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12 mayo 2022

PRINCIPIO VITAL Y ESPIRITUAL

 


En la investigación del origen de la vida, la biología nos ofrece un vasto campo de estudio a través de varias hipótesis. La enseñada por los Espíritus Superiores llega a representarse en casi su totalidad el consenso general de la ciencia oficial.


Buscando establecer ideas seguras acerca del cuerpo espiritual. Será preciso remontarnos, de algún modo, a los orígenes de la vida en la Tierra, cuando recién cesaban las convulsiones telúricas, por medio de las cuales los Ministros Angélicos de la Sabiduría Divina, con la supervisión de Cristo y en nombre de Dios, lanzaron los fundamentos de la vida en el cuerpo ciclópeo del planeta.


Luego de la formación de la Tierra, a partir de una materia elemental existente, los espíritus superiores actúan sobre el planeta propiciando la aparición de extensas superficies de mares tibios o calientes y de una gigantesca masa viscosa que se extiende en el seno del paisaje primitivo. De esa jalea cósmica fluye el principio inteligente en sus primeras manifestaciones este principio inteligente o monada celestial, en el transcurso de miles de años es elaborado y magnetizado por la espiritualidad mayor, hasta llegar a manifestarse en una red filamentosa protoplasmática de la cual habría de derivarse la existencia organizada en el globo constituido.


Aparecen los virus y con ellos surge el campo principal de la existencia, formado por nucleoproteínas y globulinas, que ofrece el medio adecuado a los principios inteligentes o mónadas fundamentales, que se destacan de la sustancia viva... originándose de esta manera las formas primitivas de microorganismos que evolucionan sucesivamente, a través de miles y miles de años, hacia los minerales, los vegetales, (inferiores y superiores), los animales (esponjas, crustáceos, peces, anfibios, reptiles, aves y mamíferos) hasta llegar, en el periodo cuaternario, a la aparición de la forma humana.


Si bien comprendemos que el principio divino arribó a la Tierra emanado de la Esfera Espiritual, trayendo en su mecanismo el arquetipo al que estaba destinado, no podemos circunscribir su experiencia al plano físico simplemente considerado, ya que a través del nacimiento y la muerte de la forma sufre constantes modificaciones en los dos planos en los que se manifiesta. De allí que consideremos que la evolución de las formas de la vida en nuestro planeta no se produjo solamente en su manifestación en el campo físico, sino también en el extrafísico; se justifica así la ignorancia en que la ciencia todavía se mantiene frente a los llamados «eslabones perdidos» de la evolución.


Si la ciencia considerase la evolución mas allá de la materia comprendería el proceso lento, aunque continuo y gradual, de la vida y no se detendría en las búsquedas infructíferas para hallar tales eslabones perdidos. El hecho de que una especie de antropoides irguiera la columna vertebral en sentido vertical, considerado por la biología como un grandioso y glorioso hito evolutivo, tiene igualmente elevadas implicaciones al tratarse al hombre como ser espiritual significa la conquista de la razón. A partir de allí ya no se habla de elemento espiritual sino de una individualidad organizada, destinada a la perfección, llamada Espíritu.


A la evolución de la forma se equiparó la evolución moral. El perfeccionamiento del cuerpo físico generó la depuración de los sentidos y al aumentar la percepción exterior, la orientación directa ejercida por los Espíritus Superiores fue disminuyendo gradualmente dejando al hombre progresar mediante la adquisición del libre albedrío. Antes de dejar algunos comentarios respecto a la naturaleza de los espíritus, es importante establecer la diferencia entre principio espiritual y principio vital.


Hay en la materia orgánica un principio especial, que no se puede aprender y que todavía no puede ser definido: el principio vital. Activo en el ser viviente, ese principio esta extinguido en el ser en la muerte.


Los seres orgánicos asimilan el principio vital para realizar todas las funciones vitales. Los seres inertes, como por ejemplo los minerales, no asimilan este principio y las estructuras químicas, tales como el hidrógeno, oxigeno, carbono, nitrógeno, etc. Se combinan entre sí, formando los diversos tipos de cuerpo inorgánicos, ampliamente distribuidos en la naturaleza.


