- Facultad de decidir y ordenar la propia conducta.
- Acto con que la potencia volitiva admite o rehúye una cosa, queriéndola, o aborreciéndola y repugnándola.
- Libre albedrío o libre determinación.
- Elección de algo sin precepto o impulso externo que a ello obligue.
- Intención, ánimo o resolución de hacer algo.
El progreso es, principalmente, el resultado del esfuerzo individual; cuanto mayor sea nuestro ahínco, mejores serán los resultados que se lograrán. El progreso en los Espíritus es el fruto de su propio trabajo, pero, como son libres, trabajan en favor de su adelanto con mayor o menor afán, con mayor o menor negligencia, según su voluntad, acelerando o retrasando su progreso, y, por consiguiente, su felicidad.
Mientras que unos avanzan rápidamente, otros se entorpecen como
holgazanes en los estados inferiores. Son los autores de su propia situación
feliz o desdichada, en consonancia con esta frase de Cristo: “A cada uno según
sus obras.” El Espíritu que se atrasa no puede quejarse sino de sí mismo, así
como aquel que progresa, tiene el mérito exclusivo de su esfuerzo, por eso le
da mayor valor a la felicidad que ha conquistado. (KARDEC, Allan. El Cielo y el
Infierno. Primera Parte. Capítulo III. Ítem 7)
120. ¿Todos los Espíritus pasan por la serie del mal para llegar al bien?
“No por la serie del mal, sino por la de la ignorancia.”
121. ¿Por qué algunos Espíritus han seguido el camino del bien y otros el del mal? “¿Acaso no tienen libre albedrío?
Dios no creó Espíritus malos; los creó simples e ignorantes, es decir, con tanta aptitud para el bien como para el mal. Los que son malos llegaron a serlo por su voluntad.
804 ¿Por qué Dios no le otorgó
las mismas aptitudes a todos los hombres?
Dios creó a todos los
Espíritus iguales, pero cada uno de ellos ha vivido desde hace más o menos
tiempo, y, por consiguiente, han adquirido también mayores o menores logros. La
diferencia entre ellos reside en la diversidad de los grados de experiencia
adquirida, y de la voluntad con que obran, voluntad que es el libre albedrío.
De ahí que unos se perfeccionen con más rapidez que otros, lo que les
proporciona aptitudes distintas. Allan Kardec: El Libro de los Espíritus.
[859a] – ¿Hay hechos que
deben suceder forzosamente y que la voluntad de los Espíritus no puede evitar?
“Sí, pero que tú, en el
estado de Espíritu, has visto y presentido
cuando hiciste tu elección. Sin embargo, no creas que todo lo que sucede está
escrito, como dicen. Un acontecimiento
suele ser la consecuencia de algo que has hecho mediante un acto de tu voluntad
libre, de modo que, si no hubieras hecho eso, el acontecimiento no habría
tenido lugar. Si te quemas un dedo, no es más que el resultado de tu
imprudencia y el efecto de la materia. Sólo los grandes dolores, los
acontecimientos importantes, que pueden influir en la moral,
han sido previstos por Dios, porque son útiles para tu purificación y tu
esclarecimiento.”
860. El hombre, mediante su
voluntad y sus actos, ¿puede evitar que tengan lugar acontecimientos que debían
ocurrir, y a la inversa?
“Sí, puede hacerlo, en caso
de que esa desviación aparente se integre a la vida que ha elegido. Además,
para hacer el bien –como debe ser y por tratarse del único objetivo de la vida–
puede impedir el mal, sobre todo aquel que contribuiría a un mal mayor.”
861. El hombre que cometió un asesinato, ¿sabía, cuando eligió su existencia, que se convertiría en un asesino?
“No. Sabía que si optaba por una vida de lucha tendría la posibilidad de matar a uno de sus semejantes, pero ignoraba si lo haría, porque el hombre casi siempre delibera antes de cometer el crimen. Ahora bien, el que delibera acerca de algo siempre es libre de hacerlo o no. Si el Espíritu supiera por anticipado que, como hombre, habrá de cometer un asesinato, estaría predestinado a ello. Sabed, pues, que nadie está predestinado al crimen, y que todo crimen, así como cualquier otro acto, es en todos los casos el resultado de la voluntad y del libre albedrío.
”Además, vosotros siempre confundís dos
cosas muy distintas: los acontecimientos materiales de la vida y los actos de
la vida moral. Si a veces existe la fatalidad, es en esos acontecimientos materiales,
cuya causa es ajena a vosotros, y que son independientes de vuestra voluntad.
En cuanto a los actos de la vida moral, emanan siempre del propio hombre,
quien, por consiguiente, siempre tiene la libertad de elección. En relación con
esos actos, pues, nunca existe la fatalidad.”
Para hacer el bien, se
necesita siempre la acción de la voluntad; para no practicar el mal, la mayoría
de las veces, basta la inercia y la negligencia (…). Esforzaros pues, para que
vuestros hermanos, observándoos, sean inducidos a reconocer que el verdadero
espírita y el verdadero cristiano son una sola y una misma cosa, porque todos
los que practican la caridad son discípulos de Jesús (KARDEC, Allan. El
Evangelio según el Espiritismo. Cap. XV. Item10).
Nos cabe ejercitar la
disciplina del pensamiento. ¡Querer es poder! El poder de la voluntad es
ilimitado. El hombre, consciente de sí mismo, de sus recursos latentes, siente
que sus fuerzas crecen en razón directa de los esfuerzos que realice. Sabe que
todo lo que desea de bien y de bueno ha de realizarse inevitablemente, tarde o
temprano, en el presente o en el transcurso de sus existencias, cuando su
pensamiento se haya puesto en consonancia con la Ley Divina. Y es en eso que se
confirma la palabra celeste: La Fe transporta montañas. (DENIS, Léon. El Problema
del Ser del Destino y del Dolor. Cap. XX La voluntad).
