CENTENARIO SOLVEIG NORDSTRÖM (1923-2023)

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09 noviembre 2024

EL RUMBO DE LA HUMANIDAD







Nos advierten desde todas partes que han llegado los tiempos señalados por Dios, en que habrán de producirse importantes acontecimientos para la regeneración de la humanidad. ¿En qué sentido se deben entender esas palabras proféticas?

 

Para los incrédulos, no tienen la menor importancia; según su punto de vista no son más que la enunciación de una creencia pueril, carente de fundamento. Para la mayoría de los creyentes, sin embargo, indican algo místico y sobrenatural, y las consideran precursoras de la derogación de las leyes de la naturaleza.

 

Ambas interpretaciones son igualmente erróneas: la primera, porque implica la negación de la Providencia; la segunda, porque esas palabras no anuncian un trastorno de las leyes de la naturaleza, sino el cumplimiento de esas leyes.

 

Todo es armonía en la Creación; todo revela una previsión que no se desdice ni en las pequeñas ni en las grandes cosas. Debemos, pues, apartar de inmediato toda idea de arbitrariedad, porque es inconciliable con la sabiduría divina. En segundo lugar, si nuestra época está señalada para la realización de ciertas cosas, es porque estas tienen una razón de ser en la marcha del conjunto.

 

Sobre esta base, diremos que nuestro planeta, como todo lo que existe, está sujeto a la ley del progreso. Progresa físicamente por la transformación de los elementos que lo componen, y moralmente por la purificación de los Espíritus encarnados y desencarnados que viven en él.

 

Esos dos progresos se realizan en forma paralela, puesto que el perfeccionamiento de la vivienda está relacionado con el de quien habita en ella. Físicamente, el planeta ha sufrido transformaciones sucesivas, comprobadas por la ciencia, que lo hicieron habitable por seres cada vez más perfeccionados.

 

Moralmente, la humanidad progresa por el desarrollo de la inteligencia, del sentido moral y de la moderación de las costumbres. Al mismo tiempo que el mejoramiento del globo se produce por la actividad de las potencias materiales, los hombres contribuyen a ese fin mediante los esfuerzos que resultan de la aplicación de su inteligencia. Sanean las regiones insalubres, facilitan las comunicaciones y hacen más productiva la tierra. Ese doble progreso se realiza de dos maneras: una de ellas, lenta, gradual e imperceptible; la otra, mediante cambios bruscos, a cada uno de los cuales corresponde un movimiento ascensional más rápido, que señala con efectos muy notorios los períodos progresivos de la humanidad.

 

Esos movimientos, subordinados en cuanto a los detalles al libre albedrío de los hombres, son en cierto modo inexorables en su conjunto, porque están sometidos a leyes, como las que actúan en la germinación, el crecimiento y la madurez de las plantas. Es por eso que el movimiento progresivo se cumple en ocasiones de modo parcial, es decir, limitado a una raza o a una nación; en otras ocasiones es general. El progreso de la humanidad se lleva a cabo, por lo tanto, en virtud de una ley. Ahora bien, como las leyes de la naturaleza son obra de la eterna sabiduría y de la presciencia divina, los efectos de esas leyes derivan de la voluntad de Dios; no de una voluntad ocasional y caprichosa, sino de una voluntad inmutable.

 

Cuando, por consiguiente, la humanidad está madura para ascender un grado, se puede decir que los tiempos señalados por Dios han llegado, como se puede decir también que una determinada estación es el tiempo para la madurez y la cosecha de los frutos.

 

Por el hecho de que el movimiento progresivo de la humanidad sea inevitable, dado que está en la naturaleza, no se concluye que Dios permanezca indiferente a él y que, después de haber establecido leyes, se haya retirado a la inactividad dejando que las cosas sigan su curso por sí solas. 

