ACCIÓN DEL ESPIRITISMO EN LA TRANSFORMACIÓN HUMANA
Tres son los elementos fundamentales que el Espiritismo utiliza para transformar la humanidad en una sociedad mejor
1. Amor,
2. Trabajo,
3. Solidaridad.
1 - El amor
Incluye la comprensión y la tolerancia, pues quien ama comprende al ser amado y
sabe tolerarlo en todas las circunstancias. Abarca también la Verdad, pues
quien ama sabe que el objetivo supremo del Amor es la Verdad. Nadie ama la
mentira, pues hasta los mentirosos apenas soportan la falta de la verdad.
Con el desenvolvimiento psicobiológico, el amor egoísta del hombre a sí mismo
se transmuta, según ya vimos, en amor altruista, amor a los otros; que
expandiéndose desde el núcleo familiar engloba también a la Sociedad, a la
Patria y a la Humanidad.
Algunos espíritas dicen que los espíritas no tenemos patria, porque sabemos que
podemos renacer en diferentes países. Eso es absurdo, pues entonces tampoco
amaríamos al padre ni a la madre, que con frecuencia varían en diferentes
encarnaciones.
El Amor no tiene límites, pero nosotros, los hombres, somos creaciones
limitadas y estamos restringidos, en cada existencia, por las limitaciones de
la condición humana.
Amamos de manera especial a quienes están unidos a nosotros en esta vida o que
se unieran a nosotros en vidas anteriores.
Amamos a todos los seres y a todas las cosas en proporción a nuestra
disposición mental para comprender la realidad. Y amamos nuestra tierra, el
pedazo de mundo en que nacemos y vivimos, y a la gente a que pertenecemos,
sección de la población mundial que corresponde a la población de nuestra
Tierra. Y amamos a nuestro planeta Tierra y a toda la humanidad que la puebla,
compañeros nuestros y maestros en esta divina aventura por el camino del
progreso evolutivo. Y amamos a los que están más allá de la Tierra, en las
zonas planetarias espirituales, como amamos, por intuición mental y efectiva a
todos los seres y cosas de todo el Universo.
Lo ilimitado del amor se impone a los límites temporales de nuestra condición actual. Y ese es nuestro primer escalón hacia la trascendencia espiritual. En la medida en que nuestra capacidad infinita de amar se concretiza en realidad afectiva (nacida de los sentimientos profundos y verdaderos del amor) sentimos que nos vamos elevando a planos superiores de afectividad intelectual y moral, y vamos al mismo tiempo aumentando nuestro respeto a todas las manifestaciones de la vida y de la belleza en todo el Universo.
El Amor no es placer, ni preferencia, ni deseo: es afección; es decir, afectividad en acción, flujo permanente de vibraciones espirituales del ser que se expanden hacia todo lo que forma la realidad. Fue por eso que Francisco de Asís amó con la misma ternura y el mismo afecto, llamándolos hermanos, a los minerales, a los vegetales, a los animales, a los hombres y a los astros en el infinito. Las ondas del Amor alcanzan todas las distancias, alturas y profundidades, aunque no puedan ser medidas como hacemos con las ondas hertzianas de la radio.
Después de sobrepasar los límites posibles de la Creación, el Amor alcanza su objetivo principal, que es Dios, y en Él se transfunde. El Espiritismo profundiza el conocimiento de la Realidad Universal; no pretende modificar el Mundo en que vivimos por medio de cambios superficiales en sus estructuras. Esa es la actitud de los hombres ante los desequilibrios e injusticias sociales. Mas l@s espíritas miran más lejos y más hondo buscando las causas de los efectos visibles. Si queremos apagar una lámpara eléctrica, nada adelantamos con soplarla, es necesario desactivar el conmutador que permite el flujo de la electricidad.
