El 18 de abril de 2023 se conmemoran los 166 años desde la publicación de la primera edición de "El Libro de los Espíritus" compilado por Allan Kardec, cuyo verdadero nombre es Hippolyte Léon Denizard Rivail.
Nació en la ciudad de Lyon (Francia) el 3 de octubre de 1804, en el seno de una antigua familia lionesa de nobles y dignas tradiciones.
Sus padres fueron Jean–Baptiste Antoine Rivail, magistrado digno, y Jeanne Louise Duhamel. El futuro codificador del Espiritismo recibió un apellido querido y respetado junto con un pasado de virtudes, honra y probidad. La mayoría de sus antepasados se habían distinguido en la abogacía, en la magistratura y también porque se dedicaron a tratar problemas relativos a la educación. Desde temprana edad el niño reveló ser sumamente inteligente, además de un agudo observador y demostró una marcada preferencia por las ciencias y los temas filosóficos, en tanto que atendía sus deberes y responsabilidades como si fuera un adulto.
Primeros estudios. El Instituto de Yverdon
Según relata Henri Sausse (biógrafo de Kardec), Rivail
realizó sus primeros estudios en Lyon, su ciudad natal, y fue educado
según severos principios de honradez y rectitud moral.
Es de suponerse que las influencias paterna y materna fueron las más benéficas
en su
infancia y se convirtieron en un manantial de nobles sentimientos. A los diez
años sus padres
lo enviaron a Yverdon (o Yverdun), ciudad suiza del cantón de Vaud, ubicada en
el extremo
S.O. del lago Neuchâtel, en la desembocadura del Thièle, con el fin de que completara
y enriqueciera su bagaje escolar, en el célebre Instituto Educativo instalado
allí desde
1805 por el profesor y filántropo Juan Enrique Pestalozzi. Gran cantidad
de extranjeros
lo frecuentaban año tras año. Citado, descrito, imitado, era en definitiva la escuela
modelo de Europa.
Encumbradas personalidades de la política, las ciencias,
la literatura y la filantropía regresaban maravilladas de sus visitas
al famoso Instituto. Loaban al creador de esa obra revolucionaria,
por la que también se interesaron Goëthe, el rey de Prusia Federico Guillermo
III y su esposa Luisa; el zar de Rusia Alejandro I; el rey Carlos IV de España;
los reyes
de Baviera y de Wurtemberg; el emperador de Austria; la futura emperatriz del
Brasil D.
Leopoldina de Austria, y muchos exponentes de la nobleza europea y del mundo cultural.
El niño Denizard Rivail, a quien el destino le tenía
reservada una sublime misión, pronto se reveló como uno de los
discípulos más fervorosos del insigne pedagogo suizo.
Poseía una aguda inteligencia y un elevado espíritu de observación, además de sentirse
naturalmente inclinado hacia la solución de los trascendentes problemas de la enseñanza,
como también al estudio de las ciencias y la filosofía.
Rivail atrajo la simpatía y admiración del viejo profesor, de quien poco después llegó a ser un eficiente colaborador. Los ejemplos de amor al prójimo ofrecidos por Pestalozzi, para quien el Amor es el eterno fundamento de la educación, orientaron definitivamente la vida del futuro Codificador del Espiritismo. Además, incluso aquel buen sentido que Flammarion acertadamente le adjudicara a Rivail, fue cultivado y robustecido con las lecciones y los ejemplos recibidos en el Instituto de Yverdon, donde asímismo iban a comenzar a manifestarse las ideas que más tarde lo ubicarían en la categoría de los hombres progresistas y librepensadores.
EL PROFESOR RIVAIL
Las obras didácticas
Sin dudarlo, en cuanto arribó a la capital francesa,
Denizard Rivail se dedicó a ejercer el magisterio. Aprovechaba
las horas libres para traducir obras inglesas y alemanas, y a preparar
su primer libro didáctico.
Así fue que en diciembre de 1823 publicó el Curso Práctico y Teórico de Aritmética según el método de Pestalozzi, con modificaciones. El Curso de Aritmética constituyó la primera obra de caracter pedagógico y al mismo tiempo la primera de todas las que habría de publicar Rivail.