 

No cabe duda de que sus leyes son eternas e inmutables, pero eso se debe a que su propia voluntad es eterna y constante, y a que su pensamiento anima todas las cosas sin intermitencias. Ese pensamiento, que todo lo penetra, es la fuerza inteligente y permanente que mantiene la armonía en todo. Si dejase de actuar un solo instante, el universo sería como un reloj al que le falta el péndulo regulador. Dios vela, pues, sin cesar por la ejecución de sus leyes, y los Espíritus que pueblan el espacio son sus ministros, encargados de cuidar los detalles de acuerdo con atribuciones que corresponden al grado de adelanto que hayan alcanzado.

 

El universo es, al mismo tiempo, un mecanismo inconmensurable, accionado por un número incontable de inteligencias, y un inmenso gobierno en el que cada ser inteligente participa de modo activo bajo la mirada del soberano Señor, cuya voluntad única mantiene la unidad en todas partes. Bajo el dominio de esa gran potencia reguladora, todo marcha, todo funciona en perfecto orden. Donde nos parece que existen perturbaciones, sólo hay movimientos parciales y aislados, que para nosotros tienen la apariencia de irregulares porque nuestra visión es limitada. Si pudiésemos abarcarlos en conjunto, veríamos que esas irregularidades sólo son aparentes, y que están en armonía con el todo.

 

Hasta el presente, la humanidad ha realizado incuestionables progresos. Los hombres, con su inteligencia, han llegado a resultados que jamás habían alcanzado, desde el punto de vista de las ciencias, las artes y el bienestar material. Aún les queda por realizar un inmenso progreso: hacer que reinen entre ellos la caridad, la fraternidad y la solidaridad, que habrán de garantizarles el bienestar moral.

 

No habrían de conseguirlo con sus creencias ni con sus instituciones anticuadas, vestigios de otra etapa y adecuadas para una cierta época, suficientes para un momento de transición; pero que habiendo dado todo lo que tenían, hoy representarían una traba. El hombre no sólo necesita el desarrollo de la inteligencia, sino la elevación de los sentimientos, y para lograrlo es imprescindible que aniquile todo lo que en él sobreexcite el egoísmo y el orgullo.

 

Ese es el período en el que va a entrar a partir de ahora, y que señalará una de las principales fases de la humanidad. Esa fase, que en este momento se encuentra en elaboración, constituye el complemento indispensable del estado precedente, del mismo modo que la edad viril es el complemento de la juventud. Podía, pues, ser prevista y predicha con anticipación, y a eso se debe que se diga que los tiempos marcados por Dios han llegado.

 

No obstante, en esta oportunidad no se trata de un cambio parcial, de una renovación circunscrita a una determinada región, a un pueblo o a una raza. Se trata de un movimiento universal que se realiza en el sentido del progreso moral. Tiende a establecerse un nuevo orden de cosas, y hasta los hombres que más se oponen al cambio, contribuyen a él sin saberlo.

 

La generación futura, desembarazada de las escorias del viejo mundo y formada por elementos más depurados, estará animada por ideas y sentimientos muy diferentes de los de la generación actual, que se retira a pasos agigantados. El viejo mundo habrá muerto, y sólo perdurará en la Historia, del mismo modo que lo está hoy el período de la Edad Media, con sus costumbres bárbaras y sus creencias supersticiosas.

 

Por otra parte, todos saben cuánto deja que desear el presente orden de cosas. Después de que, en cierto modo, se haya agotado el bienestar material que la inteligencia es capaz de producir, se llegará a comprender que el complemento de ese bienestar sólo puede hallarse en el desarrollo moral. Cuanto más se avanza, más se percibe lo que falta, sin que, no obstante, se pueda aún definirlo claramente: se trata de la consecuencia del trabajo interno con que se elabora la regeneración. Brotan deseos, aspiraciones, que son como el presentimiento de un estado mejor.

 

Con todo, un cambio tan radical como el que se realiza en la actualidad no puede llevarse a cabo sin conmociones. Existe una lucha inevitable de ideas. De ese conflicto forzosamente se originarán perturbaciones temporarias, hasta que el terreno haya sido allanado y el equilibrio restablecido. Así pues, de la confrontación de ideas surgirán los trascendentes acontecimientos anunciados, y no de cataclismos o catástrofes puramente materiales.

