1) Educación para la muerte por Herculano Pires
2) Repaso de los items 149 a 167 El alma después de la muerte. El libro de los Espíritus
3) Repaso de "El temor a la muerte". El Cielo y el Infierno
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La vida en el mundo espiritual Chico Xavier/André Luiz
1) EDUCACIÓN PARA LA MUERTE
Estamos en una fase histórica en que el misterio de la muerte fue resuelto ampliamente y con seguridad. No habrá más posibilidades de duda en lo relativo a la sobrevivencia de todos los seres vivos al fenómeno universal de la muerte.
Nada se acaba; la duración de las cosas y de los seres es infinita. Este es un aspecto
de la realidad que estuvo siempre
expuesto a la observación humana, probándose incesantemente por si mismo, desde las selvas
hasta las más elevadas civilizaciones.
Estas
pruebas llegaron en nuestro tiempo a un
punto decisivo, gracias al desarrollo de las Ciencias, al esclarecimiento cultural que alejó de las
mentes más desenvueltas y capacitadas las dudas creadas por las supersticiones
y por el comercio religioso de la muerte
en todo el mundo.
A pesar de esto, la posición de la Ciencia al respecto de la cuestión permaneció invariable en los últimos siglos, particularmente en los siglos XVIII y XIX. El entusiasmo por las conquistas técnicas, por las victorias en la lucha contra el dogmatismo de la Iglesia y la esperanza ilusoria de una rápida y fácil explicación del mundo por las teorías mecanicistas, generaron el materialismo simplista y alegre que Marx y Engels llamarían utópico, reservando para si mismos la clasificación pomposa y temeraria de materialismo científico.
Así también en la segunda mitad del siglo XIX surgía la Ciencia Espírita y se abría para el mundo una visión más seria y detallada de la
realidad total del Universo. Como
acentuó Conan Doyle, a las invasiones inconsecuentes y dispersas de los espíritus
en nuestro mundo terreno, sucedía una
incursión organizada, dirigida por Espíritus Superiores, con una finalidad clara y
definida de revelar la verdad cristiana, hasta entonces estafada, en su pureza
esencial. Solo entonces la muerte
comenzó a mostrar a los seres humanos su cara oculta, revelando al mismo tiempo el
sentido verdadero de la vida y, como acentuó
León Denis, su pesada responsabilidad.
Las
prácticas misteriosas y aterradoras de
la preparación de los seres humanos para la muerte fueron difuminándose por las informaciones compiladas por Denizard Rivail,
discípulo y continuador de Pestalozzi, en el desenvolvimiento de una educación para la
muerte.
Toda la
larga fase anterior, envuelta en supersticiones mágicas y misticismo alienante,
de los tiempos primitivos hasta la primera
mitad del siglo XIX, fue apenas de preparación dramática, sombría y trágica de
la criatura humana para el misterio insondable de la muerte en que toda la Humanidad estaba sumergida.
Es increíble que las iglesias cristianas se esforzaran tanto, hasta hoy, para mantener esta situación desesperante
en el mundo.
Aunque el Papa Pablo VI, mostrándose preocupado con su muerte próxima, declaró que nada dice
la Iglesia sobre la muerte, a no ser que
sobreviviremos a ella en una forma de vida misteriosa.
De misterio
en misterio, como se ve, los problemas fundamentales
de la vida y de la muerte fueron escapando de las manos de los clérigos. Hoy estos asuntos
pasaron hacia el ámbito de la Ciencia.
Mas será la Educación y la Pedagogía que, en última instancia, cabe hoy la obligación de
elaborar los programas de orientación educativa de todos nosotros para el acto
de morir.
En la
didáctica especializada de esta nueva disciplina resalta, como punto central nuevo campo
educativo, el acto educativo. En el se
concentra, como en el núcleo del átomo, todo el poder organizador y orientador del proceso
a desarrollarse.
Para René Hubert y Kerchensteiner, el acto educativo es un acto de amor. En las pesquisas sobre la Educación
primitiva, entre los salvajes, se
evidenció que la naturaleza de la
Educación es esencialmente afectiva y amorosa.
Esto nos
muestra que la Educación para la Muerte no puede ser coercitiva, autoritaria,
constreñidora y mucho menos aterrorizadora.
Las
religiones de la muerte, por lo tanto, se negaron a si mismas al optar por el
terrorismo de las maldiciones y de las
amenazas para educar a los seres humanos en el
difícil oficio de morir y de soportar la muerte a su alrededor.
Simone de
Beauvoir observó, en contacto con materialistas ideológicamente convencidos, que morir es una
necesidad natural del ser humano, que los materialistas temen, principalmente, la soledad de la muerte. Nada saben, como los
religiosos, sobre los secretos de la
muerte. Tendrá que ser por esto que siempre mueren con los ojos abiertos, dejando
a los vivos el trabajo de cerrarlos para estar acompañados.
Si los materialistas pudiesen ser filósofos, no les importaría la soledad de la muerte, puesto que si en ella
todo se acaba, no podría haber soledad.
Y será también por esto que no puede haber
una Filosofía materialista.
