Los lazos de la sangre no establecen necesariamente los lazos entre los espíritus. ¿Qué quiere decir?
El cuerpo procede del cuerpo, pero el espíritu no procede del cuerpo, porque éste existía antes de la formación del cuerpo; el padre no es el que crea el espíritu de su hijo, pues no hace más que darle una envoltura corporal; pero tiene el compromiso de procurar su desarrollo intelectual y moral para hacerlo progresar.
¿Tienen alguna afinidad espíritus de una misma familia?
Los espíritus que se encarnan en una misma familia, sobre todo entre próximos parientes, muchas veces son espíritus simpáticos unidos por relaciones anteriores, que se manifiestan por su afecto durante la vida terrestre; pero puede suceder también que estos espíritus sean completamente extraños unos de otros, divididos por antipatías igualmente anteriores, y que igualmente se traducen por su antagonismo en la tierra para servirles de prueba.
Los verdaderos lazos de la familia no son, pues, los de la consanguinidad, sino los de la simpatía y de la comunión de pensamientos que unen a los espíritus "antes, durante y después" de su encarnación.
De donde se deduce que dos seres de padres diferentes, pueden ser más hermanos por el espíritu que si lo fueran por la sangre; pueden atraerse, buscarse, gozar juntos, mientras que dos hermanos con sanguíneos pueden rechazarse, como se ve todos los días; problema moral que sólo el Espiritismo podía resolver por la pluralidad de las existencias.
Hay, pues, dos clases de familia: "las familias por lazos espirituales y las familias por lazos corporales".
Las familias por lazos espirituales son duraderas, se fortifican por la purificación y se perpetúan en el mundo de los espíritus a través de las diversas emigraciones del alma.
Las familias por lazos corporales son frágiles como la materia, se extinguen con el tiempo y muchas veces se disuelven moralmente desde la vida actual.
¿Recordáis qué dijo Jesús cuando le comentaron que su madre y sus hermanos habían llegado no podían acercarse hasta él?
Esto es lo que ha querido hacer comprender Jesús, diciendo a sus discípulos: Esta es mi madre y éstos son mis hermanos, mi familia por los lazos del espíritu, porque cualquiera que haga la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, este es mi hermano, mi hermana y mi madre.
La hostilidad de sus hermanos está claramente expresada en lo que relata Marcos, puesto que dice: “Se propusieron cogerle bajo el pretexto de que estaba enajenado". Al anunciarle su llegada, conociendo sus sentimientos con respecto a El, era natural que dijera, hablando de sus discípulos desde el punto de vista espiritual: "Aquí están mis verdaderos hermanos"; su madre se encontraba con ellos, generaliza la enseñanza, lo que no implica de ninguna manera que pretendiese que su madre según el cuerpo, no le era nada según el espíritu, y que no tuviese por ella sino indiferencia; su conducta, en otras circunstancias, ha probado suficientemente lo contrario.
La ingratitud de los hijos y los lazos de familia
La ingratitud es uno de los frutos más inmediatos del egoísmo; subleva siempre los corazones honrados; pero la de los hijos con respecto a sus padres, tiene aún un carácter más odioso; desde este punto de vista nos detendremos más particularmente para analizar las causas y los efectos. En este caso también el Espiritismo viene aclarando uno de los problemas del corazón humano.
Cuando el espíritu deja la tierra, lleva consigo las pasiones o las virtudes inherentes a su naturaleza, y en el espacio, va perfeccionándose o quedándose estacionado hasta que quiere ver la luz. Algunos, pues, han partido llevándose consigo odios poderosos y deseos de venganza no satisfecha; pero a algunos de aquellos más avanzados que los otros, les es permitido entrever un lado de la verdad; reconocen el funesto efecto de sus pasiones, y entonces es cuando toman buenas resoluciones; comprenden que para ir a Dios sólo hay una palabra de pase: "caridad"; pues no hay caridad sin olvido de los ultrajes y las injurias; no hay caridad con odios en el corazón y sin perdón.