 

Los cataclismos generalizados fueron consecuencia del proceso de formación de la Tierra. Hoy no se agitan las entrañas del planeta, sino las de la humanidad. Si bien la Tierra ya no debe temer a los cataclismos generales, no por eso deja de estar sometida a revoluciones periódicas.

 

No cabe duda de que la humanidad se transforma, como ya se transformó en otras épocas, y cada transformación está señalada por una crisis que es, para el género humano, lo que son para los individuos las crisis de crecimiento; crisis que a menudo son penosas, dolorosas, que arrastran consigo a las generaciones y a las instituciones, pero a las que siempre sigue una fase de progreso material y moral. 

 

La humanidad terrestre, llegada a uno de esos períodos de crecimiento, hace casi un siglo que se encuentra en pleno trabajo de transformación. A eso se debe que por todas partes haya agitaciones, como si estuviera presa de una especie de fiebre y como si la impulsara una fuerza invisible, hasta que recupere el equilibrio sobre nuevas bases.

 

Quien la analice, entonces, la encontrará muy cambiada en sus costumbres, en su carácter, en sus leyes, en sus creencias; en una palabra, en todos sus estamentos sociales. 

Algo que parecerá extraño, pero que no deja de ser rigurosa verdad, es que el mundo de los Espíritus que os rodea sufre el contragolpe de todas las conmociones que agitan al mundo de los encarnados; digo incluso que aquel participa activamente en ellas. Esto nada tiene de sorprendente para quien sabe que los Espíritus componen un todo con la humanidad; que de ella salen y a ella deben volver.

 

Por consiguiente, es natural que se interesen por los movimientos que se producen entre los hombres. Tened la certeza de que, cuando se lleva a cabo una revolución social en la Tierra, dicha revolución afecta también al mundo invisible; todas las pasiones, buenas y malas, son allí tan sobreexcitadas como entre vosotros; una intraducible efervescencia reina entre los Espíritus que aún forman parte de vuestro mundo y que esperan el momento de regresar a él.

 

A la agitación de los encarnados y los desencarnados se suman en ocasiones, e incluso la mayoría de las veces, ya que en la naturaleza todo se complementa, los trastornos de los elementos físicos; es entonces que durante un tiempo se produce una verdadera confusión general, pero que pasa como un huracán, después del cual el cielo se despeja, y entonces la humanidad, reconstituida sobre nuevas bases e imbuida de nuevas ideas, transita una nueva etapa de progreso.

 

En el período que está comenzando, el espiritismo florecerá y dará frutos. Por lo tanto, vosotros estáis trabajando más para el futuro que para el presente. Pero era necesario que esos trabajos fuesen elaborados previamente, porque preparan los caminos de la regeneración a través de la unificación y la racionalidad de las creencias. Felices los que los aprovechan desde ahora; serán para ellos de gran utilidad y se evitarán muchas penas. 

 

La fraternidad debe ser la piedra angular del nuevo orden social. No obstante, no existe verdadera fraternidad, sólida y efectiva, si no se apoya en una base inquebrantable. 

 

Esa base es la fe, pero no la fe en tales o cuales dogmas particulares, que cambian con los tiempos y según los pueblos, y cuyos partidarios se agreden mutuamente, visto que al anatematizarse unos a otros fomentan el antagonismo. Se trata, por el contrario, de la fe en los principios fundamentales que todos pueden aceptar: 

Dios, el alma, el porvenir, EL PROGRESO INDIVIDUAL INDEFINIDO, LA PERPETUIDAD DE LAS RELACIONES ENTRE LOS SERES.  

 

Cuando los hombres estén convencidos de que Dios es el mismo para todos; de que ese Dios, soberanamente justo y bueno, no puede querer nada que sea injusto; de que el mal proviene de ellos y no de Él, entonces todos se considerarán hijos del mismo Padre y se tenderán las manos unos a otros. Esa es la fe que concede el espiritismo, y en lo sucesivo será el eje alrededor del cual se moverá el género humano, sean cuales fueren los cultos y las creencias individuales.

