¿Qué es para ti necesario y qué es superfluo en tu vida?
Rogier Hoekstra |
La naturaleza dual del hombre – cuerpo y espíritu – le impone la necesidad de mantener la vida en su doble aspecto. Pero acontece que la mayoría de los habitantes de este Planeta se preocupa solamente por su aspecto material, por eso relega y descuida los intereses espirituales por ignorancia o indiferencia. Entre tanto, el Creador dotó a todos los seres vivos, particularmente el hombre, de los instintos y de la inteligencia apropiados para la conservación de la vida, proporcionándoles los medios para ello. (9)
Todo lo que el hombre necesita para el sustento de la
vida se encuentra en la Tierra. Es admirable la providencia y la sabiduría
divinas que se manifiesta en la Naturaleza para proveer a todas las necesidades
del hombre, primitivo o civilizado, en cualquier época. Por un lado, todos los
recursos naturales están al alcance de la criatura en la atmósfera, en las
aguas y en las entrañas de la Tierra; por otro, se encuentra la necesidad del
esfuerzo, del trabajo, la aplicación de la inteligencia, la lucha contra los
elementos para poseer el provecho de los medios de manutención. (10)
Es importante que el ser humano aprenda a establecer un
límite entre lo superfluo y lo necesario evitando, en la medida de lo posible,
las exigencias de la sociedad de consumo. Entre tanto sabemos que no es fácil
la definición precisa de este límite porque el proceso de civilización creó
necesidades que el salvaje desconoce. Todo es relativo, y le compete a la
razón regular las cosas.
La Civilización desarrolla el sentido moral, y, al mismo
tiempo, el sentimiento de caridad que conduce a los hombres a prestarse mutuo
apoyo. Los que viven a expensas de las privaciones de los otros, explotan en su
provecho los beneficios de la Civilización. De ésta sólo poseen el barniz, así
como hay personas que no tienen de la religión más que una máscara. (3)
Comprendemos que es natural desear el bienestar. Dios
sólo rechaza el abuso, porque es contrario a la conservación. No condena la
búsqueda del bienestar si éste no fue adquirido a expensas de otros y no
debilitó vuestras fuerzas físicas ni vuestras energías morales. (4)
En ese sentido es siempre muy valioso dejar de lado lo
superfluo porque eso desliga al hombre
de la materia y eleva su alma. Es meritorio resistir a la tentación que
arrastra al exceso o al gozo de las cosas inútiles; es bueno que el hombre se
prive de una parte de lo que le es necesario para darlo a quien carece de lo
suficiente. (5)
Según el Espíritu Bezerra de Menezes, el mundo está
repleto de oro. Oro en el suelo. Oro en el mar. Oro en los cofres. Pero el oro
no resuelve los problemas de la miseria. El mundo está repleto de espacio.
Espacio en los continentes. Espacio en las ciudades. Espacio en los campos.
Pero el espacio no resuelve el problema de la codicia. El mundo está repleto de
cultura. Cultura en la enseñanza. Cultura en la técnica. Cultura en la opinión.
Pero la cultura de la inteligencia no resuelve el problema del egoísmo. El
mundo está repleto de teorías. Teorías en las ciencias. Teorías en las escuelas
filosóficas. Teorías en las religiones. Pero las teorías no resuelven el
problema de la desesperación. El mundo está repleto de organizaciones.
Organizaciones administrativas. Organizaciones económicas. Organizaciones
sociales. Pero las organizaciones no resuelven el problema del crimen. (11)
¿Cuál sería entonces la solución para esos problemas?
Bezerra nos da, evidentemente, la respuesta correcta: Para extinguir la llaga
de la ignorancia que incentiva la miseria; para disipar la sombra de la codicia
que genera alucinación; para exterminar el monstruo del egoísmo que fomenta la
guerra; para anular la larva de la desesperación que impulsa la locura; para
remover el lodazal del crimen que produce la desdicha, el único remedio
eficiente es el Evangelio de Jesús en el corazón humano. (12)
Dentro de ese contexto de lo que es superfluo y lo que es
necesario para nuestra existencia, nos hacemos eco de las siguientes
reflexiones de un Espíritu Protector, quien
en un mensaje dictado en el año 1861, decía: Cuando reflexiono sobre la
brevedad de la vida, me impresiona dolorosamente la incesante preocupación de
que es objeto para vosotros el bienestar material, mientras que atribuís tan
escasa importancia y no consagráis sino un poco o ningún tiempo a vuestro
perfeccionamiento moral, que debe interesaros para la eternidad. Ante la
actividad que desplegáis, parecería que se tratara de una cuestión del más alto
interés para la Humanidad, cuando, en la mayoría de los casos no es más que
poneros en condiciones de satisfacer necesidades desmedidas, la vanidad, o
entregaros a excesos.
