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07 octubre 2021

APRENDER A VIVIR PARA MORIR BIEN

 


La desencarnación es un proceso por el cual el espíritu se desliga del cuerpo que perdió la vitalidad y no le puede servir para su manifestación en el mundo terrenal.

 

El espíritu no muere cuando el cuerpo muerte. No depende de éste para existir. Antes de encarnar en este mundo, el espíritu ya existía y continuará existiendo después que el cuerpo muera.

 

Desvinculado del cuerpo que falleció, el espíritu continua existiendo en condiciones diferentes de manifestación en otro plano de existencia: el mundo espiritual, su patria de origen.

 

Desde un sentimiento de individualidad, la muerte se estima como una disolución, incluso por aquellos que creen en otros planos de existencia. Asimismo, la muerte da por acabada la relación con la propia personalidad, el cuerpo, los seres queridos y los objetos circundantes.

 

Llegan a su fin los deseos, los logros, los anhelos y las tendencias. La persona que muere es arrebatada, de súbito, de este mundo. La sola idea resulta muy traumática para la gran mayoría de las personas. Ha sido así siempre, incluso entre las personas ordinarias y religiosas de las antiguas culturas. Tan sólo si se transforma la consciencía y se modifica la actitud es posible variar el enfoque hacia la muerte. Esto forma parte del camino para aprender a morir.

 

Aquellos que tras un considerable trabajo interior y de mutación de la psicología han obtenido una comprensión más amplia y se han establecido más allá de la burda máscara de la personalidad consiguen que la muerte deje de ser tal. Al trascender el ego superan la muerte. Para ello es necesario ir superando todas las trabas e impurezas mentales y obtener así un cambio de actitud vital que hará posible a su vez una variación en la manera de encarar la muerte.

 

Para enfocar la muerte de un modo distinto al habitual, es decir, sin temor, son necesarios los siguientes requisitos:

 

- Un cambio de actitud ante la idea de la muerte.

 

- Un entrenamiento y reeducación psicomental.

 

- Una transformación de la consciencia y sus comportamientos.

 

- Establecerse en el desapego y la libertad interior.

 

 

Todo ello requiere un aprendizaje interior.

 

Las técnicas que lo conforman no sólo nos ayudarán a enfrentarnos a la muerte, sino a vivir mejor y de modo más lúcido.

 

Con la práctica de la meditación, la vida y la muerte se contemplarán de un modo diferente. Existe un gran número de técnicas de entrenamiento y reeducación mental,  y unas encajan mejor que otras según la naturaleza y temperamento humanos.

 

- Modificación de la actitud ante la muerte

 

La muerte está aquí. Tener consciencia de la misma es saludable y lenitivo. Hay que aprender a relacionarse con la muerte y a aceptarla de forma vivencial. No se trata de obsesionarnos por los pensamientos de la muerte ni alimentar aprensión o hipocondría, sino saber con lucidez que la muerte forma parte de la vida.

 

Vida y muerte caminan codo con codo.

 

Si fuéramos realmente conscientes de lo inevitable de la propia muerte, no sólo cuidaríamos y cultivaríamos más nuestra vida interior y nuestro proceder, sino que estaríamos en mejor disponibilidad para los seres queridos, y comprenderíamos cuánto hay que amarlos y atenderlos, porque los podemos perder o ellos perdernos a nosotros sin previo aviso. Esta es una instrumentalización sabia, y no hipocondríaca, del fenómeno muerte.

 

La muerte es una mensajera divina si aprendemos a utilizarla para superar estados de ánimo negativos. El recuerdo de la muerte se convierte en aliado para mejorar interiormente, amar más, ser más compasivos y potenciar la vida.

 

Más allá del saber académico y científico, ¿qué es la muerte, que representa? Cada uno la toma, enfoca y concibe de una manera, y cada uno la vivirá (vivir la muerte, iqué paradojal) a su manera. El anhelo de vida común a todos los seres humanos no es tal, por ejemplo, en el místico. Su aferramiento a la vida queda neutralizado por su afán de retornar a la unidad.

