Como hombre, tenía la organización de los seres carnales, pero como Espíritu puro, desprendido de la materia, vivía más la vida espiritual que la vida corporal, cuyas debilidades no padecía. Su superioridad con relación a los hombres no era el resultado de las cualidades particulares de su cuerpo, sino de las de su Espíritu, que dominaba a la materia de un modo absoluto, y de la cualidad de su periespíritu, extraído de la parte más quintaesenciada de los fluidos terrestres. (Véase La Génesis XIV, 9.)
Su alma no se encontraba ligada al cuerpo
más que por los vínculos estrictamente indispensables. Constantemente
desprendida, ella le otorgaba la doble vista no sólo permanente, sino de una
penetración excepcional, muy superior a la que poseen los hombres comunes. Lo mismo
debía de darse en él con relación a los fenómenos que dependen de los fluidos
periespirituales o psíquicos. La calidad de esos fluidos le confería un inmenso
poder magnético, secundado por el deseo incesante de hacer el bien. LG. XV.2.
En tanto que la incredulidad rechaza todos
los hechos que Jesús produjo, porque tienen apariencia de sobrenaturales,
y los considera sin excepción elementos de una leyenda, el
espiritismo proporciona una explicación natural a la mayoría de esos
hechos. Demuestra que son
posibles, no sólo con base en la teoría de las leyes fluídicas, sino por
su identidad con hechos análogos producidos por una gran cantidad de personas,
en las condiciones más comunes. Puesto que en
cierto modo son de dominio público, en
principio esos hechos no prueban nada en lo que respecta a la naturaleza
excepcional de Jesús. El más grande de
los milagros que Jesús hizo, el que realmente da testimonio de su superioridad,
ha sido la revolución que sus enseñanzas produjeron en el mundo, a pesar
de la exigüidad de sus medios de acción. LG. XV.62-63.
Los Fluidos (energías) como medio de información y curación
En muchos pasajes del Evangelio se dice:
“Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, les dijo...” Ahora bien, ¿cómo podría
él conocer esos pensamientos, si no fuera por la irradiación fluídica que se
los transmitía, así como por la visión espiritual que le permitía leer en el
fuero interior de las personas?
Entonces, cuando a menudo creemos
que un pensamiento se halla sepultado profundamente entre los pliegues
de nuestra alma, no sospechamos que somos portadores de un espejo donde
ese pensamiento se refleja, de un revelador en su propia irradiación
fluídica, que está impregnada de él.
Si viésemos el mecanismo del mundo
invisible que nos rodea, las ramificaciones de esos hilos conductores del
pensamiento, que vinculan a todos los seres inteligentes, corporales e
incorporales, los efluvios fluídicos cargados de las impresiones del mundo
moral, y que atraviesan el espacio como corrientes aéreas, quedaríamos menos
sorprendidos ante ciertos efectos que la ignorancia atribuye al acaso. LG.
XV.9
Estas palabras: conociendo en sí mismo la virtud que de él había salido, son significativas. Expresan el movimiento fluídico que se había operado desde Jesús en dirección a la mujer enferma; ambos habían experimentado la acción que acababa de producirse.
Es de destacar que el efecto no fue
provocado por ningún acto de la voluntad de Jesús; no hubo magnetización, ni
imposición de las manos. Bastó con la irradiación fluídica normal para realizar
la curación.
Pero ¿por qué esa irradiación se dirigió
hacia aquella mujer y no hacia otras personas, puesto que Jesús no pensaba en
ella y estaba rodeado por una multitud? La razón es muy simple.
Considerado como materia terapéutica, el fluido debe alcanzar el desorden
orgánico, a fin de repararlo; puede entonces ser dirigido sobre el mal por la
voluntad del curador, o atraído por el deseo ardiente, por la confianza, en suma,
por la fe del enfermo.
En relación con la corriente fluídica, el
curador actúa como una bomba impelente, y el enfermo como una bomba aspirante.
A veces es necesaria la simultaneidad de las dos acciones; en otras, basta con
una sola. El segundo caso fue el que ocurrió en el hecho que tratamos.
Así pues, Jesús tenía razón para decir: Tu
fe te ha salvado. Se comprende que en este caso la fe no es una virtud mística,
como la entienden algunas personas, sino una verdadera fuerza atractiva, de
modo que aquel que no la posee opone a la corriente fluídica una fuerza
repulsiva o, como mínimo, una fuerza de inercia que paraliza la acción.
