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28 abril 2023

LO INFINITO Y LO FINITO


 

Dios es el espíritu infinito, el Creador. Nosotros somos las criaturas espíritus finitos. La idea de Dios nos da la perspectiva del Infinito. La idea del hombre nos muestra la estrechez de lo finito. El Infinito es lo que no podemos concebir, porque nuestra mente finita no puede abarcarlo.

 

Dios es el Ser de los seres y lo abarca todo en su omnisciencia y omnipotencia. El hombre es el ser entre seres, una criatura diminuta adherida a la corteza de un globo diminuto, un grano de arena en los desiertos de la inmensidad. Dios es uno y la unidad abarca las dimensiones del universo y más allá del universo.  El hombre es múltiple y su multiplicidad se extiende sobre la faz de la Tierra como el polvo en la llanura.

 

¿Quién se atrevería a confundir a Dios con el hombre y al hombre con Dios?

El Creador de los seres y de las cosas, de todo lo que existe ha existido y está por existir, no cabe en la forma limitada y forma humana. Nos creó a su imagen y semejanza porque nos creó como espíritus. En esto nos parecemos a Dios, como el reflejo de nuestra imagen en una gota de agua se parece a nosotros.

 

Porque, en su omnipresencia, Dios está en todo. Él es el principio inteligente principio del universo, ese poder misterioso que mueve los los átomos en la piedra, hace circular la savia en las plantas, controla los instintos de instintos en los animales y enciende en el hombre la luz de la razón.

 

Un Espíritu impregna el Todo. Un Espíritu vela por todo. Es el Espíritu Supremo, Dios, nuestro Padre. Pero los finitos creados por Él, son muchos. Creados y sembrados en el universo, como las semillas en el campo, los espíritus germinan en la carne y crecen en la vida. Dios hizo al hombre del barro de la tierra. Fue formado en las entrañas de la materia e insufló en sus narices aliento de vida. Esta imagen bíblica refleja el milagro de la Creación.

 

El aliento es el espíritu, en hebreo ruach, en griego pneuma, en latín spiritus. Este espíritu es uno en todos los hombres, pero cada hombre es su manifestación particular. Y en cada hombre este espíritu finito anhela el Espíritu Infinito. (14)

 

El hombre que desconoce a Dios y no quiere saber qué fuerzas, qué recursos, qué socorros dimanan de Él, puede ser comparado a un indigente que vive junto a palacios repletos de tesoros y se arriesga a morir de miseria delante de la puerta abierta, que lo invita a entrar. (11)


La creencia en Dios se afianza y se impone por encima de todos los sistemas, todas las filosofías, todas las creencias. (04)

 

El hombre no puede ser indiferente a ella (a la creencia en Dios) porque es un ser (pensante). El hombre vive y está interesado en saber cuál es la fuente, cuál es la causa, cuál es la ley de la vida. Su opinión acerca de la causa y la ley del universo, lo quiera o no, quiera saberlo o no, se refleja en sus actos, en su vida pública o privada. (07)

 

La cuestión de Dios es de la mayor trascendencia entre todos los problemas pendientes sobre nuestras cabezas, cuya solución está relacionada estrecha e imperiosamente con el problema del ser humano y su destino, con el problema de la vida individual y la vida social. (04)


El conocimiento de la verdad acerca de Dios, del mundo y de la vida, constituye lo más esencial y necesario, porque Él es quien nos sustenta, nos inspira y dirige, aunque no estemos dispuestos a admitirlo. (05)

 

La creencia en Dios está instintivamente instalada en la mente humana. A medida que el hombre evoluciona también se profundiza su creencia en Dios. De esa manera, de acuerdo con lo que enseñan los Espíritus Superiores, el sentimiento instintivo de la creencia en Dios es una prueba de que Dios existe. Es así mismo una consecuencia del principio — no hay efecto sin causa. (02)

 

Podría argumentarse que la creencia en Dios es el efecto de la educación recibida, la consecuencia de ideas adquiridas. Sin embargo, los Espíritus de la Codificación nos ilustran en cuanto a que si así fuera, ¿por qué habría de existir ese sentimiento en los salvajes? (03)

 

Cuando Kardec opina al respecto, declara: Si el sentimiento de la existencia de un ser supremo fuera el resultado de una enseñanza, no sería universal, sólo existiría en aquellos que hubieran podido recibir dicha enseñanza, tal como sucede con las nociones científicas. (03)

 

Dios nos habla a través de las voces del Infinito; lo hace no en una Biblia escrita siglos atrás sino en una Biblia que se escribe día tras día, con esas majestuosas características a las que denominamos océanos, montañas y astros del cielo; a través de las armonías delicadas y trascendentes que ascienden desde el seno de la Tierra o descienden de los espacios etéreos. Habla además en el santuario del ser, en las horas de silencio y meditación.

