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El sentido íntimo por
LEÓN DENIS
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La Conciencia II. Sentido íntimo
El mejor proceso consiste en utilizar todos esos modos de aplicación, en completarlos unos a otros; el más eficaz, sin embargo, de todos, es el examen íntimo, la introspección. Acrecentemos el desapego de las cosas materiales, la firme voluntad de mejorar nuestra unión con Dios en espíritu y verdad, y veremos que toda religión verdadera, toda filosofía profunda ahí va a buscar su origen y en esas fórmulas se resume.
El resto, doctrinas culturales, ritos y prácticas no son más que el vestuario externo que encubre, a los ojos de las turbas, el alma de las religiones. Víctor Hugo escribía en el "Post scriptum de ma vie" (Obra Póstuma):
"Es dentro de nosotros que debemos mirar el exterior... Inclinándonos sobre este pozo, nuestro espíritu, avistamos, a una distancia de abismo, en estrecho círculo, un mundo inmenso."
El alma, decía también Emerson, es superior a lo que se puede saber de ella y más sabia que ninguna de sus obras.
Las profundidades del alma la unen a la gran Alma universal y eterna, de quien ella es como una vibración. Ese origen y esa participación de la Naturaleza Divina explican las necesidades irresistibles del Espíritu en evolución adelantada: necesidad de infinito, de justicia, de luz; necesidad de sondar todos los misterios, de saciar la sed en los manantiales vivos e inagotables cuya existencia él presiente, pero que no consigue descubrir en el plano de sus vidas terrestres.
De ahí provienen nuestras más elevadas aspiraciones, nuestro deseo de saber, jamás satisfecho, nuestro sentimiento de lo Bello y del Bien; de ahí los repentinos resplandores que iluminan de tiempo en tiempo las tinieblas de la existencia y los presentimientos, la previsión del futuro, relámpagos fugitivos en el abismo del tiempo, que brillan a veces para ciertas inteligencias.
Bajo la superficie del "yo", superficie agitada por los deseos, esperanzas y temores, está el santuario que encierra a la Conciencia integral, calma, pacífica, serena, el principio de la Sabiduría y de la Razón, de la que la mayor parte de los hombres sólo tienen conocimiento a través de sordos impulsos o vagos reflejos entrevistos.
Todo el secreto de la felicidad, de la perfección, está en la identificación, en la fusión en nosotros de estos dos planos o focos psíquicos; la causa de todos nuestros males, de todas nuestras miserias morales está en su oposición.
En la "Crítica de la Razón Pura", el gran filósofo de Koenigsberg, Emmanuel Kant, demostró que la razón humana, o sea, la razón superficial de que hablamos, por sí misma nada podía percibir, nada probar en lo que respecta a las realidades del mundo transcendental, los orígenes de la vida, el espíritu, el alma, Dios.
De esa argumentación se infiere, lógica y necesariamente, la consecuencia de que existe en nosotros un principio, una razón más profunda, que por medio de la revelación interior, nos inicia en las verdades y leyes del mundo espiritual. William James (rector de la Universidad de Harvard que ocupa el puesto número uno en el Ranking Académico de las 500 mejores Universidades del Mundo) hace la misma afirmación, en estos términos: El "yo" consciente se hace uno sólo con un "yo" mayor, del cual le viene la liberación." Y, más adelante: "Las prolongaciones del "yo" consciente se dilatan mucho más allá del mundo de la sensación y de la razón, en cierta región que se puede llamar mística o sobrenatural. Cuando nuestras tendencias hacia el Ideal tienen su origen en esa región – es el caso para la mayor parte de ellas, porque somos poseídos por ellas de manera que no podemos percibir - allí tenemos raíces más profundos que en el mundo visible, pues nuestras más altas aspiraciones son centro de nuestra personalidad.
Más, este mundo invisible no es solamente ideal, produce efectos en el mundo visible. Por la comunión con lo invisible, el "yo finito se transforma; tornándonos hombres nuevos y nuestra regeneración, modificando nuestro proceder, repercute en el mundo material. ¿Cómo, pues, recusar el nombre de realidad a lo que produce efectos en el seno de una otra realidad? ¿Con que derecho dirían los filósofos que no es real el mundo invisible?" (William James - L'Expérience Religieuse, Pàgs. 421y 429).
La consciencia es, pues, como diría William James, el centro de la personalidad, centro permanente, indestructible, que persiste y se mantiene a través de todas las transformaciones del individuo. La consciencia no es solo la facultad de percibir, sino también el sentimiento que tenemos de vivir, actuar, pensar, querer. Es una e indivisible. La pluralidad de sus estados nada prueba, como vimos, contra esa unidad. Aquellos estados son sucesivos, como las percepciones correlativas y no son simultáneos.
Para demostrar que existen en nosotros varios centros autónomos de conciencia, sería necesario probar también que hay acciones y percepciones simultáneas y diferentes; pero eso no es exacto y no puede ser. Sin embargo, la consciencia presenta, en su unidad, como sabemos, varios planos, varios aspectos.