 

Por cierto, todavía existen retardadores de este proceso evolutivo; pero ¿qué pueden hacer contra la marea que asciende, aparte de arrojarle piedras? Esa marea es la generación que surge, mientras ellos desaparecen junto con la generación que se marcha a grandes pasos cada día. Hasta entonces, sin embargo, defenderán el terreno palmo a palmo. Hay, pues, una lucha inevitable pero desigual, porque se trata de la lucha entre el pasado decrépito, que caduca cubierto de harapos, y el futuro joven. Es la lucha del estancamiento contra el progreso; de la criatura humana contra la voluntad de Dios, pues los tiempos que Él ha señalado ya llegaron.

 

Kardec, Allan. 1872. La Génesis. Capítulo XVIII.

 




02 noviembre 2024

ANIMALES Y EL MÁS ALLÁ

Animales, Perros, Gatos, Gatitos

 

«El alma duerme en el mineral, sueña en el vegetal, se mueve en el animal y despierta en el hombre». 

El principio inteligente, principio del Espíritu, comienza su contacto con la materia en el mineral. León Denis:

El principio inteligente pasa así por los diferentes reinos, en el mineral (atracción), en el vegetal (sensación) y en el animal (instinto) hasta llegar a ser Espíritu en el reino hominal (razón).


 A continuación Allan Kardec realiza las siguientes cuestiones a los Espíritus Superiores sobre el tema, que pueden encontrarse en el Libro de los Espíritus.


Pregunta 585 : desde el punto de vista moral  existen, evidentemente, cuatro grados.” Esos cuatro grados tienen, en efecto, caracteres precisos, aunque  sus límites parezcan confundirse. La materia inerte, que constituye  el reino mineral, sólo tiene en sí una fuerza mecánica. Las plantas, compuestas de materia inerte, se hallan dotadas de vitalidad.

Los animales, compuestos de materia inerte y dotados de vitalidad,  tienen además una especie de inteligencia instintiva, limitada, con  conciencia de su existencia y de su individualidad. El hombre, que  tiene cuanto hay en las plantas y en los animales, domina a las otras  clases por medio de una inteligencia especial, ilimitada, que le da la  conciencia de su porvenir, la percepción de las cosas extramateriales  y el conocimiento de Dios.


Pregunta  592.

 Si comparamos al hombre con los animales desde el punto de vista  de la inteligencia, la línea de demarcación entre uno y otros parece  difícil de trazar, porque algunos animales tienen, desde ese punto de  vista, una notoria superioridad sobre determinados hombres. Esa  línea de demarcación, ¿puede ser trazada de una manera precisa?

 La naturaleza ha dado  a los animales todo lo que el hombre está obligado a inventar  con su inteligencia para satisfacer sus necesidades, con miras a  su conservación. El cuerpo del hombre se destruye como el de  los animales, es cierto, pero su Espíritu tiene un destino que  sólo él puede comprender, porque sólo él es completamente  libre. ¡Pobres hombres, que os rebajáis al nivel de los irracionales! ¿No sabéis distinguiros de ellos? Reconoced al hombre  por el pensamiento de Dios.”

 

593. ¿Se puede decir que los animales sólo actúan por instinto?

Es verdad que el instinto predomina en la mayoría de los animales. Con todo, ¿no ves  que actúan con una voluntad determinada? Eso es la inteligencia, aunque se halla limitada.”

Además del instinto, no se puede negar que algunos animales ejecutan acciones combinadas que denotan una voluntad de obrar en un  sentido determinado y conforme a las circunstancias. Por consiguiente, en ellos hay una especie de inteligencia, pero cuyo ejercicio se concentra más exclusivamente en los medios de satisfacer sus necesidades  físicas y de proveer a su conservación. No existe en los animales ningún tipo de creación ni de mejoramiento. Por mucho que sea el arte  que admiramos en sus trabajos, lo que hacían antaño es lo mismo que  hacen en la actualidad, ni mejor ni peor, según formas y proporciones  constantes e invariables.

