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19 noviembre 2022

ESPÍRITUS ERRANTES

 



 ESPÍRITUS EN ERRATICIDAD Y SÓCRATES

El Espíritu retorna al mundo espiritual después de la muerte del cuerpo físico. Después de pasar por las experiencias características del proceso de desligamiento entre el alma y el cuerpo, regresa al mundo espírita que preexiste y sobrevive a todo. (1)

 

Comienza entonces la etapa de reintegración a una nueva forma de vida en otro plano vibratorio. El periespíritu, desligado del cuerpo físico revela con más sutileza sus propiedades las que, bajo el gobierno del pensamiento y de la voluntad del Espíritu, le proporcionan las transformaciones necesarias para su adaptación en el plano espiritual.

 

Después de un período más o menos prolongado en las regiones espirituales, el Espíritu reinicia las experiencias reencarnatorias. En el intervalo de las reencarnaciones el alma recibe la denominación de Espíritu errante, que aspira a un nuevo destino, que espera. (2)

 

El intervalo entre las reencarnaciones es de duración variable: Desde algunas horas hasta algunos miles de siglos. En realidad, no hay un límite establecido para el estado de erraticidad, que puede prolongarse durante muchísimo tiempo, pero que no es perpetuo. Tarde o temprano el Espíritu tendrá que volver a una existencia apropiada que lo purifique de las máculas de sus existencias anteriores. (3)

 

La palabra errante utilizada por Kardec para designar el estado del Espíritu que aún necesita reencarnar, produce a veces muchas dudas. Por eso, es importante tener en cuenta que errante, del francés errant, significa en este contexto, lo mismo que en portugués: lo que vaga, lo que no está fijo. Ese estado de erraticidad cesa cuando el Espíritu llega a la situación de Perfección Moral y se torna Espíritu puro. Entonces ya no es más errante porque llegó a la perfección, que es su estado definitivo. (4)

 

De esa forma, los Espíritus que necesitan mejorarse – intelectual y moralmente – retornan innumerables veces a la experiencia reencarnatoria. En el lapso de tiempo comprendido entre una y otra reencarnación no quedan confinados en un determinado lugar en el plano espiritual, según el aprendizaje que necesiten realizar. En esa situación, reciben la denominación de Espíritus errantes. Aunque se encuentren en la categoría de errantes, los Espíritus tienen oportunidad de progresar. El estudio, los consejos de Espíritus superiores a ellos, la observación, las experiencias vivenciadas, entre otras cosas, les brindan los medios de mejorarse espiritualmente. (5)

 

Una situación diversa se presenta con los Espíritus evolucionados quienes, por no poseer mayores necesidades de reencarnar, según el grado de perfección que hayan logrado, permanecen vinculados a determinadas colonias espirituales. En esas regiones evolucionadas del plano espiritual, actúan como orientadores promoviendo el progreso de la humanidad terrestre.

 

La erraticidad

 

Hay Espíritus errantes de diferentes niveles evolutivos, y ellos constituyen la mayoría de los Espíritus desencarnados de nuestro Planeta. Son más o menos felices o desdichados según sus méritos. Sufren por efecto de las pasiones cuya esencia aún conservan, o son felices en consonancia con el grado de desmaterialización al que hayan llegado. En la erraticidad el Espíritu percibe lo que todavía le falta para ser más feliz, y, desde ese momento, procura los medios de obtener esa felicidad. Pero, no siempre le es permitido reencarnar según su agrado, y esto significa una punición para él. (6)

 

De esa manera, las situaciones de los Espíritus y su modo de ver las cosas, varían a lo infinito, en consonancia con los niveles de desarrollo moral e intelectual en que se encuentren. Generalmente, los Espíritus de orden elevado sólo se aproximan a la Tierra durante un breve tiempo. Todo lo que en ella se realiza es para ellos tan pobre comparado con las grandezas de lo infinito, tan pueriles son a sus ojos las cosas a las que los hombres dan mayor importancia, que casi ningún atractivo les ofrece nuestro mundo, salvo que los guíe el propósito de colaborar en el progreso de la Humanidad.

