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20 agosto 2021

¿EXISTEN MUNDOS HABITADOS?

 

El Espiritismo enseña que todos los mundos que existen en el universo están habitados y que el hombre de la Tierra está muy lejos de ser el primero en inteligencia, en bondad y perfección.



En un comentario acerca de ese tema Allan Kardec manifiesta: Dios pobló de seres vivos todos los mundos y todos esos seres contribuyen al objetivo final de la Providencia.


Creer que sólo los hay en el planeta que habitamos sería dudar de la sabiduría de Dios, que no hizo ninguna cosa sin un fin útil. Por cierto que a esos mundos Él les ha asignado un destino más importante que el de deleitar nuestra vista. Además, nada hay en la posición, ni en el volumen, ni en la constitución física de la Tierra, que pueda inducir a la suposición de que ésta goce del privilegio de estar habitada, con exclusión de tantos millares de millones de mundos semejantes.


Enseñanzas similares constan en el Evangelio, cuando el Cristo afirma: hay muchas moradas en la casa de mi Padre. A propósito de esa expresión evangélica Kardec realiza el siguiente comentario: La casa del Padre es el universo. Las diferentes moradas son los mundos que giran en el espacio infinito y ofrecen a los Espíritus que encarnan en ellos moradas en correspondencia con al adelanto de los mismos Espíritus.


De la enseñanza proporcionada por los Espíritus resulta que las condiciones de los mundos son muy diferentes unas de las otras, en lo concerniente al grado de adelanto o de inferioridad de sus habitantes. En los mundos inferiores la existencia es absolutamente material, pues en ellos reinan soberanas las pasiones y la vida moral es casi nula. A medida que ésta se desarrolla disminuye la influencia de la materia, de tal manera que en los mundos más avanzados la vida es, por así decirlo, absolutamente espiritual.


En los mundos intermedios se mezclan el bien y el mal, y en ellos predominan uno u otro según el grado de perfeccionamiento de la mayoría de sus habitantes. Si bien no es posible hacer una clasificación absoluta de los distintos mundos, sí se puede en virtud del estado en que se encuentran y de su destino, tomando como base los matices más salientes, dividirlos de modo general de la siguiente forma: mundos primitivos, destinados a las primeras encarnaciones del alma humana; mundos de expiación y pruebas, donde domina el mal; mundos de regeneración, en los cuales las almas que aún tienen que expiar toman nuevas fuerzas y reposan de las fatigas de la lucha; mundos dichosos, donde el bien supera al mal; mundos celestes o divinos, donde habitan los Espíritus perfectos y reina el bien con exclusividad.


Mundos Primitivos


Tomada la Tierra como punto de comparación, se puede tener una idea del estado de un mundo inferior, suponiendo a sus habitantes en la condición de las razas salvajes o de las naciones bárbaras que aún se encuentran entre nosotros como restos del estado primitivo de nuestro orbe.



En los más atrasados, los seres que los habitan son en cierto modo rudimentarios. Se presentan con la forma humana pero carente de belleza. Sus instintos no tienen el atenuante de los sentimientos de delicadeza o de benevolencia, ni las nociones de lo justo y lo injusto.


Entre ellos la fuerza bruta es la única ley. Desprovistos de industrias y de invenciones, su vida transcurre en la conquista de alimentos. Sin embargo, Dios no abandona a ninguna de sus criaturas; en el fondo de la tinieblas de la inteligencia yace latente, la vaga intuición relativamente desarrollada de un Ser supremo.



Mundos de Expiación y Pruebas


Estos son mundos donde predomina el mal, destinados a los espíritus que necesitan expiar las faltas cometidas en sus anteriores encarnaciones. La variedad de esos mundos es infinita, pero todos revelan, como atributo en común, que sirven como lugar de exilio para Espíritus rebeldes a la ley de Dios. Esos Espíritus tienen que luchar allí simultáneamente con la perversidad de los hombres y con la inclemencia de la naturaleza, doble y arduo trabajo que amplía a la vez las cualidades del corazón y las de la inteligencia.