Puesto que en la vida social
todos los hombres pueden llegar a los primeros puestos, valdría preguntarse por
qué el soberano de un país no asciende a general a cada uno de sus soldados,
por qué todos los empleados
subalternos no llegan a ser funcionarios superiores, o por qué todos los
escolares no se convierten en maestros. Ahora bien, hay una diferencia entre la
vida social y la vida espiritual: la primera es limitada y no siempre permite ascender
todos los grados, mientras que la segunda es ilimitada y deja a cada uno la
posibilidad de elevarse al grado supremo.
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La voluntad
El Problema del Ser del Destino y del Dolor. Cap. XX. León DENIS.
Las causas de la felicidad no están en lugares determinados en el espacio; están en nosotros, en las profundidades misteriosas del alma, lo que es confirmado por todas las grandes doctrinas.
"El reino de los cielos
está dentro de vosotros", dice Cristo.
El mismo pensamiento está de
otra forma expresado en los Vedas: "Tu traes en ti un amigo sublime que no
conoces."
La sabiduría persa no es
menos afirmativa: "Vosotros vivís en medio de almacenes llenos de riquezas
y morís de hambre a su puerta." (Suffis Ferdousis.)
La conocida invitación de
Sócrates: “Conócete a ti mismo”.
Todas las grandes enseñanzas
concuerdan en este punto: Es en la vida íntima, en el despertar de nuestras
potencias, de nuestras facultades, de nuestras virtudes, que está el manantial
de la felicidad futura.
Miremos atentamente al fondo
de nosotros mismos, cerremos nuestro entendimiento a las cosas externas y
después de haber habituado nuestros sentidos psíquicos a la oscuridad y al
silencio, veremos surgir luces inesperadas, oiremos voces fortificantes y
consoladoras.
Más, hay pocos hombres que
sepan leer en sí, que sepan explorar los yacimientos que encierran tesoros
inestimables. Gastamos la vida en cosas banales, inútiles: recorremos el camino
de la existencia sin saber nada de nosotros mismos, de las riquezas psíquicas,
cuya valorización nos proporcionaría innumerables gozos. Hay en toda alma
humana dos centros o, mejor, dos esferas de acción y expresión.
Una de ellas, circunscrita a la otra,
manifiesta la personalidad, el
"yo", con sus pasiones, sus debilidades, su morbilidad, su
insuficiencia. Mientras ella sea la reguladora de nuestro proceder,
tendremos la vida inferior sembrada de pruebas y males.
La otra, interna, profunda,
inmutable, es, al mismo tiempo, la sede de la conciencia, la fuente de la vida
espiritual el templo de Dios en nosotros. Y solo cuando este centro de
acción domina al otro, cuando sus impulsos nos dirigen, es que se revelan
nuestras potencias ocultas y que el Espíritu se afirma en su brillo y belleza.
Es por él que estamos en comunión con "el Padre que habita en
nosotros", según las palabras de Cristo, con el Padre que es el foco de
todo el amor, el principio de todas las acciones.
Por uno, nos perpetuamos en
mundos materiales, donde todo es inferioridad, incertidumbre y dolor; por el
otro, tenemos entrada en los mundos celestes, donde todo es paz, serenidad,
grandeza. Es solo por la manifestación creciente del Espíritu divino en
nosotros que llegamos a vencer al "yo" egoísta, a asociarnos plenamente
a la obra universal y eterna, a crear una vida feliz y perfecta.
¿Por
qué medio pondremos en movimiento las potencias internas y las orientaremos
hacia un ideal elevado? Por la voluntad.
El uso persistente, tenaz,
de esta facultad soberana nos permitirá modificar nuestra naturaleza, vencer
todos los obstáculos, dominar a la materia, a la enfermedad. Es
por la voluntad que dirigimos nuestros pensamientos hacia un fin determinado.
En la mayor parte de los hombres los pensamientos fluctúan sin cesar. Su
morbilidad constante y su variedad infinita pequeño acceso ofrecen a las
influencias superiores.
Es preciso saber
concentrarse, poner el pensamiento acorde con el pensamiento divino. Entonces
el alma humana es fecundada por el Espíritu divino, que la envuelve y penetra,
tornándola apta para realizar nobles tareas, preparándola para la vida del
Espacio, cuyos esplendores ella, débilmente, comienza a entrever desde este
mundo. Los Espíritus elevados ven y oyen sus pensamientos unos de otros, con los
cuales son armonías penetrantes, mientras que los nuestros son, la mayoría de
las veces, solo discordancias y confusión.
Aprendamos, pues, a
servirnos de nuestra voluntad y por ella, a unir nuestros pensamientos a todo
lo que es grande, a la armonía universal, cuyas vibraciones llenan el espacio y
encantan a los mundos. La voluntad es la mayor de todas las
potencias; es, en su acción, comparable al imán. La voluntad de vivir, de
desarrollar en nosotros la vida, atraernos nuevos recursos vitales; tal es el
secreto de la ley de evolución.
La voluntad puede actuar con
intensidad sobre el cuerpo fluídico, activarle las vibraciones y de esta
manera, adaptarlo para un estado cada vez más elevado de sensaciones,
prepararlo para un mayor grado de existencia. El principio de evolución no está
en la materia, está en la voluntad, cuya acción tanto se extiende al orden
invisible de las cosas como al orden visible y material. Esta es simplemente la
consecuencia de aquella.
El principio superior, el
motor de la existencia, es la voluntad. La Voluntad Divina es el supremo motor
de la Vida Universal. Lo que importa, antes que nada, es comprender que podemos
realizar todo en el dominio psíquico; ninguna fuerza queda estéril, cuando se
ejerce de manera constante, con vistas a alcanzar un designio conforme al
Derecho y a la Justicia.
Y lo que tiene la voluntad;
es que ella puede actuar tanto en el sueño como en la vigilia, porque el alma
valerosa, que para sí misma determinó un objetivo, lo busca con tenacidad en
ambas fases de su vida y determina así una cadena poderosa, que mina lenta y
silenciosamente los obstáculos.