Una cría, aislada de los de su especie, no por  eso deja de construir su nido conforme al mismo modelo, sin haber  recibido ninguna enseñanza. Si algunos animales son susceptibles de  cierta educación, su desarrollo intelectual, recluido en todos los casos  dentro de estrechos límites, se debe a la acción del hombre sobre una  naturaleza flexible, pues no progresan por sus propios medios. No  obstante, ese progreso es efímero y puramente individual, dado que el  animal, una vez librado a sí mismo, no tarda en volver a actuar dentro  de los límites trazados por la naturaleza.

 595. Los animales, ¿tienen el libre albedrío de sus actos?

“No son simples máquinas, como vosotros creéis. No obstante, su libertad de acción se halla limitada a sus necesidades, y no se la puede comparar con la del hombre. Dado  que los animales son muy inferiores al hombre, no tienen  los mismos deberes que este. Su libertad se halla restringida a los actos de la vida material.” 


597. Dado que los animales tienen una inteligencia que les confiere  cierta libertad de acción, ¿hay en ellos un principio independiente de la materia?

“Sí, y que sobrevive al cuerpo.”

– Ese principio, ¿es un alma semejante a la del hombre?

“Es también un alma, si así lo queréis. Eso depende del sentido que se le atribuya a esa palabra. No obstante, es inferior  a la del hombre. Entre el alma de los animales y la del

hombre hay tanta distancia como la que existe entre el  alma del hombre y Dios.”


598. El alma de los animales, ¿conserva después de la muerte su  individualidad y la conciencia de sí?

“Su individualidad, sí; pero no la conciencia de su yo. La  vida inteligente permanece en estado latente.”

 

599. El alma de los animales, ¿puede elegir encarnar en un animal  antes que en otro?

“No, debido a que carece de libre albedrío.”

 

600. Dado que el alma del animal sobrevive a su cuerpo, ¿se  halla después de la muerte en un estado errante, como la  del hombre?

“Es una especie de erraticidad, puesto que no se encuentra unida a un cuerpo, pero no es un Espíritu errante. El  Espíritu errante es un ser que piensa y obra por su libre  voluntad; el de los animales no tiene la misma facultad.

La conciencia de sí es el atributo principal del Espíritu. El  Espíritu del animal es clasificado, después de su muerte,  por los Espíritus a quienes les corresponde esa tarea, y se lo  utiliza casi de inmediato. No tiene oportunidad de ponerse en contacto con otras criaturas.”

 

601. Los animales, ¿siguen una ley progresiva, como los hombres?

“Sí. Por eso en los mundos superiores, donde los hombres están más adelantados, los animales lo están también  y disponen de medios de comunicación más desarrollados.  No obstante, siempre son inferiores al hombre y se hallan  subordinados a él. Son sus servidores inteligentes.”

En esto no hay nada de extraordinario. Supongamos que nuestros  animales más inteligentes –el perro, el elefante, el caballo– poseyeran una conformación adecuada para los trabajos manuales: ¿qué no  podrían hacer bajo la dirección del hombre?


602. Los animales, ¿progresan del mismo modo que el hombre, es  decir, por medio de su voluntad, o lo hacen por la fuerza de  las circunstancias?

“Por la fuerza de las circunstancias. Por ese motivo no hay  expiación para ellos.”

 

603.  En los mundos superiores, ¿conocen los animales a Dios?

“No. El hombre es un dios para ellos, así como antaño los  Espíritus eran dioses para los hombres.” 

 

En la cuestión 604.  

Dado que los animales –incluso los más perfeccionados, que se  encuentran en los mundos superiores– siempre son inferiores  al hombre, resulta de ahí que Dios ha creado seres intelectuales perpetuamente destinados a la inferioridad, lo cual parece  estar en desacuerdo con la unidad de miras y de progreso que  se observa en todas sus obras.

