Muchos hombres atentos solamente a sus preocupaciones cotidianas no
tienen demasiado interés en pensar en lo que va a suceder después de la
muerte, conllevando esa actitud a un olvido temporal durante la vida de
ese inevitable tema.
La ocultación de la verdad de lo que significa morir para el hombre fue
extendida desde hace siglos, camuflada bajo una capa nebulosa y espesa. ¿Por qué motivo?
De una forma indirecta o intencionada, generada por miedo e ignorancia a
lo desconocido, añadido a la ansiedad que causa el no saber en realidad
qué es lo que va a suceder cuando llegue la hora de partir; o incluso
por el dominio que unos pocos pueden ejercer sobre una masa de
ciudadanos ignorantes de las verdades espirituales, son algunos de los
motores por los cuales se mantuvo y aún se mantiene a un gran conjunto
de la sociedad humana en la infancia del saber espiritual.
Actualmente la forma de vida está centrada en los placeres efímeros de
adquisición y acumulación de bienes materiales que tienen como resultado
un desvío de intereses, llevando a la mente a un estado ilusorio
acarreando una insatisfacción permanente al hombre, donde la muchedumbre
de una manera general, perdida, no sabe solventar sus inquietudes.
Sumergido en sus labores de conquistas exteriores, el hombre no es
feliz, no es mejor que hace siglos, estos siglos donde los minutos de la
eternidad han sido testigos de la creciente insatisfacción y
desesperación humana; siglos donde el hombre levantó sus ideales bajo
los cimientos de las apariencias vacías, no trayéndole a pesar de los
años ningún sosiego, ni siquiera una clara noción de su porvenir.
Esa manera de vivir y ese comportamiento no proporcionan sostén alguno
en la marcha de la confección de un ser integral, es por el contrario,
como un generador de insuficiencias morales, excesos y
sublevaciones, brindándole el campo labrado de las pasiones, donde viven gobernando los instintos inferiores. En la investigación de algo que le
conforte las ansiedades prioriza la satisfacción de las necesidades
eminentes; de los apetitos y de los deseos, perdiéndose en la propia
búsqueda de sí mism@.
A pesar de todos los esfuerzos, de todos los intentos de la sociedad en
alcanzar el progreso innovador, el hombre aún titubea en la inseguridad
de su futuro, no encontrando las respuestas a sus inquietudes.
Amedrentado, prefiere no pensar y solamente vivir el hoy y ahora, en un
descenso vertiginoso en la montaña rusa del materialismo donde
desprovisto de los valores morales, se descarrila.
La suposición de la desaparición del ser humano con la muerte, lejos de
ser veraz, es un engaño superlativo que no se puede absolutamente creer
ni fomentar.
El espiritismo viene a esclarecer con la ayuda de nuestros hermanos
desencarnados, las necesidades de mejorar las conductas desviadas para
poder avanzar en la escala evolutiva, como seres que sobrevivimos, seres
inmortales que somos.
La Doctrina Espírita nos ofrece testimonios a través de las experiencias
de los que ya partieron, en los ejemplos de comportamiento y las
consecuencias de las actitudes del día a día en la situación posterior a
muerte del hombre.
La muerte, no simboliza en absoluto y en hipótesis alguna el término de
todo, ya que no existe, siendo en realidad solamente un sinónimo de
transformación.
A diario, nosotros somos testigos de esa transformación necesaria e
irrevocable en todos los hechos que concierne a la Naturaleza y a todo
el Universo. Todos los seres vivos de manera general vamos cambiando en
diferentes etapas de la vida y la muerte es un cambio más que todos
realizaremos. Basta detenerse y analizar la vida. Nuestro propio cuerpo
material es un ejemplo, ya que se renueva periódicamente, pero podemos
observar que la memoria y el pensamiento son siempre fieles a sí mismo,
hay pues un principio inteligente que mantiene esos cambios y que hace
que no perdamos nuestra identidad a lo largo de la vida.
