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01 abril 2022

LEY DE LA DESTRUCCIÓN

 



Dios creó la necesidad de que los seres vivos se destruyan para alimentarse unos de los otros. ¿Cómo conciliar este hecho con la bondad de Dios?


Hay dos formas de destrucción en el Planeta: una es benéfica y la otra abusiva. La primera no es más que una transformación que tiene como finalidad la renovación y el mejoramiento de los seres vivos.


La segunda, no está prevista en la ley de Dios. Es el resultado de la imperfección moral e intelectual del hombre debido al predominio (...) de la bestialidad sobre la naturaleza espiritual. Toda destrucción que exceda los límites de la necesidad es una violación de la ley de Dios.



Dentro de las leyes de la Naturaleza, la de la destrucción recíproca de los seres vivos es, a primera vista, una de las que parece conciliarse menos con la bondad de Dios. Se pregunta por qué se les dio la necesidad de destruirse mutuamente para alimentarse unos de los otros.


Para aquellos que solamente ven la materia y que restringen su visión a la vida presente, eso debe parecer, efectivamente, una imperfección en la obra divina. Y es que los hombres, en general, aprecian la perfección de Dios desde el punto de vista humano; miden su sabiduría a través del juicio que se forman de ella y piensan que Dios no podría hacer las cosas mejor de que lo que ellos las harían.


Por la escasa visión que poseen, no pueden apreciar el conjunto, no comprenden que un bien real pueda derivar de un mal aparente. Sólo el conocimiento del principio espiritual considerado en su verdadera esencia, y la comprensión de la gran ley de unidad que constituye la armonía de la creación, puede darle al hombre la clave de ese misterio, mostrarle la sabiduría providencial y la armonía, exactamente allí, donde sólo ve anomalía y contradicción.


La verdadera vida, tanto la del animal como la del hombre, no está en la envoltura corporal, del mismo modo que no está en la vestimenta. Se encuentra en el principio inteligente que preexiste y sobrevive al cuerpo. Ese principio necesita del cuerpo para desarrollarse mediante la acción que le cabe realizar sobre la materia bruta. El cuerpo se desgasta en ese trabajo, pero el Espíritu no se deteriora, sino que por lo contrario, sale de él cada vez más fortalecido, más lúcido, más apto.


A través del incesante espectáculo de la destrucción, Dios enseña a los hombres la poca importancia que se debe dar a la envoltura material, y suscita en ellos la idea de la vida espiritual haciendo que nazca en compensación, el anhelo por ella. Se objetará: ¿no podría Dios llegar al mismo resultado por otros medios, sin obligar a los seres vivos a destruirse entre sí? Desde el momento en que todo en su obra es sabiduría, debemos suponer que esa sabiduría no existirá solamente en algunos aspectos y en otros no. Si no lo comprendemos así, debemos atribuirlo a nuestra falta de progreso. Con todo, podemos intentar investigar la razón de lo que nos parezca defectuoso, tomando como brújula este principio: Dios ha de ser infinitamente justo y sabio. Por lo tanto, busquemos en todo su justicia y su sabiduría, e inclinémonos ante aquello que supere nuestro entendimiento.


La primera utilidad que se presenta en esa destrucción, utilidad que sin lugar a duda, es puramente física, es esta: los cuerpos orgánicos se conservan sólo con la ayuda de las materias orgánicas, y solamente ellas contienen los elementos nutritivos necesarios para la transformación de aquellos. A causa de que los cuerpos necesitan renovarse constantemente, y como son los instrumentos de acción del principio inteligente, la Providencia determina que sirvan para su mutuo mantenimiento. He aquí por qué los seres vivos se nutren unos de los otros. Pero es el cuerpo el que se nutre del cuerpo, sin que el Espíritu se aniquile o altere. Solamente queda despojado de su envoltura.


También podemos señalar consideraciones morales de elevado tenor. La lucha es necesaria para el desarrollo del Espíritu. En la lucha es donde éste ejercita sus facultades.

 

Aquel que ataca buscando alimento y el que se defiende para conservar su vida, utilizan la habilidad y la inteligencia, y, consecuentemente, aumentan sus potenciales intelectuales.


Uno de los dos sucumbe, pero en realidad, ¿qué fue lo que el más fuerte o el más diestro le quitó al más débil? Su vestimenta de carne, nada más. Posteriormente, el Espíritu, que no murió, tomará otra.


La ley de destrucción es, por decirlo de alguna manera, el complemento del proceso evolutivo, ya que es preciso morir para renacer y pasar por millares de metamorfosis animando formas corporales que se van perfeccionando gradualmente. De ese modo es que, paralelamente, los seres van pasando por estados de conciencia cada vez más lúcidos, hasta que alcanza en la especie humana, el reinado de la Razón.


Según los Instructores Espirituales, a la denominada ley de destrucción se la conceptuaría mejor si se la considerara como ley de transformación. Lo que sucede en realidad, es la transformación, no la destrucción, tanto en lo que concierne a la materia como al Espíritu. El célebre enunciado de Lavoisier * — “en la naturaleza nada se crea ni se pierde, todo se transforma — fue en el área material, una visión científica anticipada de lo que los Espíritus confirmarían después al Codificador. Tomada como transformación, esta norma se aplica también al Espíritu eterno, indestructible, pero en continuo cambio, que obedece a la evolución y al progreso a través de los más variados y complejos procesos.