“Todo se eslabona en la naturaleza por medio de lazos que  aún no podéis captar. Las cosas que en apariencia son más  disparatadas tienen puntos de contacto que el hombre, en  su estado actual, nunca llegará a comprender. Puede entreverlos mediante un esfuerzo de su inteligencia, pero sólo  cuando esa inteligencia se haya desarrollado por completo  y se encuentre libre de los prejuicios del orgullo y de la ignorancia podrá ver con claridad la obra de Dios. Mientras  tanto, sus limitadas ideas hacen que vea las cosas desde un  punto de vista mezquino y estrecho. Sabed bien que Dios  no puede contradecirse, y que todo en la naturaleza se armoniza por medio de leyes generales que nunca se apartan  de la sublime sabiduría del Creador.”


 [604a] – La inteligencia, por consiguiente, ¿es una propiedad común, un  punto de contacto entre el alma de los animales y la del hombre?

“Sí, pero los animales sólo tienen la inteligencia de la  vida material. En el hombre, la inteligencia da lugar a la  vida moral.”


La pregunta 606, nos presenta la indagación crucial:

«¿La inteligencia humana y la de los animales emanan de un principio único?

Respuesta: «Sin lugar a dudas, pero, en el hombre, ha recibido una elaboración que la eleva por encima de la del animal».

Materia y espíritu constituyen los dos elementos generales del universo, estando arriba Dios, el Creador.

Esas tres cosas constituyen el principio de cuanto existe, la Trinidad Universal (LE 1-27).

 

En la Creación todo proviene del principio material: la materia, los fluidos, etc., y del principio espiritual: los espíritus y los principios inteligentes que le anteceden. En varias oportunidades, Kardec cuestiona a los espíritus, con respecto a eso.

Así, les pregunta (LE 1-64) si el principio vital formaría un tercer elemento, además del espíritu y de la materia, al que los espíritus responden negativamente, informando que ese principio tiene su fuente en las modificaciones de la materia universal.

 

También es de Kardec (LE 1-79) la indagación:

«Puesto que dos elementos generales hay en Universo: el elemento inteligente y el material, ¿Se podría afirmar que los Espíritus están formados del elemento inteligente, así como los cuerpos inertes se hallan integrados por el elemento material?»

Y la respuesta es afirmativa.

Al principio de los años 80, los científicos Jon Ahlquist y Charles Siby descubrieron que el código genético de los seres humanos y de los chimpancés tiene el 98,4% de identidad. En otras palabras, diferimos genéticamente de los chimpancés en tan sólo el 1,6% de nuestras características.

 

613. Las diferentes especies de animales no proceden intelectualmente unas de otras por medio de la progresión. Así, el espíritu de la ostra  no se convierte sucesivamente en el espíritu del pez, del pájaro, del  cuadrúpedo y del cuadrumano. Cada especie es un tipo absoluto, física y moralmente, cuyos individuos toman de la fuente universal la  cantidad de principio inteligente que necesitan, según la perfección  de sus órganos y la tarea que deben llevar a cabo en los fenómenos de  la naturaleza. Una vez muertos, devuelven esa cantidad de principio.  

Los animales de los mundos más adelantados  que el nuestro  también constituyen razas distintas  –apropiadas a las necesidades de esos mundos y al grado de adelanto  de los hombres, de quienes son auxiliares–, pero que no proceden  en modo alguno de los de la Tierra, espiritualmente hablando. No  sucede lo mismo con el hombre. Desde el punto de vista físico, es  evidente que el hombre integra un eslabón de la cadena de los seres  vivos. En cambio, desde el punto de vista moral, entre el animal y  el hombre hay solución de continuidad. Lo propio del hombre es  el alma o Espíritu, chispa divina que le confiere el sentido moral y  un alcance intelectual del que carecen los animales.

Los animales trabajan, como  tú. No obstante, su trabajo, al igual que su inteligencia, se  halla limitado al cuidado de su propia conservación. Por eso  en ellos el trabajo no genera progreso, mientras que en el  hombre tiene un doble objetivo: la conservación del cuerpo  y el desarrollo del pensamiento, que es también una necesidad que lo eleva por encima de sí mismo. ellos son, sin saberlo y mientras proveen a sus necesidades materiales, agentes que secundan los  designios del Creador.  Su trabajo no deja por eso de cooperar en el objetivo final de la naturaleza, aunque con mucha  frecuencia no descubráis su resultado inmediato.