Con la preservación se da lo
mismo que con la acción. La voluntad, la
confianza y el optimismo son otras tantas fuerzas preservadoras, otros tantos
baluartes nuestros opuestos a toda causa de desasosiego, de perturbación,
interna y externa. Bastan, a veces, por si solos, para desviar el mal;
mientras que el desanimo, el miedo y el mal humor nos desarman y entregan a él
sin defensa.
El simple hecho de mirar de
frente a lo que llamamos el mal, el peligro, el dolor, la resolución con que
los enfrentamos, y los vencemos, le disminuyen la importancia y el efecto. Los
norteamericanos tienen con el nombre de mind cure (cura mental) o ciencia
cristiana, aplicado este método a la Terapéutica y no se puede negar que los
resultados obtenidos son considerables. Este método se resume en la siguiente
fórmula: "El pesimismo te hace débil; el optimismo te hace fuerte.
Consiste
en la eliminación gradual del egoísmo, en la unión completa con la Voluntad
Suprema, causa de las fuerzas infinitas. Los casos de cura son numerosos y se
apoyan en testimonios irrecusables. (Ver William James, Rector de
la Universidad de Harvard, L'Expérience Religieuse, pàgs. 86, 87).
Además, fue ese - en todos
los tiempos y con formas diferentes - el principio de la salud física y moral.
En el orden físico, por ejemplo, no se destruyen los infusórios, los
infinitamente pequeños, que viven y se multiplican en nosotros; ganan fuerzas
para resistirlos mejor. De la misma forma, no siempre es posible, en el orden
moral, apartar las vicisitudes de la suerte, se puede adquirir suficiente
fuerza para soportarlas con alegría, sobrepujarlas con esfuerzo mental,
dominarlas de tal forma que pierdan todo su aspecto amenazador, para
transformarse en auxiliares de nuestro progreso y de nuestro bien.
En otra parte hemos
demostrado, apoyándonos en hechos recientes, el poder del alma sobre el cuerpo en
la sugestión y autosugestión. Nos limitaremos a recordar otros ejemplos aun más
concluyentes. Louise Lateau, la estigmatizada de Bois-d'Haine, cuyo caso fue
estudiado por una comisión de la Academia de Medicina de Bélgica, hacía,
meditando sobre la Pasión de Cristo, correr a voluntad sangre de sus pies,
manos y lado izquierdo. La hemorragia duraba muchas horas.
Pierre Janet observó casos
análogos en la Salpêtrière, en París. Una extática presentaba estigmas en los
pies cuando los metían en un aparato. Louis Vivé, en sus crisis, a sí mismo
daba la orden de sangrar en horas determinadas y el fenómeno se producía con
exactitud.
Se encuentra el mismo orden
de hechos en ciertos sueños, así como en los fenómenos llamados "birthmarks" o señales de nacimiento.
En todos los dominios de la
observación, encontramos la prueba que la voluntad impresiona a la materia y
puede someterla a sus designios. Esta ley se manifiesta con más intensidad
todavía en el campo de la vida invisible.
Es en virtud de las mismas
reglas que los Espíritus crean las formas y los atributos que nos permiten
reconocerlos en las sesiones de materialización. Por la voluntad creadora de
los grandes Espíritus y antes que nada, del Espíritu divino, una vida repleta
de maravillas se desarrolla y extiende, de escalón en escalón, hasta el
infinito, en los confines del cielo, vida incomparablemente superior a todas
las maravillas creadas por el arte humano y tanto más perfecta cuanto más se
aproxima a Dios.
Si el hombre conociese la
extensión de los recursos que en él germinan, tal vez quedase deslumbrado y en
vez de juzgarse débil y temer al futuro, comprendería su fuerza, sentiría que
él mismo puede crear ese futuro. Cada alma es un foco de vibraciones que la
voluntad pone en movimiento. Una sociedad es una agrupación de voluntades que,
cuando están unidas, concentradas en un mismo fin, constituyen el centro de
fuerzas irresistibles.
Las humanidades son focos más poderosos que todavía vibran a través de la inmensidad. Por la educación del ejercicio de la voluntad, ciertos pueblos llegan a resultados que parecen prodigios. La energía mental, el vigor del espíritu de los japoneses, su desprecio por el dolor, su impasibilidad ante la muerte, causaran pasmo a los occidentales y fueron para ellos una especie de revelación.
El japonés se
habitúa desde la infancia a dominar sus impresiones, a no dejarse traicionar
por los disgustos, por las decepciones, de los sentimientos por lo que pasa, a
quedar impenetrable, a no quejarse nunca, a no encolerizarse nunca, a recibir
siempre con buena cara los reveses.
Tal educación retempla los
ánimos y asegura la victoria en todos los terrenos. En la gran tragedia de la
existencia y de la Historia, el heroísmo representa el papel principal y es la
voluntad la que hace los héroes. Este estado de espíritu no es privativo de los
japoneses.
Los hindúes llegan también,
con el empleo de lo que llaman a "hatha-yoga", o ejercicio de la
voluntad, a suprimir en sí el sentimiento del dolor físico. En una conferencia
hecha en el Instituto Psicológico de París y que "Les Annales des Sciences
Psychiques", de noviembre de 1906, reprodujeran, Annie Besant cita varios
casos notables debidos a estas prácticas persistentes.
Un hindú poseerá bastante
poder de voluntad para conservar un brazo erguido hasta que se atrofie. Otro se
acostará en una cama erizada de puntas de hierro sin sentir ningún dolor. Se
encuentra este mismo poder en personas que no practicaran el
"hatha-yoga".
La conferencista cita el
caso de uno de sus amigos que, habiendo ido de caza al tigre y habiendo
recibido, a causa de la impericia de un cazador, una bala en el muslo, recusó
someterse a la acción del cloroformo para la extracción del proyectil,
afirmando al cirujano que tendría suficiente dominio sobre sí mismo para quedar
inmóvil e impasible durante la operación. Esta se efectuó; el herido tenía
plena conciencia de sí mismo y no hizo un solo movimiento. "Lo que para
otro habría sido una tortura atroz, nada era para él; había fijado su
conciencia en la cabeza y ningún dolor sintió. Sin ser "yogui",
poseía el poder de concentrar la voluntad, poder que, en la India, se encuentra
frecuentemente."
