La idea de la reencarnación no es reciente ni fue inventada por el Espiritismo. En realidad, se trata de una creencia muy antigua, cuyo origen se pierde en el tiempo. La idea de la transmigración de las almas constituía una creencia vulgar, aceptada por los hombres más eminentes.
¿De qué modo llegaron a adoptarla? ¿Por una revelación o por intuición? Lo ignoramos. Sea como fuere, de lo que no hay duda es que una idea no perdura durante siglos y siglos, ni consigue ser aceptada por la flor y nata de las inteligencias, si no es algo serio. En consecuencia, la antigüedad de esta doctrina sería más una prueba que una objeción.
Al enseñar la propuesta de la pluralidad de las existencias corporales, los Espíritus renuevan una doctrina que se originó en las primeras épocas del mundo y que se
ha mantenido hasta nuestros días en el pensamiento íntimo de muchas personas.
Simplemente, ellos la presentan desde un punto de vista más racional, más acorde con las leyes progresivas de la naturaleza y más en armonía con la sabiduría del Creador, al despojarla de los accesorios de la superstición.
- Fundamentos de la Reencarnación
En la respuesta que dan los Espíritus Superiores a Kardec, encontramos en la pregunta 171 de El Libro de los Espíritus, la confirmación de que la idea de la reencarnación está fundamentada en la justicia de Dios y en la revelación, dado que todos los Espíritus tienden a la perfección y Dios les facilita los medios de alcanzarla al proporcionarles las pruebas de la vida corporal.
En su justicia, no obstante, les concede que cumplan en nuevas existencias lo que no hayan podido hacer o concluir en una primera prueba. Dios no procedería con equidad ni de acuerdo con su bondad, si condenara definitivamente a aquellos que tal vez hayan encontrado — procedentes del medio mismo donde fueron ubicados y ajenos a su propia voluntad — obstáculos para su mejoramiento. Si la suerte del hombre quedara fijada irremediablemente después de la muerte, Dios no habría pesado las acciones de todos con la misma balanza ni los habría tratado con imparcialidad.
La enseñanza de la reencarnación, que consiste en admitir para el Espíritu muchas existencias sucesivas, es la única que corresponde a la idea que nos formamos de la justicia de Dios para con los hombres que se encuentran en una condición moral inferior, la única que puede explicar el porvenir y fundamentar nuestras esperanzas, puesto que nos ofrece la oportunidad de rescatar nuestras faltas mediante nuevas pruebas. La razón nos la indica y los Espíritus la enseñan.
Dios, en su justicia, no puede haber creado almas desigualmente perfectas. Con la pluralidad de las existencias, la desigualdad que advertimos sólo se presenta en oposición a la más rigurosa igualdad: es que apenas vemos el presente y no el pasado.
Partimos de un hecho evidente, indiscutible: la desigualdad de las aptitudes y del desarrollo intelectual y moral, y así como comprobamos que ninguna de las teorías comunes explica tal hecho, mientras que otra de las hipótesis le da una explicación simple, natural y lógica ¿sería racional que prefiramos las que nada explican a la que explica todo?
El principio de la reencarnación es una consecuencia lógica de la ley del progreso. Sin la reencarnación, ¿cómo se explicaría la diferencia entre el estado social actual y el de los tiempos de barbarie? Si las almas son creadas al mismo tiempo que los cuerpos, las que naciesen hoy serían tan nuevas y primitivas como las que vivieron hace mil años; además, no existiría conexión entre ellas ni relación necesaria alguna; serían completamente extrañas unas a otras. ¿Por qué, pues, Dios dotaría con más prodigalidad a las almas actuales que a sus antecesoras? ¿Por qué aquellas tienen mayor comprensión? ¿Por qué se han depurado sus instintos y dulcificado sus costumbres? ¿Por qué tienen la intuición de ciertas cosas sin haberlas aprendido? Dudamos que alguien pueda resolver estos dilemas a menos que admita que Dios crea almas con diferentes cualidades, de acuerdo con los tiempos y lugares, proposición incompatible con una justicia soberana.
La pluralidad de las existencias, cuyo principio el Cristo estableció en el Evangelio, es una de las leyes más importantes reveladas por el Espiritismo, ya que demuestra la realidad y la necesidad del progreso. A través de esta ley el hombre se explica las anomalías aparentes que presenta la vida humana; las diferencias de posición social; las muertes prematuras, que sin la reencarnación convertirían en inútiles para el alma las existencias breves; la desigualdad de aptitudes intelectuales y morales, por la antigüedad del Espíritu, que ha aprendido y progresado relativamente, y que al nacer trae lo que conquistó en existencias anteriores
Con la doctrina de la creación del alma en el instante del nacimiento se cae en el sistema de las creaciones privilegiadas; los hombres son extraños entre sí, pues nada los une; los lazos de familia son puramente carnales; no son de ningún modo solidarios con un pasado en el que no existían; con la doctrina de la nada después de la muerte, todas las relaciones terminan con la vida; los seres humanos no son solidarios con el provenir.