El principio vital modifica la constitución molecular de un cuerpo, dándole propiedades especiales. «La actividad del principio vital es alimentada durante la vida por la acción del funcionamiento de los órganos. Cuando cesa tal acción, por causa de la muerte, el principio vital se extingue. A partir de la extinción del principio vital, la materia se descompone en sus elementos constitutivos (oxigeno, carbono, nitrógeno, etc.) los cuales podrán componerse para formar cuerpos inertes o inorgánicos, o se mantendrán dispersos hasta la formación de nuevas combinaciones.


El principio espiritual «tiene existencia propia» . . . Individualizado, el elemento espiritual constituye los seres llamados espíritus. Y espíritus son, por lo tanto, «individualidades inteligentes, incorpóreas, que pueblan el Universo, creados por Dios, independientes de la materia. Prescindiendo del mundo corporal, actúan sobre él y tornándose corpóreos a través de la carne reciben estímulos, transmiten impresiones, en intercambio significativo y continuo.


La naturaleza de los espíritus es algo que poco o nada sabemos. La pregunta 82 de «El libro de los Espíritus» sobre la inmaterialidad de los espíritus nos dice así: « (...) Inmaterial no es el termino correcto; incorpóreo seria más exacto, pues debes comprender que, siendo creación, el espíritu ha de ser alguna cosa. Es materia quintaesenciada, pero sin analogía para vosotros, y tan etérea que escapa enteramente al alcance de nuestros sentidos. En la misma pregunta, inmediatamente después Kardec completa: «Decimos que los Espíritus son inmateriales porque por su esencia difieren de todo lo que conocemos bajo el nombre de materia. Un pueblo de ciegos carecería de términos para expresar la luz y sus efectos . . . nosotros somos verdaderos ciegos en relación con la esencia de los seres sobrehumanos .

Agujero negro del centro de nuestra galaxia

Los Espíritus Superiores nos ilustran en cuanto a que existe un fluido etéreo que llena el espacio y penetra los cuerpos. Ese fluido es el éter o materia cósmica primitiva, generadora del mundo y de los seres. Son inherentes a él las fuerzas que han determinado las metamorfosis de la materia, las leyes inmutables y necesarias que rigen el mundo.


Esas múltiples fuerzas, infinitamente variadas según las combinaciones de la materia, localizadas según las masas, diversificadas en sus modos de acción de acuerdo a las circunstancias y a los medios, se conocen en la Tierra con los nombres de gravedad, cohesión, afinidad, atracción, magnetismo, electricidad activa. Los movimientos vibratorios de ese agente llevan los nombres de sonido, calor, luz, etc.


En otros mundos dichas fuerzas se presentan con otros aspectos, revelan otras características desconocidas en la Tierra y, en la inmensa amplitud de los cielos, se han desarrollado fuerzas en número indefinido, en una escala inimaginable, cuya magnitud somos tan incapaces de evaluar como lo es el crustáceo, en el fondo del océano, para comprender la universalidad de los fenómenos terrestres.


Así como hay una única sustancia simple, primitiva, generadora de todos los cuerpos pero diversificada en sus combinaciones, todas esas fuerzas dependen de una única ley universal diversificada en sus efectos, que por los designios eternos fue impuesta soberanamente a la creación a fin de imprimirle armonía y estabilidad.


La enorme diversidad de cuerpos materiales que existen en el universo, incluso en nuestro planeta, se debe a que como son ilimitadas en su número las fuerzas que han regido sus transformaciones y las condiciones en que éstas se produjeron, las distintas combinaciones de la materia no podían dejar de ser ilimitadas.


Por consiguiente, ya sea que la sustancia considerada pertenezca a los fluidos propiamente dichos, es decir a los cuerpos imponderables, o que presente los caracteres y las propiedades ordinarias de la materia, sólo hay en todo el universo una única sustancia primitiva: el cosmos o materia cósmica de los uranógrafos.