Si queremos cambiar la Sociedad, nada adelantamos con modificar su estructura hecha por los hombres, sino que hemos de modificar a los hombres que modifican las estructuras sociales. El hombre egoísta produce el mundo egoísta, el hombre altruista producirá el mundo generoso, bueno y bello, que todos deseamos. No podemos hacer una buena plantación con malas simientes. Tenemos que mejorar las simientes. Las relaciones humanas se basan en la afectividad humana. Entre corazones insensibles no hay afecto, y cuando éste falta el dolor campea en el mundo, pues solamente él puede enternecer los corazones de piedra. Mas el Espiritismo enseña que el corazón de piedra es duro porque le falta comprensión de la realidad debido a la influencia de tradiciones negativas religiosas que el hombre desarrolló en tiempos salvajes y brutales. Cuantas veces se ha ofrecido a los hombres una visión más humana y más lógica de la Realidad Universal, sus relaciones han mejorado.
El Espiritismo surgió en una etapa de acelerado desarrollo cultural y espiritual, en que los espíritas contaron y cuentan con los mejores medios de que la humanidad terrestre haya jamás dispuesto para adquirir conocimientos y progresar. En esta época hay que recuperar el amor por la doctrina de que hablaba Urbano de Asís Xavier; recuperar el amor por los compañeros que se dedican a sembrarla renunciando a sí mismos y a sus propias condiciones profesionales e intelectuales; recuperar el amor por el pueblo hambriento de esclarecimientos precisos y seguros; recuperar el amor por la Verdad que continúa sofocada por las mentiras de las tinieblas.
Los médiums de grandes posibilidades se ven rodeados de multitudes de aprovechados, que los llevan casi siempre al fracaso o al agotamiento precoz. Solamente los interesados los procuran: los que pretenden aprovechar sus obras en beneficio propio; los que desean solamente presentarse como íntimos del médium; los que procuran consolación pasajera con su presencia; los que buscan chuparles los beneficios fluídicos, etc....
Los mismos médiums acaban muchas veces desanimados y desviándose hacia otros
campos de actividades buscan donde poder gozar, por lo menos, de convivencias
menos penosas. La explotación inconsciente y consciente de los médiums por los
propios adeptos de la doctrina, es uno de los factores más negativos que entorpecen
el desarrollo del Espiritismo en el mundo. La contribución que estos médiums
podrían dar para la ejecución de las metas doctrinarias se pierde en las
menudencias de las consultas personales y los mensajes cotidianos semejantes a
confesiones religiosas, tocados más de emoción embaucadora que de raciocinio y
esclarecimiento. Eso es lo que todos piden, como niños llorones acostumbrados a
dormirse con la monotonía del arrullo. Incluso hasta un médium como Arigó,
dotado de un temperamento agresivo como el de Joao Batista y asistido por una
entidad positiva como el dr. Fritz, acabó envuelto en una red de intereses
contradictorios que lo envolvieron en maniobras que lo aturdieron, mezcladas con
calumnias y campañas difamatorias que lo llevaron, en su ignorancia de labriego
inculto, a precipitarse, sin quererlo, a su destrucción precoz.
Las grandes tesis de la Doctrina Espírita no fueron suficientes para movilizar a los espíritas en favor del médium, para resguardarlo y facilitarle, por lo menos, la investigación de los científicos norteamericanos de diversas Universidades y de la NASA, que intentaron desesperadamente manejar el problema en términos de ecuación científica.
Cada espírita, al aceptar y comprender la grandeza de la causa de las Enseñanzas y su finalidad suprema - que es la transformación moral, social, cultural y espiritual de nuestro mundo- asume un serio compromiso con su propia conciencia.
La aparición de un médium como Chico Xavier o Arigó no tiene ya el sentido
restringido que tenía la aparición de una pitonisa o de un oráculo en el
pasado, sino que tiene una importancia similar a la que tuvo la aparición de un
Juan Bautista o de un Cristo en la fase crítica de la caída del mundo clásico
grecorromano, durante la trágica agonía de la civilización mitológica. Empero,
hoy, después de más de un siglo de siembra espírita, en la hora cierta y
precisa de la cosecha, vemos nuevamente al pueblo elegido ocupado en intrigas a
la Puerta del Muladar, mientras “los romanos crucifican entre ladrones” a
quienes se habían sacrificado en reencarnaciones providenciales.
