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27 mayo 2022

EL ALMA HUMANA

 

No hay efecto sin causa; nada procede de nada. Estos son los axiomas, es decir las verdades indiscutibles. Entonces, ¿Cómo se comprueba en cada uno de nosotros la existencia de fuerzas, de potencias que no pueden estar consideradas como materiales? Es necesario, para explicar la causa, remontarnos a otra fuente distinta a la materia, a este principio que nombramos alma o espíritu.

 

Cuando, descendiendo en el fondo de nosotros mismos queremos aprender a conocernos, a analizar nuestras facultades; cuando, apartando de nuestra alma la espuma que acumula allí la vida, el envoltorio espeso cuyos prejuicios, errores y sofismas revistieron nuestra inteligencia, penetramos en los dobleces más íntimos de nuestro ser, nos encontramos allí cara a cara con estos principios augustos sin los cuales no habría grandeza para la humanidad: el amor al bien, el sentimiento de la justicia y del progreso.

 

Estos principios, que se encuentran en grados diversos, tanto en casa del ignorante como en casa del hombre sabio, no pueden provenir de la materia, que está privada de tales atributos. Y si la materia no posee estas cualidades, ¿Cómo podría formar, ella sola, seres dotados de ellas? El sentido de lo bello y de la verdad, la admiración que experimentamos hacia las obras grandes y generosas, no podrían tener el mismo origen que la carne de nuestros miembros o la sangre de nuestras venas. Estos son más bien como los reflejos de una luz alta y pura que brilla en cada uno de nosotros, lo mismo que el sol se refleja sobre las aguas, sean estas aguas fangosas o límpidas. En vano pretenderíamos que todo es materia.

 

Nosotros que sentimos realces poderosos de amor y de bondad, que amamos la virtud, la devoción, el heroísmo; el sentimiento de la belleza moral está grabado en nosotros; la armonía de las cosas y de las leyes nos penetra, nos arrebata; ¡y nada de todo eso nos distinguiría de la materia! Sentimos, amamos, poseemos la conciencia, la voluntad y la razón; ¡y procederíamos de una causa que no encierra estas calidades en ningún grado, de una causa que no siente, no ama ni sabe nada, que es ciega y muda! ¡Superiores a la fuerza que nos produce, estaríamos más perfeccionados y seríamos mejores que ella! 


Tal forma de ver las cosas no se sostiene. El hombre participa de dos naturalezas. Por su cuerpo, por sus órganos, deriva de la materia; por sus facultades intelectuales y morales, es espíritu. Digamos más exactamente todavía, respecto al cuerpo humano, que los órganos que componen esta admirable máquina son semejantes a ruedas incapaces de actuar sin un motor, sin una voluntad que los ponga en movimiento. Este motor, es el alma. El tercer elemento conecta a la vez a los otros dos, transmitiendo a los órganos las órdenes del pensamiento. Este elemento es el periespíritu, la materia etérea que escapa a nuestros sentidos. Envuelve al alma, la acompaña después de la muerte en sus peregrinaciones infinitas, depurándose, progresando con ella, dotándola de un cuerpo diáfano y vaporoso. En próximas sesiones trataremos sobre la existencia de este periespíritu, llamado también doble fluídico.

 



El espíritu yace en la materia como un preso en su celda; los sentidos son las aberturas a través de las cuales comunica con el mundo exterior. Pero, mientras que la materia decae tarde o temprano y se descompone, el espíritu crece en fuerza, se fortifica por la educación y la experiencia. Sus aspiraciones aumentan, se extienden allende la tumba; su necesidad de saber, de conocer, de vivir no tiene límite. Todo muestra que el ser humano pertenece sólo temporalmente a la materia. El cuerpo es sólo un traje prestado, una forma pasajera, un instrumento con la ayuda del cual el alma persigue en este mundo su obra de depuración y de progreso. La vida espiritual es la vida normal, verdadera e infinita.

 

 «El alma humana es considerada por los materialistas como efecto y no como causa, viendo en los fenómenos psicológicos que dependen de ella, tan sólo el resultado de la actividad funcional del sistema nervioso del hombre. 


Los espiritualistas, en forma general, dicen que el alma es un ser inmaterial, distinto del cuerpo perecedero y sobreviviente a él, pero todavía la imaginan, equivocadamente, creada con el cuerpo y exclusivamente para ese cuerpo.»

 

En la definición dada por los Espíritus Superiores, alma es el «Espíritu encarnado».

 

Antes del espiritismo, la idea que se tenía del alma humana era errónea o muy imprecisa, vaga y confusa.

 

Equivocadamente considerada como efecto y no como causa, por los MATERIALISTAS, éstos veían en los fenómenos psicológicos que de ella dependen, solamente el resultado de la actividad funcional del sistema nervioso del hombre.

 

Un decantado pero mal comprendido paralelismo psicofisiológico parecía justificar ese modo de ver, debido a que, de hecho, dañado el cerebro o la médula espinal o los nervios, se alteran las funciones superiores de la conciencia, el pensamiento lógico, el juicio, la memoria, las sensaciones y percepciones, así como la efectividad y la mortalidad voluntaria, instalándose la demencia, los delirios, las alucinaciones, la amnesia, la falta de coordinaciones motoras, la disartria, las parálisis, la afasia, la insensibilidad y aún el coma.

 

De esta manera, los hombres de ciencia, principalmente los fisiólogos y los psicólogos, los médicos y los psiquiatras, fueron conducidos a un error fundamental que consistió en que invirtieran los papeles del cuerpo y del alma, dando prioridad a aquél que, sin embargo, es solamente el instrumento de ésta para sus actividades, mientras está encarnada. Sería el alma, entonces, mero efecto del funcionamiento del cuerpo material.