Los Espíritus Superiores nos ilustran asimismo en cuanto a que la materia cósmica primitiva contenía los elementos materiales, fluídicos, vitales de todos los sistemas solares que ostentan su magnificencia en la eternidad. Es ella la madre fecunda de todas las cosas, la primera antecesora, la generatriz eterna. La sustancia de donde provienen las esferas siderales no ha desaparecido; esa potencia no ha muerto, pues sin cesar prosigue dando a luz nuevas creaciones, así como sin cesar también recibe los principios reconstituidos de los mundos que borran sus rastros del libro eterno.


La sustancia etérea que con mayor o menor enrarecimiento se difunde por los espacios interplanetarios; ese fluido cósmico que llena el mundo, con mayor o menor enrarecimiento, en las inmensas regiones, exuberantes de aglomeraciones de estrellas; con mayor o menor condensación donde el cielo astral no brilla aún; más o menos modificado por diversas combinaciones, de acuerdo con las regiones de la inmensidad, no es otra cosa que la sustancia primitiva donde residen las fuerzas universales, de donde la naturaleza ha extraído todas las cosas.


El Espíritu André Luiz explica que en el fluido cósmico, concebido como el plasma divino, aliento del Creador o fuerza nerviosa del Todo Sabiduría, vibran y viven constelaciones y soles, mundos y seres, como peces en el océano. En esa sustancia original, al influjo del Señor Supremo, ejercen su acción las Inteligencias Divinas que a Él se han sumado en un proceso de comunión indescriptible, extraen de ese hálito espiritual los depósitos de energía con los cuales construyen los sistemas de la Inmensidad, en un servicio de Creación conjunta en nivel superior, de conformidad con los designios del Todo Misericordioso, que los convierte en agentes orientadores de la Excelsa Creación.


El fluido cósmico concebido como principio elemental del universo, demuestra poseer propiedades “sui generis” y adopta dos estados distintos: el de eterización o imponderabilidad, que se puede considerar como el primitivo estado normal, y el de materialización o ponderabilidad, que es en cierta forma consecuencia de aquél. El punto intermedio es el de la transformación del fluido en materia tangible. Pero aun en ello no hay una transición brusca, por cuanto se pueden considerar nuestros fluidos imponderables como un término medio entre los dos estados.


Cada uno de esos estados da lugar, en forma natural, a fenómenos especiales: al segundo pertenecen los del mundo visible y al primero los del mundo invisible. Unos, denominados fenómenos materiales, son de la competencia de la Ciencia propiamente dicha; los otros, calificados de fenómenos espirituales o psíquicos, porque se vinculan de un modo especial a la existencia de los Espíritus, corresponden a las atribuciones del Espiritismo.


No obstante, como la vida espiritual y la vida corporal se hallan en permanente contacto, los fenómenos de ambas categorías muchas veces se producen simultáneamente. En el estado de encarnación el hombre solamente puede percibir los fenómenos psíquicos relativos a la vida corporal; los del dominio espiritual escapan a los sentidos materiales y sólo pueden ser percibidos en el estado de Espíritu.


En el estado de eterización, el fluido cósmico no es uniforme; sin dejar de ser etéreo, sufre modificaciones muy variadas en su especie, más numerosas tal vez que en el estado de materia tangible. Tales modificaciones constituyen fluidos distintos que, aunque proceden del mismo principio, están dotados de propiedades especiales y dan lugar a los fenómenos inherentes al mundo invisible.