Esa mentalidad de lechuzas agoreras y de troyanos que no escuchan a Casandra,
proviene del egoísmo, (esa lepra del corazón humano, según la expresión de
Kardec), del comodismo y del prejuicio mental.
La falta de estudio serio y sistemático de la doctrina, que permite la infiltración de elementos extraños en el cuerpo doctrinario causándole deformaciones superfluas imaginadas como novedades, envilece con la marca de Caín la conciencia espírita de los grupos de traidores. Esos traidores no traicionan solamente a la doctrina, al Cristo y a Kardec sino también a la Humanidad y al Futuro.
¿Dónde queda el principio del Amor en todo esto? ¿Cuál de ellos reveló amor a la Verdad? ¿Cuál probó amar y respetar la doctrina? ¿Cuál mostró amar a su semejante y quiso, por eso, realmente ayudarlo, orientarlo, esclarecerlo? A este fin superior sobreponen el interés falso y mezquino de pavonearse ante los ojos que necesitan luz, de presentarse con un conocimiento superficial ante los que nada saben, imponer a criaturas ingenuas su manera mentirosa de ver la enseñanza pura de Kardec.
El amor no está en los que se confabulan, en los que se comprometen
recíprocamente para el engaño, implicándose en la solidaridad de la profanación
consciente o inconsciente. El amor está
en los que repelen la farsa y condenan el gesto egoísta de los que escamotean
la verdad en provecho propio, llevando a multitudes ingenuas y desprevenidas a
corromper la doctrina esclarecedora.
El amor en ese caso puede parecer impiedad, mas es piedad, puede asemejarse a
la injuria y a la agresión, mas es ayuda y salvación. Las condenaciones
violentas de Jesús a escribas y fariseos no fueron dictadas por el odio, sino
por la indignación justa, necesaria, indispensable del Maestro, que sacudía a
aquellas almas impuras para librarlas de la impureza con que corrompían a las
almas sencillas.
Quien no tiene inteligencia para comprender eso, debe por lo menos tener la delicadeza del médico André Luiz, quien, arrojado a las zonas del umbral, se contentó con hacer trabajos de limpieza y lavado en los hospitales de los planos superiores para aprender la grandeza de la humildad, la nobleza de los pequeños, en vez de rebelarse contra las leyes divinas en la búsqueda de la Verdad.
El movimiento espírita, como todo el negro panorama religioso de la Tierra, está lleno de ignorantes revestidos o no de grados universitarios, que se juzgan maestros iluminados y son solamente los ciegos del Evangelio que conducen a otros ciegos al barranco. Impedirles cometer ese crimen de vanidad afrentosa es el deber de los que saben realmente amar y servir. “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!” advirtió Jesús, no para condenarlos al fuego del Infierno, sino para salvarlos del infierno de sí mismos.
2 - El trabajo
Es exigencia del principio de trascendencia. El hombre trabaja por necesidad,
como quieren los teóricos de la Dialéctica Materialista. Mas no sólo para
suplir sus necesidades físicas de subsistencia y sobrevivencia. No solamente,
como quieren los teóricos de la voluntad de poder, para adquirir poder. Ni
siquiera, como también pretenden Bentham y los teóricos de la ambición, para
acumular posesiones que representen poder. La búsqueda de las causas en ese
campo, es trascendente.
En el desenvolvimiento de la Civilización, el trabajo individual se va
extendiendo progresivamente, con los métodos de división del trabajo, hacia la
fase superior del trabajo colectivo. Por eso, es en el trabajo y a través del
trabajo como el ser humano se realiza como ser, desenvolviendo sus
potencialidades.
