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05 agosto 2021

JESÚS: EL GRAN MAGNETIZADOR





 Como hombre, tenía la organización de los seres carnales, pero como Espíritu puro, desprendido de la materia, vivía más la vida espiritual que la vida corporal, cuyas debilidades no padecía. Su superioridad con relación a los hombres no era el resultado de las cualidades particulares de su cuerpo, sino de las de su Espíritu, que dominaba a la materia de un modo absoluto, y de la cualidad de su periespíritu, extraído de la parte más quintaesenciada de los fluidos terrestres. (Véase La Génesis  XIV, 9.)

 

Su alma no se encontraba ligada al cuerpo más que por los vínculos estrictamente indispensables. Constantemente desprendida, ella le otorgaba la doble vista no sólo permanente, sino de una penetración excepcional, muy superior a la que poseen los hombres comunes. Lo mismo debía de darse en él con relación a los fenómenos que dependen de los fluidos periespirituales o psíquicos. La calidad de esos fluidos le confería un inmenso poder magnético, secundado por el deseo incesante de hacer el bien. LG. XV.2.  

 

En tanto que la incredulidad rechaza todos los hechos que  Jesús produjo, porque tienen apariencia de sobrenaturales, y los  considera sin excepción elementos de una leyenda, el espiritismo  proporciona una explicación natural a la mayoría de esos hechos.   Demuestra que son posibles, no sólo con base en la teoría de las  leyes fluídicas, sino por su identidad con hechos análogos producidos por una gran cantidad de personas, en las condiciones más  comunes.  Puesto  que  en  cierto  modo  son  de  dominio  público,  en principio esos hechos no prueban nada en lo que respecta a la  naturaleza excepcional de Jesús.  El más grande de los milagros que Jesús hizo, el que realmente da testimonio de su superioridad, ha sido la revolución que  sus enseñanzas produjeron en el mundo, a pesar de la exigüidad  de sus medios de acción. LG. XV.62-63.

 


  Los Fluidos (energías) como medio de información y curación  

 

En muchos pasajes del Evangelio se dice: “Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, les dijo...” Ahora bien, ¿cómo podría él conocer esos pensamientos, si no fuera por la irradiación fluídica que se los transmitía, así como por la visión espiritual que le permitía leer en el fuero interior de las personas?  

 

Entonces, cuando a menudo creemos que un pensamiento se halla sepultado profundamente entre los pliegues de nuestra alma, no sospechamos que somos portadores de un espejo donde ese pensamiento se refleja, de un revelador en su propia irradiación fluídica, que está impregnada de él.

 

Si viésemos el mecanismo del mundo invisible que nos rodea, las ramificaciones de esos hilos conductores del pensamiento, que vinculan a todos los seres inteligentes, corporales e incorporales, los efluvios fluídicos cargados de las impresiones del mundo moral, y que atraviesan el espacio como corrientes aéreas, quedaríamos menos sorprendidos ante ciertos efectos que la ignorancia atribuye al acaso. LG. XV.9 

 



 



 Estas palabras: conociendo en sí mismo la virtud que de él había salido, son significativas. Expresan el movimiento fluídico que se había operado desde Jesús en dirección a la mujer enferma; ambos habían experimentado la acción que acababa de producirse.

 

Es de destacar que el efecto no fue provocado por ningún acto de la voluntad de Jesús; no hubo magnetización, ni imposición de las manos. Bastó con la irradiación fluídica normal para realizar la curación.  

 

Pero ¿por qué esa irradiación se dirigió hacia aquella mujer y no hacia otras personas, puesto que Jesús no pensaba en ella y estaba rodeado por una multitud?   La razón es muy simple. Considerado como materia terapéutica, el fluido debe alcanzar el desorden orgánico, a fin de repararlo; puede entonces ser dirigido sobre el mal por la voluntad del curador, o atraído por el deseo ardiente, por la confianza, en suma, por la fe del enfermo.

 

En relación con la corriente fluídica, el curador actúa como una bomba impelente, y el enfermo como una bomba aspirante. A veces es necesaria la simultaneidad de las dos acciones; en otras, basta con una sola. El segundo caso fue el que ocurrió en el hecho que tratamos.  

 

Así pues, Jesús tenía razón para decir: Tu fe te ha salvado. Se comprende que en este caso la fe no es una virtud mística, como la entienden algunas personas, sino una verdadera fuerza atractiva, de modo que aquel que no la posee opone a la corriente fluídica una fuerza repulsiva o, como mínimo, una fuerza de inercia que paraliza la acción.