¡Cuántas penas, disgustos y tormentos se impone a sí
mismo cada uno; cuántas noches de insomnio para acrecentar una fortuna que con
frecuencia ya es más que suficiente! Para colmo de vuestra ceguera, es común
ver a personas que por el apetito desmedido de obtener fortuna y los gozos que
ésta les proporciona, se esclavizan a un trabajo penoso y se vanaglorian de una
existencia a la que consideran de sacrificio y de mérito, como si trabajaran en
beneficio de otros y no para ellos mismos.
¿Creéis realmente, que se os tendrán en cuenta los
desvelos y esfuerzos realizados cuyos móviles son el egoísmo, la codicia y el
orgullo, mientras que descuidáis vuestro futuro y los deberes que impone la
solidaridad fraterna a todos aquellos que gozan de las ventajas de la vida
social?
Sólo habéis pensado en vuestro cuerpo; su bienestar, sus
placeres fueron los únicos objetivos de vuestra preocupación egoísta. Y por él
– que perece - despreciasteis vuestro Espíritu, que vivirá siempre. Es por eso
que ese amo tan delicadamente atendido y mimado se ha transformado en vuestro
tirano, domina a vuestro Espíritu que se ha convertido en su esclavo. ¿Será esa
la finalidad de la existencia que Dios os otorgó? (1)
Si aprendemos a establecer un límite entre lo necesario y
lo superfluo, no debemos temer el futuro ni pensar que pasaremos privaciones.
Los Espíritus Superiores nos afirman que “La Tierra producirá lo
suficiente para alimentar a todos sus habitantes, cuando los hombres sepan
administrar los bienes que ella les brinda, según las leyes de justicia, de
caridad y de amor al prójimo. Cuando reine la fraternidad entre los diversos
pueblos como entre las provincias de un mismo país, lo momentáneamente
superfluo de uno suplirá la insuficiencia temporaria del otro, y cada uno
tendrá lo necesario. De esa manera, el rico se considerará como un hombre que
posee grandes cantidades de semillas. Si las distribuye, éstas producirán cien
veces más para él y para los otros. Pero si él las come solo, si las desperdicia
y deja que se pierda el excedente de lo que haya comido, las semillas nada
producirán, y no habrá lo suficiente para todos. Si las almacena en su granero,
los parásitos las devorarán.
Por eso es que Jesús dijo: “No acumuléis tesoros en la
Tierra”, porque son perecederos; “acumuladlos en el cielo”, donde son eternos.
En otras palabras: no les deis a los bienes materiales más importancia que a
los espirituales, y sabed sacrificar a los primeros en provecho de los
segundos. (2)
Teniendo en cuenta la importancia de nuestra felicidad
espiritual, algo debemos hacer para educar nuestros impulsos consumistas y
dominar el deseo de la posesión y de la acumulación de bienes. Es necesario
confiar más en la Providencia Divina, y aceptar la segura orientación de Jesús:
Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por
vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y
el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo: no siembran, ni
cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No
valéis vosotros más que ellas?
Por lo demás, ¿quién de vosotros puede, por más que se
preocupe, añadir un solo codo a la medida de su vida? Y del vestido, ¿por qué
preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan ni
hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de
ellos. Pues si la hierba del campo que hoy es y mañana se echa al horno, Dios
así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe? No
andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer? ¿qué vamos a beber?
¿con qué vamos a vestirnos? Que por todas esas cosas se afanan los gentiles;
pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad
primero el Reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se os darán por
añadidura. Así que no os inquietéis del mañana: el mañana se preocupará de sí
mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal. (6)
Analizando esas orientaciones de Jesús, entendemos que
uno de los grandes problemas del ser humano respecto de la preocupación por
acumular bienes, es la inseguridad. El origen de la inseguridad está en el
hecho de que sobredimensionamos nuestras necesidades esenciales. Pensamos
demasiado en nosotros mismos y vivimos tan angustiados, tan tensos, tan
preocupados por los pequeños problemas que bullen en nuestra mente porque les
concedemos excesiva atención, que no tenemos tiempo para detenernos y pensar en
Dios, que alimenta a la humilde ave hasta la saciedad y que viste de belleza
incomparable la hierba del campo. Él es nuestro amparo fundamental, nuestra más
legítima bendición, nuestro futuro más promisorio, nuestra verdadera felicidad.
Podrán argumentar: si lo esperamos todo del Creador,
estaremos condenados a la indolencia, causa que genera problemas más serios que
la misma inseguridad. Pero esto es un error. Lo que Jesús pretende es que no
conservemos temores en nuestro corazón y que veamos en Dios nuestra
providencia, nuestro apoyo para vivir en paz. Al recomendar que busquemos por
sobre todas las cosas el Reino de Dios, donde todas nuestras aspiraciones se
realizarán, estaba muy lejos de invitarnos a la inercia.