Entonces, por un esfuerzo inaudito, miran a los que detestaron en la tierra; pero a su vista se despierta su animosidad; se rebelan a la idea de perdonar aún más que a la de renunciarse a sí mismos, y sobre todo, a la de amar a aquellos que tal vez destruyeron su fortuna su honor y su familia. Sin embargo, el corazón de esos desgraciados está conmovido; titubean y vacilan agitados por estos sentimientos contrarios; si la buena resolución vence, ruegan a Dios e imploran a los buenos espíritus para que les den fuerza en el momento más decisivo de la prueba.
En fin, después de algunos años de meditación y de oraciones, el espíritu aprovecha una carne que se prepara en la familia de aquél que ha detestado, y pide a los espíritus encargados de transmitir las órdenes supremas el ir a cumplir en la tierra los destinos de esa carne que acaba de formarse.
¿Cuál será su conducta en esta familia?
Dependerá de mayor o menor persistencia en sus buenas resoluciones. El contacto incesante de los seres que aborreció, es una prueba terrible bajo la cual sucumbe algunas veces, si su voluntad no es muy fuerte. De este modo, según la buena o la mala resolución que les dominará, será amigo o enemigo de aquellos entre los cuales está llamado a vivir. Así se explican los odios, las repulsiones instintivas que se notan en ciertos niños y que ningún acto anterior parece justificar; nada, en efecto, en esta existencia ha podido provocar esta antipatía; para que uno pueda encontrar la causa, es preciso mirar lo pasado.
Comprended hoy el gran papel de la Humanidad; comprended que cuando producís un cuerpo, el alma que se encarna en él viene del espacio para progresar; sabed vuestros deberes; y poned todo vuestro amor en aproximar esta alma a Dios; esta es la misión que os está confiada, y por la que recibiréis la recompensa si la cumplís fielmente. Vuestros cuidados, la educación que la daréis, ayudarán a su perfeccionamiento y a su bienestar futuro.
Pensad que a cada padre y a cada madre, Dios preguntará: ¿Qué habéis hecho del niño confiado a vuestro cuidado? Si se ha quedado atrasado por vuestra falta, vuestro castigo será el verle entre los espíritus que sufren, dependiendo de vosotros el que hubiese sido feliz. Entonces vosotros mismos, abatidos por los remordimientos, procuraréis reparar vuestra falta, solicitaréis una nueva en carnación para vosotros y para él, en la cual le rodearéis de mejores cuidados, y él, lleno de reconocimiento, os rodeará con su amor. No desechéis, pues al hijo que en la cuna rechaza a su madre, ni al que paga con ingratitudes; no es la casualidad la que os ha hecho así, ni la que os lo ha dado. Una intuición imperfecta del pasado se revela, y de esto podéis juzgar que el uno o el otro ha aborrecido mucho o ha sido muy ofendido: que el uno o el otro ha venido para perdonar o expiar. ¡Madres! abrazad, pues, al hijo que os causa tristeza, y decíos: Uno de nosotros dos es el responsable.
Mereced los goces divinos que Dios concede a la maternidad, enseñando a este niño, que está en la tierra para perfeccionarse, a amar y bendecir. Mas muchos de entre vosotros, en lugar de echar fuera los malos principios innatos de las existencias anteriores por medio de la educación, entretenéis y desarrolláis estos mismos principios por una culpable debilidad o por indolencia; pero más adelante vuestro corazón ulcerado por la ingratitud de vuestros hilos, será para vosotros, desde esta vida, el principio de vuestra expiación.
La tarea no es tan difícil como podríais creerlo, no exige la ciencia del mundo; lo mismo puede cumplirla el sabio que el ignorante, y el Espiritismo viene a facilitarla, haciendo conocer la causa de las imperfecciones del corazón humano.
Desde la cuna, el hijo manifiesta los instintos buenos o malos que trae de su existencia anterior; es preciso aplicarse a estudiarlos; todos los males tienen su principio en el egoísmo y en el orgullo; vigilad pues, las menores señales que revelan el germen de estos vicios, y dedicaos a combatirlos sin esperar que echen raíces profundas; haced como el buen jardinero que arranca los malos vástagos a medida que los ve apuntar en el árbol.