Un aspecto Físico, que se confunde con lo que la Ciencia llama el "sensorium", o sea, la facultad de concentrar las sensaciones externas, coordinarlas, definirlas, percibir las causas y determinar sus efectos. Poco a poco, por el propio hecho de la evolución, esas sensaciones se van multiplicando y purificando, y la conciencia intelectual despierta.
De ahí en más no tendrá límite su desarrollo, puesto que podrá abrazar todas las manifestaciones de la vida infinita. Entonces brotando el sentimiento y el juicio el alma se comprenderá a sí misma; se tornará, al mismo tiempo, sujeto y objeto.
En la multiplicidad y variedad de sus operaciones mentales tendrá siempre conciencia de lo que piensa y quiere. El "yo" se afirma, se desarrolla, y la personalidad se completa por la manifestación de la conciencia moral o espiritual.
La facultad de percibir los efectos del mundo sensible se ejercerá de manera más elevada; se convertirá en la posibilidad de sentir las vibraciones del mundo moral, de discriminar sus causas y leyes.
Es con los sentidos internos que el ser humano percibe los hechos y las verdades de orden transcendental. Los sentidos físicos engañan, apenas distinguen la apariencia de las cosas y nada serian sin el "sensorium", que agrupa, centraliza sus percepciones y las transmite al alma; esta registra todo y saca el efecto útil.
Bajo, todavía, de este "sensorium" superficial, hay otro más hondo, que distingue las reglas y las cosas del mundo metafísico. Es a ese sentido profundo, desconocido, inutilizado para la mayor parte de los hombres, que ciertos experimentadores designaran por el nombre de conciencia subliminal.
La mayor parte de los grandes descubrimientos no fue en el orden físico, sino que la confirmación de las ideas percibidas por la intuición o sentido íntimo. Newton, por ejemplo, hacía mucho tiempo que concibiera el pensamiento de la atracción universal, cuando la caída de una manzana vino a dar a sus sentidos materiales la demostración objetiva.
Así como existe un organismo y un "sensorium" físicos, que nos ponen en relación con los seres y las cosas del plano material, así también hay un sentido espiritual por medio del cual ciertos hombres penetran desde ya en el dominio de la vida invisible.
Así que, después de la muerte, cae el velo de la carne, ese sentido se tornará el único centro de nuestras percepciones. Es en la extensión y desarrollo creciente de ese sentido espiritual que está la ley de nuestra evolución psíquica, la renovación del ser, el secreto de su iluminación interior y progresiva.
Por él nos despegamos de lo relativo y de lo ilusorio, de todas las contingencias materiales, para vincularnos cada vez más a lo inmutable y absoluto.
Por eso la ciencia experimental será siempre insuficiente, a despecho de las ventajas que ofrece y de las conquistas que realiza, si no es completada por la intuición, por esa especie de adivinación interior que nos hace descubrir las verdades esenciales.
Hay una maravilla que supera a todas las del exterior. Esa maravilla somos nosotros mismos; es el espejo oculto en el hombre el que refleja todo el Universo.
Aquellos que se agotan en el estudio exclusivo de los fenómenos, en busca de las formas mutables y de los hechos exteriores, procuran, muchas veces bien lejos, esa certeza, ese "criterium", que está en ellos. Dejan de escuchar las voces íntimas, de consultar las facultades del entendimiento que se desarrollan y purifican en el estudio silencioso y recogido. Es esta la razón por qué las cosas de lo invisible, de lo impalpable, de lo divino, imperceptibles para tantos sabios, son percibidas a veces por ignorantes.
El libro más bello está en nosotros mismos; el Infinito se revela en él. Felices de aquellos que en él pueden leer. Todo ese dominio queda cerrado para el positivista que desprecia la única llave, el único instrumento con la ayuda del cual puede entrar en él; el positivista se fatiga en experimentar por medio de los sentidos físicos y de instrumentos materiales lo que escapa a toda medida objetiva.
Por eso, el hombre de los sentidos externos raciocina respecto del mundo y de los seres metafísicos como un sordo raciocina respecto de las reglas de la melodía y un ciego respecto de las leyes de la Óptica. Despierte, todavía, y se ilumine en él el sentido íntimo y entonces, comparada a esa luz que lo inunda, la ciencia terrestre, tan grande, antes, a su vista, inmediatamente se hará despreciable.
El eminente psicólogo americano y rector de Harvard, William James, lo declara, en estos términos: "Puedo ponerme en la actitud del hombre de Ciencia e imaginar vivamente que nada existe fuera de la sensación y de las leyes de la Materia; pero no puedo hacerlo sin oír una admonición interior: "Todo eso es fantasmagoría. Toda experiencia humana, en su viva realidad, me impele irresistiblemente a salir de los estrechos límites donde pretende encerrarnos la Ciencia. El mundo real es constituido diversamente, es mucho más rico y complejo que el de la Ciencia."
William James establece, a su vez, que la psicología oficial no puede continuar desconociendo lo íntimo de la conciencia profunda, colocados bajo la conciencia normal. Él lo dice formalmente: "Nuestra conciencia normal no es más que un tipo particular de consciencia, separada, como por fina membrana, de varias otras que aguardan el momento favorable para entrar en juego. Podemos atravesarlas sin que sospechemos de su existencia; en presencia del estimulo conveniente, se muestran más reales y complejas."
