando son aceptadas por amor a Dios". Este es un momento supremo, y entonces es cuando sobre todo conviene no desfallecer murmurando, si no se quiere perder el fruto y tener que empezar otra vez.


En lugar de quejaros, dad gracias a Dios, que os ofrece la ocasión de vencer para daros el premio de la victoria. Entonces, cuando al salir del torbellino del mundo terrestre entréis en el de los espíritus, seréis allí aclamado al haber superado todas las pruebas.



¿Cuáles pueden ser las situaciones más difíciles de la vida que más nos cuesta superar?

De todas las pruebas, las más poderosas son las que afectan al corazón; hay quien soporta con valor la miseria y las privaciones materiales y sucumbe bajo el peso de la tristeza doméstica, mortificado por la ingratitud de los suyos.


Esto es una aguda agonía, pero, ¿quién puede mejor, en estas circunstancias, reanimar el valor moral, sino el conocimiento de las causas del mal y la certeza de que, si hay grandes trastornos, no hay desesperaciones eternas, porque Dios no puede querer que su criatura sufra siempre? ¿Qué cosa hay más consoladora y que dé más valor, que el pensamiento de que depende de sí mismo y de sus propios esfuerzos abreviar el sufrimiento, destruyendo en sí las causas del mal?


Para esto, es preciso no concretar las miradas a la Tierra y no ver sólo una existencia; es preciso elevarse, dominar el infinito del pasado y del porvenir; entonces la gran justicia de Dios se revela a vuestras miradas y esperáis con paciencia, porque os explicáis lo que os parecen monstruosidades en la Tierra; las heridas que recibís en ella sólo os parecen rasguños.


Con este golpe de vista echado al conjunto, los lazos de familia aparecen bajo su verdadera luz; éstos no son ya los lazos frágiles de la materia que reúnen sus miembros, sino lazos duraderos del espíritu que se perpetúan y consolidan purificándose, en lugar de romperse con la encarnación.


Los espíritus a quienes la semejanza de gustos, la identidad del progreso moral y el afecto conducen a reunirse, forman familias; estos mismos espíritus en sus emigraciones terrestres, se buscan para agruparse como lo hacen en el espacio; de aquí nacen las familias unidas y homogéneas, y si en sus peregrinaciones se separan momentáneamente, se encuentran después felices por su nuevo progreso.


Pero como no deben trabajar sólo para sí, Dios permite que los espíritus menos adelantados vengan a encarnarse entre ellos, para tomar consejos y buenos ejemplos en provecho de su adelantamiento; algunas veces ponen la disensión entre ellos; pero esta es la prueba, esta es la tarea. Acogedles, pues, como a hermanos, ayudadles, y más tarde, en el mundo de los espíritus, la familia se felicitará por haber salvado del naufragio a los que a su vez podrán salvar a otros. (San Agustín. París, 1862).

EL PRINCIPIO DEL AMOR

(Nuevo Testamento interpretado versículo por versículo por Russell Norman Champlin)


Jesús fue enviado al mundo por el amor del Padre. Ejerció una gran compasión por las multitudes. El capítulo 15 del Evangelio de Juan es una demostración de esta actitud, y muchos de los principios del Sermón de la Montaña se apoyan en esta base.


Tenemos que sentir por los demás lo que sentimos por nosotros mismos. Sabemos lo que es el amor propio y lo practicamos, porque casi todos nuestros actos se basan en el egoísmo: nos ocupamos de nosotros mismos, de nuestros planes de futuro, nos vestimos y cuidamos nuestra salud.


En el seno de la familia hacemos más evidente este principio de amor, pues amamos a los miembros íntimos de nuestro círculo familiar, y nuestra gran preocupación es su bienestar. Ahora bien, lo que Jesús quiere es precisamente que nuestro amor se expanda hasta abrazar a todo el mundo, incluso a nuestros enemigos. El camino del amor es el más corto para el desarrollo y el progreso espiritual. El propio Jesús fue el ejemplo supremo de cómo debe funcionar este principio. El amor no sólo dice que no hay que provocar la violencia, sino que instruye incluso a ser pacificadores activos. (Mateo 5:9).


Quien cultiva en su vida el modelo de Jesús, alimentándolo en su ser interior, se transformará más rápidamente en la imagen de Cristo, que es el gran propósito de la existencia humana.

Colofón: carta a los Corintios por Pablo de Tarso

Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe.


Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada.


Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada.