Si dejáis desarrollar el egoísmo y el orgullo, no os admiréis si más tarde os pagan con ingratitudes. Cuando los padres han hecho todo cuanto han podido para el adelantamiento moral de sus hijos, si no pueden conseguir su objeto, no pueden hacerse cargos, y su conciencia puede estar tranquila; pero al pesar muy natural que experimentan por el mal éxito de sus esfuerzos, Dios reserva un grande, un inmenso consuelo, por la "certeza" de que sólo es un atraso, y que les será permitido acabar en otra existencia la obra empezada en ésta, y que un día el hijo ingrato les recompensará con su amor.
Dios no ha hecho las pruebas superiores a las fuerzas del que las pide; no permite sino las que se puedan cumplir; si no se consigue el objetivo, no es la posibilidad la que le falta, sino la voluntad.
¿Qué pensar de las personas que al haberles pagado sus beneficios con ingratitudes, ya no hacen bien por miedo de encontrar ingratos?
Estas personas tienen más egoísmo que caridad, por que hacer el bien sólo para recibir muestras de reconocimiento es no hacerlo con desinterés, y el bien desinteresado es el bien agradable a Dios. También hay orgullo, porque se complacen en la humildad del obligado que viene a poner el reconocimiento a sus pies.
Es necesario ayudar a los débiles siempre, aunque antes se sepa que aquellos a quienes se hace bien, no quedarán agradecidos. Sabed que si aquellos a quienes se hace el servicio olvidan el favor, Dios os lo tomará más en cuenta que si fueseis recompensados por el reconocimiento de vuestro obligado. "Dios permite que algunas veces os paguen con ingratitudes para probar vuestra perseverancia en hacer el bien".
¿Las buenas obras se pierden al no ser reconocidas?
Por otra parte, ¿qué sabéis vosotros si este favor olvidado por el momento, reportará más tarde buenos frutos? Por el contrario, estad seguros de que es una semilla que germinará con el tiempo. Desgraciadamente vosotros sólo veis el presente, y trabajáis para vosotros y no para los demás. Las buenas obras acaban por ablandar los corazones más endurecidos; puede que sean desconocidas en la tierra; pero cuando el espíritu esté desembarazado de su velo carnal, se acordará, y este recuerdo será su castigo; entonces le pesará su ingratitud, querrá reparar su falta y pagar su deuda en otra existencia, aceptando a menudo una vida de abnegación hacia su bienhechor.
Este es el modo cómo, sin vosotros saberlo; habréis contribuido a su adelantamiento moral y reconoceréis más tarde toda la verdad de esta máxima. Una buena obra nunca se pierde. Pero habréis trabajado también para vosotros, porque tendréis el mérito de haber hecho el bien con desinterés, sin dejaros desanimar por los desengaños. ¡amigos míos, si conocieseis todos los lazos que en la vida presente os unen a vuestras existencias anteriores, si pudieseis abrazar la multitud de relaciones que unen los seres unos a otros para su progreso mutuo, admiraríais mucho más aun la sabiduría y la bondad del Creador, que os permite volver a vivir para llegar hasta El (Guía protector. Sens, 1862).
¿Cómo suele ser nuestra actitud ante las situaciones más difíciles en la vida?
Llega un día en que el individuo se cansa de sufrir o en que su orgullo al fin se ha dominado, y entonces es cuando Dios abre sus brazos paternales al hijo pródigo que se echa a sus pies. "Las situaciones más difíciles en la vida son casi siempre indicio de un fin de sufrimientos y de un perfeccionamiento del espíritu, cuando son aceptadas por amor a Dios". Este es un momento supremo, y entonces es cuando sobre todo conviene no desfallecer murmurando, si no se quiere perder el fruto y tener que empezar otra vez.
En lugar de quejaros, dad gracias a Dios, que os ofrece la ocasión de vencer para daros el premio de la victoria. Entonces, cuando al salir del torbellino del mundo terrestre entréis en el de los espíritus, seréis allí aclamado al haber superado todas las pruebas.
¿Cuáles pueden ser las situaciones más difíciles de la vida que más nos cuesta superar?
De todas las pruebas, las más poderosas son las que afectan al corazón; hay quien soporta con valor la miseria y las privaciones materiales y sucumbe bajo el peso de la tristeza doméstica, mortificado por la ingratitud de los suyos.