La extrema especialización de la Era Tecnológica nació en las cavernas cuando en los primeros clanes el hombre se encargó de la guerra, de la caza y de la pesca, y la mujer de criar, alimentar y orientar a los hijos. La Revolución Industrial en Inglaterra marcó un momento decisivo en la evolución humana para la adquisición de la conciencia de solidaridad humana. Es mediante el esfuerzo común (y hecho en conjunto) de las relaciones del trabajo, como se desenvuelve el sentido de comunidad, comprobando la necesidad del principio espírita de solidaridad y tolerancia para el mayor rendimiento, mayor estímulo y mayor perfeccionamiento de las técnicas de producción.
La competencia del mercado, que estimula la ganancia y la voracidad de los individuos y de los grupos, de las empresas y de los sistemas de producción, se opone a la conjunción de las conciencias en la solidaridad del trabajo común que procura el bienestar de todos. Los teóricos que condenan a las comunidades de trabajo orientadas hacia el interés de la mayoría, reducen la finalidad superior del trabajo a intereses mezquinos de enriquecimiento de individuos y de grupos particulares. La propia realidad los contradice con el espectáculo gigantesco del trabajo de la Naturaleza orientada hacia la grandeza de todo.
Remy Chauvin considera a los insectos sociales como expresiones de sistemas
colectivos de trabajo y de vida en donde el egoísmo individualista y grupal
(socio centrismo) no impidió el desenvolvimiento normal de la solidaridad. La
Naturaleza entera es un ejemplo que el hombre rechaza en nombre de su egoísmo,
de su vanidad y de sus ambiciones desmedidas. Estos tres elementos funcionan en
la especie humana como puntos de atracción hipnóticos que han impedido el libre
flujo de las energías libres del trabajo, condensándolas en formas
institucionales tiránicas. Los esfuerzos por romper estas formas dominantes por
métodos violentos representan una reacción instintiva que lleva fatalmente,
como lo demuestra el panorama histórico actual, a nuevas formas de organización.
Ese círculo vicioso sólo puede ser roto por una profunda y general comprensión
del verdadero sentido del trabajo, que no lleva a luchas y disensiones, sino a
la conjunción y armonización de todas las fuentes y todos los recursos del
trabajo, en los más diferenciados sectores de actividad. La proposición
espírita en ese sentido, como fue en su tiempo la proposición cristiana
original, encarna los más altos ideales de la especie, orientados hacia el
trabajo comunitario en acción y fines.
Hegel observó, en sus estudios de Estética, que la dialéctica del trabajo se revela en los reinos de la Naturaleza. El mineral es la materia prima de las elaboraciones futuras, presentándose como la concentración de las energías que constituyen las reservas básicas; el vegetal es donación pues las fuerzas del mineral se abren hacia la floración y los frutos de la vida; el animal es la vida en expansión dinámica, síntesis de las elaboraciones de los dos reinos anteriores, que dirige esos resultados al futuro, a la síntesis superior del Hombre, en el cual las contradicciones se resuelven en la armonía psicofísica y espiritual del ser humano, dotado de conciencia.
Toca ahora a esa conciencia elaborar la grandeza de la Tierra de los Hombres (según la expresión de Saint - Exupéry). Parece que Exupéry, aviador, poeta y profeta, representa el arquetipo actual de la evolución humana buscando el Infinito. Por eso, Simone de Beauvoir consideró a la Humanidad, no como la especie a que nos referimos por alegoría a los planos inferiores, sino como un devenir, un proceso de mutaciones constantes en dirección al futuro. Hoy somos todavía reflejo de los primates obtusos y violentos, antropófagos (según Tagore) devoradores de sí mismos y de sus semejantes, escarnecedores y corruptores de la condición humana. Pero mañana seremos hombres, seres humanos que encarnarán las fuerzas naturales bajo el dominio de la Razón y de la Conciencia. Tendremos entonces la República de los Espíritus, formada por la solidaridad de conciencias de que trata René Hubert en su Pedagogía General.