El futuro Codificador del Espiritismo con apenas dieciocho años de edad había invertido sus esfuerzos y talento en la preparación de ese utilísimo libro, basado en el pensamiento pestalociano aunque con muchas ideas originales y prácticas de su autor. Esa obra era recomendada a los instructores y a las madres de familia que desearan dar a sus hijos las primeras nociones de Aritmética. En ella primaba la sencillez y la claridad, cualidades que son, además, el mérito de todas las publicaciones de Rivail–Kardec. El método que empleó desarrolla gradualmente las facultades intelectuales del alumno. Éste no se limita a retener las fórmulas de memoria, sino que penetra su esencia, por así decirlo.
Además de esa obra, Rivail publicó numerosos libros
didácticos, como también planes y proyectos orientados a la
reforma de la enseñanza francesa, con auténtica fertilidad
pedagógica, como dicen Wantuil y Thiesen. (22)
Destacaremos, entre otras, las siguientes:
- Curso Completo Teórico y Práctico de Aritmética (1845);
- Plan Propuesto para la Mejora de la Educación Pública (1828);
- Gramática Francesa Clásica (1831);
- ¿Cuál es el Sistema de Estudio más armonioso con las necesidades de la época? (1831);
- Memoria sobre la Instrucción Pública (1831);
- Manual de los exámenes para los Títulos de Capacidad (1846);
- Soluciones de los ejercicios y problemas del tratado completo de Aritmética (1847);
- Proyecto de Reforma relativo a los exámenes y los Establecimientos Educativos para niñas (1847);
- Catecismo Gramatical de la Lengua Francesa (1848);
- Dictados Normales de los Exámenes (1849);
- Dictados de la Primera y la Segunda Edad (1850);
- Gramática Normal de los Exámenes (con Lévi-Alvarès – 1849);
- Curso de Cálculo Mental (1845 o antes);
- Programa de los Cursos usuales de Física, Química, Astronomía y Fisiología (1849).
La enseñanza intuitiva
Como no podía ser de otra manera, Rivail se valió de la enseñanza intuitiva, proceso didáctico
promovido por Pestalozzi según el cual se
transmite al educando la realización, la actualización de la idea,
recurriendo a los ejercicios de intuición sensible (educación de los sentidos),
un paso natural hacia las actividades
mentales que preceden a la intuición intelectual.
La idea existe originariamente en el niño y la intuición sensible es solamente su realización concreta, el único medio para que la idea llegue a ser comprensible, pues se encuentra como fuerza modeladora que vive y obra en el niño.
La
enseñanza intuitiva se fundamenta en la sustitución del verbalismo y la
enseñanza libresca por la observación, las experiencias, las
representaciones gráficas, etc. que actúan sobre las facultades del niño.
La base de la instrucción elemental de Pestalozzi –afirmó Jullien
de Paris– es la INTUICIÓN, a la que considera el fundamento general de
nuestros conocimientos
y el medio más adecuado para desarrollar las potencias del espíritu humano de
la manera más natural.
El ejercicio de las funciones directivas y educativas
Después de haber fundado la Institución Rivail, en París,
en 1826, el joven profesor ejerció allí funciones
directivas y educativas mediante un notable trabajo de perfeccionamiento
de la inteligencia de centenares de educandos, a los que cariñosamente llamaba
sus amigos.
Cabe destacar que tanto en la Institución como en muchos otros de sus emprendimientos, Rivail pudo contar con el apoyo y la dedicación de la profesora Amélie-Gabrielle Boudet, con quien se casó en 1832.
Durante el desempeño de su profesión de instructor y
filántropo Rivail cultivó la paciencia, la abnegación, el trabajo, la
observación, la fuerza de voluntad y el amor a las causas
nobles, gracias a lo que pudo llevar a cabo mejor la gloriosa misión que le
estaba reservada. De esta manera, antes de que el Espiritismo popularizara e inmortalizara su
pseudónimo, Allan Kardec, Rivail ya había consolidado en el concepto del pueblo francés,
al igual que en el respeto de autoridades y profesores, su reputación de distinguido
maestro de la Pedagogía moderna, con su nombre inscrito en importantes obras
bibliográficas.