Por lo que se acaba de leer,
puede juzgarse cuan diferentes de nosotros son la educación mental y el
objetivo de los asiáticos. Todo, en ellos, tiende a desarrollar al hombre
interior, su voluntad, su conciencia, a la vista de los vastos ciclos de
evolución que se les abren, mientras que el europeo adopta, de preferencia,
como objetivo, los bienes inmediatos, limitados por el círculo de la vida
presente. Los blancos en que se pone la mira en los dos casos, son diferentes;
y esta divergencia resulta de la concepción esencialmente diferente del papel
del ser en el Universo.
Los asiáticos consideraran
por mucho tiempo, con un espanto mezclado de piedad, nuestra agitación febril,
nuestra preocupación por las cosas inciertas y sin futuro, nuestra ignorancia
de las cosas estables, profundas, indestructibles, que constituyen la verdadera
fuerza del hombre. De ahí el contraste sorprendente que ofrecen las
civilizaciones del Oriente y del Occidente.
La superioridad pertenece
evidentemente a la que abarca más vasto horizonte y se inspira en las
verdaderas leyes del alma y de su futuro. Puede haber parecido atrasada a los
observadores superficiales, mientras las dos civilizaciones hicieran
paralelamente su evolución, sin que entre una y otra hubiese choques excesivos.
Desde que las necesidades de
la existencia y la presión creciente de los pueblos del Occidente forzaran a
los asiáticos a entrar en la corriente del progreso moderno - tal es el caso de
los japoneses -, se puede ver que las cualidades eminentes de esta raza,
manifestándose en el dominio material, podían asegurarles igualmente la
supremacía. Si este estado de cosas se acentúa, como es de recelar, si el Japón
consigue arrastrar consigo todo el Extremo Oriente, es posible que mude el eje
de la dominación del mundo y pase de una raza para otra, principalmente si
Europa persiste en no interesarse por lo que constituye el más alto objetivo de
la vida humana y en contentarse con un ideal inferior y casi bárbaro.
Restringiendo igual el campo
de nuestras observaciones a la raza blanca, ahí vamos a verificar también que
las naciones de voluntad más firme, más tenaz, van poco a poco tomando
predominio sobre las otras. Es lo que pasa con los pueblos anglosajones y
germanos. Estamos viendo lo que Inglaterra ha podido realizar, a través de los
tiempos, para la ejecución de su plan de acción. Alemania, con su espíritu de
método y continuidad, supo crear y mantener una poderosa cohesión en detrimento
de sus vecinos, no menos bien dotados que ella, más menos resueltos y
perseverantes. América del Norte prepara también para sí un gran lugar en el
concierto de los pueblos.
Francia es, por el contrario,
una nación de voluntad débil y voluble. Los franceses pasan de una idea a otra
con extrema movilidad y a este defecto de deben las vicisitudes de su Historia.
Sus primeros impulsos son admirables, vibrantes de entusiasmo. Con facilidad
emprenden una obra, con la misma facilidad la abandonan, cuando el pensamiento
ya va edificando y los materiales se van reuniendo silenciosamente a su
alrededor.
Por eso el mundo presenta,
por todas partes, vestigios medio borrados de su acción pasajera, de sus esfuerzos
deprisa interrumpidos. A más de eso, el pesimismo y el materialismo, que cada
vez más se extienden entre ellos, tienden también a negar las cualidades
generosas de su raza.
El positivismo y el
agnosticismo trabajan sistemáticamente para borrar lo que restaba de viril en
el alma francesa; y los recursos profundos del espíritu francés se atrofian por
falta de una educación sólida y de un ideal elevado. Aprendamos, pues, a crear
"una voluntad potente", de naturaleza más elevada que la soñada por
Nietzsche. Fortalezcamos a nuestro alrededor los espíritus y los corazones, si
no quisiésemos ver nuestro país yendo a la decadencia irremediable.
¡Querer es poder ¡ El poder
de la voluntad es ilimitado. El hombre, consciente de sí mismo, de sus recursos
latentes, siente crecer sus fuerzas en la razón de sus esfuerzos. Sabe que todo
lo que de bien y de bueno desee, tarde o temprano, se realizará
inevitablemente, o en la actualidad o en la serie de sus existencias, cuando su
pensamiento se ponga de acuerdo con la ley Divina.
Y
es en eso que se verifica la palabra celeste: "La Fe mueve montañas."
No es consolador y bello poder decir: Soy una inteligencia y una voluntad
libre; me hice a mí mismo, inconscientemente, a través de las edades; edifiqué
lentamente mi individualidad y libertad y ahora conozco la grandeza y la fuerza
que hay en mí. He de ampararme en ellas; no dejaré que una simple duda las
empañe por un instante siquiera y haciendo uso de ellas con el auxilio de Dios
y de mis hermanos del Espacio, me elevaré por encima de todas las dificultades;
venceré el mal en mí; me despegaré de todo lo que me encadena a las cosas
groseras para levantar vuelo hacia los mundos felices. Veo claramente el camino
que se extiende y que tengo que recorrer.
Este camino atraviesa una
extensión ilimitada y no tiene fin; para guiarme en el Camino Infinito, tengo
un guía seguro - la comprensión de las leyes de la vida, progreso y amor que
rigen todas las cosas; - aprendí a conocerme, a creer en mi y en Dios. Poseo la
llave de toda elevación y en la vida inmensa que tengo ante mí, me conservaré
firme, constante en la voluntad de enoblecerme y elevarme, cada vez más;
atraeré, con el auxilio de mi inteligencia, que es hija de Dios, todas las
riquezas morales y participaré de todas las maravillas del Cosmos.