El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tienen en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad.


El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.


El amor no pasará jamás. Las profecías acabarán, el don de lenguas terminará, la ciencia desaparecerá; porque nuestra ciencia es imperfecta y nuestras profecías, limitadas.


Cuando sienta lo que es perfecto, cesará lo que es imperfecto en mi.


Mientras yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño, pero cuando me hice hombre, dejé a un lado las cosas de niño. Ahora vemos como en un espejo, confusamente; después veremos cara a cara. Ahora conozco todo imperfectamente; después conoceré como Dios me conoce a mí.


En una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más grande todas es el amor”.




14 febrero 2025

DESPUÉS DE LA MUERTE

 

  

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SENSACIONES Y PERCEPCIONES DE LOS ESPÍRITUS


Todas las religiones y todas las filosofías nos han dejado ignorar aquello que los Espíritus vienen a enseñárnos. Nos dicen que las sensaciones que preceden y siguen a la muerte son infinitamente variadas y dependen sobre todo del carácter, de los méritos y de la elevación moral del Espíritu que abandona la Tierra


La separación es casi siempre lenta y el desprendimiento del alma se opera gradualmente. Empieza a veces mucho antes de que sobrevenga la muerte y no es completo hasta que las últimas ligaduras fluídicas que unen el cuerpo al periespíritu queden rotas. La impresión sentida por el alma es tanto más penosa y prolongada cuanto más fuertes y numerosas son estas ligaduras. Causa permanente de la sensación y de la vida, el alma experimenta todas las conmociones, todos los desgarramientos del cuerpo material.


Dolorosa y llena de angustias para unos, la muerte no es para otros más que un dulce sueño seguido de delicioso despertar. El desprendimiento es pronto, el pasaje fácil para el que se ha despegado con anticipación de las cosas de este mundo, que aspira a los bienes espirituales y ha llenado sus deberes. Hay, por el contrario, lucha y agonía prolongada, en el Espíritu apegado a la tierra, que sólo ha conocido los goces materiales y ha descuidado prepararse para la partida.


Sin embargo, en todos los casos, a la separación del alma y del cuerpo sigue siempre un tiempo de turbación, transcurriendo con rapidez para el Espíritu justo y bueno, que se despierta pronto a todos los esplendores de la vida celeste. 


Sin embargo, para las almas culpables, impregnadas de fluidos groseros es muy largo, hasta el punto de abarcar años enteros. Entre éstas, muchas creen vivir con la vida corporal largo tiempo aún después de la muerte. El periespíritu no es a sus ojos más que un segundo cuerpo carnal, sometido a los mismos hábitos, y a veces a las mismas sensaciones físicas que durante la vida.


Otros Espíritus de orden inferior, se creen sumergidos en una noche oscura, en un completo aislamiento en el seno de profundas tinieblas. La incertidumbre, el terror les oprimen. Los criminales están atormentados por la horrible e incesante visión de sus víctimas.


La hora de la separación es cruel para el Espíritu que sólo cree en la nada. Se agarra con desesperación a esta vida que se desvanece, la duda se apodera de él en tan supremo momento; ve un mundo formidable abrirse como un abismo y quisiera retardar el instante de su caída. De aquí nace una lucha terrible entre la materia que se desvanece y el alma que se empeña con furor en retener este cuerpo miserable. A veces queda como clavada a él hasta la descomposición completa y aun siente, según la expresión de un Espíritu, los gusanos roer su carne.


Apacible, resignada y hasta gozosa, es la muerte del justo, la partida del alma que habiendo luchado y padecido mucho aquí abajo, deja la Tierra confiando en el porvenir. Para ella, la muerte no es más que la libertad, el fin de las pruebas. Los débiles lazos que la unen a la materia se destacan nuevamente. 


Su turbación no es más que un ligero entorpecimiento semejante al sueño. Al dejar su morada corporal, el Espíritu depurado por el dolor y el sacrificio, ve su existencia pasada retroceder, alejarse poco a poco con sus amarguras y sus ilusiones, y disiparse luego como las brumas que se arrastran por el suelo al amanecer y se desvanecen ante el resplandor del día. El Espíritu se encuentra entonces suspenso entre dos sensaciones, la de las cosas materiales que se borran y la de la nueva vida que se delinea ante él. 