 

Según eso, se comprende por qué, en caso de que hubiera dos enfermos con la misma enfermedad, en presencia de un curador, uno podría ser curado y el otro no. Este es uno de los principios más importantes de la mediumnidad curadora, y que explica mediante una causa muy natural ciertas anomalías aparentes. LG.XV.11.


 

 “Habiendo llegado a Betsaida, le trajeron un ciego y le rogaban que lo toque. Tomando al ciego de la mano, lo llevó fuera del pueblo; le puso saliva en los ojos y, habiéndole impuesto las manos, le preguntó si veía algo. El hombre, mirando, le dijo: ‘Veo andar hombres, que me parecen árboles’. Jesús le puso de nuevo las manos sobre los ojos, y él comenzó a ver mejor. Al final quedó de tal modo curado que veía claramente todas las cosas. ”Y lo envió a su casa, diciéndole: ‘Ve a tu casa; y si entras en el pueblo no le digas a nadie lo que ocurrió contigo’.” (San Marcos, 8:22 a 26.)  

 

 Aquí es evidente el efecto magnético: la curación no fue instantánea, sino gradual, y como consecuencia de una acción prolongada y reiterada, aunque más rápida que en la magnetización ordinaria. La primera sensación de este hombre es la que experimentan los ciegos al recobrar la vista. Por un efecto óptico, los objetos les parecen de tamaño exagerado. LG.XV.12-13.


 ¿Qué podían significar estas palabras: Tus pecados te son perdonados, y en qué podían influir para la curación del paralítico? 

 

El espiritismo las explica, como a una infinidad de otras palabras que no han sido comprendidas hasta el día de hoy. Nos enseña, por medio de la ley de la pluralidad de las existencias, que los males y las aflicciones de la vida suelen ser expiaciones del pasado, y que sufrimos en la vida presente las consecuencias de las faltas que cometimos en una existencia anterior.

 

Así será hasta que hayamos pagado la deuda de nuestras imperfecciones, pues las existencias son solidarias unas con otras.  Por lo tanto, si la enfermedad de aquel hombre era un castigo por el mal que había cometido, las palabras: Tus pecados te son per- donados, equivalían a estas otras: “Pagaste tu deuda; la fe que ahora posees eliminó la causa de tu enfermedad; en consecuencia, mereces quedar libre de ella”. Por eso dijo a los escribas: “Tan fácil es decir: Tus pecados te son perdonados, como: Levántate y anda”. Desaparecida la causa, el efecto debe cesar.

 

Es el mismo caso que el de un prisionero a quien se le dice: “Tu crimen ha quedado expiado y perdonado”, lo que equivaldría a decirle: “Puedes salir de la prisión”. LG.XV.15 

 

Dijo entonces Jesús: ‘¿No fueron curados los diez? ¿Dónde están los otros nueve? ¿Ninguno de ellos hubo que volviera a glorificar a Dios, a no ser este extranjero?’ Y le dijo a ese: ‘Levántate y vete; tu fe te ha salvado’.” (San Lucas, 17:11 a 19.) 

 

Los samaritanos eran cismáticos, a semejanza de los pro- testantes en relación con los católicos, y los judíos los considera ban herejes y los despreciaban por ello. Al curar indistintamente a judíos y samaritanos, Jesús daba al mismo tiempo una lección y un ejemplo de tolerancia; y al destacar que sólo el samaritano había regresado para glorificar a Dios, mostraba que había en él mayor suma de verdadera fe y de reconocimiento que en los que se decían ortodoxos.

 

Agregando: Tu fe te ha salvado, hizo ver que Dios considera lo que hay en el fondo del corazón, y no la forma exterior de la adoración. LG.XV.17  

 

 “Enseñaba Jesús en una sinagoga todos los días de sábado. Un día vio allí a una mujer poseída de un Espíritu que la tenía enferma hacía dieciocho años; y ella estaba tan encorvada que no podía mirar hacia arriba. Al verla Jesús, la llamó y le dijo: ‘Mujer, estás libre de tu enfermedad’. Entonces le impuso las manos, y al instante ella se enderezó, y rendía gracias a Dios. LG XV-19

 