A propósito de ciertas conversiones acrecienta: "Se descubren nuevas profundidades en el alma, a medida que ella se transforma, como si fuese formada por camadas sobrepuestas, cada una de las cuales permanece desconocida, mientras está cubierta por otras."
Más adelante añade: "Cuando un hombre tiende conscientemente hacia un ideal, es en general hacia alguna cosa vaga e indefinida; existen, no obstante, bien en el fondo de su organismo, fuerzas que aumentan y caminan en sentido determinado. Los débiles esfuerzos, que iluminan su consciencia, suscitan esfuerzos subconscientes, aliados vigorosos que trabajan en la sombra; pero esas fuerzas orgánicas convergen hacia un resultado que muchas veces no es el mismo y que es siempre más bien determinado que el ideal concebido, meditado, reclamado por la consciencia nítida."
Todo eso confirma que la causa inicial y el principio de la sensación no están en el cuerpo, y sí en el alma; los sentidos físicos son simplemente la manifestación externa y grosera, la prolongación en la superficie del ser, de los sentidos íntimos y ocultos.
El "Chicago Chronicle", de diciembre de 1905, refiere un caso extraordinario de manifestación del sexto sentido, que juzgamos un deber citar aquí. Se trata de una joven de 17 años, ciega y sordomuda, desde la edad de 6 años, en la cual se le desarrolló, de esa época en adelante, una facultad nueva: "Ella, Hopkins, pertenece a una buena familia de Utica, Nueva York. Hace tres años fue colocada por los padres en un Instituto de esa misma ciudad destinado a la instrucción de los sordomudos.
Como las otras criaturas de aquella casa, le enseñaron a leer, a oír y a expresarse por medio de los dedos. No solo ella rápidamente aprendió ese lenguaje, como llegó a percibir lo que pasaba a su alrededor suyo, tan fácilmente como si gozase de sus sentidos normales. Sabe quien entra y sale, si es persona conocida o extraña; sigue y percibe la conversación sostenida en voz baja en el aposento donde se encuentra y si se lo pides, la reproduce fielmente por escrito. No se trata de lectura del pensamiento directo, puesto que la joven no comprende el pensamiento de las personas presentes sino cuando le dan una expresión vocal. Pero esta facultad tiene intermitencias y se muestra a veces con otros aspectos.
La memoria de la señorita Hopkins es de las más notables. Lo que aprendió una vez y lo aprendió deprisa, nunca más lo olvidará. Sentada ante la máquina de escribir, con los ojos fijos, como si viesen, con interés intenso en las teclas del instrumento, del cual se sirve con extrema precisión, tiene toda la apariencia de una joven inteligente, en plena posesión de las facultades normales. Los ojos son claros y expresivos, la fisionomía animada y variable. Nadie diría que Ella es ciega, sorda y muda.
Debemos creer que el director del Instituto, Sr. Currier está habituado a la manifestación de las facultades anormales en estos infelices, puesto que no parece admirarse con el caso de la joven. "Tenemos todos, dice él, consciencia de ciertas cosas sin la ayuda aparente de los sentidos ordinarios... Aquellos que son privados de dos o tres de estos sentidos son obligados a contar con el desarrollo de otras facultades para sustituirlos, percibiendo como estas facultades se desarrollan y aumentan de forma natural."
Hay, en la misma clase de la Sta. Hopkins, otras dos jovencitas igualmente ciegas, sordas y mudas, que poseen también este "sexto sentido", aunque en menor grado. Da gusto, parece verlas a las tres comunicarse rápidamente por el vuelo del pensamiento, teniendo apenas necesidad de un ligero contacto de los sensitivos dedos."
Además de estos hechos existe un testimonio de gran valor, el del Prof. Cesar Lombroso, de la Universidad de Turín. Escribía en la revista italiana "Arena" (junio de 1907): "Hasta 1890 fui acérrimo adversario del Espiritismo. En 1891, todavía tuve que combatir en una cliente mía uno de los fenómenos más curiosos que jamás se me presentaran. Tuve que tratar a la hija de un alto funcionario de mi ciudad natal, la cual, de repente, fue acometida, en la época de la pubertad, de un violento acceso de histeria acompañado de síntomas que ni la Patología ni la Fisiología podían dar explicación.
Había momentos en que los ojos perdían totalmente la facultad de ver y en compensación la enferma, veía con los oídos. Era capaz de leer con los ojos vendados algunas líneas impresas que le presentasen al oído. Cuando se le ponía un lente entre el oído y la luz solar, ella experimentaba como una quemadura en los ojos; exclamaba que querían cegarla.
Aun cuando no fuesen nuevos estos hechos, no dejaban de ser singulares. Confieso que, por lo menos, me parecían inexplicables por las teorías fisiológicas y patológicas establecidas hasta entonces. Me parecía bien clara una única cosa, es que ese estado ponía en acción, en una persona antes enteramente normal, fuerzas singulares en relación con sentidos desconocidos. Fue entonces que tuve la idea de que tal vez el Espiritismo me facilitase la aproximación a la verdad."