 

Cuando los ruidos discordantes de la vida material se acallan, la voz interior, la gran voz, despierta y se hace oír. Esa voz sale de la profundidad de la conciencia y nos habla de los deberes, del progreso, de la ascensión de la criatura humana. Hay en nosotros una especie de íntimo retiro, una fuente profunda desde donde pueden brotar a raudales ondas de vida, de amor, de virtud, de luz. Allí se pone de manifiesto ese reflejo, ese germen divino escondido en cada alma humana. (09)

 

Los anales de la idea de Dios demuestran que siempre ha estado relacionada con el grado intelectual de los pueblos y de sus legisladores, en correspondencia con los movimientos civilizadores, con la inspiración de las regiones, con las razas, con el florecimiento de algunos pueblos, en definitiva, con los progresos espirituales de la humanidad. Cuando analizamos el paso de los siglos, reconocemos sucesivamente el debilitamiento y las tergiversaciones de esta idea imperecedera, algunas veces fulgurante y otras eclipsada, a la que podemos no obstante identificar en todas las épocas de la humanidad. (13)

 

Está vinculada estrechamente a la idea de Ley y, por consiguiente, con la de deber y sacrificio. Por eso mismo, en cuanto la idea de Dios se debilita, tales nociones pierden vigor; desaparecen poco a poco para ceder lugar al personalismo, a la presunción, al odio hacia todo tipo de autoridad, de orientación o ley superior. (10)

 

Diremos, pues, que desconocer o despreciar la creencia en Dios y la comunión de pensamiento en relación con Él implica, al mismo tiempo, desconocer lo más importante y despreciar las potencias interiores que constituyen nuestra verdadera riqueza. Sería pisotear nuestra felicidad, aquello que puede contribuir a nuestra elevación, nuestra bienaventuranza, nuestra dicha. (11)

 

La idea de Dios se impone por las facultades de nuestro Espíritu, al mismo tiempo que habla a nuestros ojos a través de los esplendores del universo. La inteligencia suprema revela la causa eterna en la cual todos los seres sorben la fuerza, la luz y la vida. Ahí se halla el Espíritu Divino, el Espíritu Potente venerado al amparo de tantas denominaciones, pero que aun bajo todos esos nombres es siempre el centro, la ley vigente, la razón por la cual los seres y los mundos se sienten vivos, se reconocen, se renuevan, se elevan. (08)

 

Vivir sin la creencia en un ser superior equivale a negar la obra de la Creación; es omitir lo evidente, lo real; alimentar nuestro orgullo; persistir en el estado de ignorancia en que todavía nos encontramos; sería en suma negar la realidad que está al alcance de todos porque en el universo, tanto el visible como el invisible y, principalmente en nuestra conciencia, todo nos habla de un Ser superior.

 

La creencia en Dios constituye además una cuestión esencial para la comprensión de la Doctrina Espírita. Entre tanto, para dilucidar ese tema de suma importancia, contamos ahora con recursos más importantes que los del pensamiento humano; contamos con la enseñanza de aquellos que dejaron la Tierra, con la evaluación de las almas que han traspuesto la tumba y, desde la profundidad del mundo invisible, nos hacen oír sus consejos, sus clamores, sus exhortaciones. Es verdad que no todos los Espíritus tienen las mismas aptitudes para tratar estas cuestiones. No todos tienen el mismo desarrollo ni han alcanzado el mismo grado evolutivo.

 

Pero por encima de la multitud de almas oscuras, ignorantes, atrasadas, están los Espíritus eminentes que descendieron de las esferas (superiores) para esclarecimiento y guía de la humanidad. Ahora bien, ¿qué dicen esos Espíritus acerca del tema de Dios? La existencia de la Potencia Suprema es confirmada por todos los Espíritus elevados. (06)

 

 Aquellos cuyas enseñanzas han reconfortado nuestras almas, mitigado nuestras miserias, sustentado nuestros desfallecimientos, son unánimes al afirmar, al repetir y reconocer la suprema Inteligencia que gobierna a los seres y a los mundos. Ellos manifiestan que esa Inteligencia se revela con mayor brillo y sublimidad a medida que se asciende en la escala de la vida espiritual. (06)

 

En tal sentido nos ilustran los Espíritus Superiores en la primera pregunta de El Libro de los Espíritus: ¿Qué es Dios? Dios es la inteligencia suprema, causa primera de todas las cosas. (01)

 

Cuando confirman la existencia de una causa primera en el Universo, los Espíritus Superiores ofrecen un nuevo concepto de Dios a la humanidad, en oposición a la idea de un dios antropomórfico, parcial y vengativo presentada por las religiones en general. ¿Se puede llevar todavía más lejos la definición de Dios? Definir es siempre limitar.

 

Ante este grave problema surge la fragilidad humana. Dios se impone a nuestro espíritu, pero escapa a cualquier análisis. El Ser que colma el tiempo y el espacio jamás podrá ser medido por seres que están limitados por el tiempo y el espacio. Querer definir a Dios sería circunscribirlo, casi negarlo.


Para resumir tanto como podemos lo que pensamos respecto de Dios, diremos que Él es la Vida, la Razón, la Conciencia en su plenitud. Es la causa de todo lo existente, que obra eternamente. Es la comunión universal donde cada ser va a absorber la existencia, a fin de contribuir después en la medida de sus crecientes facultades y de su elevación, a la armonía del conjunto. (12)

 

 
1. KARDEC, Allan. El Libro de los Espíritus. Pregunta 1.
2. __________. Pregunta 5.
3. __________. Pregunta 6.
4. __________. DENIS, Léon. El Gran Enigma. Primera Parte. Cap. V
5. __________. Ibídem.
6. __________. Ibídem.
7. __________. Ibídem.
8. __________. Ibídem.
9. __________. Cap. VI.
10. __________. Cap. VII.
11. __________. Cap. VIII.
12. __________. Después de la Muerte. Segunda Parte. Cap. IX. El universo y Dios.
13. FLAMMARION, Camille. Dios en la Naturaleza. Tomo V.
14. PIRES, Herculano J. Lo infinito y lo finito. Crónicas.

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