Mundos de Regeneración o Regeneradores


Los mundos regeneradores hacen las veces de transición entre los mundos de expiación y los mundos felices. El alma arrepentida encuentra en ellos la calma y el reposo y termina de purificarse. Sin duda, en esos mundos el hombre aún se encuentra sujeto a las leyes que rigen la materia; la humanidad experimenta vuestras mismas sensaciones y deseos, pero está liberada de las pasiones desbordadas que os esclavizan, exenta del orgullo que impone silencio al corazón, de la envidia que la tortura, del odio que la sofoca.



En todas las frentes está inscrita la palabra amor; perfecta equidad rige las relaciones sociales; todos reconocen a Dios e intentan encaminarse hacia Él mediante el cumplimiento de sus leyes. En esos mundos no existe aún la felicidad perfecta, pero sí el amanecer de la felicidad. El hombre todavía es de carne y por eso está sujeto a las vicisitudes de las cuales solamente se han liberado los seres completamente desmaterializados. Aún deben soportar pruebas, aunque sin las punzantes angustias de la expiación.



Mundos Dichosos o Felices


En los mundos que han alcanzado un grado superior, las condiciones de la vida tanto moral como material son muy diferentes. Como en todas partes, el aspecto del cuerpo es allí siempre el humano, más bello, con mayor perfección y sobre todo purificado.


El cuerpo no tiene nada de la materialidad terrestre y no está, por consiguiente, sometido a las necesidades ni a las dolencias o al deterioro que el predominio de la materia provoca. Los sentidos, más purificados, son aptos para percepciones que en nuestro mundo están obstaculizadas por la materia grosera. La levedad específica del cuerpo permite el desplazamiento rápido y sin dificultades: en vez de arrastrarse penosamente por el suelo, se desliza a satisfacción por la superficie o planea en la atmósfera, sin otro impulso que el de la voluntad.



En lugar de semblantes pálidos, abatidos por los sufrimientos y las pasiones, la inteligencia y la vida resplandecen con el fulgor que los pintores han representado en el nimbo o en las aureolas de los santos. La escasa resistencia que la materia ofrece a Espíritus muy adelantados torna rápido el desarrollo de los cuerpos y breve o casi nula la infancia.


Exenta de temores y angustias, la vida es, en proporción, más prolongada que en la Tierra. En principio, la longevidad guarda relación con el grado de adelanto de los mundos. La muerte de ningún modo ocasiona los horrores de la descomposición; lejos de infundir terror, es considerada una transformación feliz, por eso de que allí no existe duda acerca del porvenir.


En esos mundos venturosos las relaciones, siempre amistosas entre los pueblos, jamás son perturbadas por la ambición de ninguno de ellos en cuanto a esclavizar al vecino, ni tampoco por la guerra que de ella podría resultar. La autoridad merece el respeto de todos, porque solamente se otorga a quien tiene méritos e invariablemente se ejerce con justicia. Allí los sentimientos delicados y elevados de la naturaleza humana se encuentran acrecentados y purificados; un lazo de amor y fraternidad vincula a todos los hombres.



Encarnación en los diferentes mundos


De acuerdo con las enseñanzas de la Doctrina Espírita, puesto que el Espíritu debe atravesar muchas encarnaciones, resulta que todos nosotros hemos tenido muchas existencias y tendremos muchas más, con relativo adelanto, ya sea en la Tierra o en otros mundos.


Para llegar a la perfección, su destino final, los Espíritus no precisan pasar por la inmensa variedad de mundos que existen en el universo, ya que muchos de esos mundos pertenecen al mismo grado de la escala evolutiva y los Espíritus, al abandonar alguno de ellos, nada nuevo aprenderían en los que fueran semejantes. Pueden, no obstante, encarnar en un mundo en el que ya hayan vivido para desempeñar misiones que contribuyan a su progreso.