Al ser el Reino un
estado de conciencia, una especie de limpieza y de poner en orden la casa
mental, es evidente que no se trata de una tarea para indolentes, porque exige
una férrea disciplina interior, un ingente trabajo de renovación propia, una
lucha exhaustiva contra nuestras tendencias inferiores. (7)
Para vivir el mensaje evangélico es preciso aprovechar la bendición del tiempo y valorar las oportunidades que se presentan . A cada día, explica el Maestro, le basta sus males. Quien se preocupa mucho por el futuro, compromete el presente. Hoy es nuestra legítima oportunidad de aprender y trabajar, servir y edificar. (8)
Presentamos a continuación algunos preceptos que fueron
sugeridos por el Espíritu André Luiz. Son preceptos que nos pueden servir de
guía para ayudarnos a educar nuestra ansiedad de consumir y acumular bienes,
con el fin de poder acometer con más seguridad nuestro crecimiento espiritual:
- No conviertas tu hogar en un museo.
- El utensilio inútil en casa, puede ser de utilidad en casa ajena.
- El desapego comienza por las cosas pequeñitas, y el objeto conservado sin ser utilizado en la morada pone de manifiesto los sentimientos del morador.
- La verdadera muerte comienza en la inmovilidad.
- Quien hace circular los préstamos de Dios, renueva su propio camino.
- Transforma los enseres inútiles en fuerzas vivas del bien.
- Saca de la despensa los alimentos olvidados y distribúyelos fraternalmente entre los compañeros cuyos estómagos están atormentados.
- Revisa el guardarropas, libera las perchas de las prendas que no usas, y llévalas a los transeúntes desnudos de la calle.
- Deposita los pares de zapatos que te sobran en los pies descalzos que transitan a tu alrededor.
- Elimina el excedente del mobiliario y aumenta la alegría de las viviendas carentes. Observa lo que guardas en cajones y placares, y bríndale aplicación a los objetos que ya no utilizas en tu uso personal.
- Transforma en patrimonio ajeno los libros cubiertos de polvo que no consultas y entrégalos al lector que carece de recursos para adquirirlos.
- Examina tu dinero, y da un poco más de lo que donas en los simples compromisos de la fraternidad, mostrando así gratitud por lo recibido por añadidura de la Divina Misericordia.
- Prevente hoy contra el remordimiento de mañana. El exceso en nuestra vida crea la necesidad de nuestro semejante. (13)
Allan Kardec inquirió a los Espíritus superiores sobre lo necesario y lo superfluo en El Libro de los Espíritus en los siguientes parágrafos:
704. Puesto que Dios ha dado al hombre la necesidad de vivir, ¿le ha proporcionado siempre los medios para ello?
“Sí, y si no los
encuentra es porque no los comprende. Dios no ha podido dar al hombre la
necesidad de vivir sin proporcionarle los medios para ello, por eso Él hace que
la tierra produzca lo que sus habitantes necesitan; pues sólo lo necesario es
útil; lo superfluo nunca lo es.”
705. ¿Por qué la tierra no siempre produce lo suficiente para proporcionar al hombre lo necesario?
“¡Porque el hombre es ingrato y la
descuida! No obstante, ella es una excelente madre. El hombre también suele
acusar a la naturaleza de lo que constituye el efecto de su propia impericia o
de su imprevisión. La tierra produciría siempre lo necesario si el hombre
supiera contentarse con ello. Si la tierra no lo abastece, es porque el hombre
emplea en lo superfluo lo que podría destinar a lo necesario. Mira al árabe en
el desierto: siempre encuentra de qué vivir, porque no se crea necesidades
ficticias. En cambio, cuando la mitad de los productos se desperdicia en
satisfacer fantasías, ¿debe el hombre asombrarse de no encontrar nada al día
siguiente, y tiene razón de quejarse si está desprovisto cuando llegan los
tiempos de escasez? En verdad os digo, no es la naturaleza la imprevisora, sino
el hombre, que no sabe administrarse.”
706. Por bienes de la tierra, ¿sólo debemos entender los productos del suelo?
“El suelo es la fuente principal de donde derivan los
otros recursos, porque en definitiva esos recursos no son más que una
transformación de los productos del suelo. Por eso hay que entender por bienes
de la tierra todo lo que el hombre puede disfrutar en este mundo.”
707. Algunos individuos suelen carecer de medios de subsistencia, incluso entre la abundancia que los rodea. ¿A quién deben culpar por eso?
“Al egoísmo de los hombres, que no siempre hacen lo que
deben. Con todo, la mayoría de las veces esos individuos deben culparse a sí
mismos. Buscad y encontraréis.96 Estas palabras no quieren decir que basta
mirar al suelo para encontrar lo que se desea, sino que es preciso buscarlo con
ardor y perseverancia, y no con desidia, sin dejarse desalentar por los
obstáculos que muy a menudo no son más que medios de poner a prueba vuestra
constancia, paciencia y firmeza.”