 

Los Espíritus de un orden intermedio son los que más frecuentemente bajan a este planeta, aunque estén en condiciones de considerar las cosas desde un punto de vista más elevado que cuando están encarnados.

 

Los Espíritus vulgares son los que constituyen la masa de la población invisible del globo terráqueo, y los que más se complacen en estar en él. Conservan casi las mismas ideas, los mismos gustos y las mismas inclinaciones que tenían cuando estaban revestidos por la envoltura corporal. Se inmiscuyen en las reuniones, negocios, diversiones, e intervienen en ellos en forma más o menos activa, según sus caracteres. Cuando no pueden satisfacer sus pasiones, gozan en la compañía de aquellos que se entregan a ellas, y los incitan a cultivarlas. Entre tanto, en medio de ellos, hay muchos Espíritus serios, que miran y observan para instruirse y perfeccionarse. (7)

 

Entre tanto, las ideas y, consecuentemente, los conocimientos de los Espíritus se modifican en la erraticidad. Efectivamente, sufren grandes modificaciones en la medida en que el Espíritu se desmaterializa. Algunas veces éste puede permanecer largo tiempo impregnado de las ideas que tenía en la Tierra, pero, poco a poco, la influencia de la materia disminuye, y ve las cosas con más claridad. Es entonces que procura los medios para mejorarse. (8)

 

Otro punto que merece destacarse es el que se refiere a la sobrevivencia de los animales después de la muerte del cuerpo físico. Los Espíritus Superiores nos esclarecen que el alma del animal queda en una especie de erraticidad, porque ya no se encuentra unida al cuerpo, pero no es un “Espíritu errante”. El Espíritu errante es un ser que piensa y que obra por libre voluntad. Los animales no disponen de esta facultad. La conciencia de sí mismo es lo que constituye el principal atributo del Espíritu. El de los animales después de la muerte, es clasificado por Espíritus que tienen a su cargo esa tarea, y los utilizan casi de inmediato. No se les da tiempo de entrar en relación con otras criaturas. (9)

 

Diferentes categorías de mundos habitados

De la enseñanza dada por los espíritus resulta que los diversos mundos están en condiciones muy diferentes los unos de los otros, en cuanto al grado de adelanto o de inferioridad de sus habitantes. Entre ellos los hay cuyos moradores son inferiores aún a los de la tierra, física o moralmente; otros están en el mismo grado y otros les son más o menos superiores en todos conceptos. En los mundos inferiores, la existencia es enteramente material, las pasiones imperan soberanamente, la vida moral es casi nula. A medida que ésta se desarrolla, la influencia de la materia disminuye, de tal modo, que en los mundos más adelantados, la vida, por decirlo así, es enteramente espiritual.

 

En los mundos intermediarios hay mezcla de bien y de mal, predominio del uno y del otro, según el grado de adelanto. Aun cuando no pueda hacerse una clasificación absoluta de los mundos, sin embargo, se hace atendido a su estado y a su destino y basándose en sus grados más marcados, dividiéndolos de un modo general como sigue, a saber: mundos primitivos, afectos a las primeras encarnaciones del alma humana; mundos de expiación y pruebas, en donde el mal domina; mundos regeneradores, en donde las almas que aun no tienen que expiar adquieren nueva fuerza, descansando de las fatigas de la lucha; mundos felices, en donde el bien sobrepuja al mal, y mundos celestes o divinos, morada de los espíritus purificados en donde el bien reina sin mezcla alguna. La tierra pertenece a la categoría de los mundos de expiación y de pruebas, y por esto el hombre está en ella sujeto a tantas miserias.