Esta vida, la entrevé ya como al través de un velo, llena de encanto misterioso, temida y deseada a la vez. La luz aumenta pronto, no ya esa luz astral que nos es conocida, sino una luz espiritual, radiante, difundida por todas partes. Progresivamente le inunda, le penetra, y con ella un sentimiento de felicidad, una mezcla de fuerza, de juventud, de serenidad. El Espíritu se sumerge en esa oleada reparadora. En ella se despoja de sus incertidumbres y de sus temores.


Luego su mirada se aparta de la Tierra y se eleva hacia las alturas. Vislumbra los cielos inmensos y otros seres queridos, los amigos de otro tiempo, más jóvenes, más vivos, más hermosos, que vienen a recibirle y a guiarle por el seno de los espacios. Emprende el vuelo con ellos y sube hasta las regiones etéreas que su grado de pureza le permite alcanzar. Allí cesa su turbación, nuevas facultades se despiertan en él y empieza su feliz destino.


La entrada en una vida nueva produce impresiones tan varias como la situación moral de los Espíritus. Aquellos, muy numerosos, cuya existencia ha transcurrido indecisa, sin faltas graves, ni méritos señalados, se encuentran al principio sumidos en un estado de estupor y de profundo abatimiento. Luego viene un choque a sacudir su ser. El Espíritu sale lentamente de su envoltura como una espada de la vaina. Recobra su libertad, pero tímido y vacilante, no se atreve aún a hacer uso de ella y permanece adherido por el temor y la costumbre a los sitios en que ha vivido. Continúa sufriendo y llorando con aquellos que han participado de su vida. El tiempo pasa para él sin que se dé cuenta. Pero finalmente otros Espíritus le asisten con sus consejos, le ayudan a disipar su turbación, a librarse de las últimas cadenas terrestres y a elevarse hacia centros menos oscuros.


En general, el desprendimiento del alma es menos penoso después de una larga enfermedad, teniendo esta por efecto desatar poco a poco las ligaduras carnales. 


Las muertes repentinas o violentas que sobrevienen cuando la vida orgánica está en su plenitud, producen en el alma un desgarramiento doloroso arrojándola en una prolongada turbación. Los suicidas son presa de sensaciones horribles. Experimentan durante años enteros las angustias de la última hora y reconocen con espanto que no han hecho más que cambiar sus padecimientos terrestres por otros más vivos aún. 


El conocimiento del porvenir espiritual y el estudio de las leyes que rigen la desencarnación, son de gran importancia para la preparación a la muerte. Pueden suavizar nuestros últimos instantes y facilitarnos el desprendimiento permitiendo que recobremos antes conocimiento de nosotros mismos en el mundo nuevo en que entramos.


CONSIDERACIONES DE ALLAN KARDEC SOBRE 

LAS SENSACIONES DE LOS ESPÍRITUS


En cierta forma, a través de numerosas observaciones, se tuvo que considerar a la sensación como un hecho. Después de estas consideraciones registradas por Allan Kardec en la Revista Espírita del mes de diciembre de 1858, el Codificador solicita una explicación al Espíritu San Luis sobre la penosa sensación de frío que un Espíritu dice que siente. Ese relato intrigó de tal forma a Kardec, que lo llevó a indagar a San Luis: Concebimos los sufrimientos morales como pesares, remordimientos, vergüenza, pero el calor y el frío, el dolor físico, no son efectos morales, ¿sentirán los Espíritus estas sensaciones?


El Espíritu entonces le respondió con otra pregunta: ¿Tu alma siente frío? No. Pero tiene conciencia de la sensación que actúa sobre el cuerpo. Reflexionando sobre estas informaciones, Kardec nos informa: De eso parece que hay que llegar a la conclusión de que ese Espíritu avaro no sentía frío real, sino un recuerdo de la sensación del frío que había soportado, y ese recuerdo que él considera como realidad, se torna un suplicio. Y el benefactor espiritual enfatiza: Es más o menos eso. Pero quede bien entendido que hay una diferencia, que comprendéis perfectamente, entre el dolor físico y el dolor moral. No hay que confundir el efecto con la causa.


Allan Kardec presenta con su peculiar lucidez el siguiente análisis de este tema, tan útil como necesario para la práctica mediúmnica. El cuerpo es el instrumento del dolor. Si bien es cierto no es su causa primera, sí es, por lo menos, su causa inmediata. El alma tiene la percepción del dolor; esa percepción es el efecto.