Mi voluntad me llama:
"Hacia el frente, siempre hacia el frente, cada vez más conocimiento, más
vida, vida divina " Y con ella conquistaré la plenitud de la existencia,
construiré para mí una personalidad mejor, más radiosa y amante. Salí para
siempre del estado inferior del ser ignorante, inconsciente de su valor y
poder; me afirmo en la independencia y la dignidad de mi conciencia y extiendo
la mano a todos mis hermanos, diciéndoles: Despertad de vuestro pesado sueño;
rasgad el velo material que os envuelve, aprended a conoceros, a conocer las
potencias de vuestra alma y a utilizarlas.
Todas las voces de la
Naturaleza, todas las voces del Espacio os gritan: "Levantaos y marchad.
Apresuraos para la conquista de vuestros destinos" A todos vosotros que os
dobláis al peso de la vida, que, juzgándoos solos y débiles, os entregáis a la
tristeza, a la desesperación o que aspiráis a la nada, vengo a deciros:
"La nada no existe; la muerte es un nuevo nacimiento, un encaminarse para
nuevas tareas, nuevos trabajos, nuevas cosechas; la vida es una comunión
universal y eterna que une a Dios a todos sus hijos"
A todos vosotros, que os
creéis abatidos por los sufrimientos y decepciones, pobres seres afligidos,
corazones que el viento áspero de las pruebas secó; Espíritus quebrados,
dilacerados por la rueda de hierro de la adversidad, vengo a deciros: "No
hay alma que no pueda renacer, haciendo brotar nuevos florecimientos. Os basta
querer para sentir el despertar en vosotros de fuerzas desconocidas. Creed en
vosotros, en vuestro rejuvenecimiento en nuevas vidas; creed en vuestros
destinos inmortales. Creed en Dios, Sol de Soles, foco inmenso, del cual brilla
en vosotros una centella, que se puede convertir en llama ardiente y generosa.
"Sabed que todo hombre puede ser bueno y
feliz; para serlo basta que lo quiera con energía y constancia. La concepción
mental del ser, elaborada en la oscuridad de las existencias dolorosas,
preparada por la demorada evolución de las edades, se expandirá a la luz de las
vidas superiores y todos conquistarán la magnífica individualidad que les está
reservada. "Dirigid incesantemente vuestro pensamiento hacia esta verdad:
- que podéis venir a ser lo que quisiereis. Y sabed querer ser cada vez mayores
y mejores.
Tal es la noción del
progreso eterno y el medio de realizarlo; tal es el secreto de la fuerza
mental, de la cual emanan todas las fuerzas magnéticas y físicas. Cuando
hubiereis conquistado este dominio sobre vosotros mismos, no tendréis más que
temer los retrasos ni las caídas, ni las enfermedades, ni la muerte; habréis
hecho de vuestro "yo" inferior y frágil una elevada y poderosa
individualidad"-
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Dios estableció leyes de
sabiduría, cuya sola finalidad es el bien. El hombre encuentra dentro de sí todo lo que necesita para
seguirlas, su conciencia le traza el camino, la ley divina está grabada en su alma y, además, Dios nos la trae
a la memoria sin cesar, enviándonos mesías y profetas, espíritus encarnados que han
recibido la misión de iluminar, moralizar y mejorar al hombre y, últimamente, una multitud de
espíritus desencarnados que se manifiestan en todos los ámbitos. Si el hombre actuase conforme a las
leyes evitaría los males más agudos y viviría feliz sobre la Tierra. Si no lo hace, es en virtud
de su libre albedrío, y por eso sufre las consecuencias que merece (El Evangelio según el Espiritismo,
cap. V:4, 5, 6 y ss.).
La Génesis. Cap. III. El Bien y el mal (Allan Kardec).
7.Pero Dios, todo bondad,
colocó el remedio al lado del mal, es decir, que el mismo mal hace nacer el bien. Llega el instante en que
el exceso de mal moral se vuelve intolerable y el hombre siente la necesidad de cambiar.
Aleccionado por la experiencia intenta encontrar un remedio en el bien, siempre de acuerdo con su
libre arbitrio, pues cuando penetra en un camino mejor es por su voluntad y porque ha
reconocido los inconvenientes del otro que seguía. La necesidad le obliga a mejorar moralmente para
ser más feliz, como esa misma necesidad le induce a mejorar las condiciones materiales de su
existencia
8. Se puede decir que el mal es la ausencia
del bien, como el frío es la ausencia del calor. El mal no es un atributo distinto, como el frío
no es un fluido especial: uno es la parte negativa del otro. Donde el bien no existe, allí,
forzosamente reina el mal. No hacer el mal es ya el comienzo del bien. Dios sólo desea el bien, el mal proviene
exclusivamente del hombre. Si existiese en la Creación un ser encargado del mal, nadie
podría evitarlo. Pero la causa del mal está en el hombre mismo y, como éste posee el libre arbitrio y
la guía de las leyes divinas, lo podrá evitar cuando así lo desee.
14. Los espíritus actúan
sobre los fluidos espirituales, pero no los manipulan como los hombres hacen con los gases, sino con la ayuda
del pensamiento y la voluntad. El pensamiento y la voluntad son, para los espíritus, lo que la
mano es para el hombre. Mediante el pensamiento, imprimen a esos fluidos tal o cual dirección,
los unen, combinan o dispersan; forman conjuntos con determinada apariencia, forma o color; cambian
las propiedades de los mismos como el químico las de un gas o de otros cuerpos, combinándolos de
acuerdo a ciertas leyes. Constituyen el inmenso taller o laboratorio de la vida espiritual.
La Génesis. Capítulo XIV Los fluidos. Cualidades de los fluidos
21. Se podrá decir: Es
posible huir de los hombres que se sabe malintencionados, pero, ¿cómo sustraerse a la influencia de los malos
espíritus que pululan a nuestro alrededor y se deslizan por doquier sin ser vistos?
El medio es muy simple:
depende enteramente de la voluntad del hombre mismo, que lleva en sí el resguardo necesario. Los fluidos se
unen por la similitud de su naturaleza: los fluidos contrarios se repelen; hay incompatibilidad
entre los buenos y los malos fluidos, como entre el aceite y el agua.