 

Aquel que ha logrado la experiencia de la unidad (cualquiera que sea su tradición religiosa) no teme separarse de lo material para viajar al todo. El místico muere porque no muere y, mediante sus experiencias de lo Inmenso, supera todo temor a la muerte. Se deja de ser uno para querer ser Él. El recelo del místico es no unirse al amado. Hay un hermoso poema sufi:

 

Tanto he pensado en ti,

que mi ser se cambió a tu ser,

paso a paso te acercaste a mi,

poco a poco me aleje de mi.

 

Tal anhelo de unidad permite al místico dar la bienvenida a la muerte. Desea coger la mano de la dama para ser conducido hacia el Uno. Así, el místico o la persona profundamente espiritual convierte a la muerte en amiga y muere tranquilo.

 

Muchos trapenses, cartujos, yoguis, lamas y eremitas han muerto de manera muy apacible. No ha sido así con muchos otros que se han dicho creyentes sin serlo, como algunos religiosos profesionales. Cardenales y papas también han experimentado el terror ante la muerte, así como los jerarcas de otros credos.

 

En el proceso de desencarnación influye considerablemente el grado de evolución del espíritu desencarnante. Cuanto más espiritualizado es más fácilmente consegue desligarese del cuerpo físico que yace sin vida. Cuando más material y sujeto a los sentidos haya sido su existencia, más complicado y demorado es el despertar en el mundo espiritual.

 

Por eso, la perturbación natural al sentirse desencarnado es menos lenta y “dolorosa” en el espíritu evolucionado, en el sentido de que la sensación de ansiedad, angustia que puede extenderse a lo largo del tiempo se ve reducida considerablemente.

 

Tambien hay que tener en cuenta la Ayuda Espiritual. Como se ha comentado, nadie muere en soledad. La bondad dividna, que siempre provee lo que necesitamos, también nos acompaña en la desencarnación.

 

Por todas parte, hay Buenos Espíritus que, cumpliendo con los designios divinos, se dedican a la tarea de auxiliar en la desencarnación a quienes están retornando a la vida espiritual.

 

Algunos amigos y familiares (desencarnados antes) acostumbran a venir, recibir y ayudar al desencarnante en su paso para el otro lado de la vida, lo que le da mucha confianza, calma y también, alegría por el reencuentro.

 

Normalmente, todos recibirán esa ayuda, a excepción de aquellos que presenten problemas personales, de rechazo al mundo espiritual o compromisos con espíritus inferiores. En ese caso el desencarnado no percibe ni asimila la ayuda o es privado de esa asistencia. Hasta que los límites de la Ley Divina consideren conveniente, así como el ruego que pueda hacer el espíritu para poder recibir la ayuda espiritual.

 

 

Si cambiamos nuestra posición mental, modificaremos nuestra relación con la muerte. Entonces no será ésta algo temible, sino que la asumiremos como es y podremos potenciar la vida para que sea plena, creativa e intensa. Hay que aprender a navegar en el océano de la vida y en el de la muerte.

 

A cada momento el cuerpo cambia, decae, va muriendo. Es así: está en la naturaleza que sea así; por mucho que nos resintamos por ello, reneguemos o nos rebelemos, experimentemos frustración o dolor. Nadie puede detener ni empujar el río. Igual que al dormirnos por la noche se produce una pequeña muerte, un día no habrá despertar alguno. Sólo los muy entrenados pueden ser conscientes hasta el momento de su muerte.

 

Todos los fenómenos son efímeros, transitorios, evanescentes. Todo fluye, todo se fuga antes o después, nada permanece. Hay que desarrollar mucha ecuanimidad ante la muerte, mucha firmeza de mente y mucha lucidez.

 

Aprender a morir

 

Quizá el aprendizaje más difícil de todos sea el que haya que practicar para saber morir. Quién aprende a morir es el que está vivo y al hacerlo obtiene un beneficio. Hay una actitud y una técnica de vida, también hay una actitud y una técnica de muerte.