Por otro lado, la pluralidad de las existencias de un Espíritu en un mismo mundo se puede explicar debido a la necesidad que tiene de ocupar cada vez una posición diferente a las anteriores, pues tales posiciones le deparan otras tantas ocasiones de adquirir experiencia. Cuando pasa de un planeta a otro, el Espíritu conserva su inteligencia, debido a que la inteligencia no se pierde. Es probable que no disponga de los mismos medios para manifestarla, lo que depende de su superioridad y de las condiciones del cuerpo que adoptará.


Téngase en cuenta, al respecto, que los Espíritus pueden permanecer estacionarios, pero jamás retrogradan. De esa forma, los Espíritus que encarnan en un mundo no se encuentran presos definitivamente, ni recorren en él todas las fases del progreso que les corresponde realizar para alcanzar la perfección.


Cuando consiguen en un mundo el grado de perfeccionamiento que admite ese mundo, pasan a otro más adelantado y así sucesivamente hasta que llegan al estado de Espíritus puros. Son otras tantas estaciones, en cada una de las cuales se les proveen elementos de progreso apropiados al adelanto que ya conquistaron. Es para ellos una recompensa ascender a un mundo de orden más elevado, como es un castigo el prolongar su permanencia en un mundo desdichado o ser relegados hacia otro aún más infeliz que aquél, al que no pueden regresar porque se obstinaron en el mal.

 

Ese pasaje de los Espíritus hacia otro planeta con cierto adelanto, en relación al mundo donde estaban encarnados, puede ser individual o colectivo. Para una mejor comprensión de ese proceso, comparemos esa trasmigración de un mundo a otro con la que se produce a causa de las desencarnaciones y reencarnaciones en la Tierra.


De tal modo, en el intervalo de sus existencias corporales, los Espíritus se encuentran en el estado de erraticidad y forman la población espiritual ambiente de la Tierra. A través de las muertes y los nacimientos, ambas poblaciones, la terrestre y la espiritual, se vierten sin cesar la una en la otra.



Hay, pues, a diario emigraciones desde el mundo corporal hacia el mundo espiritual e inmigraciones de éste para aquél: es el estado normal. Esa transfusión, que se efectúa entre la población encarnada y la desencarnada de un planeta, se realiza del mismo modo entre otros mundos, ya sea individualmente, en las condiciones normales, o en masa, en circunstancias especiales.


Hay, pues, emigraciones e inmigraciones colectivas de un mundo hacia otro, de donde resulta la introducción en la población de uno de ellos, de elementos enteramente nuevos. Nuevas razas de Espíritus que se mezclan con las existentes, generan nuevas razas de hombres. Asimismo, como los Espíritus jamás pierden lo que han adquirido, traen siempre con ellos la inteligencia y la intuición de los conocimientos que poseen, lo que hace que impriman la cualidad que les es peculiar a la raza corporal que animarán.



A tal efecto sólo necesitan que sean creados nuevos cuerpos para que ellos los usen. Puesto que la especie corporal ya existe, siempre hallan cuerpos dispuestos para recibirlos. Por lo tanto sólo son nuevos habitantes. Cuando arriban a la Tierra integran, al principio, la población espiritual; más adelante encarnan como los demás.


A medida que el Espíritu se purifica, el cuerpo que lo reviste se aproxima también a la naturaleza espiritual. Su materia se vuelve menos densa y deja de arrastrarse penosamente por la superficie de la tierra; las necesidades físicas se tornan menos groseras, y ya no es necesario que los seres vivos se destruyan mutuamente para alimentarse.


El Espíritu se encuentra más libre y conserva de las cosas remotas, percepciones que ignoramos. Ve con los ojos del cuerpo lo que sólo vislumbramos mediante el pensamiento. La duración de la vida en los diferentes mundos, parece estar en concordancia con el grado de superioridad física y moral de cada uno, lo que es rigurosamente racional. Cuanto menos material es el cuerpo, menos sujeto está a las vicisitudes que lo desarmonizan. Cuanto más puro es el Espíritu, menos pasiones lo dominan.