Dentro de la relatividad general, esos fluidos tienen para los Espíritus, que también son fluídicos, una apariencia tan material como la de los objetos tangibles para los encarnados, y son para ellos lo que para nosotros son las sustancias del mundo terrestre. Los elaboran y combinan para producir determinados efectos, del mismo modo que hacen los hombres con sus materiales, aunque por procesos diferentes. Debido a la naturaleza y a las características de las fuerzas que actúan en la vida extra-física, los elementos fluídicos del mundo espiritual escapan a nuestros instrumentos de análisis y a la percepción de nuestros sentidos, preparados para percibir la materia tangible y no la materia etérea. Hay algunos que pertenecen a un medio a tal punto diferente al nuestro, que de ellos sólo podemos hacernos una idea mediante comparaciones, tan imperfectas como aquellas mediante las cuales un ciego de nacimiento trata de hacerse una idea de la teoría de los colores. Pero entre tales fluidos se hallan los que están íntimamente ligados a la vida corporal, que en cierta forma pertenecen al medio terrenal. No se pueden observar en forma directa, no obstante sus efectos pueden advertirse - del mismo modo en que se perciben los del fluido del imán, que jamás ha sido visto -, así como es posible obtener informaciones de cierta precisión acerca de su naturaleza. Ese estudio es esencial, porque en él se encuentra la clave de numerosos fenómenos que no es posible explicar únicamente mediante las leyes de la materia.


Finalmente, parece oportuno hacer referencia respecto de un subproducto del fluido cósmico, que existe en todos los seres vivos. Se trata del fluido o principio vital. El principio vital es el principio de la vida material y orgánica, cualquiera sea la fuente de donde provenga, principio común a todos los seres vivos, desde las plantas hasta el hombre. Puesto que puede haber vida con exclusión de la facultad de pensar, el principio vital es una cosa diferente e independiente. Para algunos es una propiedad de la materia, un efecto que se produce cuando la materia se encuentra en determinadas circunstancias. El principio vital – también llamado fluido magnético o fluido eléctrico animalizado – que tiene como fuente el fluido cósmico universal, se encuentra en todos los cuerpos vivos de la naturaleza. Modificado según las diferentes especies, les confiere el movimiento y la actividad y los distingue de la materia inerte.


Se puede afirmar entonces que el principio o fluido vital es la fuerza motriz de los cuerpos orgánicos. Al mismo tiempo que el agente vital impulsa los órganos, la acción de los órganos mantiene y desarrolla la actividad de aquel agente, casi como sucede con la fricción, que desarrolla calor.


Siendo dada en nosotros la existencia de un principio inteligente y razonable, el encadenamiento de las causas y de los efectos nos hace remontar, para explicar su origen, hasta la fuente de donde emana. A esta fuente, en nuestro limitado e insuficientes lenguaje, los hombres le llamamos Dios. Dios, diremos, ha sido presentado bajo aspectos tan extraños, a veces tan escandalosos por los hombres de secta, que el espíritu moderno se apartó de Él. ¡Pero qué importan estas divagaciones de los sectarios! Pretender que Dios puede ser aminorado por las declaraciones de los hombres equivale a decir que el Montblanc y el Himalaya pueden ser manchados por el soplo de una mosca.


La verdad plana radiante y deslumbrante, está por encim de las oscuridades teológicas. Dios es el centro de donde emanan y donde desembocan todas las fuerzas del Universo. Es el hogar de donde irradia toda idea de justicia, de solidaridad y de amor; el fin común hacia el cual todos los seres se encaminan, a sabiendas o inconscientemente. Es de nuestras relaciones con el gran Arquitecto de los mundos de donde emanan la armonía universal, la comunidad, la fraternidad.


Para ser hermanos, en efecto, hay que tener un padre común, y este padre sólo puede ser Dios. Para divisarlo, es verdad, el pensamiento debe librarse de preceptos estrechos, prácticas vulgares, rechazar formas pueriles con las que ciertas religiones envolvieron el ideal supremo.


Se debe estudiar a Dios en la majestad de sus obras. Cuando todo reposa en nuestras ciudades, cuando la noche es transparente y cuando se hace el silencio sobre la tierra adormecida; entonces, eleva tu mirada y contempla el infinito de los cielos. Procurarás en vano contarlos; se multiplican hasta en las regiones más infinitas; se confunden en la lejanía, como un polvo luminoso.