Si bien la civilización multiplica las necesidades, también multiplica las fuentes de trabajo y los medios de subsistencia. No obstante, es preciso convenir en que en ese aspecto le queda todavía mucho por hacer. Cuando la civilización haya cumplido su obra, nadie podrá decir que carece de lo necesario, salvo que sea por su propia culpa. La desgracia de muchos se debe a que se internan en un camino que no es el que la naturaleza les ha trazado, en cuyo caso les hace falta la inteligencia para triunfar. Hay lugar para todos bajo el sol, pero con la condición de que cada uno ocupe el suyo y no el de los demás.
La naturaleza no puede ser responsable de los vicios de la organización social ni de las consecuencias de la ambición y del amor propio. Con todo, habría que ser ciego para no reconocer el progreso que se ha realizado en ese aspecto en los pueblos más adelantados. Gracias al loable esfuerzo conjunto que la filantropía y la ciencia no cesan de llevar a cabo para mejorar la condición material de los hombres, y a pesar del crecimiento incesante de las poblaciones, la insuficiencia de la producción ha disminuido –al menos en gran medida– y ni siquiera los años más calamitosos del presente se pueden comparar con los de poco tiempo atrás.
La higiene pública, ese
elemento tan esencial para la fuerza y la salud, que nuestros padres no
conocían, es objeto de una atención especializada. El infortunio y el
sufrimiento encuentran lugares donde refugiarse. En todas partes la ciencia es
aplicada para contribuir al aumento del bienestar. ¿Significa eso que hemos
alcanzado la perfección? ¡No, por cierto! Sin embargo, lo que se ha hecho nos
da la medida de lo que puede hacerse con perseverancia, si el hombre es
suficientemente sabio para buscar su felicidad en las cosas positivas y serias,
y no en utopías que lo retrasan en vez de hacerlo adelantar.
708. ¿No hay situaciones en que los medios de subsistencia no dependen en modo alguno de la voluntad del hombre, y en que la privación de lo más indispensable es una consecuencia de la fuerza de las circunstancias?
“Se trata de una prueba, a menudo cruel, que el hombre debe
sufrir, y a la que sabía que estaría expuesto. Su mérito radica en la sumisión
a la voluntad de Dios, en caso de que su inteligencia no le proporcione ningún
medio para salir de la dificultad. Si la muerte lo alcanza, debe someterse a
ella sin quejarse, y pensar que la hora de la verdadera liberación ha llegado y
que la desesperación de los últimos instantes puede hacerle perder el fruto de
su resignación.”
709. Los que en determinadas situaciones críticas se han visto obligados a sacrificar a sus semejantes para alimentarse con sus despojos, ¿han cometido un crimen? De ser así, dicho crimen, ¿se ve atenuado por la necesidad de vivir, que resulta del instinto de conservación?
“Ya he
respondido al decir que hay más mérito en sufrir todas las pruebas de la vida
con valor y abnegación. En el caso citado, existe asesinato y crimen de lesa
naturaleza: falta que debe ser doblemente castigada.”
710. En los mundos donde el organismo es más depurado, ¿tienen los seres vivos necesidad de alimentarse?
“Sí, pero sus alimentos son
adecuados a su naturaleza. Esos alimentos no serían suficientemente
sustanciosos para vuestros estómagos groseros. De igual modo, ellos no podrían
digerir los vuestros.”
REFERENCIAS
1. KARDEC, Allan. El Evangelio según el Espiritismo.
Capítulo XVI. Ítem 12.
2. __________. Cap. XXV. Ítem 8.
3. __________. El Libro de los Espíritus. Pregunta 717.
4. __________. Pregunta 719.
5. __________. Pregunta 720a.
6. BIBLIA. Biblia de Jerusalén. Equipo e traductores de
la edición española de 1999. Ed. Desclée de Brouwer. Bilbao. (Mateo, 6: 25 y
34) págs. 2185- 2186.
7. SIMONETTI, Richard. A Voz do Monte. Ítem: A distância
do Reino.
8. __________. Ibídem.
9. SOUZA, Juvanir Borges de. Tempo de Transição. Cap. 5:
Necessário e supérfluo.
10. __________. Ibídem.
11. XAVIER, Francisco Cândido & VIEIRA, Waldo. El
Espíritu de Verdad. Por Diversos Espíritus. Cap. 1: Problemas del mundo.
Mensaje del Espíritu Bezerra de Menezes.
12. __________. Ibídem.
13. __________. Cap. 2: Tú y el exceso. Mensaje del
Espíritu André Luiz
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