Según eso, se comprende por qué, en caso
de que hubiera dos enfermos con la misma enfermedad, en presencia de un
curador, uno podría ser curado y el otro no. Este es uno de los principios más
importantes de la mediumnidad curadora, y que explica mediante una causa muy
natural ciertas anomalías aparentes. LG.XV.11.
“Habiendo
llegado a Betsaida, le trajeron un ciego y le rogaban que lo toque. Tomando al
ciego de la mano, lo llevó fuera del pueblo; le puso saliva en los ojos y,
habiéndole impuesto las manos, le preguntó si veía algo. El hombre, mirando, le
dijo: ‘Veo andar hombres, que me parecen árboles’. Jesús le puso de nuevo las
manos sobre los ojos, y él comenzó a ver mejor. Al final quedó de tal modo
curado que veía claramente todas las cosas. ”Y lo envió a su casa, diciéndole:
‘Ve a tu casa; y si entras en el pueblo no le digas a nadie lo que ocurrió
contigo’.” (San Marcos, 8:22 a 26.)
Aquí es evidente el efecto
magnético: la curación no fue instantánea, sino gradual, y como consecuencia de
una acción prolongada y reiterada, aunque más rápida que en la magnetización
ordinaria. La primera sensación de este hombre es la que experimentan los
ciegos al recobrar la vista. Por un efecto óptico, los objetos les parecen de
tamaño exagerado. LG.XV.12-13.
¿Qué podían significar estas palabras:
Tus pecados te son perdonados, y en qué podían influir para la curación del
paralítico?
El espiritismo las explica, como a una
infinidad de otras palabras que no han sido comprendidas hasta el día de hoy.
Nos enseña, por medio de la ley de la pluralidad de las existencias, que los
males y las aflicciones de la vida suelen ser expiaciones del pasado, y que
sufrimos en la vida presente las consecuencias de las faltas que cometimos en
una existencia anterior.
Así será hasta que hayamos pagado la deuda
de nuestras imperfecciones, pues las existencias son solidarias unas con otras. Por lo tanto, si la enfermedad de aquel
hombre era un castigo por el mal que había cometido, las palabras: Tus pecados
te son per- donados, equivalían a estas otras: “Pagaste tu deuda; la fe que
ahora posees eliminó la causa de tu enfermedad; en consecuencia, mereces quedar
libre de ella”. Por eso dijo a los escribas: “Tan fácil es decir: Tus pecados
te son perdonados, como: Levántate y anda”. Desaparecida la causa, el efecto debe cesar.
Es el mismo caso que el de un prisionero a
quien se le dice: “Tu crimen ha quedado expiado y perdonado”, lo que
equivaldría a decirle: “Puedes salir de la prisión”. LG.XV.15
Dijo entonces Jesús: ‘¿No fueron curados
los diez? ¿Dónde están los otros nueve? ¿Ninguno de ellos hubo que volviera a
glorificar a Dios, a no ser este extranjero?’ Y le dijo a ese: ‘Levántate y vete;
tu fe te ha salvado’.” (San Lucas, 17:11 a 19.)
Los samaritanos eran cismáticos, a
semejanza de los pro- testantes en relación con los católicos, y los judíos los
considera ban herejes y los despreciaban por ello. Al curar indistintamente a judíos
y samaritanos, Jesús daba al mismo tiempo una lección y un ejemplo de
tolerancia; y al destacar que sólo el samaritano había regresado para
glorificar a Dios, mostraba que había en él mayor suma de verdadera fe y de
reconocimiento que en los que se decían ortodoxos.
Agregando: Tu fe te ha salvado, hizo ver
que Dios considera lo que hay en el fondo del corazón, y no la forma exterior
de la adoración. LG.XV.17
“Enseñaba
Jesús en una sinagoga todos los días de sábado. Un día vio allí a una mujer
poseída de un Espíritu que la tenía enferma hacía dieciocho años; y ella estaba
tan encorvada que no podía mirar hacia arriba. Al verla Jesús, la llamó y le
dijo: ‘Mujer, estás libre de tu enfermedad’. Entonces le impuso las manos, y al
instante ella se enderezó, y rendía gracias a Dios. LG XV-19
”Había allí un hombre que se encontraba
enfermo hacía treinta y ocho años. Jesús, habiéndolo visto tendido, y
sabiéndolo enfermo desde largo tiempo, le preguntó: ‘¿Quieres quedar curado?’