El recuerdo que el alma conserva del dolor puede ser muy penoso, pero no puede tener una acción física. De hecho, ni el frío ni el calor tienen capacidad para desorganizar los tejidos del alma, que carece de la facultad de congelarse o de quemarse. ¿No vemos todos los días que el recuerdo o la aprehensión de un mal físico produce el efecto de ese mal como si fuera real? ¿No vemos que hasta causan la muerte?


Todos saben que aquellos a quienes se les ha amputado un miembro suelen sentir dolor en el miembro que les falta. Es verdad que allí no está la sede del dolor, ni siquiera, su punto de partida. Lo que allí sucede es sólo que el cerebro guardó la impresión de ese dolor. Por lo tanto, es lícito admitir que suceda algo análogo en los sufrimientos del Espíritu después de la muerte. 


Un estudio profundizado del periespíritu, que desempeña tan importante rol en todos los fenómenos espíritas; en las apariciones vaporosas o tangibles; en el estado en que se encuentra el Espíritu producido por la muerte; en la idea tan frecuentemente manifestada de que aún está vivo; en las situaciones tan conmovedoras que nos revelan los suicidas, los que fueron víctimas de suplicios, los que se dejaron absorber por los gozos materiales, y tantos otros hechos innumerables, arrojan mucha claridad sobre esta cuestión y dan lugar a explicaciones que se facilitan en forma resumida.


Las sensaciones y percepciones que sienten y que relatan los Espíritus, se efectúan por intermedio del periespíritu, que es el principio de la vida orgánica, pero no el de la vida intelectual, que reside en el Espíritu. Es, además de eso, el agente de las sensaciones exteriores. En el cuerpo, esas sensaciones se localizan en los órganos, que les sirven de conductos. Destruido el cuerpo, las sensaciones se tornan generales. De ahí que el Espíritu no diga que le duele más la cabeza que los pies, o viceversa. Pero, no se deben confundir las sensaciones del periespíritu que se ha independizado, con las del cuerpo. A estas últimas sólo se pueden tomar a modo de comparación, no por analogía.


Liberado del cuerpo, el Espíritu puede sufrir, pero ese sufrimiento no es corporal, aunque tampoco es exclusivamente moral como el remordimiento, ya que se queja de frío y de calor. Tampoco sufre más en invierno que en verano: lo hemos visto atravesar llamas sin sentir ningún dolor. Por consiguiente, la temperatura no les causa ninguna impresión. El dolor que sienten no es un dolor físico propiamente dicho: es un vago sentimiento íntimo que el mismo Espíritu no siempre comprende bien, precisamente, porque el dolor no está localizado y porque no lo producen agentes exteriores; es más una reminiscencia que una realidad, reminiscencia sí, pero igualmente penosa.


Entre tanto, algunas veces, sucede más que eso, como se verá a continuación. Actualmente este tema es de fácil comprensión aún para el ciudadano común, debido al progreso alcanzado por las ciencias psíquicas en el siglo veinte y en el actual. Además, este hecho nos hace reflexionar sobre la increíble capacidad de análisis de Kardec pues, sin contar con los conocimientos que hoy tenemos, logró comprender este tema con nitidez.


Al continuar con las explicaciones, nos esclarece el Codificador: La experiencia nos enseña que como consecuencia de la muerte el periespíritu se desprende más o menos lentamente del cuerpo; que durante los primeros minutos después de la desencarnación el Espíritu no encuentra explicación a la situación en la que se halla. Cree que no está muerto porque se siente vivo; ve el cuerpo a un lado, sabe que le pertenece, pero no comprende que esté separado de él. Esa situación perdura mientras existe algún lazo de unión entre el cuerpo y el periespíritu. Nos dijo cierta vez un suicida: “No, no estoy muerto”. Y agregaba: “Entre tanto, siento que los gusanos me roen.”


 Indudablemente, los gusanos no le roían el periespíritu y menos aún el Espíritu, sólo le roían el cuerpo. Pero como la separación del cuerpo y del periespíritu no era completa, se producía una especie de repercusión moral que transmitía al Espíritu lo que estaba sucediendo en el cuerpo. Tal vez el término repercusión no sea el más apropiado porque puede inducir a la suposición de un efecto muy material. Era más bien la visión de lo que pasaba en el cuerpo, al cual el periespíritu aún se mantenía unido, lo que le causaba la ilusión que él tomaba como realidad. Así pues, en este caso no habría una reminiscencia, porque él en vida, no había sido roído por los gusanos: se trataba del sentimiento de un hecho actual.