LA MISIÓN
Los primeros contactos con los fenómenos mediúmnicos
A mediados del siglo XIX las mesas giratorias
habían revolucionado a Europa, especialmente a
Francia, y llamaban la atención de toda la sociedad, incluso de la prensa. El
profesor Rivail,
estudioso del magnetismo, se expresa así con respecto a los novedosos sucesos:
– En el transcurso de 1854 oí hablar por primera vez de
las mesas giratorias. Encontré un día al magnetizador Sr. Fortier, a
quien conocía desde hacía mucho tiempo, y me dijo: ¿”Se enteró de la singular propiedad que se acaba de
descubrir en el Magnetismo? Parece que no solamente se puede
magnetizar a las personas, sino también a las mesas, y con eso
se logra que ellas giren y caminen a voluntad.”
– Es, efectivamente, algo muy singular -respondí- y en rigor de verdad no me parece del todo imposible. El fluido magnético, puesto que es una especie de electricidad, puede actuar perfectamente sobre los cuerpos inertes y lograr que estos se muevan. Tiempo después me encontré otra vez con el Sr. Fortier y me dijo:
–Tenemos algo todavía más extraordinario: no sólo se logra que la mesa se mueva cuando se la magnetiza, sino que también hable. Si se la interroga, responde.
–“Eso –le contesté– ya es otra cuestión. Sólo lo creeré cuando lo vea y cuando me demuestren que una mesa tiene cerebro para pensar, nervios para sentir y que puede convertirse en sonámbula. Mientras tanto permítame que no vea en este caso más que un cuento para hacernos dormir de pie.
–Era lógico tal razonamiento: yo concebía el movimiento como efecto de una fuerza mecánica; ignorante de la causa y la ley del fenómeno, me parecía absurdo que se le atribuyera inteligencia a una cosa puramente material. Me encontraba en la posición de los actuales incrédulos que niegan porque sólo ven un hecho al que no comprenden.
–Estaba, pues, ante un fenómeno sin explicación,
aparentemente contrario a las leyes de la Naturaleza, al que mi
razón rechazaba. Aún no había visto ni observado nada; las experiencias
realizadas en presencia de personas honradas y dignas de fe, confirmaban mi opinión
en lo referente a la posibilidad del efecto exclusivamente material; aún así,
la idea de
una mesa parlante todavía no había penetrado en mi mente.
–Al año siguiente, a comienzos de 1855, me encontré con el
Sr. Carlotti, amigo desde hacía 25 años, quien me habló de esos fenómenos
durante casi una hora, con el entusiasmo que siempre dedicaba a las
ideas nuevas.
–Después de un tiempo, en el mes de mayo de 1855 fui a la
casa de la sonámbula Sra. Roger en compañía del Sr. Fortier, su
magnetizador. Allí encontré al Sr. Pâtier y a la Sra. Plainemaison,
quienes me hablaron de aquellos fenómenos en el mismo sentido que lo había
hecho el Sr. Carlotti, pero en un tono muy diferente. El Sr. Pâtier era sumamente instruido
y de carácter serio, frío y sereno; su lenguaje pausado, exento de efusividad, produjo
en mí una gran impresión, de modo que cuando me invitó a asistir a las experiencias
que se realizaban en la casa de la Sra. Plainemaison, en la calle Grange- Batelière
18, acepté de inmediato.
–Fue allí donde presencié por primera vez el fenómeno de
las mesas que giraban, saltaban y corrían, en tales condiciones
que no dejaban lugar a ninguna duda. Presencié entonces
algunos ensayos muy imperfectos de escritura mediúmnica en una pizarra, con la ayuda
de una cestita. Mis ideas estaban muy lejos de definirse, pero se producía allí un hecho que necesariamente
derivaba de una causa. Vislumbraba en aquellas
aparentes futilidades,
en el pasatiempo que hacían de aquellos fenómenos, algo serio, como la revelación
de una nueva ley que me propuse estudiar a fondo.