Como puede apreciarse de estos datos, la Enseñanza Espírita nos ofrece una precognición del hombre en su condición espiritual, sin las deformaciones teológicas y religiosas de la visión común, ataviada de supersticiones e idealizaciones superfluas. Habiendo penetrado objetivamente en el mundo de las causas, un siglo antes de que las Ciencias Materiales lo hiciesen, la Ciencia Espírita, experimental e inductiva -y que tiene ahora todos sus principios fundamentales endosados por aquellas, en investigaciones tecnológicas y de laboratorio - no formuló una estructura dogmática de suposiciones para imaginar al hombre después de la muerte y al hombre del futuro.
La imagen que nos dio del hombre nuevo hace un siglo está hoy plenamente
confirmada por los hechos. La controvertida cuestión de la sobrevivencia
espiritual fue resuelta tecnológicamente de manera positiva, comprobando la
tesis espírita. Falta poco para que se rompa, en las manos ya trémulas de los
teólogos, la Túnica de Nessus bordada con los dogmas religiosos, que generó por
todas partes angustias y desesperación.
Ahora estamos en condiciones de pensar tranquilamente en un futuro mejor para
la Humanidad, en etapas mejores de su evolución. Podemos ahora integrarnos
conscientemente a la gigantesca oficina de trabajos de la Tierra, preparando el
camino de las generaciones venideras. Las revelaciones ya no nos llegan
gratuitamente, pues como enseña Kardec, brotan de los esfuerzos en conjunto del
hombre esclarecido y de los espíritus conscientes.
Los dos mundos
en que nos movemos, el espiritual y el material, abrirán sus compuertas para
que sus aguas se encuentren en el esplendor de una nueva aurora. Y el Sol que
origina esa aurora ya no será una llama solitaria en la oscuridad total de los
espacios vacíos, sino sólo una antorcha olímpica entre millones de antorchas
que jalonan las conquistas futuras del hombre en la escalada sin fin de la
Evolución. Prometeo no volverá a ser sacrificado por querer robar el fuego
celestial de Zeus, porque ese fuego es el mismo que resplandecerá en el cuerpo
espiritual de la resurrección, que brilla en el alma humana y define su
naturaleza divina. Nos basta continuar en nuestro trabajo para tener nuestra parte
asegurada en la Herencia de Dios, pues como enseñó el Apóstol Pablo, somos
herederos de Dios y coherederos del Cristo.
El conocimiento es nuestra fe, la cual no se funda en palabras, sacramentos e
ídolos muertos, sino en la certeza de las verificaciones positivas y en las
conquistas del trabajo humano, generador constante de nuevas formas de energía
para la escalada humana a la trascendencia espiritual.
3 – Solidaridad
La solidaridad espírita se manifiesta particularmente en el campo de la
asistencia a la pobreza, a los enfermos y desvalidos. El gran impulso en ese
sentido fue dado, desde el inicio del movimiento doctrinario en Francia, por el
libro El evangelio según el Espiritismo, de Allan Kardec, quien trabajó
silenciosamente en la elaboración de esa obra, sin decir nada a nadie.
Seleccionó numerosos mensajes psicografiados, procedentes de diversos países en
los que el Espiritismo ya florecía. Su intención era señalar a los espíritas un
derrotero para la práctica religiosa, basándose en lo que él llamaba esencia de
la enseñanza moral de Cristo.
Conociendo profundamente la Historia del Cristianismo y las dificultades con que los originales del Evangelio habían sido escritos en épocas y lugares diferentes, tanto como el problema de los evangelios apócrifos y de las interferencias mitológicas en los textos canónicos y las interpolaciones ocurridas en estos, descartó todos esos elementos espurios para ofrecer a los espíritas una obra pura, despojada de todos los accesorios comprometedores. Su trabajo solitario y abnegado nos dio una obra maestra que cuenta con millones de ejemplares incesantemente reeditados en el mundo.