Esto es una aguda agonía, pero, ¿quién puede mejor, en estas circunstancias, reanimar el valor moral, sino el conocimiento de las causas del mal y la certeza de que, si hay grandes trastornos, no hay desesperaciones eternas, porque Dios no puede querer que su criatura sufra siempre? ¿Qué cosa hay más consoladora y que dé más valor, que el pensamiento de que depende de sí mismo y de sus propios esfuerzos abreviar el sufrimiento, destruyendo en sí las causas del mal?
Para esto, es preciso no concretar las miradas a la Tierra y no ver sólo una existencia; es preciso elevarse, dominar el infinito del pasado y del porvenir; entonces la gran justicia de Dios se revela a vuestras miradas y esperáis con paciencia, porque os explicáis lo que os parecen monstruosidades en la Tierra; las heridas que recibís en ella sólo os parecen rasguños.
Con este golpe de vista echado al conjunto, los lazos de familia aparecen bajo su verdadera luz; éstos no son ya los lazos frágiles de la materia que reúnen sus miembros, sino lazos duraderos del espíritu que se perpetúan y consolidan purificándose, en lugar de romperse con la encarnación.
Los espíritus a quienes la semejanza de gustos, la identidad del progreso moral y el afecto conducen a reunirse, forman familias; estos mismos espíritus en sus emigraciones terrestres, se buscan para agruparse como lo hacen en el espacio; de aquí nacen las familias unidas y homogéneas, y si en sus peregrinaciones se separan momentáneamente, se encuentran después felices por su nuevo progreso.
Pero como no deben trabajar sólo para sí, Dios permite que los espíritus menos adelantados vengan a encarnarse entre ellos, para tomar consejos y buenos ejemplos en provecho de su adelantamiento; algunas veces ponen la disensión entre ellos; pero esta es la prueba, esta es la tarea. Acogedles, pues, como a hermanos, ayudadles, y más tarde, en el mundo de los espíritus, la familia se felicitará por haber salvado del naufragio a los que a su vez podrán salvar a otros. (San Agustín. París, 1862).
EL PRINCIPIO DEL AMOR
(Nuevo Testamento interpretado versículo por versículo por Russell Norman Champlin)
Jesús fue enviado al mundo por el amor del Padre. Ejerció una gran compasión por las multitudes. El capítulo 15 del Evangelio de Juan es una demostración de esta actitud, y muchos de los principios del Sermón de la Montaña se apoyan en esta base.
Tenemos que sentir por los demás lo que sentimos por nosotros mismos. Sabemos lo que es el amor propio y lo practicamos, porque casi todos nuestros actos se basan en el egoísmo: nos ocupamos de nosotros mismos, de nuestros planes de futuro, nos vestimos y cuidamos nuestra salud.
En el seno de la familia hacemos más evidente este principio de amor, pues amamos a los miembros íntimos de nuestro círculo familiar, y nuestra gran preocupación es su bienestar. Ahora bien, lo que Jesús quiere es precisamente que nuestro amor se expanda hasta abrazar a todo el mundo, incluso a nuestros enemigos. El camino del amor es el más corto para el desarrollo y el progreso espiritual. El propio Jesús fue el ejemplo supremo de cómo debe funcionar este principio. El amor no sólo dice que no hay que provocar la violencia, sino que instruye incluso a ser pacificadores activos. (Mateo 5:9).
Quien
cultiva en su vida el modelo de
Jesús, alimentándolo en su ser
interior, se transformará más rápidamente en la imagen de Cristo,
que es el gran propósito de la existencia humana.
Colofón: carta a los Corintios por Pablo de Tarso
“Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe.
Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada.
Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada.
El
amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace
alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio
interés, no se irrita, no tienen en cuenta el mal recibido, no se
alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad.
El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
El
amor no pasará jamás. Las profecías acabarán, el don de lenguas
terminará, la ciencia desaparecerá; porque nuestra ciencia es
imperfecta y nuestras profecías, limitadas.
Cuando sienta lo que es perfecto, cesará lo que es imperfecto en mi.
Mientras yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño, pero cuando me hice hombre, dejé a un lado las cosas de niño. Ahora vemos como en un espejo, confusamente; después veremos cara a cara. Ahora conozco todo imperfectamente; después conoceré como Dios me conoce a mí.
En
una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor,
pero la más grande todas es el amor”.
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