–Poco después se me presentó la ocasión de observar los
acontecimientos con mayor detenimiento, como aún no lo había
hecho. En una de las reuniones de la Sra. Plainemaison
conocí a la familia Baudin, que en ese entonces vivía en la calle Rochechouart.
El Sr. Baudin me invitó a asistir a las sesiones semanales que se hacían en su
casa, de las cuales desde luego me torné asiduo concurrente.
–Las mediums eran ambas señoritas, que escribían sobre una pizarra con la ayuda de una cestita denominada perinola, descrita en el Libro de los Mediums. Ese proceso que demanda la cooperación de dos personas, excluye la posibilidad de alguna intromisión de las ideas del médium. Allí tuve oportunidad de presenciar comunicaciones continuas y de oír respuestas a preguntas formuladas, algunas veces en forma mental, que revelaban de modo evidente la intervención de una inteligencia extraña.
Los primeros estudios serios sobre Espiritismo
En esas reuniones (en la casa de la familia Baudin)
comencé mis estudios serios sobre Espiritismo, no tanto por medio de
revelaciones sino a través de observaciones. Comprendí, antes que nada, la
seriedad de la investigación que iba a emprender; percibí en aquellos fenómenos la
clave del tan oscuro y controvertido problema del pasado y el futuro
de la humanidad, la solución que había buscado durante toda mi vida.
Se trataba en
suma, de una completa revolución en las ideas y en las
creencias, y era necesario por lo tanto avanzar con la mayor
circunspección, no a la ligera; ser positivista pero no idealista, para
no caer en un error.
Una
de las primeras conclusiones a las que arribé en mis observaciones fue que los Espíritus
eran simplemente las almas de los hombres y por lo tanto no poseían la plena sabiduría
ni la ciencia integral; que su saber se circunscribía al grado de adelanto que habían
alcanzado y que la opinión que emitían sólo tenía el valor de una apreciación personal.
Reconocer desde el principio esta verdad me preservó del grave escollo de creer en
la infalibilidad de los Espíritus y me libró además de enunciar teorías
prematuras que
habrían estado basadas en las opiniones de alguno o de
varios de ellos.
El solo hecho de la comunicación con los Espíritus,
dijeran ellos lo que dijesen, demostraba la existencia del mundo
invisible que nos circunda. Esto ya era un punto esencial, un inmenso campo
abierto a nuestras exploraciones, la clave de numerosos fenómenos
que hasta entonces no tenían explicación. El segundo punto, no menos importante,
era que aquella comunicación permitía que se conociese el estado de ese mundo,
sus costumbres, si así lo podemos expresar.
Pronto percibí que cada Espíritu, en virtud de su posición personal y sus conocimientos, me develaba una fase de aquel mundo de la misma manera que se llega a conocer el estado de un país interrogando a sus habitantes de todas las clases, por lo que uno solo de ellos no puede, individualmente, informarnos sobre la totalidad. Compete al observador componer el conjunto a través de los documentos coleccionados, coordinados y comparados, unos con otros, recogidos en las diferentes experiencias. Me conduje pues con los Espíritus, como lo hubiera hecho con los hombres. Para mí ellos fueron en mayor o menor grado los medios para informarme, pero no reveladores predestinados.
Noticias y desempeño de la misión
El 12 de junio de 1856, el profesor Rivail se dirigió al Espíritu
Verdad a través de la mediumnidad de la
señorita Aline C., con la intención de obtener más informaciones acerca
de la misión que algunos Espíritus ya le habían señalado, como misionero–jefe
de la
nueva doctrina. Entonces, se entabló el siguiente diálogo:
Pregunta (a la Verdad)
–Buen Espíritu, desearía saber qué piensas de la misión que algunos Espíritus me han asignado. Dime, te lo pido, si es una prueba para mi amor propio. Tengo, como sabes, el mayor de los deseos de contribuir a la propagación de la verdad, aunque del rol de simple trabajador al de misionero–jefe hay gran distancia y no percibo qué puede justificar en mí esa gracia, de preferencia a tantos otros que poseen talento y cualidades que yo no tengo.