Así, pues, en las esferas superiores a la Tierra la supremacía de la materia es menor. Los males que ésta origina se atenúan a medida que el ser se eleva, hasta que terminan por desaparecer. Allá el ser humano ya no se arrastra penosamente bajo la acción del peso de la atmósfera; se desplaza de un lugar a otro con mucha facilidad. Las necesidades corporales son casi nulas y los trabajos rudos no se conocen. La existencia, más prolongada que la nuestra, transcurre entre el estudio y la participación en las realizaciones de una civilización perfeccionada, con base en la moral más pura, el respeto a los derechos de todos, la amistad y la fraternidad.


Por consiguiente podemos afirmar que los mundos, al igual que todo en el universo, están sujetos a la ley del progreso. Todos comenzaron como el vuestro - enseñan los Espíritus Superiores -, por un estado inferior y la Tierra sufrirá una transformación similar. Se convertirá en un paraíso cuando los hombres lleguen a ser buenos.


A su vez, los cuerpos que sirven de instrumento a los Espíritus en sus encarnaciones en los diferentes mundos, son más o menos materiales, según el grado de pureza alcanzado por los Espíritus. Eso es lo que determina la diferencia entre los mundos que hemos de recorrer, por cuanto muchas moradas hay en la casa de nuestro Padre y, por consiguiente, muchos son los grados de esas moradas.


En conclusión, no sólo el cuerpo material sino también la sustancia del periespíritu varía en cada mundo. Cuando pasa de un mundo a otro, el Espíritu se reviste de la materia propia de ese otro mundo. Hay incluso mundos en los cuales el Espíritu deja de utilizar cuerpos materiales y solamente conserva el envoltorio del periespíritu y asimismo, ese envoltorio se vuelve tan etéreo que para vosotros – dicen los Instructores de la Codificación - es como si no existiese. Se trata del estado de los Espíritus puros. 

 

LA VIDA EN EL ESPACIO

Según ciertas doctrinas religiosas, la Tierra es el centro del Universo y el cielo forma una bóveda por encima de nosotros. En su parte superior, dicen ellas, está situada la mansión de los bienaventurados, y el infierno, morada de los réprobos, prolonga sus lúgubres galerías en las entrañas mismas de la tierra.



La ciencia moderna de acuerdo con la enseñanza de los Espíritus, al mostrarnos el universo sembrado de innumerables mundos habitados, ha dado un golpe mortal a estas teorías. El cielo está en todas partes; en todas partes lo inconmensurable, lo insondable, lo infinito; en todas partes un hormigueo de soles y de esferas entre los cuales nuestra Tierra no es más que una mezquina unidad. En el seno de los espacios no hay ya moradas circunscritas para las almas. Tanto más libres cuanto más puras son, recorren la inmensidad y van donde las llevan sus afinidades y sus simpatías.


Los Espíritus inferiores, entorpecidos por la densidad de sus fluidos, quedan como ligados al mundo en el que han vivido, circulando en su atmósfera o mezclándose con sus habitantes.


Los goces y las percepciones del Espíritu, no proceden del centro que ocupa, sino de sus disposiciones personales y de los progresos realizados. Tal Espíritu atrasado, de periespíritu opaco y rodeado de tinieblas, puede encontrarse con el alma radiosa cuya envoltura sutil se presta a las sensaciones más delicadas y a las vibraciones más extensas. Cada cual lleva en sí su gloria o su miseria.


La condición de los Espíritus en la vida de ultratumba, su elevación, su felicidad, todo depende de su facultad de sentir y de percibir, la cual guarda proporción con su grado de adelantamiento.


En la Tierra vemos ya aumentarse los goces intelectuales con la cultura del espíritu. Las obras literarias y artísticas, las bellezas de la civilización, las más elevadas concepciones del genio humano, están fuera de la comprensión del hombre salvaje y aun de muchos de nuestros conciudadanos.