 

El alma viene de Dios. Es, en nosotros, el principio de la inteligencia y de la vida. Esencia misteriosa, escapa al análisis, como todo cuanto dimana del Absoluto.


Creada por amor, creada para amar, tan insignificante que puede ser encerrada en una forma frágil, tan grande que, con un impulso de su pensamiento, abarca el Infinito,

El alma es una partícula de la esencia divina proyectada al mundo material. Desde la hora en que cayó en la materia, hemos contemplado el camino que siguió para remontar hasta el punto actual de su carrera. Precisó pasar por vías oscuras, revestir formas, animar organismos que dejaba al salir de cada existencia, como se hace con un vestuario inútil. Todos estos cuerpos de carne perecieron, el soplo de los destinos les dispersó las cenizas.

Mas el alma persiste y permanece en su perpetuidad, prosigue su marcha ascendente, recorre las innumerables estaciones de su viaje y se dirige hacia un fin grande y apetecible, un fin que es la perfección. El alma contiene en estado virtual, todos los gérmenes de su desarrollo futuro. Está destinada a conocer, adquirir y poseer todo. Para realizar sus fines, tiene que recorrer, en el tiempo y el espacio, un campo sin límites.

El objetivo de la evolución, la razón de ser de la vida no es la felicidad terrestre, como muchos erróneamente creen, y sí el perfeccionamiento de cada uno de nosotros. Y ese perfeccionamiento debemos realizarlo por medio del trabajo, del esfuerzo, de todas las alternativas de la alegría y del dolor, hasta que nos hayamos desarrollado completamente y elevado al estado celeste.

El dolor, físico y moral, forma nuestra experiencia. La sabiduría es el premio. Poco a poco el alma se eleva y, conforme va subiendo, en ella se va acumulando una suma siempre creciente de saber y virtud; se siente más estrechamente unida a sus semejantes; se comunica más íntimamente con su medio social y planetario. Elevándose cada vez más, no tarda en unirse por lazos pujantes a las sociedades del Espacio y después al Ser Universal.

Así, la vida del ser consciente es una vida de solidaridad y libertad. Libre dentro de los límites que le señalan las leyes eternas, se constituye en arquitecto de su destino. Su adelantamiento es obra suya. Ninguna fatalidad lo oprime, salvo la de sus propios actos, cuyas consecuencias recaen en él; mas, no puede desarrollarse y medrar sino en la vida colectiva con el recurso de cada uno y en provecho de todos. Cuanto más sube, tanto más se siente vivir y sufrir en todos y por todos. En la necesidad de elevarse a sí mismo, atrae a sí, para hacerlos llegar al estado espiritual, a todos los seres humanos que pueblan los mundos donde viviera. Quiere hacer por ellos lo que por él hicieran sus hermanos más viejos, los grandes Espíritus que lo guiarán en su marcha.

 

La materia es el obstáculo útil; provoca el esfuerzo y desarrolla la voluntad; contribuye para la ascensión de los seres, imponiéndoles necesidades que los obligan a trabajar. ¿Cómo, sin el dolor, habríamos de conocer la alegría; sin la sombra, apreciar la luz; sin la privación, saborear el bien adquirido, la satisfacción alcanzada?


Aquí está la razón del por qué encontramos dificultades de toda suerte en nosotros y a nuestro alrededor.

 

 735. ¿Qué pensar de la destrucción que excede los límites de las  necesidades y de la seguridad; de la caza, por ejemplo, cuando  su único objetivo es el placer de destruir, sin utilidad alguna?

“Predominio de la bestialidad sobre la naturaleza espiritual. Toda destrucción que rebase los límites de la necesidad es una violación de la ley de Dios. Los animales sólo destruyen para proveer a sus necesidades. El hombre, en cambio, que posee libre albedrío, lo hace  sin necesidad. Tendrá que dar cuenta del abuso de la  libertad que se le ha concedido, porque en esos casos  cede a los malos instintos.”

Reflexiones

Reflexión 18/5/19

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