Esto demuestra qué deducciones se pueden extraer de los hechos cuando se los observa con atención. Durante la vida, el cuerpo recibe impresiones exteriores y las transmite al Espíritu por intermedio del periespíritu que constituye, probablemente, lo que se llama fluido nervioso. Cuando el cuerpo está muerto, no siente nada más porque ya no están en él el Espíritu ni el periespíritu. Éste, desprendido del cuerpo, siente la sensación, pero como ya no le llega a través de un conducto limitado, esa sensación se torna general.


Ahora bien, como el periespíritu en realidad no es más que un simple agente transmisor, porque es en el Espíritu donde radica la conciencia, lógico será deducir, que si pudiera existir el periespíritu sin el Espíritu, aquel no sentiría nada, exactamente como ocurre con el cuerpo que murió. Del mismo modo, si el Espíritu no tuviera periespíritu sería inaccesible a toda clase de sensación dolorosa. Esto es lo que sucede con los Espíritus totalmente purificados. Sabemos que cuanto más se depuran, tanto más etérea se torna la esencia del periespíritu, de donde se llega a la conclusión de que la influencia material disminuye en la medida en que el Espíritu progresa, es decir, en la medida en que el propio periespíritu se torna menos grosero.


Cuando decimos que los Espíritus son inaccesibles a las impresiones de la materia que conocemos, nos referimos a Espíritus muy elevados cuya envoltura etérea no tiene analogía en este mundo. No sucede lo mismo con los de periespíritu más denso, los cuales perciben nuestros sonidos y olores, pero no a través de una parte limitada de sus individualidades, como les sucedía cuando estaban vivos.


Se puede decir que las vibraciones moleculares se hacen sentir en todo su ser, y de esa manera, les llega al “sensorium commune”, que es el propio Espíritu, pero de un modo diverso, y, tal vez, también, con una impresión diferente, que produce la modificación de la percepción. Ellos oyen el sonido de nuestra voz, pero nos comprenden solamente por la transmisión del pensamiento, sin el auxilio de la palabra. Para apoyar lo que decimos está el hecho de que esa comprensión es tanto más fácil cuanto más desmaterializado sea el Espíritu.


En lo que concierne a la vista, el Espíritu no depende de la luz como nosotros para ver. La facultad de ver es un atributo esencial del alma para la cual la oscuridad no existe. Con todo, esa facultad es más amplia, más penetrante, en las almas de mayor purificación. El alma o Espíritu tiene pues en sí misma la facultad de poseer todas las percepciones. Éstas se obstruyen en la vida corporal por la índole grosera de los órganos del cuerpo; en la vida extracorpórea se van amplificando en la medida en que la envoltura semi material se hace más sutil.

Considerando estas enseñanzas ¿qué viene a ser la idea de la muerte? Pierde todo carácter espantoso. La muerte no es ya más que una transformación necesaria y una renovación. En realidad, nada muere. La muerte no es más que aparente. Tan sólo cambia la forma exterior: el principio de la vida, el alma, permanece en su unidad permanente e indestructible. Más allá de la tumba se encuentra en la plenitud de sus facultades, con todas las adquisiciones, luces, virtudes, aspiraciones y potencias con que se ha enriquecido durante sus existencias terrenas. Estos son los bienes imperecederos de que habla el Evangelio, cuando nos dice: «Ni los gusanos ni las polillas los corroen, ni los ladrones los roban.» Son las únicas riquezas que podemos llevarnos y utilizar en la vida futura.


Entonces, podemos llegar a esta conclusión junto con Kardec: los Espíritus poseen todas las percepciones que tenían en el Tierra, pero en grado más elevado, porque sus facultades no están amortiguadas por la materia. Tienen sensaciones desconocidas para nosotros, ven y oyen cosas que nuestros sentidos limitados no nos permiten ver ni oír. Para ellos no hay oscuridad, a excepción de aquellos que, por punición, están temporariamente en tinieblas.







BIBLIOGRÁFIA

  1.  KARDEC, Allan. El Libro de los Espíritus. Pregunta 257. Comentario.
  2.  KARDEC, Allan. Qué es el Espiritismo. Capítulo II: Nociones elementales de Espiritismo. Ítem 17: Sobre los Espíritus.
  3.  KARDEC, Allan. Revista Espírita. Periódico de Estudios Psicológicos. Año 1858. Año I. diciembre de 1858. Nº 12. Ítem: Sensaciones de los Espíritus.
  4. DENIS, LEÓN. En lo invisible. Cap. 17.La última hora.