¿Que se hace cuando el aire está viciado? Se
sanea, se depura, destruyendo el centro de las impurezas, expulsando los efluvios malsanos
mediante las corrientes de aire salubre más fuertes.
Ante una invasión de malos
fluidos hay que oponer otra mayor de buenos, y como cada uno tiene en su periespíritu una fuente fluídica permanente,
el remedio lo lleva uno mismo. Sólo hay que purificar esa fuente y darle cualidades que
actúen como un repulsivo para las malas influencias y no como una fuerza de atracción. El periespíritu
es una coraza a la que conviene saber templar. Ahora bien, como las cualidades del periespíritu
guardan relación con las del alma, es preciso trabajar en su mejoramiento, puesto que son las
imperfecciones del alma las que atraen a los malos espíritus.
Las moscas se sienten atraídas por la
suciedad, y a ella se dirigen; si se acaba con esos focos insalubres, las moscas desaparecen. También
los malos espíritus se sienten atraídos por la suciedad, aunque moral, y a ella van. Destruid, por
tanto el centro de atracción y se alejarán. Los espíritus buenos, encarnados o desencarnados, no tienen
nada que temer de la influencia de los malos espíritus.
La Génesis. Capítulo XV. Los
Milagros en el Evangelio
11. Estas palabras:
“Conociendo en sí mismo el poder que había salido de él”, son significativas: expresan el movimiento
fluídico que se había operado de Jesús a la mujer enferma; ambos habían sentido la acción producida. Lo
notable es que el efecto no fue provocado a voluntad de Jesús; no hubo magnetización ni imposición
de manos. La irradiación fluídica normal bastó para operar la curación.
Pero, ¿a qué se debió que la radiación se
dirigiera hacia esa mujer y no hacia otros, si Jesús no pensaba en ella y, además, estaba rodeado
por una multitud?
La razón es obvia: el fluido, considerado como
un elemento terapéutico, debe alcanzar al desorden orgánico para repararlo; puede ser
dirigido sobre el mal por la voluntad del curador o atraído por el deseo ardiente, la confianza o
la fe del enfermo. En relación con la corriente fluídica, el primero actúa como una bomba impelente y el
segundo como otra aspirante. A veces es necesaria la simultaneidad de las dos condiciones, en
otras ocasiones sólo basta una; la última es la que operó en la circunstancia narrada.
Gracias al Espiritismo el hombre sabe de dónde
viene, hacia dónde va, por qué está sobre la Tierra, por qué sufre en esta vida
temporalmente y comprende que la justicia de Dios todo lo penetra.
Sabe que el alma progresa sin cesar, al pasar
de una a otra existencia, hasta el instante en que logra el grado de perfección necesario
para acercarse a Dios. Sabe que todas las almas tienen un mismo
origen, que son creadas iguales y con idénticas aptitudes para progresar, en virtud de su
libre albedrío. Que todas son de la misma esencia, y que entre ellas la única diferencia es la del
progreso alcanzado. Todas tienen el mismo destino y lograrán igual meta, en mayor o menor lapso,
según el trabajo y la buena voluntad que pongan en la tarea. (La Génesis. Capítulo I. Caracteres de
la revelación espírita. Kardec)
El progreso de los espíritus es fruto de su propio trabajo, pero como son libres, trabajan para su adelanto con más o menos actividad o negligencia, según su voluntad. Adelantan o detienen así su progreso, y por consiguiente, su dicha. Mientras que unos adelantan rápidamente, otros se estacionan durante muchos siglos en rangos inferiores. Son, pues, los autores de su propia situación, feliz o desgraciada, según estas palabras de Cristo: “¡A cada uno según sus obras!” Todo espíritu que queda rezagado, sólo debe culparse a sí mismo, así como al que adelanta le corresponde el mérito de ello. La dicha, que es obra suya, tiene a sus ojos un gran precio. (El Cielo y el Infiero. Capítulo 3. El Cielo. Kardec).
Cada existencia es para el alma una nueva ocasión de dar un paso adelante. De su voluntad depende que este paso sea lo más grande posible, el subir muchos peldaños o quedarse estacionada. En este último caso, sufrió sin provecho, y como siempre, tarde o temprano tiene que pagar su deuda y principiar de nuevo otra existencia en condiciones todavía más penosas, porque a una mancha no lavada, añade otra.
(...)Por esta razón, en las encarnaciones
sucesivas el alma se despoja, poco a poco, de sus imperfecciones. Se purga, en
una palabra, hasta que esté bastante pura para merecer dejar los mundos de
expiación por mundos mejores, y más tarde estos para gozar de la suprema
felicidad. (El Cielo y el Infiero. Capítulo 3. El Cielo. Kardec.)
La reparación consiste en
hacer bien a aquel a quien se hizo daño. Aquel que no repare en esta vida las
faltas cometidas por impotencia o falta de voluntad, en una posterior
existencia se hallará en contacto con las mismas personas a quienes habrá
perjudicado y en condiciones escogidas por él mismo que pongan a prueba su
buena voluntad en hacerles tanto bien como mal les había hecho antes. (El Cielo
y el Infiero. Capítulo 7. Las penas futuras. Kardec.)
Cualesquiera que sean la inferioridad y la perversidad de los espíritus, Dios no les abandona jamás. Todos tienen su ángel guardián que vela por ellos, espía los movimientos de su alma y se esfuerza en suscitar en ellos buenos pensamientos, y el deseo de progresar y de reparar en una nueva existencia el mal que han hecho.
Sin embargo, el guía
protector obra lo más a menudo de una manera oculta, sin ejercer ninguna
presión. El espíritu debe mejorarse por el hecho de su propia voluntad, y no a
consecuencia de una fuerza cualquiera. Obra bien o mal en virtud de su libre
albedrío, pero sin ser fatalmente inducido en un sentido o en otro. Si hace
mal, sufre sus consecuencias tanto tiempo como permanece en el mal camino.
Luego que da un paso hacia el bien, siente inmediatamente los efectos (El Cielo
y el Infiero. Capítulo 7. Las penas futuras. El Cielo. Kardec.)