Otro ejemplo del desarrollo de los sentidos psíquicos, se trata de una de las maravillas de nuestra época: Helen Keller. Es también una joven ciega, sorda y muda. No posee, en apariencia, sino el sentido del tacto para comunicarse con el mundo exterior. Y, no obstante, puede conversar en tres lenguas con sus visitantes; su bagaje intelectual es considerable; posee un sentimiento estético que le permite gozar de las obras de arte y de las armonías de la Naturaleza.
Por el simple contacto de las manos, ella distingue el carácter y la disposición de espíritu de las personas que encuentra. Con la punta de los dedos coge la palabra en los labios y lee en los libros palpando los caracteres salientes, especialmente impresos para ella. Se eleva a la concepción de las cosas más abstractas y su consciencia se ilumina con claridades que va a buscar a las profundidades de su alma. Escuchemos lo que nos dice la Sra. Maéterlinck, después de la visita que le hizo en Wrentham (América): "Helen Keller es un ser superior; se ve su razón equilibrada, tan poderosa y tan sana, su inteligencia tan clara y tan bella, que el problema enseguida se transmuta. Ya no procura ser comprendida, sino comprender. Helen posee profundos conocimientos de Algebra, de Matemáticas, un poco de Astronomía, de latín y griego: lee Moliere y Anatole France y se expresa en sus idiomas; comprende a Goethe, Schiller y Reine en alemán, Shakespeare, Rudyard Kipling, Wells en ingles y escribe ella misma como filósofa, psicóloga y poetisa."
El sentido del tacto es impotente para producir tal estado mental, tanto es así que Helen, dicen sus educadores, consigue percibir el rumor de las hojas, el zumbido de las abejas. Le agrada recorrer los bosques. Su biógrafo, Gérard Harry, asegura que la intensidad de sus percepciones le confiere aptitudes de una lectora del pensamiento. Evidentemente, nos encontramos en presencia de un ser evolucionado, reviendo la escena del mundo con toda las adquisiciones de los siglos recorridos. (Ver la obra de Gérard Harry sobre Helen Keller. - Librería Larousse, con prefacio de Mme. Maéterlinck).
El caso de Helen prueba que, detrás de los órganos momentáneamente atrofiados, existe una consciencia desde hace mucho familiarizada con las nociones del mundo exterior. Se manifiesta, al mismo tiempo, una demostración de las vidas anteriores del alma y de la existencia de sus propios sentidos, independientes de la materia, dominándola y sobreviviéndola a toda desagregación corporal. Para desarrollar, para perfeccionar la percepción, de modo general, es preciso, al principio, despertar el sentido íntimo, el sentido espiritual.
La mediumnidad nos demuestra que hay seres humanos mucho más bien dotados con relación a la visión y audición interiores, que ciertos Espíritus que viven en el Espacio y cuyas percepciones son extremamente limitadas en vista de la insuficiencia de su evolución.
Cuanto más puros y desinteresados son los pensamientos y los actos, en una palabra, cuanto más intensa es la vida espiritual y cuanto más ella predomina sobre la vida física, mucho más se desarrollan los sentidos interiores. El velo que nos esconde el mundo fluídico se atenúa, se torna transparente y tras él, el alma distingue un conjunto maravilloso de armonías y bellezas, al mismo tiempo que se torna más apta para recoger y transmitir las revelaciones, las inspiraciones de los seres superiores, porque el desarrollo de los sentidos internos coincide, generalmente, con una extensión de las facultades del espíritu, con una atracción más enérgica de las radiaciones etéreas.
Cada plano del Universo, cada círculo de la vida, corresponde a un número de vibraciones, que se acentúan y se vuelven más rápidas, más sutiles, a medida que se aproximan a la vida perfecta.
Los seres dotados de débil poder de radiación no pueden percibir las formas de vida que les son superiores, pero todo Espíritu es capaz de obtener por la preparación de la voluntad y por la educación de los sentidos íntimos un poder de vibración que le permite actuar en planos muy extensos.
Encontramos una prueba de la intensidad de esta forma de emisión mental en el hecho de haberse visto moribundos o personas en peligro de muerte impresionar telepáticamente, a grandes distancias, a varios individuos, al mismo tiempo.
En realidad, cada uno de nosotros podría, si quisiese, comunicarse en todo momento con el mundo invisible. Somos Espíritus. Por la voluntad podemos gobernar la materia y desprendernos de sus lazos para vivir en una esfera más libre, la esfera de la vida superconsciente. Para eso es menester una cosa, espiritualizarnos, volver a la vida del espíritu por una concentración perfecta de nuestras fuerzas interiores. Entonces, nos encontramos cara a cara con un orden de cosas que ni el instinto, ni la experiencia, ni aun la razón puede percibir.
El alma, en su expansión, puede quebrar la pared de carne que la encierra y comunicarse por sus propios sentidos con los mundos superiores y divinos. Es lo que han podido hacer los videntes y los verdaderos santos, los grandes místicos de todos los tiempos y de todas las religiones.