El enfermo respondió: ‘Señor, no tengo nadie que me meta en la piscina cuando
el agua es agitada; y durante el tiempo que me toma llegar hasta allí, otro
desciende antes que yo’. Jesús le dijo: ‘Levántate, toma tu camilla y anda’. Y
al instante ese hombre quedó curado, y tomando su camilla se puso a andar.
Ahora bien, aquel día era sábado. Le preguntaron ellos entonces: ‘¿Quién
fue ese que te dijo: Toma tu camilla y anda?’ Pero el que había sido curado no
sabía quién era ese, porque Jesús se había retirado de en medio de la multitud que
estaba allí. LG XV.21.
Explicación: El agua brotaba de la fuente con mejores propiedades o también los efectos benéficos de los lodos curativos.
“Al pasar, Jesús vio a un hombre que era ciego de nacimiento;
y sus discípulos le hicieron esta pregunta: ‘Maestro, ¿quién ha pecado, ese
hombre o quienes lo pusieron en el mundo, para que haya nacido ciego?’ Jesús
les respondió: ‘Ni él pecó ni los que lo pusieron en el mundo; es para que las
obras del poder de Dios se manifiesten en él. Es preciso que yo haga las obras
de Aquel que me envió, mientras es de día; viene después la noche, en la cual
nadie puede hacer obras. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo’. ”Dicho
eso, escupió en el suelo, hizo lodo con su saliva y untó con ese lodo los ojos
del ciego, y le dijo: ‘Ve a lavarte en la piscina de Siloé’ (que
significa Enviado). Él fue, se lavó y volvió viendo con claridad.
”El hombre les respondió: ‘Es para asombro
que no sepáis de dónde es, y que me haya abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha
a los pecadores; pero, a aquel que lo honra y hace su voluntad, a ese Dios
escucha. Desde que el mundo existe, jamás se ha oído decir que alguien haya
abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si ese hombre no fuera un enviado
de Dios, nada podría hacer de todo lo que ha hecho. LG XV.24
“Jesús iba por toda la Galilea enseñando
en las sinagogas, predicando el Evangelio del reino y curando todas las
dolencias y todas las enfermedades en medio del pueblo. Su reputación se extendió
por toda Siria; y le traían a todos los que estaban enfermos y afligidos por
dolores y males diversos, los poseídos, los lunáticos, los paralíticos, y a
todos los curaba. Lo acompañaba una gran multitud de Galilea, Decápolis,
Jerusalén, Judea, y del otro lado del Jordán.” (San Mateo, 4:23 a 25.)
De todos los hechos que dan testimonio del
poder de Jesús, no cabe duda de que los más numerosos son las curaciones. Él
quería probar de esa forma que el verdadero poder es aquel que hace el bien;
aquel cuyo objetivo era ser útil, y no la satisfacción de la curiosidad de los
indiferentes por medio de cosas extraordinarias. Al aliviar los
padecimientos, las personas quedaban ligadas a él por el corazón, y hacía
prosélitos más numerosos y sinceros que si los maravillase con espectáculos
para la vista. De ese modo se hacía amar, mientras que si se hubiese limitado a
producir efectos materiales sorprendentes, como lo exigían los fariseos, la
mayoría de las personas no habría visto en él más que a un hechicero o un hábil
prestidigitador, al que los desocupados buscarían para distraerse.
LG.XV.27
Curaciones de los espíritus obsesores
”Ahora bien, se encontraba en la sinagoga
un hombre poseído por un Espíritu impuro, que exclamó: ‘¿Qué hay entre tú y
nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido para perdernos? Sé quién eres: eres el
santo de Dios’.
Pero Jesús lo conminó, diciendo: ‘Cállate
y sal de ese hombre’. Entonces, el Espíritu impuro, agitándolo con violentas
convulsiones, dio un grito y salió de él. ”Quedaron todos tan
sorprendidos que se preguntaban unos a otros: ‘¿Qué es esto? ¿Qué nueva
doctrina es esta? Él da órdenes con autoridad, aun a los Espíritus impuros, y
estos le obedecen’.” (Marcos, 1:21 a 27.). LG XV.29
”Cuando Jesús entró en la casa, sus
discípulos le preguntaron en privado: ‘¿Por qué no pudimos nosotros expulsar
ese demonio?’ Él respondió: ‘Esta clase de demonios no pueden ser expulsados sino
mediante la plegaria y el ayuno’.” (Marcos, 9:13 a 28.)