La esencia de la Filosofía es la libertad y su objeto es ella misma. La Filosofía
es la captación libre de la realidad que
nos dará una libre concepción del mundo.
El materialista no es libre, puesto que está preso a la idea fija de que todo es materia.
No es por casualidad que estamos en un mundo tan lleno de conflictos y angustias.
Pagamos caro el mundo fantasioso que orgullosamente construimos sobre el mundo
natural de la Tierra.
Adaptar este
mundo humano a la realidad planetaria es tarea urgente, que cabe a todos y a cada uno de
nosotros. El acto educativo, en el proceso de la educación para la muerte, se
revela aún más profundo y significativo que en la educación común.
Comienza por
el llamado de una consciencia esclarecida y madura a las consciencias inmaduras, para elevarse sobre los conceptos erróneos a los cuales se
apegan. Tenemos que revelar y justificar
para estas consciencias, con datos científicos actuales, el mecanismo
individual y colectivo de la muerte.
Urge hacer comprender al ser humano que la
muerte no es un mal, sino un bien de la
naturaleza y una necesidad para el ser humano. Tenemos que demostrar que el muerto
no es un cadáver, sino un ser inmortal
que, al pasar por la vida y la muerte se enriqueció con nuevas experiencias, adquirió más saber,
desenvolvió sus facultades o potencialidades divinas.
Tenemos que
esclarecer el sentido de la palabra
hasta hoy empleada de manera alienante, esclareciendo
que la condición divina del ser humano es simplemente el producto de una existencia
de trabajo, amor y abnegación, en que la
criatura supera, en las vías de la trascendencia, el condicionamiento animal del cuerpo material y
la ilusión sensorial que lo imanta al vivir animal.
Tenemos que
trascender la sistemática habitual de las escuelas y de las iglesias, que se
apegan al pragmatismo, a las subfilosofias
del vivir por vivir, desvendando el
verdadero significado del placer y del amor, como elementos de sublimación de la criatura humana en las
funciones vitales y genésicas de la
especie.
El
mandamiento del amor al prójimo ha de ser colocado en plano racional, libre de las amenazas opresivas y de la maraña de las conveniencias
inmediatistas.
Mostrar que el Amor a Dios, la más elevada forma de amor existente en la Tierra, no se hace con miedo y terror, sino de comprensión; no se dirige a un mito, sino a una Consciencia que nos impulsa en la práctica de la justicia y de la bondad, sin discriminaciones de especie alguna.
Tenemos que
esclarecer que la muerte está en
nosotros mismos y no fuera de nosotros, que
convive con la vida en nosotros. Como enseñaba Buda, “la muerte nos visita en cada una de
nuestras respiraciones”.
Tenemos que
demostrar que, en verdad, morir es simplemente dejar el condicionamiento animal
y pasar a la vida espiritual. La fase más difícil del acto educativo es la que
da la comprensión del desapego a los bienes pasajeros del mundo, sin despreciarlos, como forma de preparación para
las actividades de abnegación amorosa
que hemos de ejercer después de la muerte.
Mas no
tendremos que exagerar las promesas de más allá del túmulo, puesto que no se promete lo que no se
puede dar, sino enseñar que solo se
llevará, en el cambio de la muerte, el bagaje de las conquistas que se realizan aquí, en la
vida terrenal.
No seremos premiados, sino pagados en la otra
vida, justamente pagados por todo lo que
demos gratuitamente en esta vida. Esta enseñanza,
acompañada de ejemplos vivos de nuestra vivencia, demostrará a los educandos que no usamos
palabras piadosas, sino que los
convidamos a caminar a nuestro lado, haciendo lo que hacemos.
Tendremos
que sustituir las ideas de recompensa por las de consecuencia.
Pero si hiciéramos todo esto sin amor, pensando
apenas en nosotros mismos, nuestros actos no tendrán repercusión, puesto que nada más hicimos que
cumplir con nuestro deber, en el
contrato social y universal de la convivencia humana.
Ninguno hace
sin haber aprendido, pero ninguno aprende sin hacer. Así, la reciprocidad de
nuestro quehacer nos liga profundamente
a los otros en las redes de la ley de acción y reacción, demostrándonos de manera objetiva y
subjetiva que todos precisamos de la ayuda de los demás.
La
convivencia humana se entreteje de
intereses, desconfianzas, despechos y aversiones,
sobre un paño de fondo en que el amor, la simpatía y el respeto ofrecen precaria base de sustento.
Gran parte de este tejido de
malquerencias recíprocas provienen de motivos ocultos, provenientes de envidias y celos. Porque unos
están mejor dotados que otros y la vanidad humana no permite a los inferiores perdonar a los más agraciados por la
naturaleza o por la fortuna.
El problema de la reencarnación explica estas diferencias, muchas veces chocantes, y alienta a los infelices con esperanzas racionales, demostrándoles que cada uno de nosotros será el responsable único por su condicionamiento individual.
Los seres humanos aprenden a tolerar sus derrotas hoy para alcanzar victorias futuras, y en este aprendizaje se superan a si mismos, modificando el tenor inferior de las relaciones sociales.