William James lo expone en estos términos: "El más importante resultado del éxtasis es hacer caer toda barrera levantada entre el individuo y lo Absoluto. Por él percibimos nuestra identidad con el Infinito. Es la eterna y triunfante experiencia del misticismo, que se encuentra en la culminación a la que aspiran todas las religiones. Todas hacen oír las mismas voces con imponente unanimidad; todas proclaman la unidad del hombre con Dios." (200) Ver Annales des Sciences Psichiques, octubre de 1906, Pàgs. 611, 613. Wiiiiam James - L'Expérience Beligieuse, pàg. 355.
En otro lugar expone también en estos términos su punto de vista sobre el misticismo: "Los estados místicos aparecen en el sujeto como una forma de conocimiento; le revelan profundidades en verdad, insondables, a la razón; es una iluminación de riqueza inagotable, que, se siente, tendrá en toda vida inmensa repercusión. Llegados a su pleno desarrollo, estos estados se imponen de hecho y de derecho a los que los experimentan, con absoluta autoridad... Se oponen a la autoridad de la consciencia puramente racional fundada únicamente en el entendimiento y en los sentidos, probando que ella no es más que uno de los estados de la consciencia."
William James piensa igualmente que los estados místicos pueden ser considerados como ventanas que dan hacia un mundo más amplio y completo. El Espiritismo demuestra hasta cierto punto la exactitud de estas apreciaciones. La mediumnidad, en sus formas tan variadas, es también la resultante de una exaltación psíquica, que permite entrar a los sentidos del alma en acción, substituyen por un momento a los sentidos físicos y perciben lo que es imperceptible para los otros hombres. Se caracteriza y desarrolla según las aptitudes que tiene el sentido íntimo para predominar, de una forma u otra, y de manifestarse por una de las vías habituales de la sensación.
El Espíritu que desee hacer una comunicación reconoce, a primera vista, el sentido orgánico que, en el médium, le servirá de intermediario y actúa sobre este punto. Unas veces es la palabra o también la escritura por la acción mecánica de la mano; otras, es el cerebro, cuando se trata de la mediumnidad intuitiva.
La facultad más común es la clarividencia, o sea, la percepción estando cerrados los ojos, de lo que pasa lejos, ya sea en el tiempo ya sea en el espacio, en el pasado como en el futuro; es la penetración del Espíritu del clarividente en los medios fluídicos donde son registrados los hechos consumándose donde se elaboran los planes de las cosas futuras.
La clarividencia se ejerce la mayoría de las veces inconscientemente, sin preparación alguna. En este caso resulta de la evolución natural del médium; pero es posible también provocarla, así como a la visión espirita. Sobre este asunto, el Coronel de Rochas se expresa de la manera siguiente: "Mireille me describía así los efectos, en su persona, de mis magnetizaciones: Cuando estoy despierta, mi alma está aprisionada por el cuerpo y yo me siento como una persona que, encerrada en la planta baja de una torre, no ve el exterior sino a través de las cinco ventanas de los sentidos, teniendo cada una de ellas vidrios de diferentes colores. Cuando me magnetizáis, me libráis poco a poco de mis cadenas y mi alma, que desea siempre subir, entra en la escalera de la torre, escalera sin ventanas, y no percibo que me guiais, sino en el momento en que desemboco en la plataforma superior. A mi vista se extiende en todas las direcciones con un sentido único muy aguzado que me pone en relación con objetos que él no podía percibir a través de los vidrios de la torre." (Anales de las Ciencias Psíquicas, pàgs. 325 y 355. Albert de Rochas - Las Vidas Sucesivas, Pàg. 499).
Puede también adquirirse la clariaudiencia, la audición de las voces interiores, modo de comunicación posible con los Espíritus.
Otra manifestación de los sentidos íntimos es la lectura de los acontecimientos registrados, fotografiados de algún modo en el medio ambiente de un objeto antiguo o moderno. Por ejemplo, un pedazo de arma, una medalla, un fragmento de sarcófago y una piedra de una ruina evocaran en el alma del vidente una serie completa de imágenes referentes a los tiempos y a los lugares a los que pertenecieron esos objetos. Es lo que se llama psicometría.
Se puede añadir también los sueños simbólicos, los premonitorios y aun los presentimientos oscuros que nos advierten de un peligro del que no desconfiamos. Ya dijimos que muchas personas tienen, sin saberlo, la posibilidad de comunicarse con sus amigos del Espacio por intermedio del sentido íntimo. A este número pertenecen las almas verdaderamente religiosas, o sea, idealizadas, en las que las pruebas, los sufrimientos, una larga preparación moral perfeccionan sus sentidos sutiles, volviéndolos más sensibles a las vibraciones de los pensamientos externos.
En circunstancias difíciles de mi vida, cuando dudaba entre resoluciones contrarias respecto de la tarea que me fue confiada, de difundir las verdades consoladoras del Neo-Espiritualismo, apelando a la Entidad Suprema, oía siempre resonar en mí una voz grave y solemne que me dictaba el deber. Clara y diferente, no obstante, esta voz parecía provenir de un punto muy distante. Su acento de ternura me enternecía hasta las lagrimas.
La intuición es, la mayoría de las veces, una de las formas empleadas por los habitantes del mundo invisible para transmitirnos sus avisos, sus instrucciones. Otras veces será la revelación de la consciencia profunda.