 ”Había allí un hombre que se encontraba enfermo hacía treinta y ocho años. Jesús, habiéndolo visto tendido, y sabiéndolo enfermo desde largo tiempo, le preguntó: ‘¿Quieres quedar curado?’ El enfermo respondió: ‘Señor, no tengo nadie que me meta en la piscina cuando el agua es agitada; y durante el tiempo que me toma llegar hasta allí, otro desciende antes que yo’. Jesús le dijo: ‘Levántate, toma tu camilla y anda’. Y al instante ese hombre quedó curado, y tomando su camilla se puso a andar. Ahora bien, aquel día era sábado.   Le preguntaron ellos entonces: ‘¿Quién fue ese que te dijo: Toma tu camilla y anda?’ Pero el que había sido curado no sabía quién era ese, porque Jesús se había retirado de en medio de la multitud que estaba allí. LG XV.21.  

 

Explicación: El agua brotaba de la fuente con mejores propiedades o  también los efectos benéficos de los lodos curativos.   


“Al pasar, Jesús vio a un hombre que era ciego de nacimiento; y sus discípulos le hicieron esta pregunta: ‘Maestro, ¿quién ha pecado, ese hombre o quienes lo pusieron en el mundo, para que haya nacido ciego?’   Jesús les respondió: ‘Ni él pecó ni los que lo pusieron en el mundo; es para que las obras del poder de Dios se manifiesten en él. Es preciso que yo haga las obras de Aquel que me envió, mientras es de día; viene después la noche, en la cual nadie puede hacer obras. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo’. ”Dicho eso, escupió en el suelo, hizo lodo con su saliva y untó con ese lodo los ojos del ciego, y le dijo: ‘Ve a lavarte en la piscina de Siloé’ (que significa Enviado). Él fue, se lavó y volvió viendo con claridad.  

 

”El hombre les respondió: ‘Es para asombro que no sepáis de dónde es, y que me haya abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores; pero, a aquel que lo honra y hace su voluntad, a ese Dios escucha. Desde que el mundo existe, jamás se ha oído decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si ese hombre no fuera un enviado de Dios, nada podría hacer de todo lo que ha hecho. LG XV.24
 
 “Jesús iba por toda la Galilea enseñando en las sinagogas, predicando el Evangelio del reino y curando todas las dolencias y todas las enfermedades en medio del pueblo. Su reputación se extendió por toda Siria; y le traían a todos los que estaban enfermos y afligidos por dolores y males diversos, los poseídos, los lunáticos, los paralíticos, y a todos los curaba. Lo acompañaba una gran multitud de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea, y del otro lado del Jordán.” (San Mateo, 4:23 a 25.)  

 

De todos los hechos que dan testimonio del poder de Jesús, no cabe duda de que los más numerosos son las curaciones. Él quería probar de esa forma que el verdadero poder es aquel que hace el bien; aquel cuyo objetivo era ser útil, y no la satisfacción de la curiosidad de los indiferentes por medio de cosas extraordinarias.   Al aliviar los padecimientos, las personas quedaban ligadas a él por el corazón, y hacía prosélitos más numerosos y sinceros que si los maravillase con espectáculos para la vista. De ese modo se hacía amar, mientras que si se hubiese limitado a producir efectos materiales sorprendentes, como lo exigían los fariseos, la mayoría de las personas no habría visto en él más que a un hechicero o un hábil prestidigitador, al que los desocupados buscarían para distraerse. LG.XV.27

 



Curaciones de los espíritus obsesores  

 

”Ahora bien, se encontraba en la sinagoga un hombre poseído por un Espíritu impuro, que exclamó: ‘¿Qué hay entre tú y nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido para perdernos? Sé quién eres: eres el santo de Dios’.

 

Pero Jesús lo conminó, diciendo: ‘Cállate y sal de ese hombre’. Entonces, el Espíritu impuro, agitándolo con violentas convulsiones, dio un grito y salió de él.   ”Quedaron todos tan sorprendidos que se preguntaban unos a otros: ‘¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es esta? Él da órdenes con autoridad, aun a los Espíritus impuros, y estos le obedecen’.” (Marcos, 1:21 a 27.). LG XV.29

 


 ”Cuando Jesús entró en la casa, sus discípulos le preguntaron en privado: ‘¿Por qué no pudimos nosotros expulsar ese demonio?’ Él respondió: ‘Esta clase de demonios no pueden ser expulsados sino mediante la plegaria y el ayuno’.” (Marcos, 9:13 a 28.)