Observa también sobre los mundos vecinos de la Tierra dibujarse los valles y las montañas, ahuecarse los mares, moverse las nubes. Reconoce que las manifestaciones de la vida se producen por todas partes, y que un orden admirable une, bajo leyes uniformes y por destinos comunes, la Tierra y sus hermanos, los planetas que yerran en el infinito. Sepas que todos esos mundo, habitados por otras sociedades humanas, se agitan, se alejan, se acercan puestos en movimiento a velocidades diversas, recorriendo espacios inmensos; qué por todas partes el movimiento, la actividad, la vida, se muestran en un espectáculo grandioso.


Observa nuestro mismo globo, esta Tierra, nuestra madre, la cual parece decirnos: vuestra carne es la mía, vosotros sois mis hijos. Observa allí, esta gran nodriza de la humanidad; mira la armonía de sus contornos, sus continentes, en el seno de los cuales las naciones tienen su germen y su grandeza, sus vastos océanos siempre móviles; son la renovación de las estaciones que la reviste por turno de verdes adornos o de rubias cosechas; contempla los vegetales, los seres vivos que la pueblan: aves, insectos, plantas y flores; cada una de estas cosas es una cincelada maravillosa, una joya del estuche divino.


Sé circunspecto tú mismo; ve el juego admirable de tus órganos, el mecanismo maravilloso y complicado de tus sentidos. Qué genio humano podría imitar estas obras maestras delicadas: ¿el ojo y la oreja?


Observa la marcha rítmica de los astros, evolucionando en las profundidades. Estos fuegos innumerables son mundos al lado de los cuales la Tierra es sólo un átomo, sol prodigioso que rodea comitivas de esferas y cuyo curso rápido se mide a cada minuto por millones de años de luz. Distancias terribles nos separan de eso. Es por ello que nos parecen puntos simples y luminosos. Pero, dirige hacia ellos el ojo colosal de la ciencia, el radiotelescopio, distinguirás sus superficies semejantes a océanos en llama.


Considera todas estas cosas y pide a tu razón, a tu juicio, si tanta belleza, esplendor, armonía, pueden resultar del azar, o si no es más bien una causa inteligente que dirige el orden del mundo y la evolución de la vida. Y si me objetas las plagas, las catástrofes, todo lo que viene para turbar este orden admirable, te responderé: escudriña los problemas de la naturaleza, no te detengas en la superficie, desciende al fondo de las cosas y descubrirás con asombro que contradicciones aparentes sólo confirman la armonía general, que son útiles para el progreso de los seres, que es el fin único de la existencia.


¿Si Dios hizo el mundo, replican triunfalmente ciertos materialistas, quien hizo pues a Dios? Esta objeción no tiene sentido. Dios no es un ser que se añada a la serie de los seres. Es el Ser universal e ilimitado en el tiempo y en el espacio, por consiguiente infinito, eterno. No puede haber allí ningún ser encima ni al lado de Él. Dios es la fuente y el principio de toda vida. Es por Él que se enlazan, se unen, se armonizan todas las fuerzas individuales, sin Él aisladas y divergentes. Abandonadas a ellas mismas, no siendo regidas por una ley, una voluntad superior, estas fuerzas habrían producido sólo confusión y caos. La existencia de un plano general, de un fin común, en los cuales participan todas las potencias del universo prueba la existencia de una causa, de una inteligencia suprema, que es Dios.



BIBLIOGRAFÍA

DENIS, LÉON. El porqué de la Vida. Items 3 y 4.

KARDEC, Allan. La Génesis. Cap. VI, ítem 7. 2.,10. 3., 17. 4. Cap. XIV, ítem 2. 5., 3. 6., 4. 7.

KARDEC, Allan. El Libro de los Espíritus. Introducción, ítem II. 8. Preguntas 65,66, 67 y 427.

XAVIER, Francisco Cândido y VIEIRA, Waldo. Evolución en Dos Mundos. Dictado por el Espíritu André Luiz. Primera parte, cap. I (Fluido cósmico).






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