 

También equivocadamente, el alma fue confundida con el principio de la vida orgánica, por los VITALISTAS, quienes a pesar de dar al ALMA VITAL el carácter de causa de la vida, no explican el atributo esencial del alma humana que es la conciencia individual.

 

La inteligencia nada tiene que ver con la materia orgánica, ni tampoco con el principio vital, que todavía es sustancia material, aunque sutil y dinámica, de donde emana la fuerza vital, pero no la inteligencia y mucho menos la razón lógica, la afectividad y el sentido moral, todas las facultades superiores, inexistentes en otros seres vivos y organizados, vegetales o animales, por lo menos en el grado en que resplandecen en el hombre racional y moral.

 

Finalmente, el alma fue considerada como un ser real y diferente, causa y no efecto de toda la actividad psicológica y moral del hombre, por los ESPIRITUALISTAS. Estos la interpretan como un ser inmaterial, diferente del cuerpo perecedero y a él sobreviviente, pero todavía la imaginan, erróneamente, creada con el cuerpo y para ese cuerpo exclusivamente, al cual se liga durante la vida física y de él se desprende cuando muere, para seguir un destino del cual tienen ideas muy vagas, más por tradición que por el convencimiento de la razón o cualquier clase de comprobación.

 

Esta concepción se aproxima un poco a la verdad, porque da al alma humana la cualidad y el papel que realmente tiene, el de causa espiritual de toda la vida psicológica y moral del hombre y la concibe además como eterna e inmortal, por lo tanto, sobreviviente al cuerpo material perecible; pero esta concepción conlleva un error fundamental, que por sí solo tiene graves consecuencias, especialmente en lo que atañe a la vida moral: limita el horizonte del alma humana a una sola existencia corporal, condicionando su patrimonio intelectual y moral a esa única existencia, sin tener en cuenta el acervo adquirido del pasado de ese alma, ya que no la considera preexistente al cuerpo actual, ni venida de pasar por otras numerosas existencias en otros tantos cuerpos, en las que acumuló variadas experiencias pretéritas valiosísimas.

 

Fija su destino – feliz o desgraciado – en este mundo y en otro, de una manera irrevocable y dentro de la más estricta dependencia de condiciones que son muy personales para cada individuo, extraordinariamente variables y aparentemente ajenas a cualquier ley de causalidad justa y ecuánime...

 

Sin embargo, con Allan Kardec y la codificación del Espiritismo despertó en el mundo la aurora de una Nueva Era, la era del Espíritu y el concepto de alma humana recibió entonces brillante luz. Sí, después de la demostración experimental de la existencia de un mundo espiritual primitivo y de los Espíritus, que son sus habitantes, por la propia manifestación de estos a través de los fenómenos mediúmnicos, después que los propios Espíritus vinieran a revelar lo que ellos son verdaderamente, cuál es su naturaleza, cómo pueden manifestarse y comunicarse con los hombres, también cuál es su destino y cómo se realiza ese destino- que consiste en progresar a través de sucesivas encarnaciones en mundos materiales y en cuerpo carnales-, después de esos admirables conocimientos sobre el Espíritu puede ser dada la verdadera definición de alma humana.

 

Esa definición, a pesar de ser extremadamente simple puede considerarse magistral. Vamos a apreciarla en las propias palabras del Codificador, citando el texto correspondiente de «El Libro de los Espíritus»:

 

En el parágrafo número 134:

¿Qué es el alma? «Un espíritu encarnado».

¿Qué sería nuestro cuerpo si no tuviese alma? 

«Simplemente masa de carne sin inteligencia, todo lo que quisierais, excepto un hombre».

 

Sorprende en este texto la pureza de la Doctrina Espírita respecto lo que es el alma del hombre. El alma humana es un Espíritu encarnado. ¡Es increíble que en una definición tan simple pueda encerrarse una verdad tan grande!. En efecto, a ella se aplica todo lo que los mismos Espíritus enseñaran respecto al Espíritu. 

 

Por el texto puede llegarse a la conclusión de que su esencia es puramente espiritual, pues hasta el periespíritu, según el mismo texto, es simple envoltorio semimaterial que la acompaña en sus diversas encarnaciones en este mundo, pero al que ella se quitará también un día, cuando por haber alcanzado un grado más alto, puede encarnar en un mundo más evolucionado y cambiarlo por otro menos denso, formado con los fluidos del ambiente de ese mundo mejor.

 

Encarnando y reencarnando en un mundo material y en sucesivos mundos cada vez menos materiales y más elevados, el alma tiene por objetivo supremo su progreso espiritual, hasta alcanzar la total liberación de la materia y de la necesidad de la encarnación.

 

El alma humana es, pues, un ser real, individual, independiente y autónomo, de naturaleza puramente espiritual y que tiene por destino grandioso progresar siempre, elevándose cada vez más en conocimientos y en virtudes, realizándolo a través de múltiples existencias corporales, en las cuales se depura y se eleva gradualmente hasta que, por fin, se libera totalmente de la necesidad de encarnar, por haberse transformado en Espíritu puro alcanzando el tono de la Escala Espiritual, pasando a disfrutar una felicidad incomparable e inimaginable por el hombre terreno.

 

Con Allan Kardec y la Nueva Era del Espíritu – que él inició – se abrieron perspectivas nuevas para el Espíritu humano. Con el concepto del alma la Doctrina Espírita se transformó en la doctrina de la esperanza, pues descubrió ante los ojos de los hombres un futuro verdaderamente feliz y promisorio.

 

O  o  O  o  O  o  O  o  O

 

 


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