“Si Jesús hubiese producido sus
milagros a través del poder del demonio, este habría trabajado para
destruir su imperio, y habría empleado contra sí mismo su poder. Por
cierto, un demonio que procurase destruir el reinado del vicio para implantar
el de la virtud, sería un extraño demonio. (Nota de Allan Kardec).
Este es precisamente el argumento que
los espíritas oponen a los que atribuyen al demonio los buenos consejos que los
Espíritus les dan. El demonio obraría entonces como un ladrón profesional que
restituye todo lo que ha robado, y que exhorta a otros ladrones a que se
conviertan en personas honestas. (Nota de Allan Kardec.).
Las resurrecciones de la hija de
Jairo, el hijo de la viuda de Naim y de
Lázaro.
El hecho de devolver a la vida corporal a
un individuo que se encontrara realmente muerto sería contrario a las leyes de
la naturaleza y, por lo tanto, milagroso. Ahora bien, no es necesario que se
recurra a ese orden de hechos para explicar las resurrecciones realizadas por
el Cristo. Si las apariencias engañan a veces a los médicos de la
actualidad, los accidentes de esta clase debían de ser mucho más frecuentes en un
país donde no se tomaba ninguna precaución en ese sentido, y donde el entierro
era inmediato.
Así pues, es muy probable que en los dos
casos mencionados más arriba, se tratara apenas de un síncope o una
letargia. El propio Jesús afirma positivamente, con relación a la hija de
Jairo: Esta niña no ha muerto, sólo está dormida.
Si se considera el poder fluídico que
Jesús poseía, nada hay de sorprendente en el hecho de que ese fluido
vivificante, dirigido por una voluntad poderosa, haya reanimado los sentidos
entorpecidos; que incluso haya hecho volver el Espíritu al cuerpo cuando estaba
listo para abandonarlo, mientras que el lazo periespiritual todavía no se había
cortado definitivamente. Para los hombres de aquella época, que consideraban
muerto al individuo tan pronto como dejaba de respirar, se trataba de una
resurrección, de modo que lo manifestaban de muy buena fe; no obstante, lo que
había en realidad era una curación y no una resurrección en el verdadero sentido
de la palabra. LG. XV. 39.
Jesús camina sobre las aguas
Ejemplos análogos prueban que no tiene
nada de imposible ni de milagroso, pues es conforme a las leyes de la
naturaleza. Pudo originarse de dos maneras: Jesús, aunque estuviese
vivo, pudo aparecer sobre las aguas con una forma tangible, mientras que su
cuerpo carnal permanecía en otro lugar.
Esa es la hipótesis más probable. Se puede
incluso reconocer, en aquella narración, algunos indicios característicos de
las apariciones tangibles. Por
otro lado, también es posible que su cuerpo haya sido sostenido, y su gravedad
neutralizada, por la misma fuerza fluídica que mantiene a una mesa en el
espacio, sin un punto de apoyo. Idéntico efecto se produce muchas veces en los
cuerpos humanos. LG-XV-41.
Transfiguración en el monte Tabor
En las propiedades del fluido
periespiritual, una vez más, se encuentra la razón de este fenómeno. La
transfiguración (explicada más adelante) es un hecho bastante común que, producto
de la irradiación fluídica, puede modificar la apariencia de un individuo; pero
la pureza del periespíritu de Jesús hizo posible que su Espíritu le confiriese
un brillo excepcional. En cuanto a la aparición de Moisés y de Elías, entra
perfectamente en la categoría de los fenómenos de ese mismo género. De
todas las facultades que Jesús puso de manifiesto, no hay ninguna que esté
fuera de las condiciones de la humanidad, y que no se encuentre en el común de
los hombres, porque están en la naturaleza. No obstante, debido a la
superioridad de su esencia moral y de sus cualidades fluídicas, esas facultades
alcanzaron en él proporciones mayores que las del vulgo. Cuando dejaba a un
lado su envoltura carnal, Jesús exhibía el estado de los Espíritus puros.
LG-XV.43.
Aún no conocemos suficientemente
los secretos de la naturaleza para afirmar si existen o no inteligencias
ocultas que rijan la acción de los elementos. En la hipótesis de que las
hubiera, el fenómeno en cuestión podría ser el resultado de un acto de autoridad
sobre esas inteligencias, y probaría un poder que no le es dado ejercer a
ningún hombre.