Las pesquisas científicas actuales sobre la reencarnación hacen parte necesaria de la educación para la muerte, que en el caso pierde la mayoría de sus aspectos negativos, transformándose en promesa de recompensa posible. Al mismo tiempo, sustituyendo las amenazas religiosas absurdas por los socorros de las buenas acciones en la vida de prueba, que será siempre pasajera, predisponiendo a las criaturas condiciones espirituales en la vida presente.
Las pruebas científicas del poder del pensamiento,
que hoy se revela como forma de
comunicación permanente en la sociedad humana, nos demuestra la conveniencia de
la conformidad y de la alegría íntima en
las relaciones sociales.
El acto
educativo, en esta extensión y en esta profundidad, se torna el más poderoso instrumento de
transformación del ser humano, llevándolo a
descubrir en si mismo las más poderosas fuentes
de energía de que podemos disponer en el mundo, y basta esto para darnos la Nueva Consciencia
que apagará en nosotros todos el
fermento viejo del que hablaba Jesús a los fariseos, los residuos animales de nuestra
condición humana.
No será con
sermones tejidos con palabras mansas y palabrería emotiva, ni con piedad
fingida, bendiciones formales del profesionalismo
religioso, promesas de un cielo de delicias al lado de amenazas de condenas eternas que
podremos despertar a los seres humanos para
una vida más elevada.
Tenemos que
colocar los problemas humanos en
términos racionales, sin contradicciones amedrentadoras. El ser humano reacciona,
consciente o inconscientemente, a todas las amenazas y condenas, y a todas las
injusticias de la sociedad y de las
potencias divinas.
Hasta hoy,
hemos sido tratados como animales en fase de domesticación y reaccionamos
intensificando la violencia y la revuelta por toda la Tierra.
De ahora en adelante precisamos pensar seriamente en la educación positiva del
ser humano en la vida, con vistas a su educación para la muerte.
El instinto
de posesión y las ambiciones del poder
desencadenaron en la Tierra la ola de violencias que hoy nos asombra. Mas el ser humano es racional y puede
superar esta situación desastrosa ante
la revelación de las primaveras secretas del amor y de la bondad.
En su
consciencia está la marca divina del
Creador, en la idea de Dios que Descartes descubrió en las profundidades de si mismo. En un mundo y en
una sociedad en que los estímulos son,
en la mayoría negativos, los ejemplos deplorables,
las leyes injustas, las religiones mentirosas entregados al tráfico de la
simonía, la moral hipócrita y así por delante, en que los buenos se hunden en la miseria para
que los malos vivan con las tripas
llenas, no habrá condiciones para el desenvolvimiento de las virtudes del
espíritu, sino solamente para los vicios
de la carne.
El acto
educativo, en la Educación para la Muerte, se constituye en un proceso complejo
que debe abarcar todas las facultades humanas, para elevarlas al plano de las
funciones superiores del espíritu.
Comenzando
en el individuo, primera brecha por la cual
se puede inyectar la idea nueva en relación constante con la muerte, este acto de amor se extenderá a las
comunidades, contagiando al mundo.
Es lo que
Jesús comparó a la acción del fermento
en una medida de harina, para levarla. Es también el poquito de sal que da gusto a la insipidez del
mundo, a través de aquellos que se
dispongan a salarse a si mismos para transmitir a los otros el estimulo salino. Todas estas
cosas no son nuevas, son viejas, pero en
verdad no envejecen.
Hace dos mil
años Jesús de Nazaret, carpintero e hijo
de carpintero, enseñó al mundo los principios
de la Educación para la Muerte y enriqueció sus enseñanzas con su ejemplo personal.
Ejemplificó la inmortalidad, resucitando en su cuerpo espiritual, el cuerpo
bioplasmático que los materialistas descubrieran y que se apresuraron a esconder de la Humanidad.
Mas la
Educación para la Muerte fue entonces transformada
en las Religiones de la Muerte por los mercaderes de los templos y el mundo retornó a las
tinieblas, apegado a los mitos y
enriqueciendo el panteón mitológico con la imagen del carpintero crucificado por judíos y romanos en
colusión.
Nos cabe ahora, en la antevíspera científica y tecnológica de la Era Cósmica, disponernos a luchar por la reimplantación de la Educación para la Muerte, que enseñará a los seres humanos a vivir bien para morir bien, o sea, morir conscientes de que no mueren, pues la Ley del Cosmos no es la muerte, sino la vida sin fin, indestructible en la realidad infinita de la Creación.
La Hora de la Magia se agotó en las selvas, en los intentos ingenuos de los seres humanos primitivos, de
descubrir y controlar las leyes
naturales, dominando la naturaleza por medios ilusorios y grotescos.
La Hora de las Religiones se escurrió por el cuello del reloj de arena o en las clepsidras goteantes.
La Hora de la Ciencia desapareció en las minucias de la técnica.
Mas surgió al final la Hora de la Verdad, en que toda la realidad se transforma en estructuras invisibles, en el polvo atómico y sub-atómico de las inversiones de la antimateria. Es la Hora Esperada de la Resurrección del Espíritu.
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