En el primero caso puede ser considerada como inspiración. Por la mediumnidad el Espíritu infunde sus ideas en el entendimiento del transmisor. Este dará la expresión, la forma, el lenguaje y en función a su desarrollo cerebral, el Espíritu encontrará los medios más o menos seguros y abundantes para comunicar su pensamiento con toda claridad y relevancia.
Se recomienda, a propósito, el estudio de la obra "Enigmas de la Psicometría", de Ernesto Bozzano, edición de la Federación Espírita Brasileña.
El pensamiento del Espíritu agente es uno en el principio de la emisión, aunque varia en sus manifestaciones, según el estado más o menos perfecto de los instrumentos que emplee. Cada médium marca con el cuño de su personalidad la inspiración que le viene del Más Alto.
Cuanto más cultivado y espiritualizado es el intelecto del "sujeto", tanto más amplios son en él los instintos materiales y con tanto más pureza y fidelidad será transmitido el pensamiento superior. A la ancha corriente de un río no puede escurrirse a través de un canal estrecho.
El Espíritu inspirador no puede, igualmente, transmitir por el organismo del médium sino aquellas concepciones que por él pudieran pasar. Por un gran esfuerzo mental, bajo la excitación de una fuerza externa, el médium podrá expresar conceptos superiores a su propio saber; pero en la expresión de las ideas sugeridas, se irán a encontrar sus términos preferidos, sus modos de decir habituales, aunque el estimulante que en él actúa le dé, por momentos, más amplitud y elevación de lenguaje.
Puede apreciarse, cuantas dificultades, cuantos obstáculos opone el organismo humano a la transmisión fiel y completa de los conceptos del alma y como es necesaria una larga preparación, una educación prolongada para tornar flexible y adaptarlo a las necesidades de la Inteligencia que lo mueve. Y eso no se aplica solo al Espíritu desencarnado que quiere manifestarse por medio de un intermediario mortal, sino también la propia alma encarnada, cuyas concepciones profundas nunca consiguen venir plenamente a la luz en el plano terrestre, como lo afirman todos los hombres de genio y particularmente, los compositores y poetas.
Al principio, la inspiración es consciente; pero desde que la acción del Espíritu se acentúa, el médium se encuentra bajo la influencia de una fuerza que lo hace actuar independientemente de su voluntad; o entonces, lo invade una especie de peso; se le velan los ojos y pierde la conciencia de sí para pasar a un dominio invisible. En este caso, el médium no es más que un instrumento, un aparato de recepción y transmisión. Como una máquina que obedece a la corriente eléctrica que la pone en movimiento, así también obedece el médium a la corriente de pensamientos que lo invade.
En el ejercicio de la mediumnidad intuitiva en el estado de vigilia, muchos se desaniman ante la imposibilidad de distinguir las ideas que propias de las que nos son sugeridas. Creemos, todavía, que es fácil reconocer las ideas de extrañas. Brotan espontáneamente, de improviso, como súbitos destellos que derivan de un foco desconocido; mientras que nuestras ideas personales, las que provienen de nuestro acervo, están siempre a nuestra disposición y ocupan de manera permanente nuestro intelecto. No solo las ideas inspiradas surgen como por encanto, sino que siguen, se encadenan por si mismas y se expresan con rapidez, a veces de manera febril.
Casi todos los autores, escritores, oradores y poetas son médiums en ciertos momentos; tienen la intuición de una asistencia oculta que los inspira y participa de sus trabajos. Ellos mismos así lo confiesan en las horas de expansión.
Thomas Paine escribía: "No hay nadie que, habiéndose ocupado con los progresos del espíritu humano, no haya hecho la observación de que hay dos clases bien distintas de lo que se llaman Ideas o Pensamientos: los que en nosotros mismos se producen por la reflexión y los que de por sí se precipitan en nuestro espíritu. Tomé para mí como regla acoger siempre con cortesía a estos visitantes inesperados e investigar, con todo el cuidado de que era capaz, si ellos merecían mi atención. Declaro que es a estos huéspedes extraños que debo todos los conocimientos que poseo".
Emerson habla del fenómeno de la inspiración en los siguientes términos: "Los pensamientos no me vienen sucesivamente como en un problema de Matemática, sino que penetran solos en mi intelecto, como un relámpago que brilla en la oscuridad de la noche. La verdad me aparece, no por el raciocinio, y sí por intuición".
La rapidez con que Walter Scott, "el bardo d'Aven", escribía sus romances, era motivo de asombro para sus contemporáneos. La explicación del hecho es él mismo quien la da: "Veinte veces inicie el trabajo después de haber delineado el plan y nunca me fue posible seguirlo. Mis dedos trabajan independientes de mi pensamiento. Así, después de haber escrito el segundo volumen de Woodstock, no tenia la menor idea de que ella se desarrollaría en una catástrofe en el tercer volumen".
Hablando de "El Anticuario", dice también: "Yo tengo un plan general, pero cuando cojo la pluma, ella corre con mucha rapidez sobre el papel, al punto que muchas veces estoy tentado a dejarla correr sola para ver si no escribirá tan bien como cuando es guiada por mi pensamiento".