Así los Espíritus de orden inferior, cual ciegos en medio de la naturaleza iluminada por el sol, o cual sordos en un concierto, permanecen indiferentes o insensibles ante las maravillas del infinito. Esos Espíritus, envueltos en fluidos espesos, sufren las leyes de la gravitación y son atraídos hacia la materia. Bajo la influencia de sus apetitos groseros, las moléculas de su cuerpo fluídico se cierran a las percepciones exteriores y les hacen esclavos de las mismas fuerzas naturales que gobiernan la humanidad.


Nunca se insistirá demasiado sobre este hecho que es el fundamento del orden y justicia universales. Las almas se agrupan y se escalonan en el espacio según el grado de pureza de su envoltura. El rango del Espíritu está en relación directa con su constitución fluídica, la cual es su propia obra, la resultante de su pasado y de todos sus trabajos. Ella es la que determina su situación, en ella es donde encuentra su recompensa.


Mientras que el alma acrisolada recorre la vasta y radiante extensión, el Espíritu impuro no puede alejarse de la vecindad de los globos materiales. Entre estos estados extremos, hay numerosos grados intermediarios que permiten a los Espíritus similares agruparse y constituir verdaderas sociedades celestes.



La comunidad de ideas y de sentimientos, la identidad de gustos, de miras y de aspiraciones, aproximan y unen a esas almas que forman grandes familias. La vida del Espíritu adelantado es esencialmente activa, aunque sin fatiga. Las distancias no existen para él. Se transporta con la rapidez del pensamiento. Su envoltura, semejante a un ligero vapor, ha adquirido tal sutileza, que es invisible para los Espíritus inferiores. Ve, oye, siente y percibe, no ya por los órganos materiales que se interponen entre la naturaleza y nosotros interceptando al paso la mayor parte de las sensaciones, sino directamente, sin intermediario, por todas las partes de su ser. Por esto sus percepciones son mucho más claras y multiplicadas que las nuestras. 

 

El Espíritu elevado nada en cierto modo en un océano de sensaciones deliciosas. Ante su vista se desenvuelven cuadros variados, y suaves armonías le arrullan y le encantan. Para él, los colores son perfumes, los perfumes son sonidos. Mas por exquisitas que sean sus impresiones, puede sustraerse a ellas y recogerse a voluntad, cubriéndose con un velo fluídico y aislándose en el seno de los espacios. El Espíritu adelantado está libre de todas las necesidades corporales. El alimento y el sueño, no tienen para él ninguna razón de ser. Al dejar la Tierra, se desprende para siempre de los vanos cuidados, de las alarmas y de las quimeras que emponzoñan aquí nuestra existencia.


Los Espíritus inferiores llevan consigo más allá de la tumba, sus costumbres, sus necesidades y sus preocupaciones materiales. No pudiendo elevarse por encima de la atmósfera terrestre, vuelven a tomar parte en la vida de los humanos, a mezclarse en sus luchas, en sus trabajos y en sus placeres. Sus pasiones y sus deseos, siempre despiertos y atizados por el contacto continuo de la humanidad, los abruman, y la imposibilidad de satisfacerlos se convierte para ellos en una causa de tormento.


Los Espíritus no necesitan de la palabra para comprenderse. Reflejándose todos los pensamientos en el periespíritu como una imagen en un espejo, cambian sus ideas sin esfuerzo, con una rapidez vertiginosa. El Espíritu elevado puede leer en el cerebro del hombre y discernir sus más secretos designios. Nada se le oculta. Sondea todos los misterios de la naturaleza y puede a su antojo explorar las entrañas del globo, el fondo de los océanos y contemplar los despojos de las civilizaciones desaparecidas. Atraviesa los cuerpos más densos y ve abrirse ante él los dominios impenetrables al pensamiento humano.



Bibliografía:

Kardec, Allan. El Evangelio según el Espiritismo. Cap. III, Ítems 1-5, 8-10, 15-19.

Kardec, AllanEl libro de los Espíritus. Introducción VI, Items 55, 177-188.

Kardec, Allan. La Génesis. cap. XI. Items 35, 37.

Denis, León. Después de la Muerte. cap. XXXIII y XXXV.





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