Sea como fuere, el hecho de que Jesús
durmiera tranquilamente durante la tempestad demuestra de su parte una
seguridad que se puede explicar por la circunstancia de que su Espíritu veía
que no había peligro alguno, y que la tempestad se apaciguaría. LG.XV.46
Los panes y el alimento del alma
”Jesús
les respondió: ‘Yo soy el pan de la vida; aquel que viene a mí no tendrá
hambre, y aquel que cree en mí nunca tendrá sed’. Pero ya os lo he dicho,
vosotros me habéis visto y no creéis’. ”En verdad, en verdad os digo: aquel que
cree en mí tiene la vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres
comieron el maná en el desierto, y murieron. Aquí está el pan que descendió del
cielo, a fin de que quien coma de él no muera.”
Lo que Jesús hacía era muy simple y no
se apartaba de las leyes de la naturaleza. Las curaciones mismas no tenían un
carácter anormal ni demasiado extraordinario. Los milagros espirituales
significaban poco para ellos. LG. XV. 50-51
El poder de la fe y la
confianza en Sus sanaciones
El poder de la fe tiene una aplicación directa y especial en la acción magnética. Gracias a él, el hombre actúa sobre el fluido, un agente universal, modifica su cualidad y le da un impulso irresistible, por así decirlo. Es por esto que quien conjuga, con un gran poder fluido normal, una fe ardiente, puede operar, únicamente por su voluntad dirigida al bien, estos extraños fenómenos de curación y de otra naturaleza, que antes se consideraban prodigios, y que sin embargo no pasan de consecuencias de una ley natural. Esta es la razón por la que Jesús dijo a sus apóstoles: Si no pudieron sanar, fue por su poca fe. Capítulo 19, item 5 del Evangelio según el Espiritismo.
El capítulo 19, ítem 12,del Evangelio según el Espiritismo, afirma que el magnetismo es una de las mayores pruebas del poder de la fe, cuando se pone en acción. Es por la fe que sana y produce estos extraños fenómenos que antes se llamaban milagros. Les repito: la fe es humana y divina. Si todas las criaturas encarnadas estuvieran lo suficientemente persuadidas de la fuerza que traen consigo, y si quisieran poner su voluntad al servicio de esa fuerza, serían capaces de lograr lo que todavía llaman maravillas, que es simplemente un desarrollo de las facultades humanas.
Apariciones después de su muerte
Todos los evangelistas narran las
apariciones de Jesús después de su muerte, con detalles circunstanciados que
no permiten que se dude de su veracidad. Por otra parte, estas se
explican perfectamente mediante las leyes fluídicas y las propiedades del
periespíritu, y no presentan nada anómalo en relación con los fenómenos del
mismo tipo, de los cuales la historia –antigua y moderna– ofrece numerosos
ejemplos, sin omitir siquiera los de tangibilidad. Si observamos las
circunstancias en que ocurrieron sus diversas apariciones, en ellas
reconoceremos, en tales ocasiones, todos los caracteres de un ser fluídico.
Jesús aparece repentinamente y del
mismo modo desaparece; unos lo ven, y otros no; lo hace con
apariencias que ni aun sus discípulos reconocen; se deja ver en ambientes
cerrados, donde un cuerpo carnal no hubiera podido entrar; ni siquiera su
lenguaje tiene la vivacidad del de un ser corporal; al hablar, su modo es
conciso y sentencioso, característico de los Espíritus que se manifiestan
de esa manera; todas sus actitudes, en suma, denotan algo indefinido que
no es del mundo terrenal.
Su presencia causa sorpresa y temor
a la vez; sus discípulos, al verlo, no le hablan con la misma libertad de
antes; perciben que ya no es un hombre. Jesús,
por lo tanto, se mostró con su cuerpo periespiritual, lo que explica que
sólo haya sido visto por los que él quiso que lo vieran. Si hubiera estado con
su cuerpo carnal, todos lo habrían visto, como cuando estaba vivo.
Dado que sus discípulos ignoraban la
causa primera del fenómeno de las apariciones, no advertían esas particularidades,
que probablemente no les llamaban la atención. Puesto que veían a Jesús y
lo tocaban, para ellos ese debía ser su cuerpo resucitado. LG-XV.61
”Examinad
correctamente las enseñanzas impartidas en los Evangelios; sabed distinguir lo
que allí consta en sentido textual o en sentido figurado, y los errores que os
han cegado durante tantos siglos habrán de extinguirse de a poco, y cederán
lugar a la refulgente luz de la verdad”. Juan Evangelista (Burdeos, 1862.)
O o
O o O
o O o O
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