 

No se trata de aprender a morir cuando uno ya se está muriendo. Diariamente podemos cultivar la quietud interior, la ecuanimidad y el desasimiento como un entrenamiento psicológico emprendido muchos años antes de que la muerte se produzca.

 

Ser consciente de la muerte no quiere decir que haya que dejarse abatir por recordarla, Como la vida es muy corta debe ser aprovechada. Cuando uno cree que su cuerpo no será alcanzado por la muerte se permite toda clase de excesos y errores.

 

Ejercitarse en los métodos nos resultará muy útil para saber vivir de forma más saludable y positiva, esto es, a vivir mejor, a relacionarnos con nosotros mismos, así como con los demás.

 

Al menos, estas técnicas siempre nos ayudarán a vivir. Debemos adiestrarnos en la quietud ante las contrariedades vitales y las circunstancias adversas. Ello nos va preparando para afrontar momentos más difíciles. Hay que saber cómo soltar y relajarse, tanto física como mentalmente, y hallar el punto de menor resistencia para evitar el conflicto y la fricción. Es una manera de actuar. El cultivo de la no-resistencia podremos utilizarlo cuando llegue el momento inevitable de dejar el cuerpo.

 

Este comportamiento mental puede convertirse en algo tan natural cómo respirar. Aquel que se establece en el desapego tendrá mayor facilidad para abandonar esta existencia llegado el momento. Si se convierte todo esto en una actitud espontánea, no surgirá el apego ni el aferramiento a la hora de morir.

 

Cuando llega el momento de la desencarnación hay que soltar y soltarse. Los familiares que rodean a la persona moribunda deben dejarla ir, aunque prestándole su cariño y su amor. Lo mejor que podemos hacer con la persona en los momentos de abandonar el cuerpo es dejarla ir en paz.

 

El primer paso consiste en conquistar la quietud en la vida. Lo que obtengamos en nuestro interior será lo único de que dispongamos en las postrimerías de la vida.

 

Meditar es uno de los recursos que nos ayuda a vivir y a morir. Existen procedimientos tanto para creyentes como para agnósticos. Proporciona un estado de gran tranquilidad y ayuda a superar el dolor psíquico, el miedo y la ansiedad.

 

Si una persona se ha adiestrado durante mucho tiempo en métodos de autodesarrollo, integración interior, saneamiento del subconsciente, desarrollo de la conciencia, tranquilización profunda, superación del ego, purificación mental y establecimiento en el propio punto de quietud, podrá servirse de todo ello día a día y cuando aparezcan los problemas, incluso aunque no se hubiera en absoluto ejercitado para tal fin.

 

La vida diaria es un maestro que puede enseñarnos a dejar más apaciblemente el cuerpo cuando llegue el momento. La vida en sí misma es un reto, un desafío y también un instructor. Hay placer y dolor y es necesario aprender a tener una relación firme y ecuánime con uno y con otro. Se evitan así las reacciones anómalas y neuróticas.

 

Asimismo, hay que aprender a vivir de forma lúcida en cada instante, siendo uno mismo, a pesar del placer o del dolor, lo favorable o adverso, sin apego ni resentimiento, recobrando cada momento la consciencia inafectada incluso más serena.

 

Hemos de combinar la práctica de la meditación con el intento de permanecer más vigilantes y serenos en la vida diaria.

 

Meditar es como una pequeña y saludable muerte, en cuanto que vamos más allá del ego y nos desconectamos de todo para unirnos con lo inmenso y lo incondicionado.

 

 

El Conocimiento Espírita

 

El conocimiento Espírita nos ayuda mucho a entender la cuestión de la desencarnación y puede hacer que el espíritu, al desencarnar, comprenda rápidamente lo que le está sucediendo y sepa lo que debe hacer para readaptarse mejor al plano espiritual.