La solidaridad espírita no es solamente interna, entre los adeptos y compañeros. Se proyecta por lo menos en tres dimensiones.
a) en el medio social general de la comunidad espírita, más allá de los grupos
domésticos y de las instituciones cerradas;
b) incluye a todas las criaturas vivas, protegiéndolas, amparándolas, estimulándolas en sus luchas por la trascendencia espiritual, procurando ayudarlas sin pedir nada a cambio, ni siquiera la simpatía doctrinaria, pues quien ayuda no tiene el derecho de imponer cosa alguna;
c) se eleva a los planos superiores para unirse a Kardec y a su obra, a todos
los espíritus esclarecidos que luchan por la propagación del Espiritismo en el
mundo, y a Dios y a Jesús en la Solidaridad cósmica de los mundos solidarios.
En estas tres dimensiones la Solidaridad Espírita realiza, como si estuviera apoyada en tres poderosas palancas, el esfuerzo supremo de elevar el mundo, estimulando a los seres humanos hacia la trascendencia espiritual. Las mentes que todavía no alcanzaron a comprender este proceso pueden encerrarse en grupos e instituciones de tipo eclesiástico, aislándose en ambientes de madriguera, donde los espíritus mistificadores y embusteros se guarecen fácilmente. Pero en la proporción en que los adeptos así aislados, o por lo menos algunos de ellos, procuren realmente comprender la doctrina, la situación se modificará, despertando a los indolentes hacia actividades mejores.
Todo trabajo espírita es exigente y penoso, porque participa de una gran
batalla: la de la Redención del Mundo, iniciada por el joven carpintero Jesús,
hijo de María y de José. Esa batalla no es la de Dios contra el Diablo, el
extraño ángel de luz que se rebeló para fundar el Infierno. Esa ingenua
concepción de las civilizaciones agrarias y pastoriles tuvo su tiempo y su
función, su efecto de control en fases de barbarie, mas no pasa de ser una
alegoría inadecuada para nuestro tiempo.
Todo en el Evangelio, como Kardec demostró, desde que es separado del clima
mitológico, se vuelve claro y demuestra la posición evidentemente racional del
Cristo. El joven carpintero no pertenecía a la era Mitológica y cerró esa época
con su paso por la Tierra y la propagación de su enseñanza. El mito se vengó de
él, pues también lo transformó en mito. Por mucho tiempo, hasta nuestros días,
la figura humana de Jesús figuró en la nueva mitología, en la fase romana del
Renacimiento Mitológico, en la que se destacó la figura del Emperador Juliano
el Apóstata, que después de aceptar el Cristianismo se apostató y se empeñó en
la salvación de sus dioses antiguos.
Los residuos de la mentalidad mitológica de las civilizaciones arcaicas, particularmente la griega y la romana, reaccionaron, como era natural, contra el racionalismo cristiano. De esa manera, en la mente de las poblaciones bárbaras del Imperio Romano decadente, Jesús fue transformado en un mito de la Era Agraria.
Los curas y obispos del Cristianismo naciente, todos impregnados por la carga
mitológica de un largo pasado de ignorancia y supersticiones, no fueron capaces
de comprender el racionalismo de las propuestas cristianas. Por el contrario,
llenos de temor y espanto, contribuyeron a la deformación del cristianismo.
Antes y después de la caída del Imperio, los cristianos hicieron concesiones
necesarias a los pueblos bárbaros para absorberlos en el seno de la Religión
Redentora.
Donde quiera que los cristianos se impusieran por la fuerza del número y de las
armas, las iglesias paganas eran transformadas en templos cristianos,
conservándose cautelosamente las tradiciones mitológicas más arraigadas.
El ejemplo clásico y más conocido de esa táctica romana es la Catedral de Notre
Dame en París, que todavía guarda en sus subterráneos los restos de un templo de
la Diosa Lutecia.
La diosa pagana fue conservada en el templo, mas con el nombre de Nuestra
Señora, para que el pueblo ingenuo aceptase así el culto cristiano a María bajo
el prestigio secular de la diosa pagana.