A través de la reencarnación, en cambio, los hombres son solidarios con respecto al pasado y al futuro, y dado que las relaciones se perpetúan tanto en el mundo espiritual como en el corporal, la fraternidad se basa en las leyes mismas de la naturaleza; el bien tiene su propósito y el mal sus consecuencias inevitables.
Con la reencarnación desaparecen los prejuicios de razas y de castas, puesto que el mismo Espíritu puede renacer rico o pobre, poderoso o proletario, patrón o subordinado, libre o esclavo, hombre o mujer. Si la reencarnación fundamenta el principio de la fraternidad universal en una ley de la naturaleza, también fundamente en la misma ley el principio de la igualdad de los derechos sociales y consecuentemente el de la libertad.
Por tanto es necesario reconocer, en síntesis, que la doctrina de la pluralidad de las existencias es la única que explica lo que sin ella resultaría inexplicable; que es altamente consoladora y conforme con la más rigurosa justicia; que constituye para el hombre el áncora de salvación que Dios, por misericordia, le concedió.
- Finalidades de la Reencarnación
El objetivo al que tiende la reencarnación, según los Espíritus Superiores, puede resumirse en la siguiente explicación: Expiación, mejoramiento progresivo de la humanidad. Sin esto, ¿dónde estaría la Justicia?
Dios les impone la encarnación con el propósito de hacerlos alcanzar la perfección. Para unos constituye una expiación, para otros una misión. Pero para que alcancen esa perfección deben sufrir todas las vicisitudes de la existencia corporal: en ello reside la expiación.
La encarnación tiene asimismo otra finalidad, que consiste en poner al Espíritu en condiciones de afrontar la parte que le corresponde en la obra de la creación. Para cumplirla es que toma en cada mundo un instrumento en armonía con la materia esencial de ese mundo, a fin de ejecutar, desde aquel punto de vista, las órdenes de Dios. Es así que, mientras coopera con la obra general, él mismo progresa.
La acción de los seres corpóreos es necesaria para la marcha del universo. Sin embargo, con su sabiduría Dios quiso que, en esa misma acción, encontraran ellos un medio para progresar y acercarse a Él. De este modo, por una ley admirable de la Providencia todo se eslabona, todo es solidario en la naturaleza.
La encarnación es necesaria para el doble progreso, moral e intelectual, del Espíritu:
- para el progreso intelectual, por la actividad obligatoria del trabajo;
- para el progreso moral, por la necesidad recíproca que los hombres tienen entre sí.
La vida social es la piedra de toque de las buenas y las malas cualidades. La bondad, la maldad, la dulzura, la violencia, la benevolencia, la caridad, el egoísmo, la avaricia, el orgullo, la humildad, la sinceridad, la franqueza, la lealtad, la mala fe, la hipocresía, en una palabra, todo lo que constituye al hombre de bien o al perverso tiene por móvil, por objetivo y por estimulo las relaciones del hombre con sus semejantes. Para el hombre que viviese aislado no habría vicios ni virtudes; al resguardarse del mal con su aislamiento, anularía su propio bien.
El progreso de los Espíritus es fruto de su propio trabajo; pero como son libres, trabajan en su progreso con mayor o menor ahínco o negligencia, según su fuerza de voluntad, y es así como aceleran o retardan su adelanto y, en consecuencia, su propia felicidad. El Espíritu que permanece rezagado no puede quejarse más que de sí mismo, del mismo modo que el que progresa tiene el mérito exclusivo por su esfuerzo y por eso más aprecia la felicidad conquistada.
El progreso intelectual y el moral raramente marchan juntos; pero lo que un Espíritu no consigue en determinado período lo obtiene en otro, de manera que ambos progresos terminarán por alcanzar el mismo nivel.
Ésa es la razón de que se vean a menudo hombres inteligentes y cultos poco adelantados moralmente y viceversa.
Evidentemente, una sola existencia corporal no basta para que el Espíritu adquiera todas las virtudes que le faltan y elimine el mal que le sobra. En cada nueva existencia a través de la materia, el Espíritu penetra con el caudal conquistado en las anteriores, sea en aptitudes, conocimientos intuitivos, inteligencia y moralidad. Cada existencia es, por lo tanto, un paso hacia adelante en el camino del progreso.
Es importante considerar, asimismo, que el estado corporal es transitorio y pasajero. Sobre todo es en el estado espiritual cuando el Espíritu recoge los frutos del progreso realizado mediante el trabajo de la encarnación; es también en ese estado que se prepara para nuevas luchas y adopta las resoluciones que habrá de poner en práctica al regresar a la vida humana (reencarnación).
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