 


 Si Jesús hubiese producido sus milagros a través del poder del demonio, este habría trabajado para destruir su imperio, y habría empleado contra sí mismo su poder. Por cierto, un demonio que procurase destruir el reinado del vicio para implantar el de la virtud, sería un extraño demonio. (Nota de Allan Kardec).



 Este es precisamente el argumento que los espíritas oponen a los que atribuyen al demonio los buenos consejos que los Espíritus les dan. El demonio obraría entonces como un ladrón profesional que restituye todo lo que ha robado, y que exhorta a otros ladrones a que se conviertan en personas honestas. (Nota de Allan Kardec.).

 


 Las resurrecciones de la hija de Jairo, el hijo de la viuda de Naim y de Lázaro.   

 

El hecho de devolver a la vida corporal a un individuo que se encontrara realmente muerto sería contrario a las leyes de la naturaleza y, por lo tanto, milagroso. Ahora bien, no es necesario que se recurra a ese orden de hechos para explicar las resurrecciones realizadas por el Cristo.   Si las apariencias engañan a veces a los médicos de la actualidad, los accidentes de esta clase debían de ser mucho más frecuentes en un país donde no se tomaba ninguna precaución en ese sentido, y donde el entierro era inmediato.

 

Así pues, es muy probable que en los dos casos mencionados más arriba, se tratara apenas de un  síncope o una letargia. El propio Jesús afirma positivamente, con relación a la hija de Jairo: Esta niña no ha muerto, sólo está dormida.

 

Si se considera el poder fluídico que Jesús poseía, nada hay de sorprendente en el hecho de que ese fluido vivificante, dirigido por una voluntad poderosa, haya reanimado los sentidos entorpecidos; que incluso haya hecho volver el Espíritu al cuerpo cuando estaba listo para abandonarlo, mientras que el lazo periespiritual todavía no se había cortado definitivamente. Para los hombres de aquella época, que consideraban muerto al individuo tan pronto como dejaba de respirar, se trataba de una resurrección, de modo que lo manifestaban de muy buena fe; no obstante, lo que había en realidad era una curación y no una resurrección en el verdadero sentido de la palabra. LG. XV. 39.

 





 Jesús camina sobre las aguas  

 

Ejemplos análogos prueban que no tiene nada de imposible  ni de milagroso, pues es conforme a las leyes de la naturaleza. Pudo originarse de dos maneras:   Jesús, aunque estuviese vivo, pudo aparecer sobre las aguas con una forma tangible, mientras que su cuerpo carnal permanecía en otro lugar.

 

Esa es la hipótesis más probable. Se puede incluso reconocer, en aquella narración, algunos indicios característicos de las apariciones tangibles.   Por otro lado, también es posible que su cuerpo haya sido sostenido, y su gravedad neutralizada, por la misma fuerza fluídica que mantiene a una mesa en el espacio, sin un punto de apoyo. Idéntico efecto se produce muchas veces en los cuerpos humanos.  LG-XV-41.

 


 Transfiguración en el monte Tabor  

 

En las propiedades del fluido periespiritual, una vez más, se encuentra la razón de este fenómeno. La transfiguración (explicada más adelante) es un hecho bastante común que, producto de la irradiación fluídica, puede modificar la apariencia de un individuo; pero la pureza del periespíritu de Jesús hizo posible que su Espíritu le confiriese un brillo excepcional. En cuanto a la aparición de Moisés y de Elías, entra perfectamente en la categoría de los fenómenos de ese mismo género.   De todas las facultades que Jesús puso de manifiesto, no hay ninguna que esté fuera de las condiciones de la humanidad, y que no se encuentre en el común de los hombres, porque están en la naturaleza. No obstante, debido a la superioridad de su esencia moral y de sus cualidades fluídicas, esas facultades alcanzaron en él proporciones mayores que las del vulgo. Cuando dejaba a un lado su envoltura carnal, Jesús exhibía el estado de los Espíritus puros.  LG-XV.43.

 


  Aún no conocemos suficientemente los secretos de la naturaleza para afirmar si existen o no inteligencias ocultas que rijan la acción de los elementos. En la hipótesis de que las hubiera, el fenómeno en cuestión podría ser el resultado de un acto de autoridad sobre esas inteligencias, y probaría un poder que no le es dado ejercer a ningún hombre.  