 

En cambio, no nos asegura una buena situación en el más Alla, si a ese conocimiento no está respaldado por nuestros pensamietos, sentimientos y acciones.

 

La práctica del bien y una conciencia pura aseguran al espíritu un despertar pacífico y sereno en la patria espiritual.

 

 

 

MEDITACIÓN

 

Para superar las estructuras habituales, agotar los viejos impulsos y recobrar la visión cabal se requiere un revolucionario trabajo interior basado en:

 

·       La genuina moralidad.

 

·       Esclarecer el entendimiento.

 

·       La verdadera motivación para mejorar y desarrollarnos.

 

·       El discernimiento correcto.

 

·       El entrenamiento psicomental.

 

·       La aprehensión de la sabiduría.

 

 

La mente común se halla fragmentada y sólo puede percibir de forma parcial y selectiva. Hay puntos de vista, creencias, frustraciones, temores, conflictos internos, compulsividad, proyecciones de todo tipo y, en suma, caos y confusión. Es una mente en las antípodas de la realidad existencial, que opera en un repetitivo y desertizado surco de consciencia, en una atmósfera de autoengaño, miedos y paranoias.

 

La meditación (apoyándose en la atención despierta y pura, y en la firme ecuanimidad) trata de modificar esta situación. Hace surgir una mente distinta, capaz de percibir más allá de ideas viciadas, patrones de conducta e interpretaciones falaces. Quien pueda ver los fenómenos como son comprenderá la realidad inevitable de la existencia y se enfrentará despojado de ideas preconcebidas, con el fenómeno muerte.

 

La visión clara nos reportará la experiencia vivencial de que todo surge y se desvanece, todo fluye, todo cambia, nada permanece, todo se descompone y evoluciona. Entonces se superarán muchos de los viejos temores y aversiones, incluso el de la muerte.

 

El conocimiento no libera; la sabiduría, sí. El conocimiento no modifica; la sabiduría hace posible una profundísima mutación interna. El conocimiento es egocéntrico; la sabiduría es trans per so nal.

 

La meditación es un adiestramiento para despertar, para salir de la bruma de la mente y emerger del trance de ignorancia en que nos hallamos debido a nuestro estado de consciencia semievolucionada y crepuscular. La meditación nos ayuda a poner término al sueño psicológico en el que nos movemos y pone las condiciones para entrar en una dimensión más fructífera de la mente. Meditamos para cultivar y hacer crecer la semilla de la sabiduría liberadora.

 

El conocimiento es información y acumulación de datos; mientras que la sabiduría es claridad, compasión, apertura y unidad.

 

Podemos comunicar conocimiento, pero no podemos hacer lo mismo con la sabiduría.

 

Podemos ofrecer técnicas para que cada uno desarrolle la propia, pero nadie puede pasar su sabiduría a otro.

 

El conocimiento es fragmentario y la sabiduría es total. El primero se mueve siempre en los límites de una estrecha comunicación, pero la segunda es la esencia de la comunión sin dualidad.

 

El estudio y la reflexión, la lectura y los medios de difusión sólo proporcionan conocimiento La sabiduría se la procura uno mismo a través de la meditación y del trabajo interior.

 

Con el conocimiento se piensa, se mide, se etiqueta y se compara. Con la sabiduría el ser humano se establece más allá del pensamiento.

 

Uno está en la superficie de la mente, mientras que la otra forma parte de la mente supramundana. El conocimiento es dual; la sabiduría está más allá de los pares de opuestos. El conocimiento es acumulación; la sabiduría es un espacio inmaculado.

 

La sabiduría representa un progresivo debilitamiento del ego, para que se manifieste lo que está por encima del mismo, una energía de claridad y no egocéntrica. De ahí surge la comprensión a nivel vivencial y no conceptual, existencia y no de ideas.

 

El trabajo de la meditación es dejar a un lado al ego y nacer a la sabiduría. Cuando el ego está fuera de juego, matas a la muerte. La sabiduría nunca muere pertenece al Espíritu.

 

 


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