 

Los espíritus encarnados en un mundo no están sujetos a él indefinidamente, ni cumplen tampoco en él todas las fases progresivas que deben recorrer para llegar a la perfección. Cuando han alcanzado en un mundo el grado de adelanto que él permite, pasan a otro más avanzado, y así sucesivamente hasta que han llegado al estado de espíritus puros; estas son otras tantas estaciones, en cada una de las cuales encuen- tran elementos de progreso proporcionados a su adelanto. Para ellos es una recompensa el pasar a un mundo de orden más elevado, así como es un castigo el prolongar su permanencia en un mundo desgraciado, o el ser relegado a un mundo más desgraciado cuando se obstinan en el mal.

 

Diferentes estados del alma en la erraticidad

 

La casa del Padre es el universo; las diferentes moradas son los mundos que  circulan en el espacio infinito y ofrecen a los espíritus encarnados estancias apropiadas a su adelantamiento.

 

Independiente de la diversidad de mundos, estas palabras pueden también entenderse del estado feliz o desgraciado del espíritu en la erraticidad. Según esté más o menos purificado y desprendido de los lazos materiales, el centro en que se encuentra, el aspecto de las cosas, las sensaciones que experimenta, las percepciones que posee, varían hasta lo infinito; mientras que los unos no pueden alejarse de la esfera en que vivieron, los otros se elevan y recorren el espacio y los mundos; mientras que ciertos espíritus culpables van errantes en las tinieblas, los felices gozan de una claridad resplandeciente y del sublime espectáculo del infinito; en fin, mientras que el espíritu que insistió en comportamientos inadecuados consigo mismo y los demás es atormentado por los remordimientos, por los pesares, muchas veces solo, sin consuelo y separado de los objetos de su afecto, gime bajo el peso de los sufrimientos morales, el justo, reunido con los que ama, saborea las dulzuras de una indecible felicidad. También allí hay diferentes moradas, aun cuando no estén circunscritas ni localizadas.

 

Destino de la tierra. - Causas de las miserias humanas

Nos maravillamos de encontrar en la tierra tanta maldad y malas pasiones, tantas miserias y enfermedades de todas clases, y de esto sacamos en consecuencia que la especie humana es una triste cosa. Este juicio proviene del punto de vista limitado en que nos colocamos y que da una falsa idea del conjunto.

 

Es conveniente considerar que en la tierra no se ve toda la humanidad, sino una pequeña fracción de ella. En efecto, la especie humana comprende todos los seres dotados de razón que pueblan los innumerables mundos del universo; así, pues, ¿qué es la población de la tierra con respecto a la población total de estos mundos? Mucho menos que una aldea al lado de un grande imperio. La situación material y moral de la humanidad terrestre nada tiene de extraordinario si nos hacemos cargo del destino de la tierra y de la naturaleza de los que la habitan.

 

Nos formaríamos una idea muy falsa de los habitantes de una gran ciudad si los juzgásemos por la población de los barrios más ínfimos y sórdidos. En un hospital, sólo se ven enfermos y lisiados; en un presidio sólo se ven todos los vicios, todas las torpezas reunidas; en las comarcas insalubres la mayor parte de los habitantes están pálidos, enfermizos y achacosos. Pues bien, figurémonos que la tierra es un arrabal, una penitenciaría, un país malsano, porque es a la vez todo esto, y se comprenderá por qué las aflicciones sobrepujan a los goces; por qué no se llevan al hospital a los que tienen buena salud, ni a las casas de corrección a aquellos que no han hecho daño; pues ni los hospitales ni las casas de corrección son lugares de delicias. Pues así como en una ciudad, toda su población no está en los hospitales o en las cárceles, tampoco toda la humanidad está en la tierra; de la misma manera que uno sale de un hospital cuando está curado y de la cárcel cuando ha sufrido su condena, el hombre deja la tierra por mundos más felices, cuando está curado de sus dolencias morales. (10)

 

 

En la pregunta 226 de El Libro de los Espíritus ¿Podemos decir que todos los Espíritus que no están encarnados son errantes? [El término erraticité es un neologismo creado por Allan Kardec.] a lo que los Espíritus Nobles responden: 