Respuesta: –Confirmo
lo que se te ha dicho, pero te recomiendo mucha discreción si quieres
triunfar. Más adelante tendrás conocimiento acerca de otras cosas, que te explicarán
lo que ahora te sorprende. No olvides que puedes triunfar o puedes fracasar. En este
último caso otro te sustituiría, porque los
designios de Dios no descansan en la cabeza de un solo hombre.
Nunca hables de tu misión, sería la manera de malograrla. Ella solamente
puede justificarse por la obra realizada y tú nada has hecho aún. Si la cumplieras,
tarde o temprano los hombres sabrán reconocerlo pues por los frutos se comprueba
la calidad del árbol.
Pregunta:
–Ningún deseo tengo, en verdad, de vanagloriarme de una misión en la cual
me resulta difícil creer. Si estoy destinado a servir de instrumento a los
designios de la Providencia, que ella disponga de mí. En ese
caso ruego tu asistencia y la de los buenos Espíritus
para que me ayuden y amparen en la tarea.
Respuesta:
–Nuestra asistencia no te faltará, pero será inútil si de tu parte no realizaras
lo que es necesario hacer. Tienes tu libre albedrío, del que puedes valerte
según lo
entiendas. Nadie está fatalmente obligado a hacer algo.
Pregunta: –¿Qué causas pueden determinar el fracaso?
¿Puede ser la insuficiencia de mis aptitudes?
Respuesta –No. Pero
la misión de los reformadores está plagada de escollos y peligros.
Te prevengo que la tuya es escabrosa porque se trata de conmocionar y transformar
al mundo entero. No supongas que te bastará con publicar
un libro, dos libros, diez libros, ni que te quedarás
tranquilamente en tu casa. Tendrás que exponer tu persona. Atraerás
hacia ti terribles odios; enemigos encarnizados se confabularán para
aniquilarte; tendrás
que luchar con la malevolencia, con la calumnia e incluso con la traición de aquellos
a los que considerarás los más dedicados; tus mejores enseñanzas serán
despreciadas y falseadas; más de una vez sucumbirás bajo el peso de la fatiga;
en una palabra:
tendrás que librar una lucha casi continua, que implicará el sacrificio de tu
reposo, tu
tranquilidad, tu salud e incluso tu vida, porque sin eso vivirías bastante más
tiempo.
Ahora bien, muchos desisten cuando en vez de un camino florido encuentran a su paso espinas, piedras punzantes y serpientes. Para tales misiones no basta la inteligencia. Es necesario en primer lugar, para agradar a Dios, humildad, modestia y desinterés, puesto que Él abate a los orgullosos, a los presuntuosos y a los ambiciosos. Para luchar contra los hombres es indispensable el coraje, la perseverancia y una firmeza inquebrantable. También son necesarios prudencia y tacto para conducir las cosas en forma conveniente, sin comprometer su éxito con palabras o medidas intempestivas. Finalmente exigen devoción, abnegación y estar dispuesto a todos los sacrificios. Como ves, tu misión está subordinada a condiciones que dependen de ti.
Después del diálogo con el Espíritu Verdad, al comprender
mejor lo que le competía hacer de ahí en adelante, Rivail elevó a
Dios una plegaria que revela humildad y absoluta sumisión
a los objetivos superiores: ¡Señor! Ya
que te dignaste posar tu mirada sobre mí para el cumplimiento de tus
designios ¡hágase tu voluntad! Está en tus manos mi vida; dispón
de tu siervo. Reconozco mi fragilidad ante una tarea tan importante; mi buena voluntad
no desfallecerá aunque tal vez me traicionen las fuerzas. Suple mi deficiencia; concédeme
las fuerzas físicas y morales que he de necesitar. Ampárame en los momentos difíciles
y con tu ayuda y la de tus celestes mensajeros, me esforzaré para corresponder
a tus designios.