En los seres inferiores de la creación, en aquellos a los que todavía les falta el sentido moral, en los cuales la inteligencia aún no sustituyó al instinto, la lucha no puede tener otro móvil que el de la satisfacción de una necesidad material. 


La mutua destrucción entre los animales, mantenida a expensas de la cadena alimentaria, obedece a la ley natural de la preservación y de la diversidad biológica de las especies de la Naturaleza.


En el hombre hay un período de transición en el que casi no se distingue del irracional. Durante las primeras edades predomina en él el instinto animal, y la lucha aún tiene como móvil la satisfacción de las necesidades materiales. Con el correr del tiempo, el instinto animal y el sentimiento moral se equilibran, y entonces, el hombre ya no lucha para alimentarse sino para satisfacer su ambición, su orgullo y su necesidad de dominar. Pero para eso, aún le es necesario destruir. A medida que el sentido moral adquiere preponderancia, se desarrolla su sensibilidad y disminuye la necesidad de destruir, que acaba por desaparecer porque se torna detestable para él. El hombre adquiere el horror a la sangre, pero la lucha es siempre necesaria para el desarrollo del Espíritu, porque, a pesar de haber llegado a ese punto que le parece culminante, aún está lejos de ser perfecto. Sólo a través de mucho trabajo adquiere conocimiento, experiencia, y se despoja de los últimos vestigios de la animalidad. Pero en ese caso, la lucha, de sangrienta y brutal, se vuelve puramente intelectual. El hombre lucha ahora contra las dificultades, y no en contra de sus semejantes.


La sabiduría divina dotó a los seres vivos de dos instintos opuestos: el de la destrucción y el de la conservación. Ambos funcionan como principios de la naturaleza. Mediante el primero, los seres se destruyen recíprocamente. Este hecho tiene como objetivo diferentes fines, entre los cuales se encuentra el de la alimentación con los despojos materiales. Dios pone  el remedio junto al mal  como compensación para mantener el equilibrio.


Es por esa razón que las criaturas son instrumentos de los cuales se vale Dios para alcanzar los fines que se propone. Los seres vivos se destruyen recíprocamente para alimentarse, y esta destrucción obedece a una doble finalidad: mantener el equilibrio en la reproducción, que podría convertirse en excesiva, y utilizar los despojos de la envoltura exterior, que es la que sufre la destrucción. Esta envoltura es un simple accesorio y no la parte esencial del ser pensante. La parte esencial es el principio inteligente que no se puede destruir, y que se va elaborando a través de las diversas metamorfosis por las que pasa.


La destrucción abusiva realizada con cualquier pretexto es un atentado contra la ley de Dios. En ese sentido, el hombre tiene un rol preponderante ante los otros seres vivos cuando diezma en gran escala a los demás seres de la creación buscando el alimento para la creciente población humana, o cuando aprovecha los despojos animales y vegetales en innumerables industrias donde se procesa su transformación, que le proporciona múltiples utilidades.


Desgraciadamente, existen importantes y graves destrucciones en nuestro Planeta debido a la desmedida ambición humana. Hace algunas décadas, y con el pretexto de mantener los precios en el mercado, los economistas teóricos sostuvieron la ventaja de la destrucción de productos y cosechas, como sucedió en Brasil en la década de 1930, cuando se quemaron miles y miles de toneladas de café, en una clara demostración de insensibilidad, egoísmo e ignorancia de los responsables de esos abusos. Mientras aumentaba la extensión de los campos de café quemados en el Sur del país en brutal destrucción, numerosas poblaciones del Nordeste y del Norte carecían de ese producto para alimentarse.


 Otros abusos que han provocado la reacción y protestas de los pueblos esclarecidos de todo el Planeta por su profunda repercusión en las relaciones entre los seres vivos y el medio ambiente, son los problemas ecológicos. Es relativamente reciente la concienciación de las poblaciones sobre ese tipo de destrucción que el hombre, consciente o inconscientemente está provocando en la tierra, en las aguas y en la atmósfera.


No podemos dejar de reconocer que los nuevos procesos tecnológicos, asociados a la enorme proliferación de establecimientos fabriles que carecen de las precauciones necesarias para evitar la contaminación, causan la destrucción de la vida animal en los ríos, lagos y mares al arrojar continuamente objetos y residuos industriales en las aguas, al mismo tiempo que todo tipo de fábricas y maquinarias contaminan la atmósfera. Si a esto se suma la continua devastación de los bosques y de muchas especies animales, y además, la amenaza de las bombas, usinas y residuos atómicos, se tendrá un sombrío panorama de las condiciones materiales en las que se encuentra el mundo contemporáneo, agravado por el descuido, la imprevisión y la falta de educación,que generan el desequilibrio mesológico y perspectivas poco alentadoras.


Entre tanto, sabemos que la destrucción abusiva va a desaparecer paulatinamente de la Tierra como consecuencia del progreso moral e intelectual del ser humano. En la actualidad existe ya un significativo número de individuos y de organizaciones esparcidos por el mundo que están trabajando seriamente para que la vida en el Planeta se desarrolle en un ambiente de equilibrio. Esto demuestra que hay una concienciación más amplia respecto de este tema.


Bibliografía :

 

CALLIGARIS, Rodolfo. As leis Morais. Ítem: A lei de destruição.

KARDEC, Allan. La Génesis. Capítulo III. Ítem 20, 21, 22, 23, 24.

KARDEC, Allan. El Libro de los Espíritus. Pregunta 728, 731, 735.

SOUZA, Juvanir Borges de. Tempo de Transição. Capítulo 35. A lei de destruição.



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