Ese principio inteligente es el espíritu actuando sobre la materia que
agrupa, asociando todas las potencias intelectuales manteniendo de ese
modo las características físicas de cada uno.
León Denis, unos de los defensores y propagadores del Espiritismo, en
“Después de la muerte”, nos dice: “Si nuestra entidad espiritual se
mantiene y persiste a través de la perpetua renovación de moléculas y
las transformaciones de nuestro cuerpo físico, la disgregación, la
desaparición final de este último no podrán alcanzarla tampoco en su
existencia.
Hemos visto que nada se aniquila en el Universo.
Cuando la química nos enseña que ningún átomo se pierde, cuando la
física nos demuestra que ninguna fuerza se desvanece, ¿cómo creer que
esa unidad prodigiosa en que se resumen todas las facultades
intelectuales, que ese Yo consciente en quien la vida abandona las
cadenas de la fatalidad, puede disolverse y aniquilarse?
No solamente la lógica y la moral, sino también los hechos mismos,
hechos de orden sensible, a la vez fisiológicos y psíquicos, todo
concurre, mostrando la persistencia del ser consciente después de la
tumba, a probarnos que el alma se encuentra más allá del sepulcro tal
cual ella misma se ha formado por sus acciones y sus esfuerzos en el
curso de su existencia terrestre.”
El alma es un espíritu eterno, encarnado momentáneamente
en un planeta material, cuyo cuerpo es la envoltura temporal de materia
perecedera que utiliza para domar sus instintos inferiores y ejercer sus
potenciales divinos, a través de las vivencias en situaciones que lo
experimentarán y que le van proporcionando el campo íntimo necesario
para que el espíritu avance en su marcha evolutiva.
Después de un período de tiempo, que nosotros reconocemos como “vida”,
el espíritu desecha ese cuerpo que ya no le sirve, por diversos y
diferentes motivos y vuelve a la patria espiritual, para seguir su
aprendizaje en un período de erraticidad.
No debemos confundir el cuerpo, la sangre, las venas, los músculos, con
la razón, con la voluntad o el juicio de nuestro ser que están regidos
por la conciencia del espíritu.
Ese proceso ocurrirá cuantas veces sea necesario hasta que el espíritu
llegue al nivel exigido, es lo que se denomina reencarnación.
Ese mundo espiritual que no vemos normalmente, por nuestros sentidos
densos, está en otra faja de vibración, en otra esfera de sensaciones,
pero existe, es el mundo original o primitivo, preexistente y
superviviente a todo.
El mundo que se deja al desencarnar o morir es el mundo material,
secundario, que si no hubiese existido jamás, no causaría ningún
perjuicio para el mundo espiritual.
La única certeza que cualquier persona puede tener en la vida con toda
la seguridad, es que va a morir, las demás cosas pueden suceder o no. De
hecho, desencarnar es la consecuencia de una de las Leyes Morales, no
siendo posible derogarla, porque es profunda y de un orden inmutable.
¿No es avasalladora esa afirmación?
Esa cuestión interesa a todos los hombres, porque todos estamos sometidos a esa Ley e irremediablemente pasaremos por ella.
Por lo tanto, el conocimiento de la supervivencia del espíritu abre los
campos de las percepciones y asimilaciones de nuevos conocimientos, al
mismo tiempo que conforta, apacigua, alienta y renueva al hombre, porque
le da esperanza en un mañana.
Mirando de frente, el ser humano debe analizar las cuestiones que
siempre ha intentado a lo largo de la historia contestar y ha buscado
con incesante codicia la respuesta: ¿Qué pasará después?
Seguiremos vivos y podemos afirmar que somos espíritus inmortales, los
seres inteligentes de la Creación. El alma es el ser inmaterial e
individual que reside en nosotros y sobrevive al cuerpo.