Respecto del contenido del diálogo que mantuviera con el
Espíritu Verdad, Kardec registra las siguientes observaciones,
diez años después:
Escribo esta nota el 1º de enero de 1867, diez años y
medio después de haber recibido la comunicación anterior y
atestiguo que se cumplió en la totalidad de sus puntos, porque
padecí todas las vicisitudes que se me predijeron. Luché con el odio de
enemigos encarnizados,
con la injuria, la calumnia, la envidia y los celos; se publicaron en contra de mí
libelos infames; mis mejores enseñanzas fueron tergiversadas; me traicionaron
aquellos en
quienes había depositado mayor confianza, me pagaron con ingratitud aquellos a
los que
había brindado ayuda. La Sociedad de París se convirtió en un foco de continuas intrigas
urdidas en contra de mí por aquellos que se declaraban a mi favor, y que, con buena
cara cuando yo estaba presente, me golpeaban por la espalda. Dijeron que sobornaba
a los que se mantenían fieles a mí y que les pagaba con el dinero que ganaba con
el Espiritismo.
Nunca más pude descansar; en ocasiones sucumbí al exceso de trabajo; mi salud se debilitó y mi existencia se vio comprometida. Sin embargo, gracias a la protección y asistencia de los buenos Espíritus que incesantemente me dieron indiscutibles pruebas de dedicación, tengo la ventura de reconocer que nunca sentí el menor desfallecimiento o desánimo y que proseguí siempre con el mismo ardor en el desempeño de mi tarea, sin preocuparme por la maldad de que era objeto. De acuerdo con la comunicación del Espíritu de Verdad, era de esperar todo eso y así fue.
Pero también, a la par de esas vicisitudes, ¡cuántas
satisfacciones tuve, al ver que la obra crecía de manera tan
prodigiosa! ¡Con cuántas agradables compensaciones se pagaron
mis sufrimientos! ¡Cuántas bendiciones y pruebas de real simpatía recibí de parte de
muchos afligidos a quienes la Doctrina consoló! Este resultado no me lo anunció
el Espíritu
de Verdad que sin dudas, intencionalmente, sólo me mostró las dificultades del camino.
¡Grande sería mi ingratitud si me quejara! Si dijese que hay una compensación entre
el bien y el mal, no diría la verdad, porque el bien -me refiero a las
satisfacciones morales-, superó ampliamente al mal.
Cuando me sobrevenía una decepción, una contrariedad, me
elevaba con el
pensamiento por encima de la humanidad, me colocaba
anticipadamente en la región de los Espíritus y, en ese punto culminante
desde donde divisaba el de mi llegada, las miserias
de la vida se deslizaban sin alcanzarme. Tan habitual llegó a ser para mí ese modo
de proceder, que el vocerío de mis detractores jamás me perturbó.
El nombre Allan Kardec
Cuando El Libro de los Espíritus estuvo en condiciones de
ser publicado, el autor se vio ante un serio problema, ¿cómo iba a
firmar el trabajo? Y una vez más prevaleció el buen
sentido del profesor Rivail, según se desprende de las palabras del biógrafo: En
el momento de publicarlo –dice H. Sausse (en la obra Biographie d’Allan Kardec) –el
Autor estaba muy preocupado en resolver cómo lo firmaría, si con su nombre –Hippolyte
Léon Denizard Rivail– o con un pseudónimo. Como su nombre era muy conocido
en el mundo científico a causa de sus trabajos anteriores, esto podría originar confusión
o tal vez perjudicar el éxito del emprendimiento, de modo que aceptó la sugerencia
de firmarlo con el nombre Allan Kardec, que según le revelara su guía [Zéfiro], había
tenido en la época de los druidas* [en la Galia, hoy Francia].
(* Druidas: Sacerdotes de los galeses y celtas. No tenían templos; se reunían en los bosques y veneraban determinadas plantas como el muérdago y el roble. Creían en la inmortalidad del alma y en la metempsicosis -transmigración del alma a cuerpos de animales-. Poco se conoce sobre su filosofía porque no quedó por escrito, sino que era confiada a la memoria de los discípulos).