 

Sea como fuere, el hecho de que Jesús durmiera tranquilamente durante la tempestad demuestra de su parte una seguridad que se puede explicar por la circunstancia de que su Espíritu veía que no había peligro alguno, y que la tempestad se apaciguaría. LG.XV.46

 


 Los panes y el alimento del alma  

 

 ”Jesús les respondió: ‘Yo soy el pan de la vida; aquel que viene a mí no tendrá hambre, y aquel que cree en mí nunca tendrá sed’. Pero ya os lo he dicho, vosotros me habéis visto y no creéis’. ”En verdad, en verdad os digo: aquel que cree en mí tiene la vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y murieron. Aquí está el pan que descendió del cielo, a fin de que quien coma de él no muera.”

 


 Lo que Jesús hacía era muy simple y no se apartaba de las leyes de la naturaleza. Las curaciones mismas no tenían un carácter anormal ni demasiado extraordinario. Los milagros espirituales significaban poco para ellos. LG. XV. 50-51

 


   El poder de la fe y la confianza en Sus sanaciones 

 

El poder de la fe tiene una aplicación directa y especial en la acción magnética. Gracias a él, el hombre actúa sobre el fluido, un agente universal, modifica su cualidad y le da un impulso irresistible, por así decirlo. Es por esto que quien conjuga, con un gran poder fluido normal, una fe ardiente, puede operar, únicamente por su voluntad dirigida al bien, estos extraños fenómenos de curación y de otra naturaleza, que antes se consideraban prodigios, y que sin embargo no pasan de consecuencias de una ley natural. Esta es la razón por la que Jesús dijo a sus apóstoles: Si no pudieron sanar, fue por su poca fe. Capítulo 19, item 5 del Evangelio según el Espiritismo. 

 

 El capítulo 19, ítem 12,del Evangelio según el Espiritismo, afirma que el magnetismo es una de las mayores pruebas del poder de la fe, cuando se pone en acción. Es por la fe que sana y produce estos extraños fenómenos que antes se llamaban milagros. Les repito: la fe es humana y divina. Si todas las criaturas encarnadas estuvieran lo suficientemente persuadidas de la fuerza que traen consigo, y si quisieran poner su voluntad al servicio de esa fuerza, serían capaces de lograr lo que todavía llaman maravillas, que es simplemente un desarrollo de las facultades humanas.   

 

Apariciones después de su muerte 

 

Todos los evangelistas narran las apariciones de Jesús después de su muerte, con detalles circunstanciados que no permiten  que se dude de su veracidad. Por otra parte, estas se explican perfectamente mediante las leyes fluídicas y las propiedades del periespíritu, y no presentan nada anómalo en relación con los fenómenos  del mismo tipo, de los cuales la historia –antigua y moderna– ofrece numerosos ejemplos, sin omitir siquiera los de tangibilidad. Si  observamos las circunstancias en que ocurrieron sus diversas apariciones, en ellas reconoceremos, en tales ocasiones, todos los caracteres de un ser fluídico.

 

Jesús aparece repentinamente y del mismo  modo desaparece; unos lo ven, y otros no; lo hace con apariencias  que ni aun sus discípulos reconocen; se deja ver en ambientes cerrados, donde un cuerpo carnal no hubiera podido entrar; ni siquiera  su lenguaje tiene la vivacidad del de un ser corporal; al hablar, su  modo es conciso y sentencioso, característico de los Espíritus que se  manifiestan de esa manera; todas sus actitudes, en suma, denotan  algo indefinido que no es del mundo terrenal.

 

Su presencia causa  sorpresa y temor a la vez; sus discípulos, al verlo, no le hablan con  la misma libertad de antes; perciben que ya no es un hombre.  Jesús, por lo tanto, se mostró con su cuerpo periespiritual, lo  que explica que sólo haya sido visto por los que él quiso que lo vieran. Si hubiera estado con su cuerpo carnal, todos lo habrían visto,  como cuando estaba vivo.

 

Dado que sus discípulos ignoraban la  causa primera del fenómeno de las apariciones, no advertían esas  particularidades, que probablemente no les llamaban la atención.  Puesto que veían a Jesús y lo tocaban, para ellos ese debía ser su  cuerpo resucitado. LG-XV.61  

 

 ”Examinad correctamente las enseñanzas impartidas en los Evangelios; sabed distinguir lo que allí consta en sentido textual o en sentido figurado, y los errores que os han cegado durante tantos siglos habrán de extinguirse de a poco, y cederán lugar a la refulgente luz de la verdad”. Juan Evangelista (Burdeos, 1862.)   

 

 

O  o  O  o  O  o  O  o  O


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