Novalis, cuyos "Fragments" y "Disciples de Sais" quedaran entre los más poderosos esfuerzos del espíritu humano, escribía: "Le parece al hombre que él está empeñado en una conversación y que algún ser desconocido y espiritual lo determina, de manera maravillosa, a desarrollar los pensamientos más evidentes. Ese ente debe ser superior y homogéneo. Porque se pone en relación con el hombre de tal manera que no es posible a un ser sujeto a los fenómenos".
Conviene recordar también la célebre inspiración de Jean-Jacques Rousseau descrita por él mismo y que, por así decirlo, quedó clásica: "Yo iba a ver a Diderot, prisionero en Vincennes. Tenía en la cartera un ejemplar de la revista Mercure de France, que me puse a hojear durante el camino. Encontré la cuestión de la Academia de Dijon, que motivó mi primer escrito. Si jamás alguna cosa se pareció con una inspiración sutil, fue el movimiento que se produjo en mí con esta lectura. De repente sentí el espíritu deslumbrado por mil luces. Multitudes de ideas vivas se presentan al mismo tiempo con una fuerza y una confianza que me lanzaran en una perturbación inexpresable. Siento en la cabeza un mareo semejante a la embriaguez. Me oprime y me aflige el pecho una violenta palpitación. No siéndome posible caminar por no poder respirar, me dejo caer bajo un árbol de la avenida y paso allí media hora en tal agitación que, al levantarme, vi mojado de lágrimas todo el frente del chaquetón sin haber percibido que hubiese llorado. Oh! Si alguna vez me hubiese sido posible escribir la cuarta parte de lo que vi bajo aquel árbol, con qué claridad habría hecho ver todas las contradicciones del sistema social, con qué fuerza habría expuesto todos los abusos de nuestras instituciones, con qué simplicidad habría demostrado que el hombre es naturalmente bueno"...
"Todo lo que pude retener de aquella masa de grandes verdades que, en un cuarto de hora, me iluminaran bajo de aquel árbol, fue fácilmente diseminado en mis tres principales escritos, a saber: este primer discurso, el de la Desigualdad y el Tratado de la Educación... Todo lo demás se perdió y solo escribí, en el mismo lugar, la prosopopeya de Fabricius."
El caso de inspiración mediúmnica más extraordinario, tal vez, de los tiempos modernos es el de Andrew Jackson Davis, llamado también "el vidente de Poughkeepsie". Este personaje aparece al amanecer del NeoEspiritualismo americano como una especie de apóstol de gran relevancia.
Gracias a una facultad que no tuvo rival, pudo ejercer irresistible influencia en su época y en su país. Extraemos los siguientes pormenores de la obra de la Sra. Emma Harding, titulada "Espiritualismo Americano Moderno": "A la edad de 15 años el joven Davis fue, célebre en Nueva York y en Connecticut por su habilidad en diagnosticar las enfermedades y prescribir remedios, gracias a una admirable facultad de clarividencia. De temperamento dulce y delicado, el joven médium poseía un grado de cultura intuitiva que compensaba la ausencia total de educación y una facilidad de presentación que no era de esperarse de su origen muy humilde, porque era hijo y aprendiz de un pobre zapatero de la tierra".
Había sido magnetizado por casualidad a los 14 años por un cierto Levingston, de Poughkeepsie, que, descubriendo que el aprendiz de zapatero poseía admirables facultades de clarividencia y un don extraordinario para curar enfermedades, lo sacó de la zapatería y lo hizo su socio. Desde que el destino hiciera a Levingston descubrir los dones maravillosos del joven Davis, el tiempo de este último fuera tan bien empleado que ni en aquel momento, ni en ninguna época de su carrera, pudo tener tiempo para añadir una letra a su instrucción de campesino. La humildad de clase y los medios de sus padres lo privaron de toda probabilidad de cultura, salvo durante cinco meses en que frecuentó la escuela de la aldea y a los rudos campesinos de los distritos atrasados.
La celebridad extraordinaria a que llegó hizo pública las menores particularidades de su infancia. Está, pues, averiguado que su más alta ciencia, en la época que se puede decir de su iluminación espiritual, se limitaba a saber leer, escribir y contar sufriblemente y toda su literatura se resumía a un cuento llamado “Los tres españoles”. Davis tenía 18 años cuando anunció, al círculo de admiradores a quien interesaba su clarividencia, que iba a ser instrumento de una nueva y admirable fase de poder espiritual, comenzando por una serie de conferencias destinadas a producir considerable efecto en el mundo científico y en las opiniones religiosas de la Humanidad.
En cumplimiento de esta profecía, comenzó Davis el curso de sus conferencias y escogió para magnetizador al Dr. Lyon de Bridgeport, para secretario al Rev. William Fishbough y para testigos especiales a los Rev. J. N. Parcker, R. Laphim, y el Dr. L. Smith, de Nueva York. Aparte de estas, muchas otras personas de elevada posición o de extensos conocimientos literarios y científicos eran invitadas de vez en cuando a asistir a aquellas conferencias.
Así se produjo la vasta miscelánea de conocimientos literarios, científicos, filosóficos e históricos, titulada “Divinas Revelaciones de la Naturaleza”. El carácter maravilloso de esta obra, emanada de una persona tan enteramente incapaz de producirla en las circunstancias ordinarias, excitó la más profunda admiración en todas las clases sociales.