Blavatsky recuerda que la Diosa Ceres, divinidad de la fecundación y en muchas religiones más específicamente diosa de los cereales, proveyó al cristianismo naciente una de las más conocidas imágenes de nuestra Señora en la que ella está representada con el manto estrellado del Cielo, en pie sobre el globo terrestre: Ceres cubriendo la Tierra con su manto celeste para fecundarla.
Ese mismo proceso de transposición ocurre hoy en el Sincretismo Religioso
Afrobrasileño y en las formas de sincretismo de otros países de América, donde
los ritos y las figuras de los dioses o santos católicos son absorbidos por las
religiones africanas trasplantadas por el tráfico negrero de esclavos al nuevo
continente. Jesús se volvió Oxalá, nuestra Señora se volvió Lemanyá, San Jorge
se volvió Ogum (dios de la guerra,) San Sebastián se volvió Oxum (dios de la
caza, etc., etc....)
Basta que leamos El Libro de hechos de los Apóstoles, en el evangelio, y las
epístolas de Pablo (anteriores a los Evangelios) para que tengamos la
confirmación de esa verdad histórica. En la primera epístola de Pablo a los
Corintios, en el tópico referente a los Dones Espirituales, tenemos una
descripción viva del llamado culto pneumático (del griego: pneuma, soplo,
espíritu) las sesiones mediúmnicas realizadas por los primeros cristianos y en
las cuales, según las investigaciones históricas modernas, que confirman los
datos de la Tradición, se manifestaban espíritus inferiores lleno de odio
contra Cristo. Esas manifestaciones intimidantes fueron consideradas como
diabólicas, reforzando la imagen tradicional del Diablo en la mente ingenua de
los adeptos. La lucha entre el Bien y el Mal es simplemente el proceso
dialéctico de la evolución. El Mal es la
ignorancia, el atraso, la superstición. El Bien es el conocimiento, el
progreso, la adecuación de la mente a la realidad. Esa es la gran lucha de
las cosas y de los seres, representada por la revuelta absurda de Luzbel, Ángel
de luz, que se entregó a la envidia y se convirtió en adversario de Dios.
Esos símbolos de un pasado bárbaro y distante todavía prevalecen en la Tierra
como residuos míticos que el tiempo va desgastando en la misma proporción en
que la Cultura se desenvuelve. La Ciencia se encargó de ajustar la mente humana
a la realidad terrestre, los hombres se envanecieron y se negaron a sí mismos
en las ideas materialistas, colocándose por debajo de todo cuanto existe. Duro
castigo que el orgullo humano todavía no ha reconocido.
La Ciencia afirma que nada se pierde en la Naturaleza, todo se transforma. El hombre aprueba eso con entusiasmo y, sin saberlo, se ríe de sí mismo, pues no comprende que sólo él no subsiste, solamente él es polvo que revierte al polvo. Esa es la verdadera caída del hombre, que se rebaja al polvo en un mundo en que todo se eleva incesantemente en la dirección de los planos superiores.
La tentación simbólica de Jesús en el desierto se asemeja a la tentación de
Buda en la floresta. Es la tentación de los hombres por la fascinación de los
bienes terrenales. Cuando el hombre se apega a la tierra (con t minúscula
porque nos referimos a la tierra que pisamos y no el Globo Terrestre), se niega
a evolucionar y es reprendido por las fuerzas de la evolución, que lo impelen a
salir de su cueva de insecto para alcanzar la condición existencial de su
especie. La ley de la existencia no es el polvo, sino la trascendencia
espiritual.
Puede el hombre andar de rodillas por las calles y las carreteras, ayunar, mortificarse, usar cilicio cuanto tiempo quiera, mas con eso no se volverá mejor. Volverá a tener reencarnaciones difíciles y dolorosas para aprender, con el sufrimiento y con la decepción, que no se busca a Dios arrastrándose sino elevándose en el amor y en la dedicación a los otros.