 

“Los que deben reencarnar, sí. En cambio, los Espíritus puros, aquellos que han llegado a la perfección, no son errantes: su estado es definitivo.” Por lo que se refiere a sus cualidades íntimas, los Espíritus pertenecen a diferentes órdenes o grados, que recorren sucesivamente a medida que se purifican. En cuanto a su estado, pueden ser: encarnados, es decir, unidos a un cuerpo; errantes, es decir, desprendidos del cuerpo material y en espera de una nueva encarnación para mejorar; y Espíritus puros, es decir, perfectos y sin necesidad de volver a encarnar. Entre los Espíritus no encarnados, los hay que tienen misiones que cumplir, ocupaciones activas, y gozan de una felicidad relativa. Otros se mantienen en la vaguedad y la incertidumbre: son errantes en la verdadera acepción de la palabra. Estos últimos son los que designamos con el nombre de almas en pena. Los primeros no siempre se consideran errantes, porque hacen una distinción entre su situación y la de los otros. 

 

1015. ¿Qué se debe entender por alma en pena? 

 “Un alma errante, que sufre sin la certeza de su porvenir, y a la cual podéis procurar el alivio que a menudo solicita cuando acude a comunicarse con vosotros.” 

 

664. ¿Es útil orar por los muertos y por los Espíritus que sufren? En ese caso, ¿de qué modo nuestras oraciones pueden suministrarles alivio y abreviar sus padecimientos? ¿Tienen ellas el poder de hacer más leve el peso de la justicia de Dios?  

 

“La oración no puede producir el efecto de cambiar los designios de Dios. No obstante, el alma por la cual se ora experimenta alivio, porque la oración es un testimonio de interés que se le brinda. El desdichado siempre siente alivio cuando encuentra almas caritativas que se compadecen de sus dolores. Por otra parte, mediante la oración se lo estimula al arrepentimiento y al deseo de hacer lo necesario para llegar a ser feliz. En ese sentido se puede abreviar su pena, si de su parte coopera con buena voluntad. Ese deseo de mejorar, estimulado por la oración, atrae junto al Espíritu que sufre a Espíritus mejores, que acuden a instruirlo, consolarlo y darle esperanzas. Jesús oraba por las ovejas descarriadas. De ese modo os muestra que seréis responsables si vosotros no oráis por aquellos que están más necesitados.” 

 

 Doctrina de Sócrates y Platón 

 

  1. El hombre es un alma encarnada. Antes de su encarnación, el alma existía unida a los arquetipos primordiales, a las ideas de lo verdadero, del bien y de lo bello. De ellas se separa al encarnar y, recordando su pasado, está más o menos atormentada por el deseo de volver a él. 

 

III. Mientras que tengamos nuestro cuerpo y el alma se encuentre sumergida en esta corrupción, nunca poseeremos el objeto de nuestros deseos: la verdad. En efecto, el cuerpo nos suscita mil obstáculos por la necesidad que tenemos de cuidarle; además, nos llena de deseos, de apetito, de temores, de mil quimeras y de mil tonterías, de manera que con él es imposible ser prudente ni un instante. Pero si es imposible conocer nada con pureza mientras el alma está unida al cuerpo, es necesario que suceda una de estas dos cosas: o que nunca jamás se conozca la verdad o que se conozca después de la muerte. Desembarazados de la locura del cuerpo, entonces conversaremos, es de esperar, como hombres igualmente libres, y conoceremos por nosotros mismos la esencia de las cosas. Por esto los verdaderos filósofos se preparan a morir, y la muerte no les parece espantosa.  