Las Revelaciones no tardaron en seguirse; Gran Armonía, La Edad Presente y la Vida Interior. Otras voluminosas producciones, junto a las conferencias de Davis, a sus trabajos de editor, a las asociaciones que agrupó y a su gran influencia personal, realizaron una revolución completa en los Estados Unidos, en los espíritus de gran cantidad de pensadores llamados los abogados de la filosofía armónica y esta revolución debe incontestablemente su origen al pobre aprendiz de zapatero.
James Víctor Wilson, de Nueva Orleans, bien conocido por sus trabajos literarios y autor de un excelente tratado de magnetismo, dice, hablando de las primeras conferencias: "No tardará en que Davis haga conocer al mundo la victoria de la clarividencia y esto será una gran sorpresa. "El año pasado, este amable joven, sin educación, sin preparación, dictó día a día un libro extraordinario, bien concebido, tratando de las grandes cuestiones de la época, de las ciencias físicas, de la Naturaleza en todas sus ramificaciones infinitas, del hombre en sus innumerables modos de existencia, de Dios en el abismo insondable de su amor, de su sabiduría y de su poder.
"Millares de personas, que lo vieron en sus exámenes médicos, o en sus exposiciones científicas, dan testimonio de la admirable elevación de espíritu que Davis posee en el estado supranormal. Sus manuscritos fueron muchas veces sometidos a la investigación de las mayores inteligencias del País, que certificaron, de la manera más profunda, la imposibilidad de que hubiera adquirido los conocimientos de que daba prueba en el estado supranormal.
El resultado más claro de la vida de este personaje fenomenal fue la demostración de la clarividencia y la gloriosa revelación de que el alma del hombre puede comunicarse espiritualmente con los Espíritus del otro mundo, como con los de este y aspirar a adquirir conocimientos que se extienden mucho más allá de la esfera terrestre".
Hablamos resumidamente del método a seguir para el desarrollo de los sentidos psíquicos. Consiste en aislarse una persona en ciertas horas del día o de la noche, suspender la actividad de los sentidos externos, alejar de sí las imágenes y ruidos de la vida externa, lo que es posible hacer aún en las condiciones sociales más humildes, en medio de las ocupaciones más vulgares. Es necesario, para eso, concentrarse, estar en calma y recogimiento del pensamiento, hacer un esfuerzo mental para ver y leer en el gran libro misterioso lo que hay en nosotros. En esos momentos apartad de vuestro espíritu todo lo que es pasajero, terrestre, variable. Las preocupaciones de orden material crean corrientes vibratorias horizontales, que oponen obstáculo a las radiaciones etéreas y restringen nuestras percepciones.
Al contrario, la meditación, la contemplación y el esfuerzo constante hacia el bien y lo bello forman corrientes ascensionales, que establecen la relación con los planos superiores y facilitan que nos penetren los efluvios divinos. Con este ejercicio repetido y prolongado, el ser interno se encuentra poco a poco iluminado, fecundado, regenerado. Esta obra de preparación es larga y difícil, reclama a veces más de una existencia. Por eso, nunca es demasiado temprano para emprendería; sus buenos efectos no tardaran en hacerse sentir.
Todo lo que perdisteis en sensaciones de orden inferior, lo ganareis en percepciones supraterrestres, en equilibrio mental y moral, en alegrías del espíritu. Vuestro sentido íntimo adquirirá una delicadeza, una agudeza extraordinaria; llegaréis a comunicaros un día con las más altas esferas espirituales.
Trataran las religiones de constituir estas capacidades por medio de la comunión y de la oración; pero las oraciones usadas en las iglesias, conjunto de fórmulas aprendidas y repetidas mecánicamente durante horas enteras, es incapaz de dar al alma el vuelo necesario, de establecer el lazo fluídico, el hilo conductor por el cual se establecerá la relación.
Es preciso una invocación, un impulso más vigoroso, una concentración, un recogimiento más profundo. Por eso preconizamos siempre la oración improvisada, el grito del alma que, en su fe y en su amor, se lanza con todas las fuerzas acumuladas en sí hacia el objeto de su deseo. En vez de convidar por medio de la evocación a los Espíritus celestes a bajar hasta nosotros, aprenderemos así a desprendernos y subir a ellos.
Son, no obstante, necesarias ciertas precauciones. El mundo invisible está poblado por entidades de todas las órdenes y quien en él penetra debe poseer una perfección suficiente, ser inspirado por sentimientos bastante elevados para ponerlo a salvo de todas las sugestiones del mal. Por lo menos, debe tener en sus pesquisas un guía seguro e iluminado.
Es por el progreso moral que se obtiene la autoridad, la energía necesaria para imponer el debido respeto a los Espíritus livianos y atrasados, que pululan alrededor de nosotros. La plena posesión de nosotros mismos, el conocimiento profundo y tranquilo de las leyes eternas, nos preservan de los peligros, de las trampas, de las ilusiones del Más Allá; nos proporcionan los medios de examinar las fuerzas en acción en el plano oculto.
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