Las prácticas religiosas de purificación son egoístas, aumentan la miseria
humana y el apego del hombre a sí mismo. Las tentaciones que sufrimos no vienen
del Diablo, sino de nosotros mismos, de nuestra ignorancia y de nuestro apego
hipnótico a los bienes perecederos de la vida terrenal.
El Diablo es
el ogro traganiños de los adultos, el espantajo de los supersticiosos.
Giovanni Papini, escritor católico italiano contemporáneo, en su libro IL
DIABOLO, escandalizó al Vaticano, pregonando la conversión del Diablo. No podía
admitir ese mito impío en su teología. El Padre Teilhard de Chardin, en sus estudios
teológicos, negó la condenación eterna del Diablo. El Espiritismo se limita a
señalar la naturaleza mitológica del Diablo y a demostrar, práctica y
lógicamente, la imposibilidad de la caída del Angel Luzbel.
La evolución espiritual es irreversible. El espíritu que se elevó al plano
angelical no puede retroceder, no puede tener envidia ni otros sentimientos
humanos. El ángel malo es una contradicción en sí mismo, pues la Angelitud es
la condición divina que el espíritu busca y alcanza en la existencia.
La lucha del hombre para transformar el mundo es la lucha del hombre consigo
mismo, pues es él quien hace el mundo, y lo hace a su imagen y semejanza. Dios
creó la Tierra y todos los mundos del espacio, pero dio cada mundo a los hombres
que los habitan, para que ellos aprendan su oficio paterno de Creador,
intentando crear el mundo humano que les compete.
Es evidente que existe el mundo físico, material, en que nacemos, vivimos y
morimos. Y es también innegable que, sobre ese mundo físico y con sus
materiales, los hombres han construido un mundo diferente, hecho de artificios
humanos. El mundo material y su contraparte espiritual (que los científicos
comienzan a descubrir como antimateria) constituyen el mundo natural. Mas sobre
ambas partes de ese mundo natural los hombres construyen sus mundos ficticios.
Cada Civilización es un mundo imaginario que el hombre construyó con su trabajo, modelando en arcilla y piedra sus sueños y sus ilusiones. Esos mundos artificiales son el reflejo de las ideaciones humanas en la materia. Nosotros los creamos, alimentamos, desenvolvemos, dirigimos y matamos. Los mundos bárbaros creados en la Tierra eran ingenuos; los mundos civilizados, presentan una gradación que refleja la evolución humana, viniendo desde las civilizaciones agrarias, fantaseadoras y alegóricas, hasta las grandes civilizaciones orientales, masivas y arrogantes y las Civilizaciones Teocráticas, míticas y supersticiosas; llegando a las Civilizaciones Científicas, politeístas y pretenciosas, que se transforman en Civilizaciones Tecnológicas, materialistas y conflictivas y que morirán para dar lugar a la Civilización del Espíritu, en la búsqueda cultural de la Trascendencia.
Según Toynbee, más de veinte grandes civilizaciones ya existieron en la Tierra.
Ahora está surgiendo ante nuestros ojos y bajo nuestros pies una Nueva
Civilización, la del Espíritu, que podemos llamar Cósmica o Espiritual. Es para
preparar el advenimiento de esa Civilización del Espíritu que del Espiritismo
surgió. Nada adelantamos con querer hacer del Espiritismo una religión
dogmática, cargada de misticismo tonto o de materialismo alienante.
Las nuevas generaciones que se encarnan para realizarlo no temen a Dios ni al
Diablo, simplemente confían en los planes irreversibles de Dios, que se
ejecutan según las leyes de la conciencia humana en relación telepática
permanente con las entidades angelicales al servicio de Dios. El Espiritismo es
la Proposición de Dios, ratificada por los Espíritus Superiores, para la
transformación y elevación de la Tierra.
"Curso de Espiritismo Práctico". Herculano Pires
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