LA VOLUNTAD Y LOS FLUIDOS
León Denis. Despues de la muerte. Capítulo 32.
Las
enseñanzas que debemos a los Espíritus sobre su situación, después de la
muerte, nos hacen comprender mejor las reglas según las cuales el periespíritu
o cuerpo fluídico se transforma y progresa.
La misma
fuerza que impulsa al ser en su evolución a través de los siglos, a crear por
sus necesidades y tendencias los órganos materiales necesarios para su
desarrollo, le incita, por una acción análoga y paralela, a perfeccionar sus
facultades y a crearse nuevos medios de acción apropiados a su estado fluídico,
intelectual y moral.
La envoltura
fluídica del ser se depura, se ilumina o se oscurece según la naturaleza
elevada o grosera de los pensamientos que en ella se reflejan. Todo acto, todo
pensamiento repercute y se graba en el periespíritu. De aquí nacen
consecuencias inevitables para la situación del Espíritu. El alma ejerce una
acción continua sobre su envoltura, siendo siempre dueña de modificar su estado
por medio de la voluntad.
La voluntad es la facultad soberana del alma, la fuerza espiritual por excelencia. Es el fondo mismo de la personalidad. Su poder sobre los fluidos es ilimitado y se acrecienta con la elevación del Espíritu. En el centro terrestre sus efectos sobre la materia son limitados porque el hombre se ignora y no sabe utilizar las fuerzas que están en él. Pero en los mundos más adelantados, el ser humano que ha aprendido a querer, domina la naturaleza entera, dirige a su gusto los fluidos materiales, y produce metamorfosis y fenómenos prodigiosos.
En el espacio y en esos mundos, la materia se presenta en estados fluídicos de los cuales sólo podemos formarnos una vaga idea. Del mismo modo que en la Tierra ciertas combinaciones químicas se producen únicamente bajo la influencia de la luz, así en esos centros los fluidos no se unen y no se ligan sino por un acto de la voluntad de los seres superiores.
La acción de
la voluntad sobre la materia ha entrado ya en el dominio de la experiencia
científica gracias al estudio proseguido por varios fisiólogos de los fenómenos
magnéticos, bajo el nombre de hipnotismo y de sugestión mental. Se han visto ya
experimentadores que, por un acto directo de su voluntad, hacer aparecer llagas
y estigmas en el cuerpo de ciertos sujetos, hacer salir de ellos sangre y
humores, y curarlos en seguida por una volición contraria.
De modo que
la voluntad humana destruye y repara a su gusto los tejidos vivos; puede
también modificar las sustancias materiales hasta el punto de comunicarles
propiedades nuevas, provocando la embriaguez con agua clara, etc. Tiene también
acción sobre los fluidos y crea objetos y cuerpos que los hipnotizados ven,
sienten y tocan, que tienen para ellos una existencia positiva y obedecen a
todas las leyes de la óptica.
Esto es lo
que resulta de las investigaciones y de los trabajos de los doctores Charcot,
Dumontpallier, Liébault, Bernheim, de los profesores Liégeois, Delboeuf, etc.,
cuya relación puede leerse en todas las revistas médicas.
Pues bien,
si la voluntad ejerce semejante influencia sobre la materia bruta y sobre los
fluidos rudimentarios, tanto más fácil será de comprender su imperio sobre el
periespíritu, y los progresos o los desórdenes que en él determine, según la
naturaleza de su acción, lo mismo en el curso de la vida que después de la
desencarnación.
Todo acto de
la voluntad reviste una forma, una apariencia fluídica y se graba en la
envoltura periespiritual. Es evidente que si estos actos son inspirados por
pasiones materiales, su forma será material y grosera.
Las
moléculas periespirituales, impregnadas y saturadas de estas formas y estas
imágenes, se aproximan y se condensan. Al reproducirse las mismas causas, los
mismos efectos se acumulan y la condensación se acelera, los sentidos se
debilitan y se atrofian, las vibraciones disminuyen en fuerza y en extensión.
Después de
la muerte, el Espíritu se encuentra envuelto en fluidos opacos y pesados que ya
no dejan pasar las impresiones del mundo exterior, sirviéndole al alma de
cárcel y de tumba. Es el castigo preparado por el Espíritu mismo; esta
situación es su obra, y no cesa hasta que el arrepentimiento, la voluntad de
corregirse y aspiraciones más elevadas, vienen a romper la cadena material que
lo sujeta.
En efecto,
si las pasiones bajas y materiales turban y oscurecen el organismo fluídico, en
cambio, los pensamientos generosos y las nobles acciones afinan y dilatan las
moléculas periespirituales.
Sabemos que
las propiedades de la materia aumentan con su grado de pureza. Las experiencias
de William Crookes han demostrado que la rarefacción de los átomos lleva a
estos al estado radiante.
La materia,
en este estado sutil, se inflama y se hace luminosa e imponderable. Lo mismo
pasa con la sustancia periespiritual. Al enrarecerse, su flexibilidad y su
sensibilidad ganan; su fuerza de radiación y energía vibratoria aumentan,
permitiéndole sustraerse a las atracciones terrestres.
El Espíritu
entra entonces en posesión de nuevos sentidos, con cuyo auxilio podrá penetrar
en centros más puros y comunicar con seres etéreos. Estas facultades, estos
sentidos que abren el acceso a las regiones felices, toda alma humana pude
conquistarlos y desarrollarlos, pues posee sus gérmenes imperecederos.
Nuestras
vidas sucesivas llenas de trabajos y de esfuerzos, no tienen otro objeto que
hacerlos florecer en nosotros. Ya en este mundo, vemos estas facultades
despertarse en algunos individuos que, gracias a ellas, entran en relaciones
con el mundo oculto.
Los médiums
de todas clases están en este caso. Su número aumentará sin duda con el
progreso moral y la difusión de la verdad. Puede preverse que llegará día en
que la gran mayoría de los humanos se encontrará apta para recibir las
enseñanzas de esos seres invisibles cuya existencia negaba ayer.