 

23 noviembre 2024

CIENCIA Y AMOR

Allan Kardec


Allan Kardec dice que el espiritismo es la ciencia que llegaría en el momento adecuado, cuando las seres humanos tuviesen las condiciones de comprenderlo. Sería necesario que la ciencia evolucionará para poder llegar el Consolador. Y gracias a la evolución de la ciencia el Consolador llego a la tierra y pudo ser comprobado. Porque muchas informaciones del cristianismo aguardaban a la ciencia, por ejemplo, la reencarnación, la comunicabilidad de los espíritus, los mundos habitados, que aguardaban un proceso de evolución del conocimiento.



Al mismo tiempo que hubo esa evolución, el espiritismo ofreció una filosofía de comportamiento. Y esa información es aquella que propicia la paz, explicando quién es el hombre, de dónde viene, y cuál es su destino.



Tenemos preguntas acerca de: cuál es la razón del dolor?, ¿porque hay personas más felices y otras más desgraciadas?, ¿porque hay enfermedades degenerativas?, cuál es la causa de la belleza, de la inteligencia, del amor?. Y solamente por medio de la reencarnación se puede entender la justicia divina.


Por eso al mismo tiempo, con ese conocimiento reencarnacionista, hay una propuesta de orden moral. Por qué el ser deja de ser el instrumento de la justicia divina, para ser el autor del propio destino. Somos sembradores y recolectores de todas nuestras obras, y esto es fascinante, porque nos ofrece una visión de la divinidad, y por tanto, una aceptación de una ética moral, que tiene por base el reconocimiento de Dios, el valor de la oración, la justicia divina y por consecuencia una nueva ética qué es la misma del Evangelio de Jesús: la vivencia del amor.


Los cristianos primitivos tenían como costumbre encontrarse para dialogar con Jesús. En las noches estrelladas El hablaba de Dios, de las necesidades humanas, de la finalidad de la vida y de cómo se puede conseguir la plenitud, la felicidad. Posteriormente aquellos que lo seguían prosiguieron con la misma labor.


Con el espiritismo se repite la práctica: nos encontramos, exponemos nuestros problemas emocionales, espirituales, a la luz del entendimiento de Jesús. En esos momentos Su pensamiento divino desciende hasta nosotros y nos llena el alma, impulsándonos hacia la conquista personal, y a la conquista de la verdadera fraternidad.


Del Evangelio según el espiritismo en el capítulo XII item 5 surge esta frase: amad a vuestros enemigos.


De entre los enemigos que tenemos existen aquellos que se encuentran en la tierra, en el cuerpo físico, y otros desencarnados. En el item 5 se refiere a los enemigos desencarnados.


El espírita tiene todavía otro motivo de indulgencia para con sus enemigos. En primer lugar sabe que la maldad no es el estado permanente de los hombres. Que ella se debe a una imperfección momentánea, y que de la misma manera que un niño se corrige de sus defectos, el hombre errado reconocerá un día sus obras y se transformará.


Sabe también que la muerte solo lo libera de la presencia material de sus enemigos, por eso éstos pueden perseguirlo con su odio incluso después de haber dejado la tierra. Por tanto, la venganza no consigue su objetivo, sino tiene un efecto efecto contrario produciendo una irritación mayor que puede continuar de una existencia a otra.


Correspondía al espiritismo probar, por la experiencia y la ley que rige las relaciones entre el mundo visible y el mundo invisible, que la expresión: “ lavar el odio con la sangre” es radicalmente falsa. Quiere decir que anular el odio, matando a su enemigo es totalmente falso.



Porque antiguamente se decía: “cuando se muere se acabó el odio”. Con el conocimiento de que la vida continúa, la muerte no pone fin a las enemistades. Es, por tanto, una expresión falsa. La verdad es que la sangre conserva el odio hasta incluso del otro lado de la tumba. Por lo tanto se otorga al perdón, una razón de ser, efectiva, y una utilidad práctica que conlleva a la sublime máxima de Cristo. Quiere decir que: “Con la muerte prosiguen las enemistades, y que solamente por el amor y el perdón esto puede transformarse.


Como seres humanos estamos en niveles diferentes de conciencia. Hay aquellos que todavía están en el nivel de sueño, son los que actúan por los instintos. Siempre reaccionan. No son tan responsables por sus actos.