Las obras espíritas
Además de El Libro de los Espíritus que vio la luz el 18
de abril de 1857, Kardec escribió muchas otras obras espíritas,
entre las que se destacan:
la Revista Espírita (1º de enero de 1858);
Qué es el Espiritismo (julio de 1859);
El Libro de los Médiums (15 de enero de 1861);
El Evangelio según el Espiritismo (abril de 1864);
El Cielo y el Infierno (agosto de 1865);
La Génesis (16 de enero de 1868).
Después de su desencarnación, en 1890 fue publicado en París por P. G. Leymarie, el libro Obras Póstumas, recopilación de escritos del Codificador del Espiritismo.
No menos importante es la correspondencia mediante la
cual Kardec estableció contacto con escritores, políticos,
eclesiásticos, sabios, personas de todas las condiciones y de
todas partes, esforzándose por consolar, satisfacer e instruir, abriendo
a las almas afligidas
y torturadas las alegres y dulces perspectivas de la vida ultraterrena.
La actuación de Kardec en la codificación de la Doctrina Espírita
Es bien conocido entre los estudiosos de la Doctrina
Espírita, en lo referente al trabajo de la codificación, que Kardec
no fue un simple compilador, sino que su tarea se extendió
mucho más allá de la recolección y selección del material, es decir, de los mensajes
recibidos del mundo espiritual. Sobre este tema Wantuil y Thiesen hacen los siguientes
comentarios:
Aunque Kardec siempre alegaba que el mérito de la obra correspondía exclusivamente a los Espíritus que la habían dictado, no es menos cierto que a él le cupo la ingente tarea de organizar y coordinar las preguntas relativas a los temas, desde los más sencillos hasta los más complejos, que abarcan variadas ramas del conocimiento humano.
La distribución didáctica de las materias contenidas en el texto; la redacción de los comentarios a las respuestas de los Espíritus, que se destacan por la concisión y la claridad con que fueron expresados; la precisión con que titula capítulos y sub capítulos; las aclaraciones complementarias de su autoría; las observaciones y anotaciones, las paráfrasis y conclusiones siempre profundas e incisivas; incluso su notable “Introducción”, todo pone en evidencia la vasta cultura de Kardec, el cariño y la diligencia con que él se brindó en el afanoso trabajo que se comprometiera a publicar.
Kardec hizo lo que nadie había hecho aún: fue el primero
en crear a partir de los hechos observados un cuerpo de doctrina
metódico y regular, claro e inteligible para todos, gracias a
que extrajo de un cúmulo caótico de mensajes mediúmnicos los principios fundamental
con los cuales elaboró una nueva doctrina filosófica, de carácter científico
con consecuencias morales o religiosas.
LA DESENCARNACIÓN
Trabajador infatigable, siempre el primero en poner manos
a la obra y el último en dejarla, Allan Kardec sucumbió el 31 de
marzo de 1869 cuando se preparaba para mudarse de casa, debido a la
considerable extensión de sus múltiples tareas. Varias obras que
estaba a punto de concluir o que aguardaban la oportunidad de salir a la luz, demostrarán
un día, más todavía, la magnitud y el poder de sus concepciones.
Murió según había vivido: aplicado al trabajo. Sufría
desde largos años atrás de una enfermedad al corazón que sólo podía ser
combatida con el reposo intelectual y una escasa
actividad material. No obstante, consagrado por completo a su obra, se rehusaba
a todo
lo que pudiera absorberle aunque sólo fuera un instante, en perjuicio de sus ocupaciones
predilectas. Sucedió con él lo que acontece con las almas de gran temple: la lámina
gastó la vaina.
Acerca de la luminosa existencia del maestro lionés
escribe el Hermano X [Espíritu Humberto de Campos]:
Allan Kardec opacó su esplendor con la humildad de un maestro de escuela, muchas veces atormentado y decepcionado como un simple hombre de pueblo; cumplió íntegramente la divina misión que había traído a la Tierra e inauguró la era espírita-cristiana, que gradualmente será considerada en todas las regiones del orbe como el sublime renacimiento de la luz para el mundo entero.
O o O o O O O o O o
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