 

IV. El alma impura, en este estado, es arrastrada e impelida de nuevo hacia el mundo visible por el horror que tiene a lo invisible e inmaterial: entonces está errante, se dice, alrededor de los monumentos y de los sepulcros, cerca de los cuales se han visto a veces tan tenebrosas, como deben ser las imágenes de las almas que han dejado el cuerpo sin estar enteramente purificadas, y que conservan algo de la forma material, lo que hace que puedan verse. Estas no son las almas de los buenos, si la de los malos, que están obligadas a permanecer errantes en estos parajes, adonde llevan consigo la pena de su primera vida y en donde permanecen errantes hasta que los apetitos inherentes a la forma material que ellas se han dado, las conducen a un cuerpo, y entonces vuelven, sin duda, a tomar las mismas costumbres que durante su primera vida eran objeto de sus predilecciones.  

 

No solamente se explica aquí el principio de la reencarnación con claridad, sino que está descrito, del mismo modo que lo demuestra el Espiritismo en las evocaciones, del estado de las almas que aún están bajo el imperio de la materia. Hay más, y es que dice que la reencarnación en un cuerpo material es consecuencia de la impureza del alma, mientras que las almas purificadas están dispensadas de hacerlo.  

 

El Espiritismo no dice otra cosa; añade solamente que el alma que ha tomado buenas resoluciones en el estado errante, y que se halla en conocimientos adquiridos, tiene, al renacer, menos defectos, más virtudes y más ideas intuitivas que no tenía en su precedente existencia; y que, de este modo, cada existencia implica para ella un progreso intelectual y moral 

 

V. Después de la muerte, el guía o el amparador, que nos ha sido asignado durante nuestra vida, nos lleva a un paraje, en donde se reúnen todos aquellos que deben ser conducidos al Hades para ser juzgados. Las almas, después de haber permanecido en el Hades el tiempo necesario, vuelven a ser conducidas a esta vida "en numerosos y largos períodos.".  

 

Esta es la doctrina de los ángeles guardianes y espíritus protectores, y de las reencarnaciones sucesivas después de intervalos más o menos largos de erraticidad.(11) 

 

VIII. Si el alma es inmaterial, debe pasar después de esta vida a un mundo igualmente invisible e inmaterial, del mismo modo que el cuerpo, cuando se descompone, vuelve a la materia. Sólo que conviene distinguir bien el alma pura, verdaderamente inmaterial, que se alimenta como Dios de la ciencia y de las ideas, del alma más o menos manchada de impurezas materiales, que le impiden elevarse hacia lo divino y la retienen en los lugares de su morada terrestre.  

 

Sócrates y Platón, como se ve, comprendían perfectamente los diferentes grados de desmaterialización del alma. Insisten en la diferencia de situación que resulta para ellas de su mayor o menor pureza. Lo que ellos decían por intuición, el espiritismo lo prueba con numerosos ejemplos que pone al alcance de nuestra vista. 

 

X. El cuerpo conserva los vestigios bien pronunciados de los cuidados que se le han dispensado y de los accidentes que experimentó. Lo mismo sucede respecto al alma. Cuando esta se despoja del cuerpo, lleva consigo las señales evidentes de su carácter, de sus afecciones, y las marcas que cada uno de los actos de su vida le dejaron. De ese modo, la mayor desgracia que puede sucederle al hombre es irse al otro mundo con el alma cargada de crímenes. Ya ves Calicles, que ni tú, ni Polo, ni Gorgias podéis probar que deba llevarse un modo de vida distinto al que propongo, que también nos resulta útil después de la muerte. De tantas opiniones diversas, la única que permanece inquebrantable es la de que vale más sufrir una injusticia que cometerla, y que por encima de todo debe uno dedicarse, no a parecer un hombre de bien, sino a serlo. (Conversaciones de Sócrates con sus discípulos, en la prisión.) 

 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

1. KARDEC, Allan. El Libro de los Espíritus. Pregunta 85, 224, 226, 227,231, 317, 318, 600.

2. KARDEC, Allan. Evangelio según el Espiritismo

3. KARDEC, Allan. Cielo e Infierno. 1ª parte, cap. II; 2ª parte, cap. I

 

 


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