Esta evolución paralela de la materia y del Espíritu, por la cual el ser conquista sus órganos y sus facultades, se construye completamente y se aumenta sin cesar, nos demuestra otra vez la solidaridad que une las fuerzas universales, el mundo de las almas y el mundo de los cuerpos. Nos demuestra sobre todo qué riquezas, qué profundos recursos puede crearse el ser por un uso metódico y perseverante de la voluntad. Esta llega a ser la fuerza suprema, el alma misma, ejerciendo su imperio sobre los poderes inferiores.
El empleo
que hacemos de nuestra voluntad, dirige por sí solo nuestro adelantamiento,
prepara nuestro porvenir, nos fortifica o nos rebaja. No hay azar ni fatalidad. Hay fuerzas, hay leyes. Utilizar y dirigir las unas, y observar las otras, en
esto se encierra el secreto de todas las grandezas y todas las elevaciones.
Los
resultados producidos alrededor nuestro por la voluntad, trastornan ya la
imaginación de las personas de mundo y provocan, la admiración de los sabios.
El hipnotismo y la sugestión han producido en este sentido resultados que han
sido calificados de maravillosos.
Todo esto es
sin embargo poca cosa al lado de los efectos obtenidos en los centros
superiores donde, a las órdenes del Espíritu, todas las fuerzas se combinan y
entran en acción.
Y si, en
este orden de ideas, llevásemos más alto nuestra atención, ¿no llegaríamos, por
analogía, a vislumbrar de qué manera la voluntad divina, dominando la materia
cósmica, puede formar los soles, trazar las órbitas de los mundos, y procrear
los universos?
Sí, la
voluntad ejercida en el sentido del bien y conforme a las leyes eternas, lo
puede todo. También puede hacer mucho mal. Nuestros malos pensamientos,
nuestros deseos impuros, nuestras acciones culpables, corrompen, al reflejarse
en ellos, los fluidos que nos rodean, y el contacto de estos produce malestar e
impresiones dañinas en todos aquellos que se nos aproximan, pues todos los
organismos sienten la influencia de los fluidos ambientes.
Asimismo los
sentimientos de orden elevado, los pensamientos de amor, las exhortaciones
calurosas, penetran en los seres que nos rodean, los sostienen y los vivifican.
Así se explican el imperio ejercido sobre las multitudes por los grandes
misioneros y las almas escogidas, y la influencia contraria de los malvados que
podemos siempre conjurar, es cierto, por voliciones en sentido inverso y una
resistencia enérgica de nuestra voluntad.
Un
conocimiento más preciso de las facultades del alma y de su aplicación
modificará totalmente nuestras tendencias y nuestras acciones. Sabiendo que los
hechos y pensamientos de nuestra vida se inscriben en nosotros, y dan
testimonio en favor o en contra, fijaremos en cada uno de ellos una atención
más escrupulosa.
Nos
aplicaremos desde ahora a desarrollar los recursos que dormitan en nosotros, a
obrar por su medio sobre los fluidos esparcidos en el espacio con objeto de
depurarlos y transformarlos para el bien de todos, a crear en torno nuestro una
atmósfera límpida y pura, inaccesible a los efluvios viciados.
El Espíritu
que no trabaja, y que se abandona a las influencias materiales, permanece
débil, incapaz de percibir las sensaciones delicadas de la vida espiritual.
Después de la muerte se siente poseído de una inercia completa, y los campos
del espacio sólo vacío y obscuridad ofrecen a sus sentidos embotados.
El Espíritu
activo, preocupado en ejercitar sus facultades por un uso constante, adquiere
nuevas fuerzas, su vista abarca horizontes más vastos y el círculo de sus
relaciones se ensancha gradualmente.
El
pensamiento, utilizado como fuerza magnética, podría corregir muchos
desórdenes, extinguir muchas llagas sociales. Procediendo por voliciones
continuas, proyectando resuelta y frecuentemente nuestra voluntad hacia los
seres desgraciados, hacia los enfermos, los perversos, los extraviados,
podríamos consolar, convencer, aliviar, curar.
Por medio de
este ejercicio se obtendrían no solamente resultados inesperados para el
mejoramiento de la especie, sino que se llegaría a dar al pensamiento una
sutileza y una fuerza de penetración incalculables.
Gracias a
una combinación íntima de buenos fluidos sacados del inagotable depósito de la
naturaleza, y con la asistencia de los Espíritus invisibles, se puede
restablecer la salud comprometida, y devolver la esperanza y la energía a los
desesperados.
Por un
impulso regular y perseverante de la voluntad, puede llegarse a impresionar a
distancia a los incrédulos, a los escépticos y a los malos, conmover su
terquedad, atenuar su odio, hacer penetrar un rayo de verdad en el
entendimiento de los más hostiles.
Ésta es una
forma ignorada de la sugestión mental, de este tremendo poder del cual muchos
se sirven a tontas y a locas, y que, utilizado en el sentido del bien,
transformaría el estado moral, de las sociedades.
La voluntad,
ejercida con fluidez, desafía toda vigilancia e inquisición. Opera en la sombra
y en el silencio, salva todos los obstáculos y penetra en todos los centros.
Mas para hacerle producir todos sus efectos, se necesita una acción enérgica,
arranques poderosos y una paciencia incansable.
Así como la
gota de agua taladra lentamente la piedra más dura, así un pensamiento
incesante y generoso acaba por insinuarse en el espíritu más refractario.
La voluntad
aislada puede mucho para el bien de los hombres; mas ¿qué no podría esperarse
de una asociación de pensamientos elevados, de un agrupamiento de todas las
voluntades libres?
Las fuerzas
intelectuales, hoy en día divergentes, se esterilizan y se anulan
recíprocamente. Esta es la causa de la turbación y de la incoherencia de las
ideas modernas; pero tan pronto como el espíritu humano, conociendo su poder,
agrupe las voluntades diseminadas para hacerlas converger hacia el bien, la
belleza y la verdad, ese día la humanidad adelantará osadamente hacia las
cumbres eternas y se renovará la faz del mundo.
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