Fuimos creados por Dios para un propósito, tenemos un destino que es
colaborar con Él en su Creación. Somos sus pupilos amados, y Él ha
creado para nosotros con Amor condiciones para que podamos llegar por
nuestro propio perfeccionamiento a este destino.
Los hermanos que nos preceden, los buenos espíritus que vinieron durante
toda la historia de la humanidad a auxiliar al hombre, vuelven ahora de
una manera clara e innegable,a explicar de una forma metódica, racional y
elevada las enseñanzas de Cristo, para ayudarnos a avanzar más rápido
en el camino de nuestro destino, cambiando la perspectiva errónea que
hemos asimilado después de tanto tiempo de ignorancia y aclaran que el
porvenir depende de nosotros mismos.
El saber que estaremos vivos en el mundo espiritual, es tranquilizador,
da al hombre confianza y esperanza, confirma las múltiples oportunidades
de enriquecimiento noble y de valores elevados, que Dios nos concede en
cada nueva encarnación; entonces ¿por qué no nos preparamos como es
debido para ese pasaje?
Esos seres que han pertenecido al mundo corpóreo, constituyen ahora
después de perder el cuerpo físico a lo que llamamos mundo espiritual.
De hecho en el ítem V de la introducción del Libro de los Espíritus el
insigne pedagogo Allan Kardec nos declara esta certeza cuando afirma que
las respuestas dadas por los espíritus son “un sello de tal sabiduría,
de profundidad y exactitud; revelan pensamientos tan elevados y
sublimes, que no pueden emanar más que de una inteligencia superior,
identificada con la moral más pura.
No obstante, Allan Kardec advierte también que “...otras veces son tan
superficiales, frívolas e incluso triviales, que la razón se rehúsa a
admitir que proceden de la misma fuente. Esa diversidad de lenguajes
sólo encuentra una explicación en la diversidad de las inteligencias que
se manifiestan...”
Entonces nos llama la atención para el discernimiento, en el análisis de
las comunicaciones, porque el espíritu cuando desencarna será lo que
haya forjado en sí mismo durante su vida, será las consecuencias de sus
actos.
Por sintonía los actos van determinando la posición en que corresponderá
vivir cuando llegue en el plano espiritual, porque bajo Las Leyes
Morales, esta ley justa y equitativa, los actos son fundamentales y
nadie podrá evadirse de ellos.
Es durante la vida encarnada que el espíritu escoge el sitio en que va a
estar después de su desencarnación. Con sus actitudes, volcadas así al
bien, la bondad, y el amor, vislumbrará un sitio donde podrá seguir
trabajándose en esta línea de perfeccionamiento.
O por el contrario, con sus acciones desprovistas de honestidad y
caridad, en un perpetuo combate de riqueza, gloria, vicios que son
reinados de un día, se asociará a planos menos dichosos donde tendrá que
recapacitar, arrepentirse y solicitar reajustarse con los designios de
Dios.
Como consecuencia de ese conocimiento, a partir de ahora que eres
consciente que seguirás vivo, es de suma importancia prestar atención en
la vida actual, y preguntarnos cada día: ¿qué es lo que hice hoy por
mí, por mi prójimo?
Aprovechar el tiempo en que estamos internos en esa escuela de la vida,
es ser sabio y previsor. Algunos rechazan la oportunidad de
enriquecimiento, en razón de la parálisis momentánea de sus facultades
superiores, otros sin embargo prefieren la comodidad a que están
acostumbrados, y desperdician las ocasiones de enriquecimiento superior.
¡No seas uno de ellos!
Indagar y examinar son los deberes que el hombre debe hacer, para
evaluar sus actos y cambiar los que no se ajustan a la moral elevada
secándola de la animalidad, asumiendo la dirección de su propia senda
evolutiva.
El espiritismo mató la muerte, quitó el paño que la cubría demostrando
que seguimos vivos, abriendo una visión amplia basada en fundamentos
racionales, lógicos e irrefutables acerca del futuro del hombre como
espíritu inmortal.
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