Revista Espírita Germinal (año 1897)
No es ya una sola la forma de la reivindicación de la personalidad terrestre. Desde los días en que toda preocupación y todo esfuerzo se encaminaban a conquistar la libertad política, como ha ocurrido en Europa durante la Edad Media; desde los lentos siglos en que las castas tiranizadas pugnaron por sacudir el yugo de sacerdotes y guerreros en la India, hasta la labor presente, hay otro mundo de distancia. Queda no poco que hacer todavía en aquellos caminos, pero a la par se inician senderos nuevos. Uno de éstos, y si bien se reflexiona, no de los menos transcendentales, es el que se denomina con nuestro epígrafe: feminismo.
¿Qué es el feminismo? La reivindicación de su personalidad por la mujer; se entiende ser racional y pide a leyes y costumbres su parte de sol y de vida en el concierto humano.
Comprendido de esta suerte, ¿habrá quién a ese movimiento se oponga? ¿Tenemos derecho los constantes defensores de la mejor manera de vivir, de la higiene total humana, tenemos derecho a intervenir en el debate?
Precisamente su aspecto fundamental es puramente científico; la mujer es o no es individuo de nuestra misma especie; la mujer tiene o no tiene idéntica naturaleza a la del hombre. En el primer caso, su pretensión es justa; en el segundo caso, deben también modificarse las leyes que nos rigen, pero en sentido aún más restrictivo. Lo que no puede continuar es la confusión presente, merced a la cual unas veces es superior y otras muchas inferior a nosotros ante la opinión o los tribunales.
Los medios puramente morales no bastan. Hace mil trescientos años que, tras larga discusión empeñada, reconocía por pocos votos el Catolicismo que la mujer tiene alma. El Islamismo la cierra la entrada en el Paraíso. El Brahmanismo la relega condición servil... Ninguno de los grandes movimientos éticos de la Humanidad ha reconocido sus lauros. Pero ¿qué dice la Ciencia?
Esta es hoy la única autorizada para decir la palabra definitiva.
La Ciencia, empieza por declarar que en toda la serie animal, los dos sexos son iguales en instintos, con alguna excepción a favor de los machos, con muchas más a favor de las hembras. Si se restan el caso de un pececillo (el espinoso) que es quien incuba y protege la prole, y el de un pajarito (el sastre) que es quien cose sus preciosos nidos colgados, la inmensa mayoría de los seres nacen y viven por el cuidado de las hembras. Entre los insectos, entre los peces, entre los reptiles, el padre es generalmente desconocido, y no pocas veces la hembra se le merienda o cuando menos, le mata, como la abeja y la trucha, mientras que muchas hembras dan pruebas de profundo sentido, de profético instinto, al procurar alimento a sus futuros hijuelos; así las del Ichneumon, las de los Enterradores, etc.
En los animales superiores, el macho suele ser defensor de la familia y algo proveedor de sus necesidades, como entre las Rapaces y los Carniceros ocurre; pero aun así su falta no compromete gravemente la prole, en tanto que la falta de la hembra la aniquila.
En la especie humana se repiten estas condiciones; durante años, los primeros de su existencia, el hombre depende exclusivamente de su madre. En la gestación ni en la lactancia puede intervenir el padre, como no sea para perturbarlas, cual, por desdicha, vemos nosotros a menudo.
Más tarde, la conservación numérica de la especie también depende de la mujer, podría reducirse en el noventa por ciento el número de los varones, sin que disminuyese el de nacimientos. Por el contrario, la mera supresión repetida del diez por ciento de las mujeres, nos llevaría en pocas generaciones al cero de la especie.
Por eso es tan dañino en los Estados el celibato femenino; por eso llenará la tierra la raza que primero se emancipe de los lazos de la rutina moral. Este es el peligro que amenaza a las razas blancas ante las amarillas: seremos arrollados si no nos defendemos con libertades sociales ; los cañones del emperador no bastan.
Pero dentro ya de nuestra especie, ¿es la mujer tan inteligente, tan moral, tan valiente como el hombre?
De sentimiento y de voluntad nadie la ha negado, por lo menos la equivalencia: su abnegación ante el dolor, su energía ante el peligro, son legendarias. Las mujeres de Numancia y de Misolonghi ante la muerte , las Hermanas de la Caridad , las del Ejército de Salvación, todas las madres en suma, son capaces de arrancar su presa, no sólo á un león hambriento como en Florencia, sino a esos leones más bravos que se llaman Difteria, Escarlatina, etc., etc.
Lo que se las niega es inteligencia. Algunos presentan como razón el menor peso de su cerebro; otros el menor número de mujeres sabias.
La objeción del peso del cerebro es inocente: la hormiga, la abeja, el castor, apenas tienen cerebro y son los animales más inteligentes: mientras que la oveja o el loro con grandes sesos, son estúpidos. Ni en absoluto ni en relación al peso del cuerpo, significa nada. Relativamente hay animal que nos lleva grande ventaja, y necesitamos encerrarle en jaulas para que viva: el canario, con relación a su peso y volumen, tiene casi doble cerebro que el hombre. Si esa ley fuese cierta, los canarios serían los que nos enjaularían a nosotros.
La objeción relativa al número de mujeres ilustradas es especiosa. ¡Si no se las enseña!
Y aun así, poniéndolas trabas legales, amenazándolas constantemente con el ridículo, algunas son eminentes escritoras, notables ingenieras, médicas, poetisas... Nunca resultaría justificado el genial apóstrofe de Calderón:
«!Vive Dios que pudo ser! »
Resulta en definitiva, que la mujer es por lo menos Igual al hombre, según la naturaleza. Luchar contra lo natural, es buscarse la derrota inevitable. Por esto el feminismo triunfa doquier que batalla.
«!Vive Dios que pudo ser! »
Resulta en definitiva, que la mujer es por lo menos Igual al hombre, según la naturaleza. Luchar contra lo natural, es buscarse la derrota inevitable. Por esto el feminismo triunfa doquier que batalla.
¿Cuáles serán las consecuencias de ese ennoblecimiento de la mujer? Muchas y muy transcendentales: considérese que sólo en el orden político se duplica con él el número de ciudadanos.
Pero en nuestro terreno, en el campo de la Medicina y de la Higiene, no serán tampoco pequeñas.
En Medicina se duplicará también el número de las aptitudes y podrán dedicar a nuestro progreso la paciencia, la constancia, hasta la sobriedad que es preciso reconocerlas. Muchas especialidades y los trabajos micrográficos todos, hoy tan importantes, ganarán muchísimo el día que recaigan en manos femeninas.
La Higiene no tendrá toda su inmensa valía, mientras no sea conocida e impuesta por la mujer. Así nosotros procuramos constantemente interesarla en nuestra propaganda: el día que la mujer sepa y quiera, desaparecerán la mayor parte de las enfermedades humanas. Sería, pues, conveniente a la Humanidad el reconocimiento de la identidad social de los sexos.
Pero sobre todo y ante todo, es justo. No deberíamos considerarnos dignos de la alta investidura de hombres libres, ciudadanos del mundo, en tanto que nuestras madres y nuestras hijas continúen esclavas.
El feminismo ante la ciencia» (20 de agosto de 1897) Germinal I (16): p. 10. 1897.
Joaquín de HUELBES TEMPRADO
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