A medida que evolucionan cambian de nivel de conciencia, y se presentan con la conciencia despierta, tienen la percepción de lo correcto y lo incorrecto. Y en ese momento que se producen los karmas, cuando se practica el mal, pudiéndo practicar el bien.


La cuestión del perdón es psicológica. Las religiones nos han dicho que es necesario olvidar el mal que nos hacen, y que no deberíamos aceptar la ofensa. Pero esto es un problema del estado evolutivo de cada ser humano.


La nueva psicología hace una propuesta psicoterapéutica muy interesante. Cuando tenemos un enfrentamiento con alguien, principalmente una agresividad, nuestra respuesta instintiva es reaccionar. A continuación, la razón nos controla para no devolver la misma agresión. Perdonar a aquél que nos agregue es no hacerle el mismo mal. Acción que concuerda plenamente con Allan Kardec.


Perdonar es un sentimiento, olvidar tiene relación con la memoria. Por lo que podemos perdonar, pero no olvidar, pues solamente con el tiempo es que se va limpiando la memoria. El hecho de no desearle el mal, es el primer paso para el perdón.


Gandhi solía decir: “nadie me ofende, porque yo no acepto la ofensa”. Cuando alguien me agrede, tengo compasión de él y comprendo que él se está agrediendo a sí mismo. Porque entre los hindús, hay una frase extraordinaria en sánscrito que dice: “om sai ram”, qué significa: el Dios que está en mi saluda al Dios que está en ti. Y el otro responde: “sai ram”: y el mío también.



Cuando alguien ofende a otro, está ofendiendo a su Dios interno. Por eso nadie hace mal a nadie, excepto cuando aceptamos el mal. Si una persona dice que yo soy un ladrón, yo sigo siendo el mismo. Si alguien dice que soy un rey, sigo siendo el mismo. Yo no soy lo que dicen, soy el que soy.


Esto es algo que tenemos que tener en mente, que no seremos mejores porque nos elogien, ni seremos peores porque nos insulten o nos ofendan. Pero como somos muy sensibles, nos sentimos agredidos, violentados. Y estos sentimientos, a veces prosiguen hasta el otro lado de la vida. Un enemigo desencarnado es peor que un enemigo encarnado, porque dispone de un campo psíquico más amplio, y fácilmente puede influir en nuestro comportamiento. Por eso hemos de hacer un gran esfuerzo para perdonar, principalmente aquellos que nos hayan ofendido y procurar adquirir valores morales, para que nos perdonen los enemigos desencarnados a quien hayamos perjudicado en reencarnaciones pasadas, o en esta misma.


Para prevenir y evitar este tipo de asedios es conveniente: Actuar en el bien, orar, meditar, mantener la mente llena de pensamientos saludables,lecturas edificantes, para que los desencarnados, observando nuestro cambio moral, se den cuenta de que estamos mejorando, y por consecuencia dejen de ser nuestros enemigos. Y si en el caso que quieran continuar como nuestros enemigos ya no nos alcanzarán, porque faltará la afinidad, porque sintonizaremos en franjas vibratorias distintas.


En cuanto estemos con sentimientos negativos sintonizaremos con aquellos que sienten de forma similar. A medida que vamos evolucionando nos separamos de ellos, y por tanto, ya no nos alcanzarán. Por eso Jesús recomienda el Amor a Dios y la práctica de la solidaridad con el sufrimiento ajeno, pues la caridad hace el bien a quien la práctica, devolviéndonos el amor para perdonar a quienes nos hirieron.


Cabe al espiritismo esta tarea extraordinaria de descubrir que más allá de la tumba prosiguen aquellos que vivieron en la tierra, y que cada cual continúa siendo de la forma que era.


La muerte no transforma nadie. Morir es despojarse de un traje y continuar siendo el mismo en otro estado más sutil. Por eso a continuación de éste capítulo del Evangelio, Allan Kardec nos recomienda orar por nuestros enemigos desencarnados y perdonarlos. Solo hay enemigos porque existen personas que se sienten perjudicadas. Quizá nuestra intención no haya sido mala, pero eso ha producido consecuencias negativas, y por eso sufren aquellos a los que hemos perjudicado. Por eso es preferible estar siempre abiertos para el amor. El amor ha sido el alma del mensaje de Jesús y la base sólida del espiritismo.

Divaldo Pereira Franco en Estocolmo 1999.

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